'The Secret Files of the Boy Scouts of America': el fin de la inocencia
El documental de Netflix es un testimonio valioso de negligencia ante los abusos cometidos en la organización juvenil
Scouts Honor: The Secret Files of the Boy Scouts of America es un documental durísimo de ver. Uno imagina lo que se contará, pero aun así, cuesta digerir toda la información. Habrá más de uno que detendrá la película ya sea por las lágrimas o las náuseas. Tal vez ambas. Sin embargo, es un trabajo que debe ser consumido y discutido.
Brian Knappenberger, reconocido por el impacto de diferentes documentales como La historia de Aaron Swartz. El chico de Internet o Los juicios de Gabriel Fernández, se encarga de esta historia de terror que describe y analiza cómo los pedófilos se aprovechaban de la falta de rigurosidad para contratar personal de parte de los Boy Scouts de Estados Unidos, para abusar de los niños y jóvenes. También sus consecuencias. Se dice con bastante regularidad que los monstruos habitan entre nosotros, este es un gran ejemplo de ello.
Knappenberger dirige con mucha elegancia un tema que en otras manos podría haber terminado en una explosión sensacionalista. El relato está orientado más que en dar detalles escabrosos, en explicar cómo se escondía la basura debajo del tapete de la organización, lo que incrementó una práctica que se pudo haber atacado rápidamente, evitando miles de agresiones e impidiendo que se arruinaran muchas vidas.
En The Secret Files sobrevivientes, informantes y expertos relatan los casos de abuso sexual que los Boy Scouts de Estados Unidos encubrieron durante décadas. Indigna cuando Michael Johnson, veterano investigador de la división de abuso sexual del Departamento de Policía de Plano en Texas, que fue contratado por la institución, cuenta cómo se ignoraban todas las recomendaciones lógicas. Incluso se evitaba aplicar normas simples para evitar gastos o simplemente para no incomodar a los financistas.
Un pequeño ejemplo: la organización mantuvo en secreto registros internos de masivos abusos por parte de voluntarios adultos. La información no se compartió con los padres, las autoridades ni nadie ajeno hasta hace poco. En 2020, después de que finalmente se hicieran públicos los llamados «archivos de perversión», los Boy Scouts se acogieron al Capítulo 11 de protección por quiebra para gestionar más de 82.000 denuncias de abuso, la mayor cantidad contra cualquier organización, incluida la Iglesia Católica.
Como es previsible, la razón principal del encubrimiento está asociada al dinero. Por el miedo a perder patrocinadores, se le pedía a las familias que no hicieran públicas las denuncias. En otros casos, los adultos y jóvenes agresores eran expulsados, pero como no se compartía información con las autoridades ni se hacían perfiles de los criminales, los pedófilos volvían a delinquir en otras ciudades. Un caso que demuestra la presión ejercida está relacionado con la expulsión de una familia mormona de su propia comunidad por apoyar al hijo que habló en voz alta de la agresión sexual.
No obstante, son los testimonios de los sobrevivientes, todos hombres (la aceptación de mujeres en la organización es reciente), lo que genera más angustia. Son personas que hoy en día, tras 30 o 40 años, empiezan a comprender qué fue lo que les pasó y por ende, apenas inician su proceso, con todo lo que eso significa. Otros no tuvieron esa oportunidad y decidieron acabar con el sufrimiento quitándose la vida.
El sitio que no es seguro
En los servicios de streaming abundan los documentales sobre abusos sexuales. Sin embargo, lo que diferencia a The Secret Files con otros trabajos parecidos es que al día de hoy no hay correctivos para evitar lo sucedido, aunque se ha hecho público. La Iglesia católica luce como revolucionaria en ese sentido, al compararla con los Boy Scouts de Estados Unidos.
Johnson, un hombre de apariencia afable que se ha convertido en uno de los principales denunciantes de esta realidad, lo dice de manera clara y contundente: «Los Boy Scouts de Estados Unidos no son seguros para los menores de edad». El expolicía decidió renunciar a cualquier pago de indemnización para trabajar por las víctimas y la prevención toda vez que comprendió que fue contratado como marketing debido a las denuncias existentes.
La historia tiene a otro protagonista, el exasesor de los Boy Scouts de Estado Unidos, Steve McGowan. Este hombre acepta las denuncias pero las relativiza. Niega que no se hayan tomado en cuenta las recomendaciones para evitar los abusos. Además, de manera muy astuta, las presenta como un problema nacional. Es decir, afirma que es algo que podría suceder en una escuela o dentro de la familia. No es así. Johnson, con pruebas en mano, deshace ese argumento, demostrando que sistemáticamente esta institución no sólo impidió que se investigaran los casos sino que además los Boy Scouts de EEUU son culpables de la perpetuidad del abuso.
Finalmente, Knappenberger le da voz a las víctimas. Esta es la parte más dura del trabajo audiovisual. Aunque es imposible comprender en su totalidad el dolor que sufren y el calvario por el que pasan o están pasando, los testimonios funcionan como advertencia de lo que no puede seguir pasando. El documental es militante y expone que es el momento de hacerle frente a un problema que el Estado no ha querido enfrentar con la autoridad que corresponde. ¿Las razones? El espectador las reconocerá al final de ver la película.