Fernández Soldevilla: «ETA dejó las armas derrotada, no porque se volviera demócrata »
El historiador habla con David Mejía sobre su experiencia investigando el terrorismo en España
Gaizka Fernández Soldevilla (1981) es Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco, y trabaja como responsable de Investigación del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Es autor de los libros Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra (1974-1994), La calle es nuestra: la Transición en el País Vasco (1973-1982), La voluntad del gudari. Génesis y metástasis de la violencia de ETA y El terrorismo en España. De ETA al Dáesh. Es coautor, junto a Raúl López Romo, de Sangre, votos, manifestaciones. ETA y el nacionalismo vasco radical (1958-2011), junto a Sara Hidalgo, de La unión de la izquierda vasca. La convergencia PSE-EE, junto a Matteo Re, de Storia del terrorismo in Spagna, y junto a Juan Francisco López, de Allí donde se queman libros. La violencia política contra las librerías (1962-2018). Ha coordinado con Florencio Domínguez Pardines. Cuando ETA empezó a matar, con María Jiménez, 1980. El terrorismo contra la Transición, y con Sara Hidalgo, Héroes de la retirada. La disolución de ETA político-militar. Ha ejercido de asesor histórico de la serie televisiva La línea invisible (Movistar, 2020).
PREGUNTA.- ¿Cuándo supiste que querías estudiar Historia?
RESPUESTA.- Dice mi madre que, de pequeño, cuando me preguntaba qué quería ser de mayor, respondía que lector. Me gustaba mucho leer. Pero como no pagan por leer, había que buscar otra cosa. En el instituto tuve varios profesores buenísimos que me hicieron enamorarme de la Historia. Menos mal que no tuve profesores tan buenos de Química, porque quizás hubiera tenido una vida muy distinta… pero pensé «quiero dedicarme a esto, quiero ser historiador», a pesar de todo el ambiente familiar que decía que no había que estudiar Historia, ni Periodismo, ni Filología… nada de letras, porque era abocarte al paro. Tenía que hacer algo útil, como ser ingeniero, o empresariales, o Derecho. Y yo dije que prefería hacer algo que me apasionara, aunque fuera a ganar menos dinero, y decidí hacer Historia.
P.- ¿Y cuándo te inclinas por la Historia Contemporánea?
R.- Cuando me di cuenta de que en Roma ya estaba todo escrito. Había cosas por hacer, pero no las que yo quería hacer. En cambio, en Contemporánea hay muchísimas cosas por hacer. Si miramos la Historia reciente de España, hay lagos enormes, vacíos enormes, de cuestiones que nadie ha estudiado todavía, y lo que se dice, lo que se cuenta, son mitos o falsedades que se han ido repitiendo durante décadas. E hice la tesis sobre Euskadiko Ezkerra, un partido que no había investigado nadie.
P.- Cuando haces la tesis sobre Euskadiko Ezkerra no sólo estás haciendo historia contemporánea de España, también del País Vasco. Entiendo que esto, en un ambiente de hegemonía nacionalista, tendría alguna dificultad.
R.- Efectivamente, ni la presión ambiental ni las facilidades son las mismas. No es lo mismo entrevistar a un etarra que a alguien que ha pasado la Guerra Civil. Había cierta hostilidad y de prejuicio. ¿Por qué estudias terrorismo y no estudias la represión franquista? ¿Por qué estudias terrorismo y no estudias la Guerra Civil? Pero alguien tenía que estudiar el terrorismo, y cuando empecé la tesis, casi nadie lo hacía. Estaban personas como Florencio Domínguez, Garmendia, Elorza, Cruz Cabregui…. Pero si algo condiciona la historia del País Vasco, y por extensión de España, en los últimos 40, 50 años, ha sido ETA, y no se estaba investigando.
P.- ¿Qué opinabas de ETA y del nacionalismo vasco antes de ser investigador? ¿Hablabas del tema con familia y amigos?
