Rebeca Argudo: «Irene Montero y Ione Belarra me parecen dos adolescentes enfadadas»
La periodista se sienta en el sofá de David Mejía para charlar sobre su primera novela
Rebeca Argudo es periodista. Es colaboradora de La Razón, medio para el que realiza entrevistas, reportajes y artículos, y también de THE OBJECTIVE, donde escribe columnas de opinión. En 2022 fue distinguida con el premio Pop Eye de Periodismo. ‘Los hombres tristes llevan abrigos largos’ es su primera novela.
PREGUNTA.- Rebeca Argudo, bienvenida. Todos los hombres tristes llevan abrigos largos es tu nueva novela.
RESPUESTA.- Una novela contra todo pronóstico. Ahí está. Aunque hay que aclararlo porque me han reñido muchos hombres con abrigos largos insistiendo en que no son tristes, pero apelo a la literalidad, en este caso, del título. Que diga que todos los hombres tristes llevan abrigos largos no significa que todos los que llevan abrigos largos sean tristes.
P.- Aunque ofender a los hombres tristes tampoco es un riesgo en esta sociedad…
R.- A parte, creo que era el último colectivo que quedaba por ofender, porque me parece que no me he dejado ninguno en todos estos años escribiendo. No porque lo haga adrede, sino porque debo de tener ese superpoder.
P.- ¿Qué relación hay entre el abrigo largo y el hombre triste?
R.- Creo que es que la tristeza nos hace pequeñitos, pero físicamente, no solo emocionalmente. Por la razón que sea, no lo tengo comprobado. No es algo empírico que haya ido midiendo gente triste y comparándola con su medida anterior cuando se hallaba en la felicidad retozando. Siempre me da la sensación de que la tristeza nos hace pequeños y cuando estoy triste el abrigo también me viene más grande de lo que me venía antes. Si te fijas, hay muchas referencias en la literatura, hay muchas referencias en canciones, en fotografías… Acuérdate de la foto de James Dean andando bajo la lluvia, con el abrigo. Ese abrigo no le queda corto, le va largo. En libros como El Colgajo, cuando él se recupera de algunas de sus operaciones tras el atentado en Charlie Hebdo, se pone su abrigo y le viene largo. Y el libro se abre con una cita de Umbral en la que dice que que Machado decía que no elegíamos a nuestros amores y él sostenía que tampoco elegíamos nuestros abrigos y entonces habla de lo largo que le venía a él el abrigo en su primer invierno en en Madrid.
P.- ¿El título siempre fue este?
R.- El título empezó siendo este y además fue antes que la novela. Primero fue el título y luego fue la novela. Luego el título cambió, se hizo más corto, luego se hizo otra vez largo, después pensé que era mejor llamarla de otra manera. Ha ido dando vueltas y luego, finalmente, en un ataque casi de niña mimada y caprichosa, pensé se va el titular así y me da igual que cuando la gente lo acabe me diga que no tiene nada que ver.
P.- Los columnistas llegan a la novela de maneras muy diferentes, ¿cómo llegaste tú a la novela?
R.- Creo que a la novela se llega, independientemente de a qué te dediques, por diferentes caminos. El que trabaja de estibador portuario y tiene vocación literaria escribirá en sus ratos libres. Es verdad que nosotros como escribimos y estamos ahí y se nos ve, pues pues es más fácil que un editor, después de leer ocho columnas, diga «pues voy a proponerle a ver si quiere». A mí me surge así, por una propuesta. Es muy impopular que se reconozca abiertamente que te ofrecieron escribir una novela y que sea un encargo. Yo estoy muy orgullosa. Por un lado, de que alguien haya leído algo mío y haya pensado que puedo hacer otra cosa diferente en un registro diferente, aunque trabaje también la palabra. Estoy muy orgullosa porque es que de otra manera yo no lo habría hecho porque a mí no se me habría ocurrido sentarme después de haber estado trabajando, escribiendo todos los días, volver a sentarme a escribir, a inventarme una historia y además tener la fuerza de voluntad de poner una tras otra hasta que tienes llenas 250 páginas. Después de eso, ir a llamar a una editorial a decirle oiga, a usted léase estas 250 páginas que he escrito… si no hubiera sido un encargo pues no estaríamos ahora aquí.
