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Delibes: un hombre de palabra

«Les aseguro que la palabra y el lenguaje alcanzan a redimir y salvar a la persona del demoledor paso del tiempo»

Delibes: un hombre de palabra

El escritor español y periodista Miguel Delibes posa para un retrato. | Europa Press

«Delibes siente pasión por la autenticidad de la vida, y horror por la convención, la falsedad, la máscara social, afirmaba Julián Marías». Háganle caso, pues, al que no se considera hombre de letras, «mejor hombre de palabras». Al que afirmaba que emociones y sentimientos se crean y transmiten con palabras. Al que al pergeñar El camino descubre que se podía hacer literatura escribiendo sencillamente de la misma manera que se hablaba.  Al que pasó más de seis décadas siguiendo el rastro de las palabras y expresiones ajenas para encontrar las suyas. Todo esto y mas era el autor de Cinco horas con Mario y está en Los discursos de Miguel Delibes. Naturaleza, literatura y vida (Destino), un volumen con edición y prólogo a cargo de Ana María Martínez, que reúne los quince discursos que el autor escribió a lo largo de su vida. Pero, sobre todo, es un homenaje a quien fue un hombre bueno, a lo Antonio Machado: «Y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina /soy, en el buen sentido de la palabra, bueno», un español cumplido cuya vida y obra pervive. 

Todo preparado para marchar

No puedo evitar detenerme en la carta abierta que Miguel Delibes envía a la Universidad de Salamanca como agradecimiento al doctor honoris causa otorgado en calidad de ecologista. Con esa voz suya que no tiene edad y al mismo tiempo las tiene todas. Con un mensaje más vigente que nunca. Escrito en 2008, dos años antes de su fallecimiento, Un ecologista de vanguardia nace cuando a sus casi noventa años «creía tener todo preparado para marchar», sensación agravada por el recuerdo de la esposa fallecida, Ángeles de Castro, «mi equilibrio» y «el eje de mi vida y el estímulo de mi obra, pero sobre todas las cosas, punto de referencia de mis pensamientos», dejó dicho en su ingreso en la Academia.

Inciso sentimental e íntimo Ecologista de vanguardia, cuando viendo reducida su vitalidad,  «estaba acabado»,  descubre que ni su salud ni edad eran un problema y «si Delibes no podía ir a Salamanca, Salamanca iría a Delibes». Él, que nació naturalista, «como otros nacen rubios o morenos», ya experimentado, «cuando a los tres años cazaba grillos en los ribazos de Geria, con mi padre, que solía ponerlos sobre su calva, bajo el sombrero, para oírlos cantar en el viaje de vuelta». ¡Qué facilidad para conmover concediéndote el estatus de confidente con un mensaje hermosísimo: la capacidad de asombro de un hombre anciano con ansia incontenible de otorgar sentido a la propia existencia! 

Manuscrito original del discurso de ingreso en la RAE

Naturaleza 

Delibes hace llover cordura a su alrededor. Infancia, muerte, naturaleza y preocupación social, pero sobre todo Naturaleza y Literatura conforman los dos grandes conjuntos temáticos de los quince desde aquel primero pronunciado en 1975, en el acto de recepción en la RAE, más alguno inédito –Regenerar la humanidad, con motivo de la recepción del Premio Vocento a los Valores Humanos (1996)-: El sentido del progreso desde mi obra, Un hombre de aire libre y Un ecologista de vanguardia subrayan la protesta contra la destrucción de la naturaleza que la sociedad moderna lleva a cabo en aras del progreso: «Mis personajes son conscientes, como lo soy yo, de que la máquina ha venido a calentar el estómago del hombre, pero ha enfriado su corazón». Recuerden a Juan Gualberto ‘el Barbas’, de La caza de la perdiz roja: «Desengáñate, jefe, los hombres de hoy no tienen paciencia. Si quieren ir a América agarran el avión y se plantan en América en menos tiempo del que yo tardo en aparejar el macho para ir a Villagina».