R.- Era un tema que no se hablaba, un tabú. De vez en cuando aparecía en el periódico que alguien había matado a alguien, que alguien llevaba escolta policial, pero no era un tema de conversación, se evitaba porque no sabías si iba resultar en un enfrentamiento, una ruptura en la familia, en los amigos… Vivíamos una normalidad desquiciada, porque había asesinatos, había violencia… Pero me parecía normal no hablar con mis amigos de política, me parecía normal que hubiera pintadas con nombres de personas a las que podías conocer o que alguien tuviera que ir con escolta policial, que alguien se tuviera que escapar, o que unos tipos se dedicaran a quemar autobuses o coches y que nadie les dijera nada. Tenían el control, no el control político, pero sí la hegemonía social. Me parecía normal, porque nos parecían todos normales. Me di cuenta de que no era normal cuando vine a Madrid a estudiar, y en los grupos de amigos se hablaba de política y no pasaba nada. Igual lo que me han estado contando durante veinte años, que Madrid es el foco del fascismo y del mal, no es tan así. Porque aquí son una democracia normal, pueden dialogar, tienen diferencias, pero las pueden debatir, y ahí, en el norte, no podemos hacerlo, vivimos totalmente enclaustrados, vivimos en silencio, vivimos fingiendo que todo es normal cuando no es normal, y aquí no tienen que fingir nada.
P.- ¿Entonces, tu interés por Euskadiko Ezkerra es simplemente científico o tiene un componente social?
R.- Coinciden las dos cosas. Por un lado es científico, me gusta la historia, me gusta conocer el pasado, porque nos explica dónde estamos ahora, pero también tenía una vocación social. Si había un tema importante para el presente del País Vasco era saber por qué había surgido ETA. Por qué ETA hacía lo que hacía, y luego por qué una parte de ETA había dejado de matar. En el caso de Euskadiko Ezkerra, estaba ligado a ETA político militar, que es un grupo terrorista que nace en el 74 y abandona las armas en el 82. Yo investigué este grupo porque me preguntaba por qué dejaron de matar en el 82, tras llegar a un acuerdo con el gobierno, y los otros no. Porque a la ETA militar que llega hasta 2018 se le ofrece lo mismo. Por qué unos deciden dejar de odiar y otros deciden seguir odiando, y matan a 700 personas más. Creía que mi investigación podía contribuir a la mejora de la sociedad: «Si sabemos cómo se deja de odiar, si sabemos qué mecanismos sirven para que esta gente deje las armas, igual se puede aplicar a otras circunstancias». Era muy idealista.
P.- ¿Cuál dirías que fue el hallazgo más llamativo de tu investigación?
R.- Algunos no fueron nada esperanzadores. Por ejemplo, las causas para dejar la violencia. Los polimilis dejan las armas, no porque haya reflexión moral sino porque no les funciona. Lo de convencer a los terroristas mediante un razonamiento moral no funciona, es algo más pragmático, que es lo mismo que ha pasado con ETA: dejó las armas porque estaba derrotada, no porque de repente se volviera demócrata. La investigación pura destroza ciertas visiones idealistas. ETA tuvo oportunidades para dejar las armas, como la de la Amnistía en el 77, tan cacareada ahora y tan tergiversada. Ahora hablamos de ley de punto final, pero en el 77 no era eso. En el 77 era «perdonamos a los franquistas, perdonamos lo que hicieron los republicanos en la Guerra Civil, perdonamos a la represión franquista y perdonamos a los terroristas para que puedan volver a casa y se acabe ETA». Y en vez de acabarse ETA, ETA mata más, porque piensa que si matando 40 personas hay amnistía, pues matando a 400 más habrá independencia. ETA tiene muchas oportunidades: después de la amnistía, el Estatuto de Autonomía del 80, el 82 con los polimilis, Argel… Pero ETA lo percibe como una debilidad del Estado, y esto le lleva a matar más. Otra cuestión interesante que observé es que los nacionalistas moderados y la gente de izquierdas vasquista pueden coexistir en un partido un rato. Pero luego eso se destruye, las dos almas se dividen, y los nacionalistas se van al PNV y los de izquierdas al PSOE.
«ETA mata más porque piensa que si matando 40 personas hay amnistía, pues matando a 400 más habrá independencia»
P.- Has subrayado un dato que me interesa: ETA mata mucho más en democracia que durante la dictadura. Sin embargo, mucha gente sigue considerando que ETA es una reacción antifranquista, y por eso le conceden cierta legitimidad.
