Alma Mahler: la mujer, la musa y la muñeca
La relación de Alma y Kokoschka dejó como fruto una de las obras maestras del expresionismo
Cuando Alma Mahler (1879-1964) falleció en Nueva York a los 85 años era una reliquia de un mundo desaparecido. El mundo de ayer, lo llamó en el título de sus memorias Stefan Zweig, otro náufrago de esa Viena esplendorosa que empezó a hundirse con el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro tras la Primera Guerra Mundial y fue definitivamente aniquilada por el nazismo.
La Viena del cambio de siglo, a caballo entre las postrimerías del XIX y los albores del XX, fue una de las grandes capitales culturales europeas: allí se gestó la Secesión (Gustav Klimt y compañía), el psicoanálisis de Freud, el periodismo radical de Karl Kraus, la música dodecafónica de Schönberg y sus discípulos; allí revolucionó la arquitectura Adolf Loos, creció el futuro filósofo Wittgenstein, escandalizó Arthur Schnitlzler con sus obras teatrales y novelas cortas, y escribió en sus cafés el excéntrico aforista Peter Altenberg (si entran en el Café Central, les recibirá sentado en una mesa, inmortalizado en una escultura coloreada de tamaño natural) . Y allí vivió, amó y atrajo la atención de todos como una abeja reina Alma Mahler. ¿Pero quién fue realmente esta mujer? ¿Una coleccionista de maridos y amantes ilustres? ¿Una musa? ¿Una femme fatale? ¿Una compositora con gran potencial cuya carrera se truncó porque la época no estaba preparada para aceptarla?
«La cinta se centra en un periodo especialmente intenso de la vida de Alma»
Proporciona un buen retrato de este personaje fascinante la recién estrenada Alma Mahler, la pasión de Dieter Berner (autor de un biópic previo sobre otra figura notable de este periodo: Egon Schiele). La cinta se centra en un periodo especialmente intenso de la vida de Alma: el final de su matrimonio con Gustav Mahler, la infidelidad y posterior matrimonio con el arquitecto Walter Gropius y la turbulenta aventura amorosa que mantuvo con el joven y enardecido pintor expresionista Oskar Kokoschka. Es en esta última relación en la que pone el foco la película.
Alma estuvo conectada con el mundo intelectual y artístico vienés desde la cuna. Su padre era el reputado pintor Emil Jakob Schindler, que falleció cuando ella tenía solo nueve años y le dejó una sensación de desamparo que acaso explique en parte su posterior obsesión por coleccionar genios. Carl Moll, discípulo del padre (y amante de la madre antes de que fuese viuda), se convirtió en su padrastro. Y a través de él, la joven Alma conoció al pintor y erotómano Gustav Klimt, con el que tuvo un escarceo amoroso cuando ella tenía 16 años y él, 34. No fue su único amante temprano; en aquel entonces se la consideraba la chica más hermosa de Viena.
Con 21 años Alma se casó con Gustav Mahler, que entonces tenía 40. Ella era una prometedora compositora en ciernes, pero él dejó claras sus condiciones: «¿Te das cuenta de lo ridículo y, con el tiempo, de lo extenuante que sería para ambos mantener una relación tan particularmente competitiva? […] Para que podamos ser felices juntos, tendrás que ser mi esposa, no mi colega». Ella trató de resistirse, pero acabó aceptando y abandonó sus ambiciones musicales. La obra que dejó es escasa y juvenil: dieciséis canciones líricas compuestas todas antes de los 21 años.
«Dejó acabada la novena sinfonía y se sumó a la legendaria maldición de la novena, inaugurada por Beethoven y a la que sucumbieron Dvorak, Bruckner y Mahler»
La película arranca en la etapa final de su matrimonio con Mahler y refleja muy bien algunos detalles biográficos absolutamente ciertos: durante una estancia en Nueva York, donde él estaba trabajando como director de orquesta en el Metropolitan, descubrió la infidelidad de Alma con Gropius, porque el arquitecto tuvo la maldad de enviar una carta dirigida a ella pero cuyo sobre iba a nombre de él (lo atribuyó a una confusión con el Mr. y el Mrs., pero la intención era desvelar al marido el affaire y precipitar la ruptura). Ante la noticia de que su esposa lo iba a abandonar, Mahler se desmoronó. Trató de recuperarla alabando su talento compositivo, que él mismo le había obligado a abandonar. Pero no hubo reconciliación posible porque Malher falleció poco después. Dejó acabada la novena sinfonía y se sumó a la legendaria maldición de la novena, inaugurada por Beethoven y a la que sucumbieron Dvorak, Bruckner y Mahler. El que rompió esa maldición fue el último gran sinfonista clásico, Shostakóvich, que llegó a componer 15 (¡cómo no iba a sobrevivir a una maldición si logró algo mucho más difícil: sobrevivir a Stalin!)
