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RDA, nazis, opositores al régimen comunista, una iglesia y un concierto punk

La realidad supera a la ficción en ‘Planes para conquistar Berlín’ de David Granda (Libros del KO, 2022)

RDA, nazis, opositores al régimen comunista, una iglesia y un concierto punk

Ilustración de Patricia Bolinches para el libro 'Planes para conquistar Berlín' (fragmento de portada) | Libros del K.O.

Berlín, 1987. Los llantos que emanan de la iglesia de Zionskirche, en Berlín Oriental, no parecen los de las clásicas plañideras, ni de las almas penitentes que se resignan a abandonar el mundo de los vivos. Un carraspeo nasal, adornado por dulces armonías, contradichas a ratos por la totalitaria tonalidad del idioma que entona, envuelve el barrio de Prenzlauer Berg. La voz de Sven Regener, vocalista del grupo infiltrado de la Alemania Occidental Element of Crime, hace las veces de emocionante nana de la libertad y de flauta de Hamelín para las ratas neonazis. Más de 70 cabezas rapadas se presentan en el templo liberal, dispuestos a coleccionar cabelleras opositoras al régimen comunista. Sí, he dicho bien, nazis pateando anticomunistas. Una paradoja, ahora difícil de digerir, sólo posible en la idiosincrasia de la RDA. 

«He puesto a los archiveros de la vieja maquinaria de la Stasi a buscar cualquier expediente relacionado con David Bowie, Nick Cave o Iggy Pop en sus años en Berlín»

Este singular acontecimiento motivó Planes para conquistar Berlín (libros del KO), la obra con la que David Granda, consagrado periodista, ha pasado más horas en los archivos de la Stasi que los posters de Lenin. Descorchando su investigación allá por el lejano 2016, Granda rememora el email que le hizo llegar a su editor: «He puesto a los archiveros de la vieja maquinaria del MfS [Ministerio para la Seguridad del Estado, la Stasi] a buscar cualquier expediente relacionado con David Bowie, Nick Cave o Iggy Pop en sus años en Berlín. Pueden tardar meses, pero si encuentran algo sería esplendoroso». 

Portada de ‘Planes para conquistar Berlín’ de David Granda vía Libros del K.O.

Y sí, casi quinientas páginas de investigación dan fe de que algo, alguna cosita nada más, encontró. Evitando caer en lo que él veía como «relatos artificiales de la Alemania Oriental», el periodista se lanzó a escribir toda una odisea de acontecimientos que confluyen en una obra, en ocasiones rozando la sobredosis del dato, pero que resuelve con una narrativa digna, muy rica, a veces y todo, chistosa.

Algo que sorprende, pues, cuando contacté a David por email para esta entrevista, quise deprimir la tensión con un chiste ante el que Granda respondió con interrogantes y posteriores silencios. Tanto tiempo viviendo en Viena, me dije, lo habrá cargado de un cierto orden mental prusiano. Al menos telemáticamente, el humor parecía haber hecho un plan para abandonar, en este caso, su Berlín. Eso, o un servidor tiene la gracia en la trastienda y se explica con la misma claridad que un coro de tartamudos ebrios. Sí, más bien, va a ser lo segundo… Además, tras el malentendido, Granda demostró la templanza, y la frugalidad, de quien ha pasado tanto rato entre informes como para toparse con el acontecimiento sobre el que orbita el libro.

«Supe del concierto en el archivo de la Stasi, cuando buscaba información sobre David Bowie. El músico inglés había vivido en Berlín Occidental, donde buscó el anonimato y quiso pasar desapercibido en su casa de Schönenberg, pero protagonizó un concierto muy polémico en el 87, cuando actuó junto al Muro, toda una provocación, y al fin y al cabo era el autor de un himno berlinés, Heroes. Seguí con Bowie, obvio, pero lo que sucedió esa noche en Zionskirche me llamó poderosamente la atención: un concierto punk en un templo protestante de la capital de la Alemania antifascista con unos neonazis como protagonistas y con el servicio de inteligencia infiltrado, incluso sobre el escenario». Sin duda, como concluye, «ahí estaba todo».