R.- La propia ETA dice que es mentira. Lo reitera en sus publicaciones: «No somos antifranquistas, luchamos contra España. Franco es algo accesorio; cuando Franco no esté, seguiremos luchando contra España». Llegan a decir que si se proclamara la Tercera República, lucharían contra ella, porque no les importa la forma del Estado opresor. Quieren una frontera, la frontera étnica que separe a los vascos (también franceses y navarros) del resto, que no son como ellos. Los inmigrantes que vienen al País Vasco en busca de trabajo son colonos, invasores. ETA no es antifranquista. Es más, los miembros de ETA que intentar mostrar solidaridad con otros grupos antifranquistas acaban expulsados. Hay unos miembros de ETA que dan dinero a unos obreros de Granada después de una huelga y los otros, el núcleo duro, les llama españolazos por haber dado dinero a los granadinos. No son españoles, son enemigos. Franco era algo totalmente accesorio, incluso en el último grado, es positivo. No porque Franco haga cosas buenas para el País Vasco, sino porque la estrategia de ETA de acción-reacción, consiste en provocar la represión sobre toda la población vasca, y eso hace que aumente el número de nacionalistas. ETA funciona mucho mejor en la dictadura franquista que en una democracia. En la dictadura, la represión que hace es muy indiscriminada… para pescar un pez detiene a 100 personas, y, además, les maltratan. La represión es un elemento que cohesiona a la población en torno a esa causa. ETA quiso frustrar el proceso democrático. Toda la violencia que hay en la Transición tiene ese objetivo: provocar una reacción en los militares para frustrar el proceso democrático.
P.- ¿Dirías que ETA fue la gran enemiga del proceso de transición democrático de España?
R.- Tanto ETA como el golpismo, que además se retroalimentan. Porque el gran problema que tiene Suárez, la UCD y la oposición moderada, es que hay muy pocos demócratas. Una buena parte de la administración pública está contra lo que está haciendo Suárez. Y luego se encuentra a enemigos muy poderosos enfrente: ETA (en esta época de transición son tres grupos: ETA militar, ETA político militar y Comandos Autónomos Anticapitalistas). Y a la vez tenemos a los GRAPO, el FRAP, la extrema derecha… un montón de grupos. Pero la importante es ETA militar, que es la que más mata. ETA militar, en la transición, se da cuenta de que la estrategia de acción-reacción ya no funciona, porque es una democracia, la represión no va a ser igual, y el objetivo último de la esa estrategia es crear una guerra revolucionaria como Argelia o Cuba, y eso en España no va a pasar. Abandonan esa estrategia y adoptan la de la guerra prolongada: en vez de provocar la represión, vamos a matar policías, guardias civiles y militares. ¿Por qué? Porque así alimentan el golpismo; quieren que el golpe de Estado sea una opción real. Porque ante el miedo de tener un golpe de Estado, Suárez no va a tener más remedio que darles lo que quieren. Es un juego bastante peligroso: no quiero un golpe de Estado, pero quiero que esté a punto de suceder para que el gobierno caiga, y entre golpe de Estado o dar la independencia, elija la independencia. Y por otro lado, los militares, los policías y los guardias civiles están siendo perseguidos; consideran que Suárez es el gran felón, que ha traicionado lo que juró defender: el movimiento nacional. No es casualidad que Tejero fuera el comandante de la Guardia Civil de Guipúzcoa. Tejero sufrió a ETA en propias carnes, vio a compañeros enterrados y desde luego eso le influye, lo cual no quiere decir que el golpismo sea justificable. Pero el golpismo y el terrorismo se retroalimentan, y son los dos grandes peligros a los que se enfrenta Suárez. El gobierno acaba con el golpismo, pero no consigue acabar con ETA. Y Suárez es consciente de que la democracia puede volver a ser un paréntesis en la historia de España. La democracia sobrevive a pesar del golpismo y a pesar del terrorismo, pero es cierto que se lo puso muy difícil.
«El golpismo y el terrorismo se retroalimentan, y son los dos grandes peligros a los que se enfrentó Adolfo Suárez»
P.- En el año 1982, el PSOE llega al poder, y el año siguiente comienza a actuar el GAL. ¿Puedes explicarnos la distinción entre terrorismo de Estado y terrorismo parapolicial?
