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Los crímenes que inspiraron a Agatha Christie y quienes imitaron su elegante forma de matar

El escritor Juan José Montijano Ruiz ahonda ‘Los crímenes de Agatha Christie’ (Diábolo Ediciones) en la vida y obra de la autora

Los crímenes que inspiraron a Agatha Christie y quienes imitaron su elegante forma de matar

Foto: Clem Onojeghuo | Unsplash

Emulando a la protagonista de una de sus novelas, Agatha Christie estuvo perdida durante once días en 1926. El cuatro de diciembre de ese año, su coche apareció abandonado en una cantera del condado de Surrey, en su Gran Bretaña natal. En el interior del vehículo, la policía halló el permiso de conducir, un abrigo de piel y una maleta con la ropa revuelta. Ni rastro de Christie, eso sí. Durante los siguientes días, montones de agentes y más de cinco mil voluntarios participarían en las tareas de búsqueda. Se dragaron lagunas locales, se utilizaron perros rastreadores, y se interrogó al marido de la escritora, Archie, quien confesó que había discutido acaloradamente con ella.

Las especulaciones se dispararon, aunque muchos apuntaban a una calculada maniobra publicitaria de Christie para promocionar su última novela. El escritor Juan José Montijano Ruiz comenta que, cuando la búsqueda de la escritora «llegó a tintes realmente descomunales», el personal del Swan Hydropathic Hotel, ubicado a unos cuatrocientos kilómetros de la ciudad de Harrogate, en el condado inglés de Yorkshire, empezó a fijarse en una de sus huéspedes. «La señora, una mujer de edad madura, sin compañía, se había registrado en el hotel la tarde del 4 de diciembre habiendo firmado en el registro con el nombre de Theresa Neele. Dijo que vivía en Ciudad del Cabo, Sudáfrica», explica en su último libro, Los crímenes de Agatha Christie (Diábolo Ediciones), donde ahonda en ciertos aspectos de la vida y obra de la autora.

Efectivamente, aquella misteriosa huéspeda del Swan Hydropathic Hotel resultó ser Christie, a la que algunos vieron durante esos días relajada y feliz, paseando por el pueblo, sin un mínimo atisbo de preocupación. Cuando supo que estaba viva y coleando, Archie Christie viajó a Harrogate para reunirse allí con su esposa, y luego comentó a los medios que la escritora había sufrido una pérdida de memoria y que esa había sido la causa de su desaparición. Ella, por su parte, nunca quiso hablar de lo que realmente le ocurrió. «Agatha Christie se mostró siempre muy reservada al respecto», explica a THE OBJECTIVE Montijano Ruiz. «Los propios miembros de su familia se negaron a hablar del tema hasta que, una vez desaparecida, sus hijos Rosalind y Mathew sí que comenzaron a dar su opinión, porque Agatha tampoco había hablado con ellos nunca acerca de ello. Ni siquiera lo hizo con su segundo marido, [el arqueólogo] Max Mallowan [al que conoció en un viaje por Oriente Próximo]. Hay muchísimas teorías. Algunas pueden ser reales, como las científicas que han demostrado algunos psicólogos, y otras están inspiradas por la ficción».

Portada del libro ‘Los crímenes de Agatha Christie’ de Juan José Montijano Ruiz

El misterio va a continuar siéndolo, pues nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrió para que el rastro de la escritora se perdiera, ni qué pasó por su cabeza durante aquellos once intensos días. Aunque sí parece probable que su decisión de desaparecer estuviera motivada por un cúmulo de circunstancias adversas: el reciente fallecimiento de su madre, la presión por el tremendo éxito de su novela El asesinato de Roger Ackroyd, el estrés que le generaba el hecho de ser la persona que entonces sustentaba económicamente a su familia (su marido se había quedado sin trabajo), o el escarceo amoroso entre Archie y la secretaria de este (según Laura Thompson, autora de Agatha Christie: A mysterius life, la escritora de misterio ideó un plan para tratar de recuperar a su marido).

«Agatha Christie marcó un antes y un después en la narrativa policíaca, le dio una nueva vuelta de tuerca al género como mujer»

Lejos de dañar su imagen pública, la mediática desaparición acrecentó la fama de Christie, quien antes de triunfar como escritora trabajó como enfermera voluntaria en la Primera Guerra Mundial, y fue una de las primeras inglesas en obtener el carné de conducir. «Como mujer», señala Montijano Ruiz, «creo que Agatha Christie marcó un antes y un después en la narrativa policíaca, una narrativa marcada indudablemente por Edgar Allan Poe, Gastón Leroux y Arthur Conan Doyle. Agatha le dio una nueva vuelta de tuerca al género como mujer. Sus personajes femeninos son personas muy fuertes, decididas y que van evolucionando conforme a la sociedad de su tiempo. Su narrativa fue reflejando los acontecimientos sociales y culturales del momento en el que fue escrita. Agatha venía de una sociedad victoriana enormemente conservadora, donde las niñas no podían estudiar hasta que tuviesen siete u ocho años. Ella ya sabía leer y escribir a los cinco. Gracias a sus progenitores, muy progresistas en ese aspecto, ella comenzó ahí a ampliar su horizonte cultural».

