Intensificar la vida a través de la escritura
Manuel Moyano sabe que lo importante al escribir es la perspectiva desde la que se contempla el mundo
Cuentan que cuando Ángel Montiel, jefe de Opinión de La Opinión de Murcia, le propuso para escribir un diario dominical no tardaron en saltar las voces en la redacción. «¿Pero sabes que Moyano es funcionario del Ayuntamiento de Molina de Segura? «¿De qué va a hablar, de expedientes?». Señores, hablamos de un narrador entre la modernidad y la tradición. Manuel Moyano, autor de La coartada del diablo, El amigo de Kafka, El imperio de Yegorov (finalista del Premio Herralde) o Dietario mágico, apenas menciona nada de índole laboral en las entradas que acabaron dando forma al libro que hoy nos ocupa, Polvo en los zapatos (Menoscuarto). Sabe que lo importante al escribir es la perspectiva desde la que se contempla el mundo: «No he querido dar cuenta de todas las neurosis o rencores que puedan haberme asaltado, tal vez sí, de algunas melancolías». Lo de funcionario es por supervivencia: «Me licencié como ingeniero agrónomo porque me sentía llamado por la naturaleza, pero descubrí que no me gustaba dedicarme a extraer productos del campo, sino sólo a comérmelos o bebérmelos».
El buen yantar, uno de los ejes de esta suerte de diario que recoge dos años de colaboraciones entre 2018-2020 desde Marruecos a Escocia, Tailandia, Francia, Italia, Polonia, entre otros destinos internacionales, y gran parte de España. El título refleja imagen en movimiento: «Alguien que no para de viajar, que se mueve y sus zapatos se llenan de polvo. Hay algo en caminar que va más allá del ejercicio físico. Es algo que tiene que ver con el sentimiento de libertad, con la entrada en juego del azar, con la proximidad de la naturaleza», explica.
Una vez leí «el que se aburre es que está distraído». Precisamente, Moyano enfoca con la linterna lo que hay a nuestro alrededor: «En lo que nadie repara, es una de las cosas que me mueven a escribir». Acompañado de libreta y bolígrafo, «no hay que estar tomando constantemente decisiones sobre qué mirar y qué no: hay que mirarlo todo. Luego hay que poseer la intuición de saber discernir qué es interesante y qué no lo es». Ya decía Javier Reverte, «literatura es seleccionar». Lo que le inquieta realmente es que, en algún momento, las noticias a nuestro alrededor dejen de llamarnos la atención, eso «querrá decir que habremos llegado a una especie de anestesia moral, del mismo modo en que un estudiante de Medicina deja pronto de sentirse impresionado por la visión de los cadáveres».
Diario casi novelístico
Estamos ante un diario con cierta continuidad, casi novelística. Además, consigue aquello tan metaliteraturesco del «libro que surge dentro de otro». «Vuelvo de un viaje, me propongo escribir un libro». Se refiere a La frontera interior, que se alzó con el XVI premio Eurostars Hotels de Narrativa de Viajes, en el que recorre Sierra Morena desde Despeñaperros a Portugal, en Barrancos, «nació un poco como taller de experiencias. Este libro no habría surgido si no hubiera estado escribiendo el diario». Mira, casi acierta Montiel cuando le dijo, «no te vamos a pagar, pero al final tendrás un libro»…
En este particular –salvando las distancias- Quadern gris, literaturiza el mundo pero, sobre todo, disfrutamos de su buen estilo. Preciso en sus argumentos y tramas bien estructuradas, recorre decenas o cientos de kilómetros, habla con gente, visita nuevos pueblos, come, bebe y, de algún modo, va zambulléndose en la propia historia del lugar: «Hay que explorar, ver, y también haber adquirido la pericia suficiente para narrar de la forma adecuada; por ejemplo, evitando hacer largas exposiciones limitándote a dar pinceladas». Moldea con cierto mimo el lenguaje cuidando la elección de adjetivos, verbos y sustantivos, de manera que adquieran cierta capacidad de evocación en el lector, «no hay que olvidar que es para el público. El viajero literario es, en cierto modo, un testigo; no viaja sólo para sí mismo, sino que viaja también para los otros, como si fuese un avatar de sus futuros lectores».
