Empresas, periodismo y sátira: el estreno de Miguel Ors en la ficción
La novela ‘Petróleo’ desvela de forma amena muchas claves de la España anterior a la Gran Recesión
El tiempo todo lo cura, incluso los desastres económicos. Hace menos de veinte años, España era un país donde los rascacielos se alzaban como monumentos a la euforia económica, y los terrenos baldíos parecían desiertos de oportunidades a punto de florecer. En esos años de la primera década del nuevo siglo, los pelotazos inmobiliarios se multiplicaban más rápido que los memes en la era digital, y el país entero bailaba al son de un incesante get-rich-quick que se traducía, a menudo, en una mezcla de codicia, desenfreno y una pizca de locura. Hoy, con el beneficio de la perspectiva temporal, es posible mirar hacia atrás y contemplar aquella época no solo con incredulidad y algo de indignación, sino también con una combinación de diversión e ironía.
La burbuja inmobiliaria y todo lo que significó para España se ha convertido prácticamente en un capítulo digno de una tragicomedia, una cápsula de tiempo que retrata a la perfección no solo los excesos de una época, sino también a las élites económicas y políticas que dirigían el espectáculo, así como a los periodistas que teóricamente tenían que vigilarlo. Una especie de recordatorio de cómo el poder y la codicia pueden nublar el juicio y dar lugar a un desfile de decisiones descabelladas que, tarde o temprano, pasan factura. Y ese es precisamente el mundo que logra recrear el periodista y corresponsal económico de THE OBJECTIVE Miguel Ors en ¡Petróleo! (Gaveta Ediciones), una primera incursión en el mundo de la ficción que busca, a caballo entre la sátira, la novela y el análisis, informar y divertir al lector a partes iguales.
La trama del libro es en apariencia simple, pero también muy efectiva: una empresa española descubre petróleo cerca de la costa, pero su principal accionista decide ocultarlo en contra del criterio del CEO. Es ahí cuando entra en juego José Antonio, un periodista de investigación caído en desgracia que, gracias a una filtración y con ayuda de un periódico vecinal, intenta sacar a la luz un descubrimiento con profundas implicaciones económicas y políticas. Entre medias, van desfilando por las líneas de ¡Petróleo! desde nacionalistas con ínfulas hasta populistas latinoamericanos, pasando por ministros oportunistas y empresarios con pocos escrúpulos, que van conformando una divertida trama donde nunca se sabe quién asestará la última puñalada por la espalda. Hablamos con su autor sobre las ideas detrás del libro y el a veces difícil salto del periodismo a la ficción.
PREGUNTA.- ¿Por qué decidiste, tras tantos años escribiendo información y análisis, lanzarte al mundo de la novela? ¿Qué fue lo que te empujó?
RESPUESTA.- En realidad, el proceso ha sido el inverso. Yo quería ser novelista y la necesidad de ganarme la vida me empujó a escribir información y análisis, y quiero decir que no me encuentro en absoluto frustrado. Me lo he pasado muy bien siendo periodista, aunque no fuera mi vocación primigenia. Muchos gurús te dicen que los sueños hay que perseguirlos a sangre y fuego, que hay que quemar las naves y renunciar a cualquier plan B, pero yo no lo recomiendo. La mayoría vivimos en el plan B, en el C o en el D, y no se está tan mal. Y cuando persiste cierto reconcomio, siempre se le puede dar salida en los ratos muertos. Es lo que he hecho yo y el resultado ha sido ¡Petróleo!
«Construimos ficciones porque ordenan la realidad, porque le ponen un arriba y un abajo y la hacen inteligible»
P.- Como escritor novato, al menos en el ámbito de la ficción, ¿qué descubrimientos o aprendizajes destacarías que tuviste durante la creación de esta novela?
R.- La realidad lo admite todo, no necesita justificarse. La ficción debe, por el contrario, resultar verosímil y, a la vez, coherente, y no es sencillo, porque no son condiciones que se den simultáneamente en la vida. El mundo es bastante caótico. Esa es, de hecho, una de las razones por las que consumimos ficción. Durante la presentación de ¡Petróleo! recordé una cita del novelista Manuel Puig, el autor de El beso de la mujer araña y Boquitas pintadas. Decía Puig a propósito de su afición al cine que en el pueblo de la pampa donde vivía «la realidad era incomprensible y, sin embargo, las películas eran algo que se entendía muy bien. Yo en el cine entendía el mundo, en el pueblo, no». Me parece una explicación magnífica. Construimos ficciones porque ordenan la realidad, porque le ponen un arriba y un abajo y la hacen inteligible. Pero para ello debemos violentarla en cierto modo, porque lo inmediato es el desbarajuste y el caos.