P.- ¿Cómo pasa la novela hipotética que te proponen a convertirse en esta novela?, ¿tú tenías ya alguna historia en la cabeza?
R.- Creo que tenemos siempre todo, sobre todo los que trabajamos escribiendo porque la actualidad es una cosa fascinante. Es que pasan cosas que no te las crees. Entonces detrás de todas hay una historia que tú no puedes dejar de inventar. Lo que pasa es que son historias que vamos desechando porque enseguida nos entra la siguiente. Enseguida está el siguiente encargo, la siguiente columna por entregar, el siguiente reportaje por hacer. Gracias a esta profesión he podido hablar con mucha gente muy interesante y he podido conocer historias flipantes o con mentes privilegiadas, las historias me atropellan constantemente. Entonces cuando me proponen escribir la novela, el primer impulso es irremediable decir «tengo que contar algo extraordinario». Pero claro, la ficción es inabarcable, sobre todo para alguien que a lo que está acostumbrado a trabajar es la realidad, o me da esa sensación o esa ha sido mi experiencia. De pronto me di cuenta de que aunque la herramienta que es la palabra, era la misma, lo que es la materia prima, que sería la ficción… es tan distinta a la realidad, me parece inabarcable. De pronto, tenía que inventarme una historia, tenía que ser asequible a mis limitaciones, tenía que darle la vuelta a mis limitaciones para que jugaran a mi favor, entonces me hice un poco de trampas al solitario. Fue también una lección de humildad, coger, parar y decir ostras, vale, es tu primera experiencia en ficción, no vamos a hacer el ridículo siendo cómodos y manteniéndonos en nuestra tierra firme, pero tampoco nos pasemos de idealistas y queramos de pronto dar aquí el campanazo.
P.- ¿Qué ventajas te ha dado tener tanta experiencia como columnista a la hora escribir novela y qué desventajas se te han presentado?
R.- La ventaja que se pone palabras una detrás de la otra con cierta gracia porque gracias a ello tengo un vocabulario más o menos amplio que me permite poder afinar lo que quiero decir.
P.- Sabes trabajar con palabras.
R.- Esa parte la tenemos controlada. Entonces no me daba miedo no escribir bien. Creo que soy capaz de cerrar las subordinadas y utilizar más o menos las palabras y decir lo que quiero decir. Aparte, no me daba demasiado miedo. Lo que me daba miedo era que al acabar el libro quien lo leyese no dijese me ha hecho perder el tiempo. Tampoco se trataba de contar la gran historia, porque creo que ya están todos los grandes temas contados, pero no de ahora, ya nos los contaron en la mitología clásica. Entonces lo único que hacemos es reinterpretar una y otra vez con las claves. Me interesaba mucho hacerlo desde las claves actuales, es decir, no tener este momento de «Dios mío, tengo que escribir bien y para escribir bien tengo que escribir como Unamuno». Oye, no. Estamos en el siglo que estamos y ya no nos alumbramos con candiles, ya no nos mandan telefonemas…
«Si me inventaba un personaje absolutamente ajeno a mí me iba a resultar muy difícil mantener esa voz porque era mi primer ejercicio de fabulación»
P.- ¿La desventaja entonces surgiría del formato?
R.- Eran todo desventajas. Porque claro, estoy acostumbrada a escribir sobre la realidad, sobre temas que aunque los elija están ahí y entonces es muy fácil recurrir a ellos. Los datos están ahí y los trabajo fácilmente. Es un formato muy corto y al que estoy muy acostumbrada. O sea, yo sé decir cosas en 600 palabras o 900, pero de repente decirlas en 250 páginas… es que esa historia te la podría haber contado en 600 palabras. Entonces, dilatar eso, extenderlo, pero no hacerlo con trabajo de aliño, sino que cada cosa dijera cosas del personaje, de la historia, que fuera necesario que no hubiese un relleno de simplemente para esponjar aquello… Eso era una desventaja. También era una desventaja que yo el feedback lo tengo rapidísimo. Mandó hoy la columna, mañana se publica y yo ya sé si se quieren casar conmigo, me quieren matar, puedo salir a la calle, me van a tirar piedras o voy a tener el mail lleno de amenazas. Entonces, el hecho de que el plazo en lugar de hoy para mañana, fuera de aquí a año y medio… Todo eso, todo eran desventajas. Estaba insegura porque no sabía si lo que había escrito estaba bien recibido, quiero decir, no bien de bien escrito, no estaba ese feedback inmediato. Era como estar haciendo una cosa completamente nueva.
