Onimusha: los samurais también pelean contra zombis
El animé es una delicia para los que aman la figura de los extintos guerreros japoneses
He aquí el problema: no tengo la más mínima idea del videojuego que lo inspira, pero Onimusha, como animé, me ha sorprendido, aunque su trama ha resultado bastante familiar. Me explico: buscando qué ver para reseñar en estas líneas, me encontré esta sugerencia, y debo agradecerle al algoritmo de Netflix. La animación no está al nivel de la genial Arcane, pero por momentos se le acerca bastante. En cuando a lo de familiar: los combates y cierta manera de presentar a los personajes me recordaron al maestro Takashi Miike y luego me encontré con que es el director.
La premisa de Oimusha es realmente sencilla: armado con el legendario guante Oni que absorbe almas, un espadachín aúna fuerzas con una hermandad de samuráis para derrotar a un ejército de zombis sedientos de sangre. Ese legendario espadachín no es otro que Musashi Miyamoto (Akio Ôtsuka). Aquí, por su descripción física, hay un obvio guiño al actor Toshihiro Mifune (1920-1997), quien protagonizó clásicos como Yojimbo, Los siste samuráis y la famosa Rashomon, bajo las órdenes de Akira Kurosawa.
Es cierto que la serie responde al esquema de cualquier videojuego: enfrenta alcabalas con rivales menores hasta el cierre ante el monstruo más poderoso. Así, Musashi recibe un guante que absorbe la maldad y el espíritu de algunos demonios, al mismo tiempo que le ayuda a aumentar su poder. A algunos le recordará el usado por Thanos, sobre todo por los colores. En conclusión, el protagonista debe liberar a un pueblo que fue maldecido por los villanos.
En esta serie, los no-vivos, son apenas un pretexto. Están allí para hacer bulto porque hay cosas más importantes y peligrosas en el camino. De hecho es un gran acierto del guion el no detenerse en esto sino en la naturaleza de ciertos demonios y de Musashi. Al mismo tiempo se resalta las diferencias y poderes que distinguen al grupo de samuráis. Es en este último punto que se hace visible la mano del veterano Miike, dotando de gracia incluso al menos temible de los asesinos.
La idea del samurai cansado, honorable, que cumple con su deber, ha sido tratada a lo largo de la carrera de Miike. Pero este equipo que se une a Musahi recuerda de manera clara a 13 Asesinos, un remake en el que Miike le rendía homenaje a Kurosawa y al género. Es imposible no hacer un paralelismo entre la película y el animé, pues en la cinta varios samuráis son contratados para acabar con un hombre malvado. La misión es suicida, como también lo es en la obra animada.
Una extraña mezcla de animación
Sin embargo, tal vez la idea de hacer algo más grande de lo que debía, lleva a la producción a combinar diferentes estilos de animación que en alguno pasajes luce forzado. Es obvio que Netflix está apostando por sorprender a los más jóvenes. Sin embargo, queda la duda de cómo se habría visto Onimusha si se hubiera apostado directamente por el 2D. En algunas escenas sobra el efecto computarizado y le quita lo poético a escenas que lo pedían a gritos, como el combate final.
Eliminando lo anterior, esta serie que dura muy poco (20 minutos cada capítulo), es una excelente opción si te gusta el animé. Algunos la han definido como una versión de Resident Evil pero con samuráis. La verdad es que es mucho más. Si bien son apenas algunos trazos y no se profundiza, en Onimusha se tratan temas como la ambición y el desvío de la moral. Aunque no responde a la historia de Japón, también deja ver cómo la figura del guerrero que se regía por ciertos códigos era corrompida, lo cual derivaría en su extinción.
Mención aparte deben tener los combates. La cantidad de sangre y desmembraciones con espadas son un beso de chef tanto para los seguidores de los mangas, como para los fanáticos de videojuegos. Hacia el final, la imagen de un hombre sin manos ni piernas, luchando por su inmortalidad, es tragicómico; es una imagen que usa Miike para evidenciar la corrupción del alma una vez que se prueba el poder.
Hay imágenes muy potentes, desde el vinotinto de la sangre hasta el púrpura que se usa durante algunos combates, esto contrasta con los ríos cristalinos y el pacífico blanco de la nieve que vemos al inicio de la producción. Esto no es solo estético. La paleta de colores de Onimusha es un personaje en sí mismo.
Hacia el final, la serie gira hacia una pregunta clave: ¿la muerte nos deshumaiza? Si bien la respuesta no está muy bien desarrollada, la interrogante queda botando mientras el cierre deja abierta la posibilidad de una segunda parte que, al menos para quien escribe, valdría la pena ver.