P.- ¿Qué ha sido lo que más has disfrutado al escribir ficción en vez de análisis o ensayo?
R.- En los perfiles que he escrito a lo largo de mi carrera he procurado siempre meter detalles personales del entrevistado: por qué había decidido dedicarse a la economía o había montado un negocio, qué quería ser de niño, dónde estaba y qué pensó el día que tumbaron las Torres Gemelas… Pero luego tenía inevitablemente que volver a los asuntos técnicos, a la cuenta de resultados y el flujo de caja, a la balanza de pagos y la contención del déficit. Es decir, pasaba de la novela a los libros de texto y yo quería quedarme en la novela. Eso es lo que ¡Petróleo! me ha permitido.
P.- ¿Cómo has aplicado tu experiencia como periodista especializado en cuestiones económicas para crear el mundo de ¡Petróleo!?
R.- Nunca se me habría ocurrido escribir ¡Petróleo! si no me hubiera dedicado al periodismo económico. Cuando entrevistas a los empresarios de raza, te das cuenta de que son carne de épica, son los héroes de nuestro tiempo. La Grecia de Homero tenía a Aquiles y Héctor; nosotros tenemos a Elon Musk y Steve Jobs. Sus trayectorias se ajustan al famoso viaje de Joseph Campbell: la llamada de la aventura, la iniciación, las pruebas, la apoteosis final… La única diferencia es que al final no entran en el Olimpo, sino en la lista de Forbes.
P.- ¿Cuánto de real hay en esta sátira sobre la España de la burbuja?
R.- He tomado muchos elementos reales, pero como tú bien dices, los organizo en una sátira y, por tanto, en todo momento prevalece la intención humorística sobre los hechos. La España de la burbuja es sin duda el modelo, lo que cambia es la mirada. Hay quien la contempla desde la indignación, como Stephane Hessel; quien la contempla desde la fría objetividad, como Funcas o el servicio de estudios del BBVA, y quien la contempla desde la ironía. Esta última ha sido mi propuesta. La crítica permanece, pero te ríes.
P.- En este sentido, ¿cuánto de Miguel Ors hay en los diferentes periodistas que van apareciendo en la novela? Especialmente en el personaje de José Antonio, el periodista en torno al cual gira la mayor parte de la trama.
R.- Mi propósito inicial era contar las andanzas de José Antonio, un reportero acabado al que una vecina le pide ayuda para lanzar una gacetilla local. José Antonio rechaza la oferta (como sucede también con los protagonistas del viaje de Campbell, por cierto), pero luego accede, redescubre el buen periodismo y recompone su vida y su persona. Era un poco una fábula moral, pero entonces irrumpieron en la trama Monroe Stahr, que es un personaje turbio y cínico que alguna vez he utilizado en mis artículos, en especial en los de El Justo Miedo, y entre él y un constructor en estado de cabreo permanente, Jacinto Obregón, se adueñaron de la novela, yo creo que un poco para bien, porque a mí la épica, periodística o de lo que sea, se me da fatal. Además, parafraseando a los Beatles, lo que el mundo necesita es humor.
Respecto a cuánto hay de Miguel Ors en José Antonio, muy poquito. Yo no me he dedicado nunca a levantar noticias, he hecho sobre todo análisis, edición, reportajes, entrevistas… Los sabuesos como el protagonista de ¡Petróleo! siempre me han inspirado una profunda admiración, porque son la columna vertebral del periodismo.
P.- La novela se centra en un ficticio descubrimiento de petróleo en unas islas españolas y en las interacciones entre empresarios, políticos y periodistas. ¿Qué elementos reales de la época te inspiraron para crear esta trama?
R.- Si quieres que un relato sea verosímil, tienes que tomar elementos de la realidad, no solo física o social, sino económica y política. A mí la crisis de las subprime me fascinó no diré que desde el primer momento, porque en el primer momento no entendíamos nada, no sabíamos ni qué quería decir subprime… Pero la crisis me fascinó a medida que fui enterándome y, cuando pude hacerme una composición de lugar, me di cuenta de que era una tragedia clásica, con unos protagonistas que se dirigían ineluctablemente a su ruina y no necesariamente llevados por la ambición y la codicia, como los banqueros de Wall Street, sino animados por las mejores intenciones, como esos políticos que pretendían facilitar el acceso a la vivienda a gente que no podía pagarla. Nadie se libró del castigo, ni justos ni pecadores, ni tontos ni listos, ni siquiera el mismísimo Alan Greenspan, que pensábamos que era un Aquiles indestructible y acabó como Héctor, arrastrado al pie de las murallas de Lehman Brothers.
P.- ¿Por qué has decidido cambiar casi todas las referencias geográficas o políticas de la novela? Entiendo los cambios de nombres para crear pastiches de personajes que recuerdan a varios empresarios o políticos, ¿pero por qué no se llama a Canarias o Venezuela por su nombre?
