'Anhell69': los que no pueden ser lo que quieren ser
La película es un híbrido, un documental con ficción que narra la desesperanza de la comunidad LGTBIQ+
Hay toda una ironía, casual o no, en el estreno comercial de la película colombiana Anhell69. El documental, multipremiado en su paso por festivales internacionales, llega a las salas de cine el 27 de julio, un día antes del comienzo de la Feria de las Flores, uno de los eventos más importantes que se celebran en Medellín, en el que se funden las tradiciones como la creación de arreglos florales y desfiles de Silleteros hasta conciertos y desmadres discotequeros.
Anhell69, como la define su director, Theo Montoya, es una película «trans». Tras verla, se entiende el uso del término. No solo es un trabajo protagonizado por la comunidad LGTBIQ+, también mezcla la ficción, la confesión, el autorretrato y la denuncia social. Es una rara avis encabezada por la propia voz del realizador que anuncia, desde sus primeros compases, desesperanza y melancolía.
«En un momento en que se cuestionan las etiquetas de género y sexo, quiero participar en la forma en que el cine también puede ser repensado y renovado. Quiero apostar por las mezclas y la experimentación. Creo que estamos entrando definitivamente en una era de transformación, una era trans, donde los estereotipos hegemónicos vacilan. Anhell69 es una película documental híbrida», dijo Montoya en una entrevista a Radio Nacional.
El título está tomado de una cinta de terror que Montoya planea rodar. Para ello hace un casting entrevistando a sus amigos, jóvenes nacidos a mediados y finales de los años 80, cuando el mito de Pablo Escobar se eleva al morir baleado en un tejado. Esta violencia, en apariencia superada tras este deceso y desmantelamiento de otras organizaciones delincuenciales, parece tocar techo con la firma de las negociaciones de paz entre el Estado y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Sin embargo, a pesar de todos estos avances, para los retratados en Anhell69 no hay descanso posible, ni futuro.
Precisamente, además de la literatura de Fernando Vallejo, un largometraje viene a la mente con los primeros testimonios de este documental: Rodrigo D. No futuro, emblemática producción del cineasta Víctor Gaviria, que refleja cómo los jóvenes colombianos recurrían a las drogas y la música para lidiar con la pobreza en los años 90. De hecho, hay referencias directas a esta producción, con imágenes del actor Ramiro Meneses (Rodrigo D) y recreadas, con un toque queer en el documental, lo que subraya la intención de Montoya.
En un extraño caso de colaboración, el propio Gaviria aceptó manejar el carro fúnebre en el que se transporta el cuerpo de su colega y admirador, Montoya. Desde esta poderosa imagen se inicia la narración de una y muchas muertes que el espectador irá conociendo a medida que se desarrolla la trama. Así pues, lo que comienza como una distópica ficción deriva en una dolorosa denuncia: los jóvenes fuera del sistema, que no se ciñen a las conductas establecidas por una sociedad ultraconservadora, conviven diariamente con la muerte. «Es mi mejor amiga», dice uno de los entrevistados; «es un descanso», cuenta otro.
Historia de un desencanto
Los testimonios que Montoya reúne son duros. Allí no solo se habla de lo que no podrá ser, también de lo que no es. Casi ninguno de los entrevistados piensa en el futuro. Se les imposibilita ante la pesada realidad que viven. Es un discurso contracultural en un país y sobre todo una sociedad, la de Medellín, que vende a la Comuna 13 como un gran ejemplo de pacificación y esperanza. La idea del paisa generoso y abierto a la diversidad –que predomina en estas fechas por la Feria– es contrapuesta y queda en evidencia cuando uno de los protagonistas cuenta cómo uno de sus amigos de la comunidad fue empalado «como en tiempos de Drácula».
Por supuesto, no hay ninguna prueba más allá del comentario, probablemente porque el cine de Montoya es militante y de denuncia. De allí que no haya contrastes. Incluso se ven unas referencias a las protestas contra el gobierno de Iván Duque que fueron motor para la llegada de Gustavo Petro a la presidencia. El hilo no es fino y tal vez esa sea la mayor debilidad de Anhell69. La ambición del director por encontrar un material conductor entre pasado y presente le lleva a poner el dedo acusador sin cuestionar a su propio entorno, incluso simplificando realidades que coquetean con lo panfletario.
«Con esta película, quiero reconstruir una parte de mi vida y honrar a mis amigos, tanto los que han fallecido como los que aún viven, y así elaborar el testimonio de una generación aniquilada; la cual está marcada por el suicidio, las drogas y la opresión de una sociedad conservadora y violenta. Es un filme que dialoga con fantasmas, en el contexto de una ciudad que parece un cementerio. Tengo mis propios fantasmas, y cada persona de esta generación también tiene los suyos», explica el director.
A su modo, Anhell69 guarda una estrecha relación con Los reyes del mundo, ficción de la que ya hablamos en este espacio a principios de año. Está por verse si es una tendencia, pero pareciera que el cine colombiano comienza a indagar más allá de la denuncia de la violencia conocida y pone el foco sobre el impacto en el devenir de las generaciones que supuestamente debían convertirse en su columna vertebral. No se trata de un tema baladí. Según una encuesta de Gallup, Colombia lidera una lista de 13 países de América Latina donde las personas desean dejar el país. Casi la mitad de la población quisiera hacerlo. El documental de Montoya propone ideas para entender el por qué.