Como viuda de Mahler, Alma gestionó con mano de hierro su legado. Estuvo pendiente de que el estreno póstumo de la novena sinfonía se hiciera de acuerdo con las pautas marcadas por el difunto. Convenció a Bruno Walter, uno de los discípulos de su marido, llamado a convertirse en uno de los grandes directores de orquesta del siglo XX, de que tomara la batuta. Para los amantes de este periodo, en la película, además de Walter, también aparecen otras figuras como Adolf Loos y el bigotudo bohemio Peter Altenberg. Pero el centro lo ocupa la relación con Kokoschka, que se inició de una manera singular: el artista, además de pintar, se dedicaba también a la elaboración de máscaras mortuorias y se encargó de hacer la de Mahler.
Alma se debatió entre Gropius (con el que tuvo una hija, Manon, que falleció con 18 años de poliomielitis y a la que Alban Berg dedicó una de sus piezas más bellas, el concierto para violín A la memoria de un ángel) y el volátil y voluptuoso Kokoschka. La relación de Alma y Kokoschka dejó como fruto una de las obras maestras del expresionismo, el lienzo de grandes dimensiones La novia del viento (en el que aparecen los dos amantes y que actualmente está en el Museo de Arte de Basilea). Cuando ella se hartó de la volatilidad y los arrebatos de Oskar y lo abandonó, este tomo una decisión delirante: mandó construir una muñeca de tamaño natural con el rostro de ella, con la que acudía a eventos diversos. Hasta que se hartó y se deshizo de ella. Cuando la policía la descubrió entre la basura, la tomó por un cadáver real.
«Como Franz Werfel era judío, tuvieron que exiliarse tras el ascenso de los nazis»
Después -esta etapa ya no aparece en la película- Alma se casó con el novelista checo de lengua alemana Franz Werfel (que formaba parte del círculo praguense de Kafka y Max Brod). Como él era judío, tuvieron que exiliarse tras el ascenso de los nazis. Abandonaron Europa con la ayuda del periodista americano Varian Fry, que rescató a muchos intelectuales y artistas perseguidos a los que embarcaba en Marsella rumbo a Estados Unidos. Hoy Werfel está bastante olvidado, pero en su día fue un novelista muy exitoso, sobre todo con La canción de Bernardette (sobre los milagros de Lourdes), que en 1943 Hollywood llevó al cine. Los derechos de este y otros libros le proporcionaron mucho dinero a Alma cuando Werfel falleció en 1945 (de él les recomiendo una preciosa novelita vienesa que publicó aquí Anagrama: Una letra femenina azul pálido).
En su exilio neoyorquino, de nuevo viuda, Alma escribió sus célebres memorias –Mi vida-, que no son del todo fiables, porque retocó o borró algunos aspectos poco edificantes de su vida, como el entusiasmo por el nazismo y la admiración por Hitler, hasta que tuvo que salir huyendo con su marido judío para salvar el pellejo. Alma Mahler tiene no pocos puntos en común con su coetánea Lou Andreas-Salomé. Ambas son recordaras no tanto por la obra que dejaron, sino por las relaciones que mantuvieron con figuras muy relevantes del mundo de la cultura (en el caso de Lou Andreas-Salomé, fue discípula de Freud y amante de Rilke y Nietzsche). Pero ambas fueron algo más que musas: mujeres magnéticas, cultas, con inquietudes y ambiciones intelectuales, que escandalizaron, rompieron tabúes y vivieron sin complejos su sexualidad. Se adelantaron a su tiempo y hoy nos siguen fascinando.