P.- ¿Qué tema dirías que está reformulado?, ¿cuál es el tema de tu novela?
R.- En realidad, cuando me han preguntado eso, siempre digo el amor y del desamor, aunque también habla de la lealtad, de todos estos grandes temas que al final son los que están implícitos en casi todas las historias. Pero en realidad de lo que habla es de mi obsesión por los cambios, que es una cosa que detesto. Entonces, todo lo demás, todos esos grandes temas, son los que me permiten al final hilar una historia que es que por empeñarme en que las cosas no cambien, porque detesto que cambien, soy capaz de hacer cosas que llevan a que cambie absolutamente todo, a poner patas arriba mi vida, la del de al lado, la de más allá.
P.- Entonces, el tema es genérico tradicional, tiene que ver con el amor y el desamor, pero tu obsesión particular es el miedo al cambio.
R.- Le tengo absoluto terror. Ese miedo al cambio, en realidad, de lo que habla, creo, cuando lo he ido pensando, porque una manera u otra las he pensado, lo que me doy cuenta es de que ese pánico al cambio, en realidad de lo que habla es de esa dicotomía que hay en la vida en todo momento. Estamos todo el tiempo amor y desamor, tristeza y felicidad. Todos son cambios constantes de un lado a otro y al final eso es la vida. Al final acaba además en que te mueres. Que es otro gran cambio y además sin solución de continuidad. Entonces, a mí eso que me parece fascinante, que me alucina, que no puedo quitármelo de la cabeza porque siempre estoy pensando en esos términos, al mismo tiempo me genera una incertidumbre que llevo muy mal y que me hace hacer cosas complicadísimas para evitar todas las pequeñas transiciones de la vida.
P.- El libro está narrado en segunda persona.
R.- El libro es epistolar, o sea, es una carta a una persona, entonces el lector está todo el tiempo recibiendola. Te coloca desde el primer minuto en la postura de que eso está escrito para ti y entonces lo recibes de esa manera.
P.- La tensión del libro viene del cómo hemos llegado aquí.
R.- Que sería también otra obsesión por mis cambios. Quiero decir, porque a mí, por ejemplo, las primeras citas me inquietan en el sentido de que llegaría y besaría para quitarnos ya esos nervios. Solucionemos esto que a mí me inquieta, entonces lo solucionamos por la vía de urgencia. Pues esto es igual. Empieza un libro contando el final para que nos quitemos de encima esa tensión y ya puedas relajarte y leerlo tranquilamente.
P.- ¿Siempre supiste que ibas a hacer una novela estaría relacionada con el amor?
R.- En realidad, no. Lo que quería era hacer contestar una pregunta que me rondaba la cabeza y con la que había hecho mucha broma con los amigos más cercanos. Llevaba mucho tiempo pensando que estoy saturada de autoficción porque se ha puesto de moda y entonces decía ostras, primero, a mí no me interesa nada, me aburre bastante, pero es un gusto personal, entonces a mí no me gusta la autoficción, me aburre, la leo por obligación. Además pensaba: es que la autoficción cuánta ficción admite hasta que deja de ser autoficción. Porque para mí es como si te hicieras la foto saliendo guapa y descartaras a todas las malas, pero sin llegar a ser decía cuánta ficción puedes estar llevando hasta que al final ya te has salido del género. Entonces dije, pues vamos a jugar con esa idea. Así que lo del amor es tangencial, como lo son las emociones. Quiero decir, no tenía un especial interés por hablar de emociones, pero era la manera que tenía de poder armar la historia que quería contar, con la estructura que quería.
P.- ¿Estás satisfecha con el resultado?
