'Flash Gordon' y 'El Príncipe Valiente', dos clásicos del noveno arte
Gracias a Dolmen Editorial, los lectores pueden recuperar dos de los cómics más importantes de la historia
Una larguísima trayectoria, aclamada por crítica y público, ha convertido a Flash Gordon y El Principe Valiente en dos series canónicas, cuya importancia se puede apreciar desde un punto de vista que está más allá del mundo del tebeo. Por una alquimia inexplicable, estas dos obras han trascendido el entretenimiento de masas y ya forman parte de la historia del arte contemporáneo.
Dos novedades en las librerías, Flash Gordon, de Al Williamson, y Príncipe Valiente. Los cómics de Dell, de Bob Fujitani, culminan el empeño de Dolmen, el sello que se ha ocupado de reeditar ambas series en volúmenes muy atractivos, prestando especial atención a las etapas menos conocidas por el público español.
El canon del cómic
Todo sucedió durante un periodo relativamente breve. Bastaron apenas cuatro décadas para que el tebeo estadounidense alcanzase el clasicismo artístico. Tras la aparición de The Yellow Kid (1895), de Richard F. Outcault, los periódicos acogieron obras tan influyentes y vanguardistas como Little Nemo in Slumberland (1905), de Winsor McCay, o Krazy Kat (1913), de George Herriman. Pero fue a partir de los años veinte cuando quedó claro que el género aventurero, en todas sus variantes, iba a impulsar de forma muy poderosa el lenguaje del cómic.
En 1929, Harold Foster (Halifax, Canadá, 1892-Florida, 1982), un ilustrador publicitario influido por el academicismo del gran J. C. Leyendecker, tradujo al cómic la creación más popular del novelista Edgar Rice Burroughs, Tarzán de los Monos. El estilo limpio, dinámico y delicado de Foster no tardó en cautivar a los lectores. Pero lo mejor aún estaba por llegar. En 1937, dio a conocer su obra maestra, El Príncipe Valiente en los días del Rey Arturo.
A medio camino entre la literatura caballeresca y el folletín de aventuras, este cómic nos presentaba a una inolvidable serie de personajes: Val, el príncipe vikingo que entra en la corte de Camelot; su amada Aleta, reina de las Islas Brumosas; el alegre e impulsivo Sir Gawain, y por supuesto, el rudo Boltar, otro vikingo que siempre permanece fiel al protagonista.
Varias generaciones se identificaron con el Príncipe Valiente. Los bellísimos escenarios, la magia y el romanticismo de la narración convirtieron a este maravilloso tebeo en uno de los tesoros del noveno arte.
La épica medieval de Foster no queda muy lejos de un subgénero de la ciencia ficción que ya triunfaba en la literatura: la space opera. Sus ingredientes habituales ‒princesas y paladines galácticos, viajes estelares y civilizaciones perdidas‒ son los que encontramos en Buck Rogers, cuyas viñetas dibujó Dick Calkins a partir de 1929. Aunque el trazo de Calkins no era el colmo de la finura, aquella historieta tan simple logró un éxito descomunal. Por descontado, la competencia no se hizo esperar. Alex Raymond (New Rochelle, Nueva York, 1909 – Westport, Connecticut, 1956) fue el encargado de dibujar en 1934 al gran rival de Buck Rogers: Flash Gordon.
Sus aventuras nos trasladan al exótico planeta Mongo, tiranizado por Ming el Despiadado, a quien hará frente el trío protagonista ‒Flash, su amada Dale Arden y el Doctor Hans Zarkov‒, junto a aliados como el príncipe Barin, rey de Arboria, o Vultan, que gobierna sobre los hombres halcón.