Construye breves apuntes cotidianos que dicen más que muchos libros de mil páginas. Protagonista es el diarista, sí, pero interviene todo su alrededor. Lo explicó mejor Conrad al viajar de joven al África profunda: «Antes del Congo, yo era sólo un animal». «Eso es, antes de enfrentarse a la selva él era simplemente otro ser vivo más, algo que existía y ya está; sólo después del Congo adquirió verdadera conciencia de sí mismo y de lo que significa ser humano y de lo que implica formar parte de este extraño universo», esa necesidad de intensificar la vida a través de la creación.
Nos descubre
Comer cada sábado en un restaurante distinto de la Región de Murcia, en compañía de Teresa, es una de sus más placenteras rutinas. No olviden que Ortega y Gasset decía que el ocio es la única ocupación digna del hombre. Como todo mediterráneo se bate en duelo cuando la naturaleza da su golpe sobre la mesa y las casas parecen una nave a la deriva en medio de los elementos: relámpagos, truenos y lluvia ametrallando. Le fascinan las cacerías en las librerías de viejo, que deparan sorpresas tan placenteras como Adiós a Hollywood con un beso, de Anita Loos. La admiración por Ramón Gómez de la Serna, Stevenson Pla, «hay ciertos autores –Borges, Lovecraft, Cunqueiro, Bioy Casares– que son para mí mucho más que fabricantes de textos. Pienso en ellos como si los hubiera conocido personalmente». Unan a esto cierto fetichismo asociado a los libros como procurar sellar, en las ciudades donde vivieron los respectivos escritores, ejemplares de sus obras así como comprar libros de Borges en otros idiomas, a veces incomprensibles para él. Su amor por Bob Dylan, «cualquier persona normal ya se habría aburrido de oírlo; yo, no…». Y suele recluirse en hoteles no lejos de casa y de precio módico, para concluir sus libros, «lo del precio asequible es para evitar sentirme culpable si el encierro no resulta fructífero», asegura. Y en esto muchos le darán la razón, «necesito trasladarme a un estado mental de irrealidad difícil de alcanzar bajo la corriente de lo cotidiano». El relax vendrá en los paseos en bicicleta, «incluso una insignificante escapada comporta una excitación del viaje». La minuciosa y bella descripción de la naturaleza, «aunque conozca esos caminos siempre hay algo que varía en ellos con el paso de las estaciones. Los cañaverales son ahora amarillos, los tarajes tiene ahora un color marrón tostado y los mirlos pululan por doquier». Y es que tiene una particular capacidad para transformar la cosa más mundana en aquello que nos revela como ciudadanos del mundo de la mano de otro de sus ejes, el humor: «La fórmula para relativizarlo todo. Tal vez el universo entero sea simplemente la broma de un dios burlón que está pasándoselo en grande a nuestra costa».
Comprobará, lector, que deja que hechos presentes le conduzcan a otro del pasado. Viajando por tres continentes ha descrito su entorno geográfico y humano en círculos concéntricos; ha hablado sobre escritores vivos o extintos –se asoman Miguel Ángel Hernández, Luis Alberto de Cuenca, Ray Loriga, Luis Landero, Manuel Vicent, Luis Leante, Luis García Montero y una deliciosa Ana María Matute, entre otros-. Ha abusado de referencias literarias y cinematográficas. Y, ha asistido a muertes cercanas que le han afectado de un modo muy íntimo. «Aunque no era mi intención al empezar, he terminado escribiendo una suerte de autobiografía intermitente, a través de flashbacks. Semana tras semana hurgué en los recovecos de mi mente para extraer algo sustancioso». Ha «aprendido» -dice- a escribir de cualquier cosa. Lo que César González-Ruano llamaba «el artículo sin tema».