Además de ser una mujer adelantada a su tiempo, la popularmente conocida como emperatriz del mal fue una autora bastante prolífica: escribió ochenta novelas policíacas y se erigió en referente de la cultura popular en todos los países del mundo donde aún se siguen vendiendo sus obras por millones de ejemplares. De hecho, la británica ha despachado más de 500 millones de libros en todo el mundo, y puede presumir de ser la única escritora cuyas ventas superan hoy ya las de William Shakespeare. «Los personajes de sus libros y sus argumentos nunca pasan de moda», señala Montijano Ruiz, quien además opina que Christie nunca necesitó emplear un estilo elevado o poseer una prosa excesivamente engolada para conquistar a la gente. «En sus obras tenemos temas tan universales como el amor, el odio, la muerte, la avaricia, el sexo,… Son temas que han tocado desde autores como Cervantes hasta la sucesora de Christie, Sophie Hannah, quien ha retomado el personaje de Hércules Poirot en cuatro novelas hasta el momento. Creo que ahí radica su éxito. Nosotros, los lectores del siglo XXI, podemos vernos claramente identificados con algunos de los personajes estereotipados de las novelas de Christie: el chico tímido que no se atreve a declararse a la chica, el millonario avaricioso, el sobrino o el cuñado insoportable, etc.».

Cabe recordar que Christie nunca fue una autora de novela negra más, puesto que sus personajes sabían matar con elegancia y ella recurría a menudo al veneno o a la asfixia por estrangulamiento para cargarse al personal. En Los crímenes de Agatha Christie, el escritor granadino explica cómo algunos de los crímenes narrados por la británica se inspiraron en sucesos reales. Ocurre con La ratonera, considerada la obra que durante más tiempo ininterrumpido ha estado en cartel en un teatro, en la que ocho personajes, que debido a la nieve quedan atrapados en una casa de huéspedes, se ven envueltos en un reciente crimen ocurrido en Londres. Por lo visto, Christie se inspiró para escribirla en la noticia de la muerte de un niño huérfano, Dennis O’Neill, quien falleció en 1945, mientras se encontraba con una familia adoptiva de granjeros que lo maltrataba y abusaba sexualmente de él.

Imagen promocional vía Twitter del autor

Para elaborar otra de sus obras más populares, Asesinato en el Orient Express, sobre un asesinato cometido en un tren de lujo atascado en mitad de una nevada, Christie se basó en el célebre secuestro y asesinato del hijo del aviador Charles Lindbergh, famoso por haber cruzado en solitario el Atlántico en 1927, en un vuelo sin escalas. El cuerpo del bebé, que tenía veinte meses cuando fue raptado de su cuna, terminó siendo encontrado de forma accidental, enterrado y en avanzado estado de descomposición, varios kilómetros al sureste de la casa de Lindbergh. «La autopsia del cadáver demostró que el pequeño llevaba muerto desde hacía unos dos meses y que la muerte fue causada por un golpe en la cabeza […]. El detenido [un carpintero alemán que había llegado a Estados Unidos hacía once años] fue acusado de asesinato, secuestro premeditado y extorsión», comenta en su libro Montijano Ruiz. Lo curioso es que, pese a las enormes dudas sobre la culpabilidad de Bruno Richard Hauptmann, quien defendió su inocencia hasta el último momento, el jurado declaró culpable al hombre (electrocutado el 3 de abril de 1936).

Montijano Ruiz ha indagado también en las historias de algunos perturbados asesinos que aseguraron haberse inspirado en la lectura de las novelas ideadas por la británica para cometer sus crueles crímenes. Ahí está la asesina en serie Mahin Qadiri, fan acérrima de Christie y acusada de matar (al menos) a seis personas, cinco de ellas mujeres. Parece ser que la iraní escogía cuidadosamente a sus víctimas, preferentemente mujeres de mediana y avanzada edad, a las que ofrecía llevar a su hogar. Después de montarlas en su vehículo, les servía un zumo de fruta fresca al que, previamente, había inyectado un anestésico para dejarlas inconscientes. Acto seguido, las ahogaba y abandonaba sus cuerpos en los lugares más apartados que encontraba. Cuando fue detenida, Qadiri confesó que usaba los patrones de los asesinos que Christie describía en sus novelas para cometer sus asesinatos.

«Los de Christie eran crímenes con un ‘savoir-faire’ y donde no se derramaba ni una sola gota de sangre»

«Los de Christie eran crímenes con un ‘savoir-faire’ y donde no se derramaba ni una sola gota de sangre», asegura el escritor. «No hay perturbados asesinos que rajen de arriba abajo a una víctima sino todo lo contrario. Lo cierto es que los asesinos que se han inspirado en la obra de Agatha Christie eran todos perturbados. También eran personas normales y corrientes, que leían vorazmente novelas policíacas y que veían con qué impunidad podían cometer sus crímenes muchos de los asesinos. El caso que a mí más me llamó la atención fue el del llamado envenenador de la taza de té, Graham Young. Cuando fue detenido, la policía encontró en su casa un ejemplar de la obra El misterio de Pale Horse, donde Christie hablaba sobre asesinatos cometidos con talio, una sustancia que era muy difícil de encontrar pero que Graham, como gran aficionado a la química, supo obtener hirviendo distintas hojas». Por si aquello fuera poco, Young (sentenciado luego a cadena perpetua) perfeccionó su oficio como envenenador tras las rejas del hospital de Broadmoor, donde dicen que pasaba el rato extrayendo cianuro de las hojas de los árboles de laurel que allí crecían, y luego lo empleaba para intentar envenenar al personal. «Si conservan en casa un ejemplar de El misterio de Pale Horse», apostilla Montijano Ruiz con sentido del humor, «tengan mucho cuidado con a quién se lo dan a leer… O, incluso, ustedes mismos, no se dejen llevar por sus sentimientos adversos hacia su suegra o su cuñado».

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