R.- Porque no son exactamente Canarias ni Venezuela. Se parecen, sin duda, pero necesitaba libertad para introducir los elementos que me iba exigiendo la trama y, si me hubiera empeñado en una localización precisa, la habría tenido que traicionar antes o después y en las entrevistas me hubierais reprochado con razón: «Pero es que Canarias no es así» o «Eres injusto con Venezuela». ¡Petróleo! también está lleno de anacronismos. Forma parte de la licencia poética. En la medida de lo posible, no hay que dejarse atar a ningún marco, geográfico o temporal.
«La Gran Recesión abrió una herida muy profunda. Millones de ciudadanos se arrojaron en brazos de populistas»
P.- La distancia temporal puede permitir una mirada crítica más objetiva. ¿Qué aspectos de la burbuja inmobiliaria o la cultura del pelotazo consideras que todavía resuenan en la sociedad actual?
R.- Si me preguntas por aspectos morales, todos siguen resonando en la sociedad actual. La condición humana cambia poco. No creo que seamos mejores que nuestros padres, nuestros abuelos o nuestros bisabuelos. Ni tampoco peores, ¡ojo! La idea de la decadencia moral es tan vieja como, por lo menos, la escritura. Las tablillas cuneiformes de los sumerios ya recogen la queja de que los jóvenes solo piensan en los placeres y han olvidado los auténticos valores. Si eso fuera cierto, llevaríamos 35 siglos de declive y a estas alturas habríamos regresado no ya a la condición de chimpancés, sino a la de amebas.
P.- ¿Ha cambiado realmente España desde entonces? ¿O las personas que estaban en el poder siguen estándolo, aunque sea en otras formas y con otros nombres?
R.- La Gran Recesión abrió una herida muy profunda. Como sucedió en la década de 1930, millones de ciudadanos perdieron la fe en el mercado libre y se arrojaron en brazos de populistas que prometían tomar el cielo por asalto, como si algo así fuera posible. La idea de que se puede construir una sociedad perfecta mediante la aplicación de la razón y el método científico es una vieja aspiración de los ilustrados que reventó en mil pedazos contra el Terror jacobino, pero siempre hay un demagogo que te dice: «Ya, pero es que entonces falló esto o lo de más allá, y yo no voy a repetir el mismo error».
En condiciones normales de presión y temperatura, nadie presta atención a estos charlatanes. Son como los que echan las cartas en la televisión de madrugada: viven de la desesperación ajena. Pero el colapso del sistema financiero provocó, por desgracia, mucha desesperación, y ellos se han dedicado a alimentarla y atizarla, a convertirla en fría cólera. Ese es el gran cambio que aprecio yo entre la España de entonces y la actual. Pienso, de todos modos, que la mayoría de los ciudadanos están hartos de las protestas y el frentismo y han vuelto a reclamar gestión y consenso. Lamentablemente, los pocos indignados que aún quedan en las instituciones tienen la llave de la gobernación y eso impide que el ciclo de la rabia se termine de cerrar.
En cuanto a las personas que estaban entonces en el poder, ha habido bastante renovación. El PP ha cambiado no una, sino dos veces de liderazgo. En el PSOE apenas queda rastro de la vieja guardia. Y en el ámbito económico, la mortandad entre las entidades financieras ha sido espeluznante: las cajas prácticamente han desaparecido y los 60 bancos que operaban antes de 2008 se han visto reducidos a menos de una docena. Resisten, sí, Ana Botín o Florentino Pérez, pero incluso tras las extinciones masivas hay supervivientes.
P.- La sátira puede ser una herramienta poderosa para exponer la hipocresía y la corrupción. ¿Qué mensaje esperas transmitir a tus lectores a través de esta novela, si es que hay alguno?
R.- Es una pregunta muy difícil de contestar. La lectura es una experiencia muy personal y ¡Petróleo! seguramente diga cosas distintas a distintas personas… Si acaso, yo destacaría que el poder en una democracia moderna está muy repartido y esos personajes que pensamos que nos manejan como marionetas y siempre se salen con la suya distan de ser omnímodos y resultan a menudo patéticos.
P.- ¿Tienes planes de continuar explorando el mundo de la ficción satírica en futuras obras?
R.-: Están muy de moda las novelas históricas y el género negro, pero yo creo que el gran filón literario está en esos héroes schumpeterianos que son los grandes empresarios. Cada compañía de éxito tiene detrás una novela apasionante. Y luego está la política. Personajes como Pablo Iglesias o Pedro Sánchez están aguardando a su Balzac o su Galdós. Si ¡Petróleo! tiene éxito, igual me animo.