¿Cómo sino pudo expresarse con tanta pasión en el diario de Lorenzo, el cazador?: «El campo estaba hermoso con los trigos apuntados. En la coquina de la ribera había ya chiribitas y matacandiles tempranos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guiparnos. Volvía tan reposada que la vi a la perfección el collarón rojo y las timoneras picudas…[…] Así, como nosotros, debió de sentirse Dios al terminar de crear el mundo». ¡Casi ná!

Literatura

¿Qué más anticipó Delibes en el discurso del Cervantes, Una vida vivida? Que la vida del narrador no es sino un continuo vivir vidas ajenas, «y no sólo cuando medita o escribe. Cuando pasea, cuando conversa, incluso cuando duerme, el novelista no se piensa ni se sueña a sí mismo. Está desdoblado en ‘otros seres’». Dejándonos un poso de melancolía, mientras echa la mirada atrás desviviéndose en tantos personajes. Por ello admiramos su léxico, ¡el buen léxico!, una constante en sus discursos como en sus obras: «Los amigos me dicen con la mejor voluntad: ‘Que conserve usted la cabeza muchos años’. ¿Qué cabeza? ¿la mía, la del viejo Eloy?, ¿la del señor Cayo? ¿la de Pacífico Pérez?». Lo unificador, eso sí, fue la denuncia de una sociedad  irracional con vistas a mejorarla. Y ahí entra el periodismo, más cuando, «la idea de Dios, y aun toda aspiración espiritual, es borrada en las nuevas generaciones mientras los estudios de humanidades sufren cada día en todas partes una nueva humillación». ¿Acaso no traza esbozos descriptivos el periodista que ambienta un reportaje? ¿qué diferencia hay entre un diálogo de una entrevista y el que se entabla en una novela?  

Portada del libro «Los Discursos» de Miguel Delibes.

Cercanía mediante la palabra, testigos de un tiempo

Siempre a la búsqueda de la voz humana, logra una proximidad singularizando a sus oyentes. Sin dejar de lado los tratamientos de respeto, introducía un ‘vosotros’ o un ‘vais a permitirme’. Me contaba Jesús Marchamalo, comisario de la exposición en la Biblioteca Nacional durante su centenario, como Delibes iba por los pueblos y grababa a los vecinos: «Hablaba con ellos de las faenas en el campo, de sus oficios, del nombre de los útiles que utilizaban a diario… Hay en su Archivo decenas de cintas de casete con esas grabaciones donde se mencionan palabras que hoy ya han desaparecido, y que quedan en sus libros como testigos de un mundo que ha dejado de existir». 

El pasar de los días

«El tiempo no lo cura todo, lo acostumbra, pero no lo cura». Tan obvio que me obliga a detenerme de nuevo en la carta a la Universidad de Salamanca. La fugacidad de la vida le obsesionó. Lo vimos durante la ceremonia de entrega del premio Cervantes (1994): «Hay personas que no comprenden que yo sienta al recibir este premio Cervantes un poso de melancolía. He visto crecer a mi alrededor seres como ‘el Mochuelo’ […] y un buen día, al levantar los ojos de las cuartillas y mirarme al espejo, me di cuenta de que era un viejo». La dureza inexorable del pasar de los días, «todo pasa demasiado rápido».

Todo Delibes, pues, vive en Los discursos. Su fino talento literario, su sensibilidad humana, su fabuloso dominio de la lengua rural y de las formas del habla coloquial de Castilla, además de la convivencia cercana, la amistad frecuente. 

Les aseguro que la palabra y el lenguaje alcanzan a redimir y salvar a la persona del demoledor paso del tiempo. Acójanse a su buena voluntad con estos versos, «recordar es obsceno, peor: es triste. Pero olvidar es morir», afirmaba Vicente Aleixandre.

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