'Bernard Tapie', la miniserie de Netflix sobre el auge y la caída del 'Jesús Gil francés'
Una de las figuras públicas francesas más relevantes de las últimas décadas tiene ya su particular biopic
Todos los países tienen a sus particulares sinvergüenzas. Gente sin escrúpulos y con principios volátiles. En España hay una larga lista de sinvergüenzas, algunos más famosos que otros. Uno que está bien arriba en esa lista es Jesús Gil, cuya vida y obra recuerda demasiado al auténtico protagonista que estas líneas. Hablamos de Bernard Tapie, el gran caradura de la Francia de los años 8o y 90 del pasado siglo. Él nos recuerda al exalcalde de Marbella por muchas razones. Por sus corruptelas, por su falta de escrúpulos, por su vínculo con la política y el fútbol, por sus incursiones televisivas… Aunque, eso sí, podríamos decir que Bernard Tapie fue un sinvergüenza un pelín más elevado que Jesús Gil. De hecho, llegó a ser ministro de la mismísima República francesa. Aunque por poco tiempo. Llegó, además, a ganar una Champions con el Olympique de Marsella, algo que no consiguió Gil con su Atleti.
Traemos hoy a colación a este empresario y político galo por el reciente estreno de Bernard Tapie, el biopic original de Netflix que repasa su vida, desde sus primeros años como fracasado cantante a su paso por la cárcel, pasando por sus momentos de gloria. Que estuvo en prisión no es ningún spoiler: así empieza, precisamente, esta miniserie de siete episodios. Desde el presidio. Es el relato del auge y la caída de una de las figuras públicas francesas más relevantes de las últimas décadas.
Laurent Lafitte, el faro de esta historia
Con el guión y la dirección de Olivier Demangel y Tristan Séguéla, dos creadores curtidos en la afamada comedia francesa, Bernard Tapie se ve con gran facilidad. Para los amantes del biopic, está bien salirse por un rato de las historias de ídolos globales para adentrarse en la vida de un señor del que no se sabe tanto fuera de Francia. Para los que hayan oído algo sobre este personaje, seguro que esta ficción les da más detalles jugosos para entender su trascendencia y su dimensión.
No cualquiera puede interpretar a Bernard Tapie. Hablamos de un hombre que fue un auténtico mito durante muchos años en Francia. Un hombre hecho a sí mismo, alguien que conoció las mayores bajezas para terminar entre la élite del país. Y, sobre todo, un personaje tremendamente mediático. Presentó programas de televisión y protagonizó numerosas apariciones en la pequeña pantalla, como el memorable (y bronco) debate que mantuvo con Jean-Marie Le Pen cuando Tapie arrancaba su carrera política. Precisamente porque no cualquiera puede interpretar a Bernard Tapie, el trabajo de Laurent Lafitte en la piel del protagonista es encomiable. Sencillamente lo borda y, lo que es más importante, lo hace sin caer en la caricatura. Un personaje a la altura de un intérprete importante en Francia, actor –además– de la reputada Comédie-Française. Si a eso le añadimos la estupenda caracterización del protagonista –reto ineludible en un buen biopic–, tenemos la dupla perfecta.
¿Bernard Tapie o nosotros?
Aparte de Laurent Lafitte, el resto del elenco hace un trabajo preciso y destacable. También lo es la labor del departamento de arte y la ambientación de las décadas. Pasamos de los años 60 a los 2000 en un corto periodo de tiempo, por lo que el esfuerzo por ser verosímil a lo largo de los siete episodios es titánico. Un buen trabajo de ambientación es fundamental para que un biopic funcione.
Precisamente ese corto periodo de tiempo para retratar toda una vida es uno de los puntos en contra de la serie. Pasa en este proyecto y otros tantos: quieres abarcar mucho en poco tiempo, por lo que por momentos el relato puede ser confuso. Si bien el trabajo de guión es bueno, hay muchas cosas que quedan fuera del marco argumentativo. Es algo inevitable, pero hay formas y formas de solucionarlo. En Bernard Tapie no siempre son las más adecuadas. Además, como todo en biopic que se precie, la línea entre lo real y lo meramente inventado se mezcla con frecuencia, lo que acrecienta esa confusión argumentativa. Más allá de esto, este relato de las miserias de un hombre fundamental se ve de una tacada. Y, sobre todo, se disfruta de una tacada.
El retrato de Bernard Tapie, con sus dichas y sus miserias, es a fin de cuentas un espejo ante el que reflejarnos. Muestra un defecto tan propio de la condición humana como es el de la corrupción. Una ambición desmedida que podríamos aplicarle a Jesús Gil, en España, y a tantos otros por el mundo. Es el reflejo de una época salvaje en la que casi todo valía, y un recuerdo de lo que realmente somos. Tropezaremos con la misma piedra un millón de veces, y un millón de veces vendrá un Bernard Tapie a convencernos de que es un hombre bueno. Un último apunte: la escena del último episodio, en la que debate durante un largo rato con el fiscal que investiga el caso de un amaño de partidos, debería enseñarse en las escuelas de cine, sí, pero también en las de derecho.