R.- El terrorismo de Estado, en términos de ciencias sociales, es el terrorismo que aplica el Estado en su conjunto, de una manera organizada y decidida, y nace en la Revolución Francesa. El gran terror, el terror jacobino, es un terrorismo de Estado pensado, diseñado y aplicado por todo el Estado para acabar con girondinos, monárquicos y la BND. También los juicios franquistas y posteriores fusilamientos, por ejemplo, o la URSS. Comparar eso con los GAL es hacer una burla de lo que fue el terrorismo de Estado. Además no lo hace peor ni mejor; se llama terrorismo parapolicial porque hay que hacer distinciones. En el caso de los GAL, está demostrado que hubo financiación pública, y el ministro del Interior y el secretario de Estado estuvieron implicados, pero el resto del Estado no. Una parte del Estado estaba haciendo algo ilegal, algo clandestino, algo punible y el resto del Estado lo investigó, los detuvo, los juzgó y los condenó. No es un terrorismo que haga el Estado, es un terrorismo que hace una parte del Estado contra el resto del Estado. Por tanto, yo creo que hay que diferenciarlo. En el 82 empieza el GAL, pero el GAL viene de antes, del terrorismo parapolicial. Ya a partir del 75 empieza a haber atentados en el país vasco francés de una manera más espontánea, desorganizada, que más bien son represalias ante atentados.
P.- ¿Estos son lobos solitarios?
R.- Los primeros, cuando no hay muertos todavía, son lobos solitarios, es decir, son gente que de una manera espontánea decide atentar. Probablemente algunos de ellos serían agentes policiales, que lo hacen por su cuenta y probablemente con sus superiores mirando hacia otro lado. Pero muy poco después, ya en 1977 y 1978, empieza a haber asesinatos. Esto es otra cosa, ya hay organización, son mercenarios, muchos de ellos de la extrema derecha: italianos, franceses, argentinos, contratados con fondos públicos para ir a Francia y matar etarras. Esto pasa antes de los GAL, ya está pasando en la transición. Claro, la diferencia entre este terrorismo parapolicial de la transición y los GAL, es que en el primero no hay una orden del Ministerio Interior, es algo que se está decidiendo a niveles medios: son policías o guardias civiles o gente del CESID que lo están haciendo por su cuenta, pero no son órdenes de arriba.
P.- ¿Qué papel juega Francia?
R.- Cuando ETA atenta en España, los comandos suben a Francia, y en Francia no se les toca. Tienen un refugio perfecto. Y los policías y guardias civiles creen que esta es la manera de lograr que Francia se implique. Entonces, tenemos la primera parte, en la Transición, luego un año o dos de parón, y en el 83 se reactiva con los GAL, ahora con los fondos del Ministerio, con muchos más atentados: del 83 al 87, hay 27 asesinatos de los GAL. Es una cosa bastante seria, y la idea es la misma: obligar a Francia a implicarse y acabar con la impunidad de los etarras. Pero cuando empiezan a actuar los GAL, ya es un problema francés. A la vez, el gobierno de Felipe González es visto como un gobierno más democrático que el anterior, porque ya no tiene ningún vínculo con el franquismo, y a partir de los años 80 la relación con Francia cambia, y Francia empieza a colaborar. Y ese es el origen del fin de ETA.
P.- ¿En qué momento el Ministerio del Interior decide poner fin a la guerra sucia?
R.- El GAL termina en 1987, cuando se dan cuenta de que eso no puede ser. Primero, porque es una chapuza. De las 27 personas que matan los GAL, el 40% no tiene nada que ver con ETA. Y luego, evidentemente, son crímenes, es una cosa ilegal e inmoral, que tensa las relaciones con Francia, porque Francia sabe quiénes son los responsables y presiona para que eso pare. Se decide que eso no ha sido una buena solución, y realmente no la había sido. Lo único que se ha conseguido es, primero, matar a 27 personasq ue no deberían estar muertas, y desprestigiar al propio país, porque los GAL van a ser un argumento buenísimo para ETA. A partir del 87 se decide hacer cosas mucho más útiles, como es dotar de medios humanos, económicos y técnicos a la policía y la Guardia Civil, e investigar antes de detener.
P.- Entiendo que la inteligencia ha sido también clave, pero para conseguir buena inteligencia hay que tener cierta autoridad moral.