Berlín Oriental, un Disneyland para depresivos

El retrato que David hace sobre la RDA no se limita a la clásica crítica o alabanza. Su compromiso con la objetividad lo lleva a todos los escenarios y apelativos sobre la antigua república, como el propuesto por el productor Mark Reeder, para quien Berlín Oriental era un Disneyland para depresivos. «Reeder colaboró con New Order, llevó allí a Joy Division y tuvo a Nick Cave como compañero de piso en Kreuzberg. Alude ahí al aburrimiento endémico de la RDA, al cerrojo cultural que impuso el Partido. Una hipérbole: algo así como que Berlín Oriental era una fiesta para deprimidos. Curiosamente, a él le encantaba. Cruzaba la frontera a menudo».

Mapa ‘Planes para conquistar Berlín’ cedido por Libros del K.O. | Ilustración: Patricia Bolinches.

Y es que las paradojas no son pocas en torno a esta historia. No hay que irse muy lejos de la trama principal. De primeras, ya sorprende la mera existencia de grupos neonazis, activamente organizados, dentro de los muros de la RDA. Que el Estado más antifascista del mundo acune a bastardillos hitlerianos entre los barracones de sus instalaciones militares es, como poco, curioso. «Nos guste o no, los neofascistas o neonazis también integraban la oposición al régimen comunista. En el origen de su formación hay cierta complacencia en el Estado, que siempre defendió que la RFA era la única responsable de los crímenes del nazismo, imponiendo el mito fundacional de una RDA creada por los que se enfrentaron al Tercer Reich –si bien la élite dirigente era antifascista, la sociedad germanooriental había pertenecido tanto a la Alemania nazi como la sociedad germanooccidental-». 

«¿Por qué la izquierda no puede censurar los totalitarismos de izquierdas? En el fondo, esos regímenes están traicionando su ideario. ¿Por qué la derecha no hace lo propio con las dictaduras que violentan el ideario de la derecha? Parecen decir: son unos dictadores, sí, pero son nuestros dictadores»

La RDA fue un tornado de insatisfacciones recíprocas para muchos grupos. Criticarla, siendo de izquierdas, era ser tildado de derechas, aunque los actos que allí se cometían distasen mucho de los idearios liberales (entiéndase aquí liberalismo como el nacido en el Siglo de las Luces) que conforman las bases zurdas. «Es una paradoja atemporal. En cierta forma, si eres de izquierdas, resulta natural querer evitar a toda costa coincidir con el ideario de la extrema derecha, pero hay ciertas inercias que son absurdas. ¿Por qué la izquierda no puede censurar los totalitarismos de izquierdas? En el fondo, esos regímenes están traicionando su ideario. ¿Por qué la derecha no hace lo propio con las dictaduras que violentan el ideario de la derecha? Parecen decir: son unos dictadores, sí, pero son nuestros dictadores». Lo que recuerda a Álvaro Ojeda asumiendo que el partido a quien defendía le robaba, pero que al menos estaba eligiendo de buena gana a su ladrón. 

No todo puede ser, sin embargo, azufre en la tempestad. ¡El amor! El amor sobrevive, se reinventa y revienta sin paliativos ni alambradas que lo paren. En Planes para conquistar Berlín, Granda nos habla de un gesto de amor, uno de tantos, que se filtró entre amantes separados por el muro. Un Píramo y una Tisbe. Dos incansables devotos de la pasión por la unidad de sus cuerpos, suspendidos en el vacío de un futuro incierto, que no renunciarían el uno al otro ni con todo el hormigón de las constelaciones. Porque, no hay un buen relato sin una historia de amor… «Algo parecido me dijo Jakob Ilja, el guitarrista de Element of Crime. Supongo que tiene razón. Bowie terminó de componer Heroes cuando vio desde el ventanal de los Hansa Studios a una pareja besándose junto al Muro. ¿Quién diablos se besa debajo de una torre de vigilancia?, pensó». Y eso pensaríamos todos, pero los caminos del deseo son inescrutables. 