R.- Estoy satisfecha, aunque no lo he releído. La última relectura que hice fue la última de corrección para ir a imprenta. Le di el ok contenta, esto lo puedo firmar, me gusta, no me voy a avergonzar del libro. No sé lo que pensaré dentro de dos años porque no he leído columnas de hace dos años, porque si una columna de hace dos años es probable que la escribiese de otra manera, que quitase frases, que cambiase comas de sitio o que la aligerase, pues supongo que dentro de dos años, cuando lea esto… pero ahora, en este momento, estoy contenta y eso era una cosa que me preocupaba bastante.
P.- ¿Y tienes ganas de escribir otra?
R.- Sí, la verdad es que me ha dado ganas y de hecho ya le estoy dando vueltas a una historia que me viene y me va y ya tengo pensada la estructura y todo, pero sería otro registro completamente diferente, quiero decir, ahora me lo tomo casi como un juego. Como si le hubiesen dado a un niño un montón de piezas de colores, con ésta he montado una casita, pues ahora me apetece montar otra cosa diferente, no sé, un hangar de aviones o una cabañita. No sé lo que será, pero estoy pensando en otra cosa. O sea, esta ha sido un poco una gamberrada que me han permitido hacer en Harper Collins y que estoy muy contenta porque me lo he pasado pipa.
P.- En tus columnas tienes un sentido del humor muy característico, ¿este sentido del humor está también en la novela?
R.- Está en la novela, pero me sale casi sin pensarlo. No es que piense: aquí voy a meter la pildorita de humor, ahora toca hacer una coña. En mi vida el humor está siempre presente, no lo puedo evitar, es mi válvula de escape para llevar bien según qué situaciones o para descargar según qué tensiones. Habrá otros que lo harán de otra manera. Para mí sin pensarlo y sin hacerlo conscientemente, es el sentido del humor y me encanta tener cerca a gente que tiene sentido del humor. Solo me he cruzado con dos personas sin sentido del humor y me resultó una experiencia abrumadora, quería salir de allí como fuera. Así que a mí me gusta el sentido del humor, no puedo evitarlo. Hay temas en los que obviamente no puedes hacer humor, pero es que directamente no sale, no hay manera de hacerlo. Pero precisamente porque existen esos temas que no hay manera de tomarse en broma, creo que todos los demás estamos obligados a tomárnoslos lo más a la ligera que podamos, porque es que hay otros que irremediablemente hay que tomárselo en serio. En política muchas veces hay que usar la sátira. Podemos llegar a decir cosas que en serio serían muy duras de decir. Yo he dicho cosas con una imagen un poco humorística, construyendo con una referencia que si la formulase de manera literal podrían denunciarme. Es una técnica para poder decir cosas libremente.
P.- Hay personas que cuando crean algo nuevo tienden a distanciarse de los temas o formas que usaban habitualmente, ¿a ti te ha ocurrido?
R.- Yo me he hecho trampas en esta novela. Primero, porque es mi primera novela, yo no había escrito nunca ficción y sé cuáles eran mis limitaciones. Entonces a esas limitaciones tenía que darles la vuelta y convertirlas en que fuesen mi punto fuerte. Sí que he cogido cosas que son mías para la protagonista, pero son cosas irrelevantes. Son pequeñas verdades que me servían para anclar los pies y no perderme de vista. Ella es periodista y está escribiendo un libro y le gustan las botas de agua como a mí, le gustan las manoplas y le gusta tomar cervezas con sus amigos. Esas cuatro, cinco o seis verdades que son irrelevantes para la trama, porque todo lo que pasa después le podría pasar a una abogada que odiase la lluvia y que bebiese tila, eran unas características que me servían para dibujar al personaje, pero sobre todo para anclarlo y para que no perdiera en ningún momento de vista quién era. Porque si me inventaba un personaje absolutamente ajeno a mí me iba a resultar muy difícil mantener esa voz porque era mi primer ejercicio de fabulación. Aunque me hice esas trampas de que hubiese pequeñas verdades, la historia está construida de grandes mentiras, algo que también me autoimpuse. Tenía que hacer ficción y eso tenía que ser todo una gran mentira.
