Adriana Ivancich, la aristócrata italiana que encandiló a Hemingway
La directora Paula Ortiz estrena ‘Al otro lado del río y entre los árboles’, inspirada en una novela del Nobel
Discernir cómo de real y cómo de ficticias son las cosas que se escriben ya es un reto en sí mismo. Cuando además un escritor trata del amor, que es de suyo una ficción doméstica, una construcción, el asunto se convierte en una casa de espejos. Y es difícil que uno salga sin un chichón. Dice Hemingway, en boca del coronel Cantwell, que «imaginarte las cosas ha sido tu oficio. Imaginarte las cosas mientras estaban haciendo fuego contra ti».
El Nobel imaginó su infancia en Oak Park, imaginó la guerra en Italia y el amor en cualquier parte del mundo. Lo vivió y lo imaginó. Lo recreó. Al frente de Al otro lado del río y entre los árboles, su penúltima novela publicada en vida, plantó una advertencia: «Vista la reciente tendencia a identificar los personajes de ficción con seres reales, estimo conveniente aclarar que en este libro no aparecen personas que no sean imaginarias». ¿Excusatio non petita, acusatio manifiesta?
Lo cierto es que, detrás de esa advertencia, sí se esconde un nombre real, una aristócrata italiana de 19 años que ilusionó al maduro Hemingway y, como mínimo, inspiró su obra más otoñal, que ahora encuentra acomodo en la pantalla grande.
Paula Ortiz, directora de La Novia, rodó Al otro lado del río y entre los árboles, con un reparto internacional, encabezado por Liev Schreiber y Matilda de Angelis, en una Venecia inusualmente vacía, en mitad de la pandemia, lo que contribuyó a recrear de manera más fiel la ciudad hacia la década de 1940 y dotar a la cinta de un «talante clásico y un aire añejo». Asegura Ortiz que la cinta, que se estrena el 11 de octubre en salas, narra «el encuentro de un hombre herido con una mujer joven que se ayudan a aceptarse a sí mismos conectando de nuevo con el centro de la vida y volviendo a ser profundamente humanos de nuevo».
Pasión
En la novela de Hemingway destaca la honestidad del autor, que se expone más que nunca, en el análisis de su vida y sus afectos a través de la historia de un coronel enfermo que revisita los escenarios en los que combatió en la Primera Guerra Mundial y experimenta una pasión imposible por la joven Renata: «Soy capaz de coger cualquier cosa a la que le tenga cariño y arrojarla desde lo alto de un precipicio, sin esperar siquiera a esperar oírla caer en el fondo», escribió el Nobel en este libro.
Renata es un claro trasunto de Adriana Ivancich, a la que Hemingway conoció en 1948, durante un viaje al Véneto junto a su esposa Mary. En la ciudad de los canales trabó amistad con el aristócrata Giancarlo Ivancich, que lo lleva de caza a su finca en Caorle. Allí conoce a Adriana, su hermana, una bella y distinguida chica que pasa a convertirse en una obsesión para el escritor. Con ella viajó a Cortina d’Ampezzo; ella visitó al Nobel varias veces en su casa de Cuba. Se cartearon durante años y la relación duró cerca de una década.
La voz de Renata, de Adriana, escribe Hemingway, le recuerda «el violonchelo de Pablo Casals». La joven lo encandila y apacigua, le hace alentar esperanzas. Pero el coronel Cantwell peina canas y está enfermo: «Te quiero, hija, pero no quiero tenerte». Los biógrafos del escritor norteamericano no se ponen de acuerdo sobre el alcance del romance en Ernest y Adriana. Durante mucho tiempo se consideró un amor platónico del escritor.
En 2018, Andrea di Robilant publicó Otoño en Venecia: Ernest Hemingway y su última musa y sacó a la luz una carta de 1956 en la que Adriana explicaba que su prometido «no quiere que te escriba más y no quiere que me escribas (…) Eso me ha hecho sufrir… y siempre me hará sentir triste… He probado todo (ya sabes cuánto te amo…). No hay palabras que puedan cambiar su opinión… Nunca pensé que podría haber un adiós entre tú y yo». Del propio Hemingway se conservan misivas que revelan una fuerte pasión: «Cuando estoy lejos de ti no hay nada que me importe… Te echo mucho de menos. A veces esto es tan malo que no puedo soportarlo». En cualquier caso, su relación fue, aunque sostenida en el tiempo, más eventual y epistolar que tangible.
Pérdida
La figura de Adriana aparece también en las evocaciones de El viejo y el mar, el libro que le valió el mayor galardón de las letras. A su vez, Adriana Ivancich, publicó un poemario en 1953 y en los años 80, con Hemingway fallecido, reveló en La torre bianca que ella era la Renata de Al otro lado del río y entre los árboles. La aristócrata se casó en 1963 con el conde alemán Rudolph von Rex.
Para Paula Ortiz, «ha sido un verdadero privilegio, como mujer del siglo XXI, poder trabajar y buscar en el texto de Hemingway y sus grietas, luces y sombras». Si existe una novela de Hemingway a la que podamos aplicarle categorías tan contemporáneas como la de la deconstrucción, ésa sería Al otro lado del río y entre los árboles, la obra más valorativa del Nobel en lo que respecta a su forma de relacionarse con las mujeres. En un párrafo memorable, el coronel Cantwell repasa su vida sentimental en combinación con el boxeo y la guerra: «De este modo -pensó el coronel- llegaremos al último round y ni siquiera sé el número de este round. Amé a tres mujeres y las perdí a las tres. Las perdiste lo mismo que pierdes un batallón. Por errores de juicio, órdenes que son imposibles de cumplir, bajo condiciones igualmente imposibles, y también por brutalidad. He perdido en mi vida tres batallones y tres mujeres y ahora tengo una cuarta, la más adorable de todas, ¿y en qué demonios parará todo esto?».
Parece claro que al amor otoñal de Hemingway existió, si bien a la manera trágica. Existió para extinguirse pronto. La experiencia, sin embargo, germinó en la novela más sentimental, dicho sin ánimo peyorativo, del Nobel.