Retrato de David Granda por Eugénie Sophie cedido por el autor

Tanto es así que, incluso el deseo de atender a la verdad, sobre todo a la nuestra, puede traicionar nuestra visión de la realidad. Kurt Zeiseweis, uno de los guardianes de la ley en la vieja Alemania Oriental, y el encargado de la seguridad aquella «noche de los cuchillos largos» de Prenzlauer Berg, sentía tal respetuoso cariño por la RDA que para él las acusaciones contra el régimen son absolutos infundios. Incluidos los acontecimientos de la citada madrugada, en la que la policía dio un cuartelillo ejemplar a los neonazis con tal de que pateasen los culos de los opositores al régimen. «Él cuenta su verdad. Y lo hace con coherencia: sostiene que quien cumplía y defendía la legalidad vigente de la RDA era él, no los disidentes culturales. Aunque es evidente que cuando le entrevisté, aparecieron lagunas sospechosas en su memoria como oficial de la Stasi. Y que a estas alturas no se puede dudar de la represión de la disidencia cultural en Estados totalitarios». Una represión, no obstante, que no cumplía del todo con sus objetivos. Prenzlauer Berg, donde Nick Cave pasó una desintoxicación galopante y se reunía la jet-set contracultural de la Alemania Oriental, nunca pudo ser destruido. «Las autoridades lo intentaron, pero el fenómeno se reproducía. Prenzlauer Berg era un país extranjero, el barrio de los inadaptados a la RDA. La Stasi estaba infiltrada pero no acababa de comprender del todo su funcionamiento ni de llegar a todos los nichos de oposición». 

«En lugar de prohibir la subversión, una idea inútil, decidieron domesticarla»

Pero, aunque la contracultura vivió su esplendorosa magia de la degradación y el atractivo, no tardó mucho, recién caído el muro, en convertirse en otro producto de compraventa. Como dice Granda en el libro, «en lugar de prohibir la subversión, una idea inútil, decidieron domesticarla», y yo no puedo más que preguntarle si la subversión tiene alguna posibilidad de sobrevivir a las golosinas del dólar y la adoración comercial. «Imponerse. No pasa nada porque el discurso transgresor salga de sus márgenes y llegue al circuito dominante si lo hace sin corromperse. Que todos pudiéramos escuchar Un violador en tu camino, del colectivo feminista chileno Las Tesis, no significó que dejara de ser transgresor, todo lo contrario». 

Parece que hay cosas que, más que desaparecer, mutan y se adaptan. Si la violación femenina ha seguido infectando la cotidianidad de las mujeres, a pesar de todos los esfuerzos por acabar con ella, da la sensación de que la Stasi tampoco ha desaparecido del todo. Dominados ahora por redes e hiperconectividad, la vigilancia retroactiva, en la que toleramos ser observados con tal de poder observar a los demás, se revela como un caprichito para los adoradores del espionaje absoluto. Granda, sin embargo, no lo ve del mismo modo. «Habría que preguntarse por qué WhatsApp es gratis –que no lo es– y qué hace Facebook con nuestros datos, pero compararlo con un órgano de inteligencia como la Stasi no me parece apropiado. Y más cuando tenemos a mano la filtración de Edward Snowden de las prácticas de espionaje masivo de la inteligencia estadounidense durante la administración Obama. Una cosa es cierta: la propaganda de Obama, con sus listas de libros y pelis y discos favoritos, ha sido la más cool de todas». 

Fotografía cedida por el autor.

«Parece que Putin quiere leer en las ciudades ucranianas los carteles que se leían en los edificios de la RDA con consignas amistosas pero que sonaban a amenaza: ‘Unión Soviética, amigos para siempre’. Con su invasión, sin embargo, Ucrania es más occidental que nunca»

Una vez más, las contradicciones. Estas se presentan con la misma facilidad que se las nombra. Un hecho que se filtra a todos los estadios de la sociedad, incluida la geopolítica, materia más de moda que nunca con la actual guerra Rusia-Ucrania y que, uhm, casi huele un poco a RDA-RFA… «Vladímir Putin, que fue espía en la RDA, creía que Ucrania era como Alemania del Este, que anhelaba una unificación con Rusia. Si no territorial, sí con una política común prorrusa. Parece que quiere leer en las ciudades ucranianas los carteles que se leían en los edificios de la RDA con consignas amistosas pero que sonaban a amenaza: ‘Unión Soviética, amigos para siempre’. Con su invasión, sin embargo, Ucrania es más occidental que nunca». 

Revisando la historia, para bien o para mal, de momento, Occidente siempre gana… Aunque no sin pérdidas, sin nostalgias puras y sinceras, que han de reservarse para la memoria porque han abandonado toda expectativa de realidad. «Berlín Occidental fue una ciudad-Estado experimental única en Europa. Un fenómeno similar, tan doloroso por la presencia del Muro y tan excepcional por su dependencia de la cultura y la contracultura, no se volverá a repetir».  Repetirse, no, pero si es posible rememorarlo, recorrer sus calles y su historia, de la mano de David Granda en Planes para conquistar Berlín

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