P.- ¿Crees que se tiende a hacer una excesiva distinción entre los columnistas y las columnistas?
R.- Para empezar, a mí me cuesta mucho verme a mí misma como columnista, porque soy lectora de periódicos y tengo a mis columnistas de cabecera y los admiro. Afortunadamente muchos de ellos son amigos míos y les quiero mucho. Entonces no es una admiración en la distancia, pero sí es una admiración profesional que los coloca en un punto en el que a mí me cuesta mucho todavía verme desde fuera. Pero bueno, si tengo una columna, escribo columnas, la gente lee las columnas y me pagan por escribir columnas, pues técnicamente sí soy columnista, aunque a mí me cueste admitirlo, aunque me cuesta en el columnismo y me cuesta en todo. Es un problema mío, más de corporativismo que de complejo de impostor.
P.- ¿Tienes algo de síndrome del impostor?
R.- No lo tengo. Creo que escribo bien y si no, no estaría aquí y punto. No voy a andar con falsas modestias. Es una cuestión de que me cuesta ponerme bajo un epígrafe, pero si me pongo bajo un epígrafe estoy en igualdad de condiciones, porque no creo que mi condición de mujer me haga menos válida y que mi prosa haya que ponerla en una categoría diferente. No estoy haciendo atletismo. Si corriese no querría que hubiese hombres compitiendo conmigo porque van a ser más rápidos, seguro, pero con un ordenador delante, estoy en igualdad de condiciones. Entonces yo no soy una columnista, sino que soy un columnista y mi columna se puede medir con la de cualquier columnista, independientemente de que sea hombre o mujer, yo sí que reivindico ahí que la distinción entre columnistas hombres y columnistas mujeres es injusta.
«Qué quieres que te diga, es que no interesa igual el fútbol femenino que el fútbol masculino, pero en columnismo no creo que interesen menos las columnas de mujeres que las columnas de hombres»
P.- ¿Crees que hay una tendencia a sexar las columnas?
R.- Hay una tendencia incluso en quien no lo hace, es decir, no creo que sea una cosa premeditada como si nosotras fuéramos la segunda liga o el fútbol femenino. Qué quieres que te diga, es que no interesa igual el fútbol femenino que el fútbol masculino, pero en columnismo no creo que interesen menos las columnas de mujeres que las columnas de hombres. Interesa la voz, interesa la opinión. Por eso precisamente existe la columna de opinión para que busques una firma. Además siempre me he sentido muy respetada y muy querida por mis compañeros. A mí nunca me han tratado mis compañeros como si no hablase con ellos de igual a igual. Entonces, como nunca me he encontrado con eso, como nunca me han dado tampoco más facilidades que a ellos, pero tampoco más dificultades, me considero un columnista más, pero sí que es verdad que a veces cuando hablan de ti dicen «una de las columnistas» y digo no, una de las columnistas, no una de los columnistas. Cuando, por ejemplo, digo que me gusta Rosa Belmonte, no estoy diciendo que Rosa Belmonte es la que más me gusta. Lo que pienso es a mí me gusta Rafa Latorre, me gusta leer a Jorge Bustos, me gusta leer a Cristian Campos, me gusta releer a Rosa Belmonte, me gusta leer a Peláez. No la saco de esa categoría. Aunque a lo mejor soy muy tiquismiquis con los pronombres.
P.- Esta visión que tienes sobre los pronombres es contestataria con el feminismo actual, ¿te sientes alejada del movimiento?
R.- Para mí hay un punto de inflexión cuando tuve que cubrir la manifestación del 8 de marzo un montón de veces. Tú ibas a la manifestación del 8 de marzo y era una cosa festiva, donde estaban tus amigos, estaban tus amigas, se estaba celebrando que la mujer había conquistado algunos espacios públicos, se habían paliado algunas diferencias que había. De repente hay un momento en el que el 8 de marzo se transforma en otra cosa y entonces los hombres ya no pueden estar porque no pueden hablar de esto, las mujeres salen enfadadísimas y toda esa celebración, toda esa alegría y todo lo reivindicativo de lo que podía quedar por hacer se transforma en enfado, en una reivindicación de la revancha. No me gusta porque no me representa y porque no me identifico porque creo que la mujer en Occidente estamos muy bien, no tenemos grandes quejas y las luchas que quedan que podrían ser la conciliación.
