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Oppenheimer y la ignición de los cielos

¿Realmente es posible que una bomba nuclear pueda acabar con la vida en todo el planeta?

Oppenheimer y la ignición de los cielos

Escena de la detonación en la película Oppenheimer. | Amy Katz (Zuma Press)

«¡Es mejor aceptar la esclavitud de los nazis que correr el riesgo de bajar el telón de la humanidad!»Arthur Compton.

Durante el proyecto Manhattan, tan citado durante estos días gracias a la extraordinaria película Oppenheimer, de Christopher Nolan, el físico húngaro-americano Edward Teller planteó la posibilidad de que la Tierra fuese destruida como consecuencia de una explosión nuclear: ¿podría la elevada densidad de energía liberada por la bomba atómica inducir una cadena de reacciones nucleares de fusión y encender atmósfera y océanos, acabando con la vida en el planeta? ¿Sería el fuego robado a los dioses por el Prometeo Oppenheimer capaz de encender los cielos?

Al otro lado del Atlántico, Albert Speer, arquitecto del III Reich, ministro de Armamento y muy cercano al Führer, también planteó una pregunta similar al físico alemán y premio nobel Werner Heisenberg: ¿puede aseverarse con certeza que la fisión nuclear se mantendrá controlada, sin dar lugar una reacción en cadena? Speer escribió en sus memorias que «era evidente que a Hitler no le entusiasmaba la posibilidad de que la Tierra bajo su dominio pudiera transformarse en una estrella brillante». Heisenberg nunca se pronunció de manera definitiva al respecto, tal vez a sabiendas de que una respuesta afirmativa podría aliviar esos temores. Los nazis abandonaron tiempo después su proyecto nuclear Uranprojekt, dejando solos en la carrera armamentística a los estadounidenses.

El proceso físico planteado por Teller funciona gracias a las reacciones nucleares de fusión. En la naturaleza ocurren espontáneamente en el interior de las estrellas, gracias a la enorme presión gravitatoria. En la Tierra tienen uso militar y se está investigando cómo controlarlas para producir electricidad mediante dispositivos de fusión inercial, como la National Ignition Facility (NIF – EEUU), o de confinamiento magnético, como el International Thermonuclear Experimental Reactor (ITER – Francia).

Póster de Oppenheimer, película de Christopher Nolan
Cartel de ‘Oppenheimer’, película de Christopher Nolan. | Foto: Amy Katz (Zuma Press)

Expresado en un lenguaje algo más técnico, el mecanismo discurre de la siguiente manera: la detonación de una bomba nuclear de fisión genera ingentes cantidades de energía mediante una rápida serie descontrolada de roturas (fisiones) de los núcleos atómicos de uranio o plutonio. La energía así liberada calienta y presiona enormemente la materia circundante. Traducido a una escala microscópica, los núcleos atómicos del medio se aceleran y acercan entre sí, aumentando el número de sus colisiones y la probabilidad de que se unan (fusionen) entre ellos. Dado que la fusión de núcleos de hidrógeno (presentes en el agua) o nitrógeno (presentes en la atmósfera) genera más energía de la consumida, existe la posibilidad de sostener energéticamente una reacción de fusión en cadena. En otras palabras, la detonación de una bomba de fisión podría provocar la ignición una bomba de fusión termonuclear de dimensiones planetarias.

No es casualidad que Teller llegase a este razonamiento. Durante el proyecto Manhattan ya estuvo trabajando en el desarrollo de una bomba de fusión y, tan solo siete años después de Hiroshima y Nagasaki, Teller y Stanislaw Ulam vieron colmado su trabajo con Ivky Mike, la primera bomba de hidrógeno (bomba-H) fundamentada en un mecanismo parecido.

Un riesgo mínimo

La respuesta a la pregunta de Teller es aciaga, antrópica y trivial. Se han realizado más de 2100 test nucleares con bombas de fisión y fusión hasta mil veces más potentes que Little Boy (Hiroshima) y Fat Man (Nagasaki) y ¡aquí estamos! ¡El mecanismo no es posible! Aun así, la idea de que los científicos del proyecto Manhattan se hubieran jugado a los dados una extinción masiva continúa siendo perturbadora. ¿Fueron las mentes más brillantes de la época capaces de un experimento tan perverso? ¿Albergaron ciertas dudas sobre el desastre, como se da a entender en algunos medios de comunicación o en el cine?

En una entrevista (American Weekly, 1959) de Pearl S. Buck, Nobel de Literatura, a Arthur Compton, Nobel de Física y participante en el proyecto Manhattan, se recoge una inquietante conversación entre Compton y Oppenheimer sobre la posibilidad de generar reacciones de fusión con el hidrógeno oceánico o el nitrógeno atmosférico. De suceder, «la tierra se vaporizaría», advirtió Oppenheimer. «Exacto», respondería Compton: «Sería la catástrofe definitiva. ¡Es mejor aceptar la esclavitud de los nazis que correr el riesgo de bajar el telón de la humanidad!». Según cuenta Buck, a Compton se le encargó la tarea de realizar los cálculos y, si la probabilidad de producir el cataclismo superaba las tres partes en un millón, se detendría el proyecto. El valor obtenido por Compton resultó ser inferior y el trabajo continuó.

Sin embargo, parece que la historia real fue algo menos melodramática y puede que la personalidad de Compton y las dotes novelísticas de Buck exagerasen algo los hechos. Según documentos desclasificados del laboratorio de Los Álamos, la hipótesis de Teller fue sometida a un riguroso escrutinio científico y Hans Bethe, premio Nobel y director de la división teórica de Los Álamos, «hizo los números – se lee en el documento – y demostró que [la ignición de la atmósfera y los océanos] era imposible. Era una duda que había que responder, pero nunca fue nada, fue una duda sólo durante unas horas. Oppy cometió el gran error de mencionarlo por teléfono a Compton y este no tuvo el suficiente sentido común de callarse. De alguna manera, se coló en un documento que fue a Washington». A partir de ahí, la cuestión ha ido apareciendo de manera recurrente a lo largo del tiempo generando falsas polémicas. 

Una de las más sonadas acaeció en 1970, instigada por Horace C. Dudley, profesor de física de las radiaciones en el Centro Médico de la Universidad de Illinois. Bethe respondió a los temores de Dudley aseverando que «nunca hubo ninguna posibilidad de causar una reacción termonuclear en cadena en la atmósfera. Nunca hubo una probabilidad de poco menos de tres partes en un millón», como afirmó Dudley. «La ignición no es una cuestión de probabilidades; es simplemente imposible». Bethe, que también se mostró muy contrario al uso de armas nucleares, añadió que «es totalmente innecesario añadir a las muchas buenas razones contra la guerra nuclear una que no es cierta».

Así pues, la conclusión es que Oppenheimer y su brillante equipo nunca jugaron a la ruleta rusa con el planeta, al menos no de esta manera, y que las apuestas entre Fermi y sus colegas sobre si Trinity iba o no a destruir la Tierra no fueron más que una broma entre científicos, probablemente necesaria para aliviar la enorme tensión reinante sobre el éxito de la prueba. 

¿Desaparecerá entonces la polémica? ¿Aceptarán los futuros escribas y cineastas que sobre esto no hay nada que discutir? Sospecho que no. La historia es demasiado buena como para que deje de ser contada.

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