La primera víctima de Jack el Destripador
Le dedicamos el último adiós de agosto a una desgraciada mujer: la primera prostituta que destripó el asesino Jack.
«He conseguido el dinero para dormir tres veces hoy, y las tres veces me lo he gastado». Estas fueron las últimas palabras que alguien le oyó a Mary Ann Nichols, conocida como Polly Nichols. Se las dijo a Nelly Holland, una anciana con la compartía cama en un miserable dormitorio colectivo. No hacía falta especificar en qué se había gastado los 4 peniques que el dueño del tugurio le exigía por pasar la noche allí, Polly era una alcohólica y esa adicción la había hecho ir cayendo cada vez más bajo.
Ahora, el 31 de agosto de 1888, con 43 años recién cumplidos, había tocado fondo. Polly procedía de una familia normal de trabajadores, gente modesta pero no pobre ni lumpen. A los 18 años se casó con William Nichols, un impresor, y empezó a cargarse de hijos, hasta cinco. Debía ser una vida muy dura, es posible que el marido le fuese infiel, el caso es que buscó alivio en la bebida, un recurso que en el siglo XIX, mientras el mundo se industrializaba y se enriquecía, provocaba estragos en la clase trabajadora.
«Según ella fue el adulterio lo que la empujó a huir de casa. Eso fue en 1880 y marcó el inicio de una caída en el abismo»
La crisis llegó con el quinto hijo, cuando el marido de Polly se lio con la matrona que había atendido el parto. Según él, lo hizo después de que Polly abandonase el hogar y los hijos. Según ella fue el adulterio lo que la empujó a huir de casa. Eso fue en 1880 y marcó el inicio de una caída en el abismo.
Al principio entró en una institución de caridad que ofrecía techo y comida a cambio de trabajar como limpiadora, pero se cansó, o quizá la expulsaran por sus borracheras. Su marido dejó de pagarle la pensión que le había fijado el juez, alegando que ella conseguía ingresos mediante la prostitución. Llegó a ser una sin techo, durmiendo al sereno en Trafalgar Square, a la vez que se iba rellenando una ficha policial a su nombre, con delitos menores como embriaguez, prostitución y desórdenes públicos.
Tuvo una oportunidad de redimirse a principios de 1888, cuando la trabajadora social que la atendía le consiguió un trabajo como criada interna en una buena casa. En una carta a su padre le explicó lo bien que estaba allí, en un entorno agradable con jardín y árboles, con un trabajo ligero. La familia la trataba muy bien pero eran, según explicaba en la carta, «religiosos y teetotallers», es decir, miembros de un movimiento muy radical que anatemizaba el alcohol. Debieron descubrir que Polly le pegaba a la botella, o simplemente ella se cansó de aquella vida abstemia, el caso es que a los tres meses abandonó la casa, cometiendo de paso un pequeño robo.
Tras ese paréntesis virtuoso a Polly no le quedaría más que un mes de vida, el de agosto, que pasó hundida en la incuria. No tenía casa, cuando lograba reunir 4 peniques compartía camastro con la vieja Holland, la mayoría de las noches las pasaba callejeando por Whitechapel, un barrio de pésima fama, buscando clientes que le pagasen unas monedas que se gastaba inmediatamente en las tabernas.
La última persona que la vio viva fue la referida compañera de cama, Nelly Holland, que se la encontró por la calle a las 2’30 de la madrugada del 31 de agosto, con una buena borrachera encima. Entonces le dijo la frase con que comienza este artículo. Poco más de una hora después, a las 3’40 para ser exactos, un transportista que madrugaba para ir a su trabajo vio lo que le pareció un montón de lona en un callejón llamado Buck’s Row. Un impulso le llevó a acercarse y entonces descubrió que era el cuerpo de una mujer, con las faldas levantadas por encima de las rodillas, lo que en la época era una indecencia.