Mucho más memorable que el guión es el sensual dibujo de Raymond, cuyo naturalismo y texturas nos recuerdan a los grabadores e ilustradores del XIX. Como bien saben los aficionados, esta no fue su única obra maestra. La misma belleza plástica se advierte en su Jungle Jim (1934) ‒una respuesta al Tarzán de Foster‒ y en sus dos historietas de género policiaco: Agente Secreto X-9 (1934), escrita ‒¡ahí es nada!‒ por Dashiell Hammett, y Rip Kirby (1946).
Sin estos dos dibujantes, y a pesar del tiempo transcurrido desde su muerte, los amantes del cómic aún nos sentimos un poco huérfanos. Siempre nos quedará el consuelo de que tanto Foster como Raymond dejaron herederos. Cuando su creador tuvo que retirarse a comienzos de los setenta, El Príncipe Valiente fue dibujado por John Cullen Murphy hasta 2004.
Otro participante en la serie fue Bob Fujitani, el dibujante al que podemos admirar en Príncipe Valiente. Los cómics de Dell. Su trabajo fue circunstancial, paralelo al trabajo de Foster, y estuvo motivado por el afán que tenía el sello Dell Comics de adaptar a los códigos de la historieta el largometraje que rodó en 1954 Henry Hathaway, una versión del tebeo protagonizada por Robert Wagner (en la piel del príncipe), James Mason, Janet Leigh y Sterling Hayden.
«Reconozcamos todos que ponerse los zapatos de Foster es, directamente, imposible ‒escribe Rafael Marín en la introducción‒. Pero Fujitani cumple con creces y hace un buen trabajo. No plagia a Foster, aunque los expertos podamos rastrear en sus dibujos la alusión o la inspiración de algunas viñetas del gran maestro. Más allá de la adaptación de la película, son su continuación lo que nos llama la atención: con un estilo narrativo diferente, con una plantilla a veces demasiado reconocible de un número a otro (¡esos diálogos lisonjeros de la viñeta final!), las historias de este príncipe Valiente alternativo sí tienen en el fondo la misma épica y la misma sensación de lucha contra los elementos y los ejércitos enemigos que, en manos de Foster, con un mejor desarrollo de páginas, habrían sido buenas historias dominicales».
Tras la etapa dibujada por John Cullen Murphy, nuestro héroe siguió su andadura gracias a dos artistas excepcionales, el ilustrador Gary Gianni y el guionista Mark Schultz, que es otro dibujante de primera línea. Por cierto, la mejor obra de Schultz, Xenozoic Tales (1987-1996), también recibe una clara influencia del otro protagonista de estas líneas: Alex Raymond.
El lápiz que este último dejó caer cuando murió en 1956 fue recogido por sus continuadores al frente de Flash Gordon: Austin Briggs, Mac Raboy, y sobre todo, Dan Barry. A lo largo de varios volúmenes, Dolmen también nos ha permitido acceder a ese legado posterior a Raymond.
La nostalgia, como señala Marín en la introducción del volumen Flash Gordon 1948-1951 (2020), forma parte de esta experiencia lectora: «Estas aventuras tienen ya casi 60 años, que se dice pronto. Las leemos con todo el cariño y toda la nostalgia de quienes recuperamos con ella un trocito de nuestro pasado común, o nos asomamos por primera vez al mundo tal como era el mundo, y tal como eran los tebeos cuando ni siquiera estábamos aquí».
Por suerte para esos lectores a quienes interpela Marín, Raymond creó escuela, con alumnos tan prolíficos y originales como Frank Frazetta, Neal Adams, John Buscema o Al Williamson. Más allá de las fronteras estadounidenses, su estilo minucioso también se reconoce en otros tres genios, asimismo admiradores de Foster: el argentino José Luis Salinas y los españoles Emilio Freixas y Jesús Blasco.
Por razones sentimentales, dejo para el final a otro cultivador hispano del realismo y la aventura clásica, inolvidable para varias generaciones de amantes del cómic: el gran Miguel Ambrosio Zaragoza, «Ambrós», el dibujante de El Capitán Trueno (1956) y El Corsario de Hierro (1970).