R.- Autoridad moral, y también garantizarles que eso no les va a costar la vida. En los años 70 comienza una campaña anti-chivatos, por la cual cualquier persona que se relacione con un policía o un guardia civil es un objetivo. Cualquier persona es el taxista que le lleva, el camarero que le sirve o el quiosquero que le vende un periódico. Hay un caso de un sepulturero que está en un cementerio al lado del cuartel de la Guardia Civil. El sepulturero entierra a unos guardias civiles y habla con otros, porque está al lado. Y ETA le mata por chivato. Si el Estado no te garantiza que te va a proteger, ETA consigue lo que consiguió la mafia en Sicilia, la omertá. La confianza de la ciudadanía se tarda en conseguir, en la dictadura porque sería colaborar con el franquismo, y en democracia por miedo. Hay unos pocos que sí se atreven y lo pagan. Y eso también hay que reconocerlo. La gente que tuvo el valor de denunciar, la gente que tuvo el valor de hablar con la policía o la gente que tuvo el valor de que sus hijos jugaran con los hijos del policía, sabiendo que eso les podía costar la vida. A partir del 1992 hay un trabajo de inteligencia de la policía, de la Guardia Civil, y del CNI, mucho más lento, mucho más cuidadoso, que no da éxitos a corto plazo, pero sí a largo plazo. Y a partir de ahí, van infiltrando también gente dentro de ETA, van consiguiendo colaboradores, convenciendo a gente de que hable, cosas que antes no se hacía.
P.- ¿Tú coincides con la tesis de que en España se ganó la guerra al terrorismo, pero se está perdiendo la paz, en el sentido de que se está perdiendo el relato?
R.- Yo creo que se derrotó operacionalmente a ETA. ETA acabó por la policía, la Guardia Civil, el CNI, la legislación y el pacto antiterrorista. La propia ETA y su entorno llevan bastante tiempo intentando revender la derrota como si fuera una historia de reflexión moral, lo cual es mentira. Sí es cierto que están consiguiendo un altavoz, y sí se ha planteado una batalla por el relato, una batalla por cómo vamos a contar la historia del pasado. Vamos a contar la historia de ETA como un producto antifraquista, que se extiende un poquito y al final hace lo que debe, o vamos a quedar como un grupo terrorista que mata desde el principio. Lo primero tiene una presencia en medios de comunicación muy fuerte; se está vendiendo esa imagen de la ETA buena, la ETA romántica, la ETA blanca, y un mensaje que, para mi sorpresa, se compra por un sector político importante del resto de España. Pero, por ahora, yo diría que lo que está ganando no es ni la propaganda izquierda-abertzale, ni la versión de la extrema derecha, ni la versión de las víctimas; está ganando el olvido.
P.- ¿Qué opinas del documental de Jordi Évole con Josú Ternera?
R.- Yo creo que hay dos cuestiones diferentes. Una es si esa entrevista tiene la suficiente entidad como para ir al Festival de Cine de San Sebastián, que es una cosa tan emblemática. Me asombra un poquito que algo que es una entrevista casi televisiva, acabe ahí y acabe siendo protagonista del festival, eso me chirría bastante y habría que pensar por qué.
P.- ¿Por qué se eleva a producto cinematográfico?
R.- Es algo que no lo es, y que no tiene tanto interés, porque, lo queramos o no, los etarras han hablado en películas, en documentales, en series… llevan hablando 40 años, es decir, que no es algo novedoso, no es algo distinto. Josu Ternera estuvo en el Parlamento Vasco, en la Comisión de Derechos Humanos; era político, habló un montón, concedió entrevistas, no es nada novedoso. La polémica parece artificial, y quizás incluso buscada. Yo no veo ningún mal en que un terrorista hable ante la cámara, es decir, yo he entrevistado a muchos etarras y si pudiera entrevistar a Josu Ternera, lo haría. Eso sí, hay que entrevistarle bien, pero se puede hacer, siempre que no sea para blanquearle, elevarle y glorificarle, que no creo que sea el caso de Jordi Évole.
R.- ¿Qué opinas de la receptividad del Festival de San Sebastián, tan reacio a exhibir, por ejemplo, los documentales de Iñaki Arteta?
P.- Ha habido un claro sesgo en el Festival de San Sebastián, lo hay desde hace mucho tiempo, no es algo novedoso, como en otros ámbitos culturales del País Vasco. No es algo tampoco solo del Festival de San Sebastián. La cultura audiovisual no ha sido la más sensible con las víctimas de ETA, ni ha sido la que más ha protestado contra el terrorismo. No ha sido la más valiente contra el terrorismo. Por otras causas sí, y eran causas nobles y quizás tenían que hacerlo, pero con ETA, no. Es cierto que requería valor, y otros ámbitos culturales, por ejemplo, el mundo de la cultura escrita – autores, escritores, librerías- sí se han enfrentado. El cine ha ido un poco por detrás.
P.- Terminamos con la pregunta habitual. ¿A quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?
R.- Deberíais invitar a Abel García Roure, un cineasta maravilloso, creador de la serie La línea invisible (Movistar Plus).