«Tenía en la garganta dos profundos cortes que llegaban hasta la columna vertebral. Pero eso era solamente el aperitivo del horror»
Piadosamente le bajó las faldas y le tocó la cara. Aún estaba caliente, la habían matado hacía menos de media hora. El hombre avisó a un policía que hacía la ronda nocturna, y luego llegó el Dr Lewellyn, el forense, que en su primer examen dictaminó que la habían asesinado degollándola, pues tenía en la garganta dos profundos cortes que llegaban hasta la columna vertebral. Pero eso era solamente el aperitivo del horror.
En un carrito de mano se llevaron el cadáver a la morgue de Old Montagu Street, y solamente entonces un inspector de policía descubrió que había algo más que un degollamiento. El Dr Lewellyn volvió a examinar el cuerpo y encontró una auténtica carnicería. El asesino se había ensañado dando brutales cuchilladas en la vagina y el vientre de Polly, que tenía literalmente las tripas fuera. Al forense le había llamado la atención la poca sangre que había en el lugar del crimen, «como dos copas de vino grandes», lo que indicaba que el destrozo ventral se había realizado cuando Polly ya estaba muerta, y no había sangrado. Era un cierto alivio dentro del horror.
El Dr Lewellyn pensó que el asesino tenía ciertos conocimientos de anatomía, cierta pericia profesional para realizar aquellas brutales heridas, y calculó que le habría llevado cuatro o cinco minutos hacerlas. Era por tanto algo más que un homicida circunstancial que se pelea con una puta, llevaba una intención, y tenía la seguridad y la sangre fría suficientes para permanecer en el lugar del crimen un rato después de haber matado a su víctima. Sin aún saberlo, el Dr Lewellyn había trazado el perfil de Jack el Destripador, el asesino en serie más célebre de la Historia.
Historia y leyenda
El de Polly Mitchel constituye el primero de los llamados «cinco asesinatos canónicos» de Jack el Destripador. Este asesino múltiple no solamente ha merecido una constante atención de periodistas, escritores y aficionados al crimen, que ha dado lugar a un auténtico culto, sino también de los historiadores y científicos, que son quienes establecieron ese «canon» de cinco muertes sujetas a un determinado modus operandi. Para los menos rigurosos Jack el Destripador podría haber matado a once mujeres o más.
Sujeto de tesis doctorales, de innumerables novelas -existe incluso una de Enrique Jardiel Poncela, el genial dramaturgo español-, de películas y comics, se han desarrollado las más peregrinas teorías para dar una explicación a lo que no lo tiene: la extrema crueldad humana que, encima, se ensaña con unas víctimas cuya vida es ya tan espantosa como su muerte.
«Las posibilidades de ser agredidas, mutiladas o asesinadas en el ejercicio de su oficio eran muy altas»
El hecho de que, pese a la paranoia que se desató en Londres, hubiera prostitutas dispuestas a seguir haciendo la calle por Whitechapel, demuestra el profundo estado de necesidad de esas mujeres, a la vez de lo poco que valoraban sus propias vidas, para lo que tenían evidentes razones. Las posibilidades de ser agredidas, mutiladas o asesinadas en el ejercicio de su oficio eran muy altas, aun sin Jack el Destripador, y estaban asumidas con fatalismo.
Pero más atractivo que un estudio social sobre las condiciones de las mujeres de clase baja en la Inglaterra victoriana, resulta desarrollar una teoría conspiranoica, adjudicando la responsabilidad de los crímenes de Jack el Destripador a… la Familia Real británica, naturalmente. A partir de la publicación en 1976 de la novela Jack el Destripador, la solución final, la explicación de los crímenes de Whitechapel sería la eliminación de un grupo de muchachas humildes, que habrían sido testigos en la boda morganática del duque de Clarence, nieto de la reina Victoria y futuro heredero de la Corona, con la dependienta de una tienda del barrio de la que se había enamorado. Jack el Destripador era, por tanto, el cirujano personal de la reina Victoria.
El invento es tentador, pero es eso, invención. La terrible vida de Polly Mitchel que la encaminaba a una muerte espantosa como la que tuvo es, por desgracia, realidad histórica.