«Veneradas y temidas»: una exposición para entender la femineidad a través de los siglos
El CaixaForum de Madrid acoge una exposición para entender el poder de lo femenino a lo largo de la historia
No por andróginas, geométricas o incluso barbudas dejan de ser femeninas. Es erróneo hablar estrictamente de mujeres refiriéndonos a esta exposición. Más allá de que primen la fecundidad, el deseo y las figuras esféricas, la muestra da fe de que la fuerza de la feminidad ha estado tradicionalmente fluctuando entre géneros. Un término, dicho sea, que menosprecia el valor real de las figuras e ídolos que representan a las grandes deidades creadoras de la historia de la humanidad…
Desde hoy hasta el 14 de enero, el CaixaForum de Madrid gozará de esta colaboración con el British Museum que, según la directora general adjunta de la Fundación La Caixa, Elisa Durán, «es un paseo por el pasado para comprender mejor el presente», aunque más parece un paseo por el pasado para indignarse mejor con el presente.
¿Por qué digo esto? Porque desde las figuras irlandesas que enseñan las vulvas convirtiéndonos en ginecólogos amateurs, pasando por las deidades hindús que te ponen los pelos de punta con sus lenguas felinas, la supermujer de los panteones deíficos ha sido cruel, bestia, aventada a la destrucción tanto como capaz de crear vida. Y parece, según nos expone Veneradas y temidas, que la cristiandad ha tenido el mal gesto de reducir el poderío femenino a una pureza manca de violencia. Nada que ver con el resto de los credos que nos rodean.
Creación, alumbramiento, dotación de vida… Antropológicamente, queda claro, la femineidad es adorada por su fecundidad y ese impagable sacrificio que es parir criaturas que mantengan nuestro monopolio telúrico. Así lo aclara, indirectamente, esta exposición donde no faltan las diosas del agua dulce, como Oshun, a quien conocí por los relatos de Pedro Juan Gutiérrez, o Vishnu (ser bigénero) que viene a demostrar cómo los indios y el multitasking son cosa atávica. Sus múltiples manos dan para pilotar un call center internacional con una única empleada.
Pero no sólo hablamos de exotismos orientales, claro. Aunque sea una gozada ver a la diosa/demonio mesopotámica Inanna -quien deja claro que deseo y guerra, pasión y muerte, van juntos de la mano como Hansel y Gretel-, lo helénico copa una parte del recorrido. Si los sátiros eran discípulos de Dionisio, poniendo por delante el pimple y el fornicio con el desparpajo de quien los entiende como el motor del mundo, las menades (discípulas) no se quedaban atrás.
Ahora, la Biblia llegó y puteó a las mozas (o su concepto) viperinamente, nunca mejor dicho. La serpiente es mujer, la manzana es mujer y, cristianamente, ¿qué hace el tonto de Adán? Caer en sus redes. ¿Tonto? Visto lo anterior, casi diríamos que listo, porque rendirse a la femineidad es sinónimo de libertad, de conocimiento, de placeeeeerrrrr. Al menos, visto el paganismo anterior.
De la exposición, las feminidades buenazas son un pelo previsibles. Pálidas y relucientes. Las malas, que coño, molan más. Taraka, ogresa hindú devoradora de personas (y fachada de la expo) encarna la mala baba vengativa y la pasión descontrolada. Rangda, reina demonio balinesa, encarna el equilibrio del mal y el bien. Una figura fascinante, negra y dorada, con piños que harían las delicias de un dentista si tuviesen que ponerle empastes, que confirma la peligrosa capacidad de las mujeres para tumbar el mundo.
En esta línea, resulta flipante China Supay, deidad boliviana y mujer de Supay; dios inca de la muerte. Ella, ojiplática y con gesto drogo-alocado, como recién zambullida en un mal tripi, se supone infunde a la lujuria e induce al pecado… Personalmente, diría que hay que estar tirando a zumbado -casi tanto como la mueca que presenta la figura- para querer darle un tiento a la tipa, pero sobre gustos no hay nada escrito.
Aunque puestos a hablar de brujas, es menester mentar a alguna viva. Por eso, entiendo, Marina Abramovic aparece en una multipantalla vestida con una anaconda haciéndole de bufanda y gorro. Oh, y la anaconda está viva, claro. La Abramovic o se la juega, o se queda en casa. Ya se intuye el tema de la mujer, la serpiente, la ciencia, el deseo… La serbia, por obvia, no deja de ser hipnótica en sus performances.
La exposición abarca varias perspectivas; cuidado y fecundidad, maldad y venganza, pero también justicia, aunque sea desbocada. Sekhmet, diosa leona egipcia, ha sido desde hace tiempo de mis historias favoritas. Hija de Ra, fue enviada a destruir a la pecaminosa e ingrata humanidad. Ra, arrepentido, intentó pararle los pies, pero esta diosa con cara de leona era como las Pringles: si hacía pop, no había stop. Así que Ra le dio un porrón de cerveza roja, y le dijo que era sangre. Sekhmet, pimpló cual germano en Canarias, y acabó calmada.
Kali, la clásica hindú, la mítica polibrazos, reina del multitasking antes citado, también tiene su puntito de justiciera. Dan ganas de tener un ídolo de ella en casa. Lo primero, porque es una mujer de armas tomar; fiera, sin mamonadas. Lo segundo, porque se supone que su violencia insaciable está destinada a destruir la ignorancia y guiar al conocimiento. ¡Amén, querida!
¿La conclusión? Una llamada a la compasión y la salvación. Ahí tenemos a Isis, en Egipto, y, claro, la Virgen María, en Occidente. Los cristianos, sin duda, sacralizamos la femineidad hasta su absoluta purificación. Bonito, divino para poner en pared, pero, honestamente, un poco coñazo (perdón por la expresión). Comparado con las deidades exóticas, se presenta un poco tediosa. Y de igual manera con Maryam, la María de los musulmanes, o Tara, la de los tibetanos.
Veneradas y temidas tiene sus puntos flacos. Una iluminación poco original y un recorrido que podía haberse explotado más… uhm, ¡milagrosamente! Eso no resta el interés de comprender la femineidad en torno a las figuras que la han representado a lo largo de los siglos. Los pasillos de esta exposición merecen ser recorridos. Bien sea para conocer la esencia de lo femenino, o para encontrar un tatuaje pistonudo para la espalda entera.