El peligroso mito del colapso ecológico
Emilio Santiago analiza en su libro las pulsiones milenaristas de algunos ecologistas y busca motivos para la esperanza
El inminente colapso de la civilización tal y como la conocemos ha sido y sigue siendo una de las mayores y más pesimistas pulsiones intelectuales de casi cualquier sociedad humana. Desde las antiguas profecías apocalípticas que formaban la base de religiones y sectas hasta las modernas narrativas distópicas que forman el corazón de cientos de películas y libros producidos en el último siglo, la idea de un cataclismo que ponga fin a nuestro organizado mundo está profundamente arraigada en la mentalidad colectiva. Por lo tanto, no sorprende que esta pulsión milenarista tan humana tenga su reflejo a la hora de hacer frente a uno de los mayores retos que hemos conocido en la historia reciente: el cambio climático y la crisis de biodiversidad que amenazan con cambiar nuestro planeta a un ritmo nunca antes visto. Y es que, como muestran una bibliografía académica cada vez más amplia e incluso productos de cultura popular como series de televisión, hay ecologistas y defensores de la causa climática que creen que, prácticamente hagamos lo que hagamos, el mundo está ya abocado a un único final: el colapso energético y ecológico.
El conocido como colapsismo no es una corriente homogénea de pensamiento, ni siquiera una rama de la ecología: es simplemente una suma de diferentes filosofías, con cada vez más predicamento en sectores académicos y activistas, que predicen de una forma más o menos inminente el devastador colapso del sistema ecológico global, planteando escenarios apocalípticos en los que la supervivencia humana se ve amenazada por los efectos del cambio climático, la falta de energía y la degradación medioambiental. Este enfoque, aunque busca alertar sobre los desafíos ambientales a los que nos enfrentamos, ha sido objeto de controversia debido a su tono catastrofista, con un enfoque pesimista que apenas deja hueco a las soluciones constructivas. Y eso es precisamente lo que busca rebatir el experto en ecología y pensamiento ambiental Emilio Santiago en su último libro, Contra el mito del colapso ecológico (Arpa), donde aborda de manera crítica esta tendencia que ha ganado fuerza en los últimos años.
Pero, lo primero, ¿de dónde surge esta proliferación de los discursos del colapso? Es importante resaltar que, a pesar de ser crítico con las personas que creen que estamos abocados al colapso y optar por una óptica más esperanzadora, Santiago deja claro desde el principio que los temores más profundos están basados en una amenaza real. «Los datos que nos llegan sobre la crisis ecológica son realmente alarmantes, y por tanto existe esa tentación de entender que eso supone un derrumbe inmediato de nuestro modelo social», asegura Santiago en conversación con THE OBJECTIVE. «Pero hay una segunda fuente de ánimo de estas percepciones, que tiene que ver con la necesidad de ciertas corrientes del ecologismo de una irrupción histórica que les permita dar el paso a un modelo social distinto, sin hacerse cargo de las complicaciones, las ambivalencias y las contradicciones de un proceso de transición», explica.
Es decir, el colapsismo no solo tiene mucho de advertencia, sino también algo de excusa: si la sociedad tal y como la conocemos cae, podremos crear otra mejor, descentralizada y basada en pequeñas comunidades, lo que entroca muy bien con las tradiciones libertarias y anarquistas de parte del discurso ecologista. «Ese es el corazón del mito del colapso: pensar que las turbulencias ecológicas que vamos a vivir nos llevan necesariamente a escenarios donde el estado pierde capacidad de regulación. Pero seguramente sea al contrario, vamos a ir hacia escenarios donde el estado va a ganar protagonismo sobre nuestras vidas y por lo tanto resulta fundamental disputarlo», afirma el autor del libro, que no duda en citar la reciente pandemia de la covid como prueba de que «tanto las dificultades energéticas como las crisis climáticas que vayamos a ir conociendo en las próximas décadas, que sin duda van a estar ahí, nos van a llevar a un mundo con más intervención estatal y no con menos».
Santiago repasa en el libro esas taras ideológicas de las teorías del colapso, insistiendo en que la más peligrosa es la tendencia a centrarse en propuestas de máximos y a negarse a dar la batalla por el poder actual, prefiriendo centrarse en un hipotético escenario post-colapso. «Una de las lecciones fundamentales del socialismo del siglo XX es que las transiciones sistémicas como la ecológica no ocurren con la toma de ningún palacio de invierno. Son procesos enormemente largos, complejos, ambivalentes, contradictorios, con subidas, con bajadas y en los que además el peso del Estado, el peso del tener el control de los gobiernos, es central» resume, añadiendo que «no se puede hacer una enmienda a la totalidad de las relaciones de mercado como algunos pretenden, dada la complejidad de nuestras sociedades».
La energía, en el centro
La mayor obsesión de cualquier teórico del colapso es precisamente uno de los mayores quebraderos de cabeza de la transición ecológica y la razón de que esta lleve a menudo también el sobrenombre de energética. Bascular nuestros sistemas productivos y de transporte desde los combustibles fósiles hacia una energía completamente limpia es un reto colosal que está encontrando un gran número de barreras que superar. Una serie de problemas que hace que, en cierto sentido, los colapsistas se acerquen a posiciones similares a las de los negacionistas del cambio climático y duden de la utilidad o las posibilidades de las renovables, en una paradoja sorprendente dada la naturaleza ecologista de estas teorías.
«La implantación de las renovables está generando resistencias, lo que está alimentando la búsqueda de discursos que justifiquen esas resistencias. Es verdad que el grueso del discurso colapsista no es tanto una crítica a las renovables como la que puedan hacer desde las posiciones negacionistas climáticas, pero, al final, ambas acaban desembocando en lugares muy parecidos», tercia Santiago. «Sin embargo, está demostrado que las renovables tienen un impacto global netamente positivo. No vamos a cumplir con el Acuerdo de París sin un despliegue de renovables sin precedentes en cuanto a velocidad y escala», recuerda este investigador del CSIC.
Santiago no niega que existan impactos locales de las renovables que haya que minimizar, ya que «tenemos un marco que se aprovecha de la falta de poder político de ciertos territorios para obligarlos a mantener una relación de intercambio de costes y de beneficios bastante desigual». Si a esto le sumamos ciertas tendencias al oligopolio y la tradición del caciquismo presente en algunos puntos de España, «tienes todo un cóctel que hace que la implantación de las renovables esté lejos de ser la mejor posible». Pero esto no debe derivar en una crítica «furibunda» como la que hacen algunos colapsistas, que en opinión de Santiago «ayudan a sedimentar posiciones cuanto menos retardistas con las renovables, algo que no nos podemos permitir».
El problema de la desmovilización
En cierta medida, las tesis del colapso «en pequeñas dosis pueden ser hasta útiles». De hecho, Santiago tiene una opinión positiva de movimientos como Extinction Rebellion o Peak Oil, fuertemente inspirados por el colapsismo, porque «siempre viene bien tener voces que funcionen como una especie de alarma y que introduzcan en la opinión pública cierta sensación de urgencia». Sin embargo, este antropológo de formación cree que cuando el inminente fin de la humanidad tal y como la conocemos se convierte en la tesis central del ecologismo produce ante todo «desmovilización, nihilismo y cinismo», alejándose de las demandas del sector popular y, por tanto, de la capacidad de ejercer influencia política real.
En este sentido, el momento histórico actual es clave para este científico del CSIC. Aunque considera que venimos de un ciclo de movilización climática «histórico» que ha tenido importantes impactos en cuanto a transformaciones tecnológicas, legislativas y económicas, también opina que «estamos a años luz del tipo de clima de opinión pública y movilización que nos permitiría actuar como tenemos que actuar ante la crisis climática».
Para Santiago, el ecologismo ha cometido un error fundamental: la «creencia en el factor político de la verdad, como si la verdad tuviese siempre una única conclusión política». «Cualquier dato puede ser leído desde posiciones políticas muy distintas. Además, la mera enunciación de la verdad no tiene efectos milagrosos en sociedades que toman decisiones influidas por muchísimas cosas, entre otras por un nivel de inercia social brutal, ya que tenemos intereses contrapuestos» explica el autor de Contra el mito del colapso ecológico. Y eso que, en su opinión, «la gente, al menos en un país como España, es meridianamente consciente de que esto es un problema serio y que nos afecta».
Para luchar contra la desmovilización, en opinión de Santiago, la prioridad es «pelear por construir un horizonte de país deseable en el que transición ecológica sea sinónimo de prosperidad, industrialización verde, buenos empleos y de calidad de vida». Para ello, «el ecologismo tiene que abandonar cierta concepción de la transición como penitencia o como castigo y poner sus esfuerzos en acentuar todo aquello que podemos ganar con una transición socioecológica justa». Esto implica alejarse de conceptos tan en boga como colapso o decrecimiento para adoptar un enfoque más centrado en la esperanza, aunque sin olvidar la necesidad de cambiar nuestras relaciones productivas, en un marco conceptual que Santiago denomina «poscrecimiento».
«La transición ecológica no va de empobrecernos, va de enriquecernos, ser más ricos en seguridad, en tiempo de calidad, en salud, en relaciones personales y afectivas, en capacidad de dedicarnos a aquello que nos realiza. Y esto, en nuestra situación, pasa por reducir planificadamente el tamaño y los impactos de algunos elementos de la esfera material y, sin embargo, expandirlos de otros», resume Santiago.
Esto, por supuesto, no será fácil. El propio autor reconoce que para sostener este tipo de tesis ha tenido que vencer su propia tendencia al fatalismo y su pasada militancia en movimientos que defendían la inminencia del colapso ecológico y energético. Pero la evolución de nuestras sociedades en la última década le han acabado convenciendo de la necesidad de ser optimista: «Hemos visto un montón de cosas que hace diez años nos hubiesen parecido ciencia ficción en el sentido positivo, en el sentido de conquistas tanto tecnológicas como políticas como sociales, como de concienciación ciudadana. Estamos en una época muy complicada, pero que también están pasando muchísimas cosas positivas y merece la pena apostar por ellas».