P.- ¿Te molesta el victimismo?
R.- Me molesta mucho el victimismo, que no tiene nada que ver con la conmiseración hacia las víctimas. Ahora mismo la víctima es la condición de víctima, independientemente de que sólo se sienta víctima ya se eleva a una categoría casi de héroe y de mérito, que es una cosa absurda porque a ti, víctima, que tú te sientas víctima no es un mérito tuyo, te lo provoca otro fuera, pero lo convertimos en una especie de mérito y de heroísmo. Me parece peligroso hacia el conjunto de la sociedad. Pero también me parece muy peligroso hacia la propia víctima o victimista, dependiendo de lo que sea.
P.- Publicaste hace hace unos meses una columna en la que criticabas el columnismo literario. Esto me interesa además porque hemos empezado hablando de una cita de Paco Umbral, que es la que abre tu libro, que Umbral digamos que sería el epítome del columnismo literario, ¿tienes algún problema con este estilo?
R.- En esa columna que surge casi como una coña lo que decía o la tesis que sostenía era que la que con el columnismo literario no es una cuestión de mera voluntad. El columnista no puede llegar, sentarse y decir voy a hacer una columna literaria porque para que sea literaria tiene que ser otro ojo el que te lo diga. Igual que tú no haces arte porque tengas un trozo de barro y te sientas en el suelo y digas voy a hacer arte o lo puedes intentar, puedes poner toda tu voluntad o todo tu talento, pero a lo mejor lo que te sale es un churro. Aunque tú creas que lo que acabas de hacer es arte, tiene que haber otra mirada que diga que eso que acabas de hacer no es un churro y una mierda pinchada en un palo, sino una obra de arte. Entonces reivindicaba que el columnismo literario, por un lado, no es una cuestión de mera voluntad. Basta ya de columnistas que se sientan a hacer columnismo literario y luego reivindicaba que el columnismo al final estaba amparado bajo la prensa, puesto que está en la prensa escrita. Si voy a leer una columna hazme un ejercicio de estilo, pero no pierdas de vista la actualidad, y no caigas en lo autorreferencial y que tu columna al final sea la palmadita bruta. Umbral decía que la columna literaria debía de tener en la justa medida eso, el análisis, el estilo y la información porque si no se te desarma y se convierte en otra cosa. El problema, precisamente ahora, es que con tanta opinión como tenemos, en realidad hay muy poca opinión, porque lo que hay es mucho ejercicio de estilo, hay mucho análisis, hay mucha información. Tengo clarísimo, por ejemplo, si un día hubiese alguien que se vuelve tan loco que dice: «Rebeca, vas a ser jefa de opinión» y tuviera, o no estuviese vendida a servidumbres que son las que tienen los pobres jefes de opinión, mi equipo sería los que están haciendo estos pequeños milagros ahora mismo en prensa.
P.- ¿Tú crees que el columnismo es muy autorreferencial?
R.- Bueno, es normal. Primero, porque lo que nos están pidiendo precisamente es que hagamos opinión. Quiero decir, ya están quienes hacen la información, están los que hacen los reportajes, está el que hace una entrevista, está el que te jode y a nosotros lo que nos están pidiendo es opinar. Entonces tenemos que ser autorreferenciales por narices, porque es que si nos alejamos del yo, hemos perdido ya la voz, que es precisamente el valor que se supone que avala nuestra firma. Entonces también que seamos autorreferenciales me parece muy bien. Lo que pasa es que dentro de esa autorreferencialidad, yo lo que busco en ti es que me cuentes qué opinas de determinado tema o que a partir de determinado tema me des tu visión sobre otro gran tema, sobre otra gran reflexión o que me regales una idea. Pero si lo que tengo que leer es lo contento que estás porque has sido padre… Yo que sé, manda una newsletter a todos tus colegas, pero no me hagas a mí perder un rato hasta que llego al segundo párrafo y digo esto paso de seguir.
P.- ¿Qué lleva a una persona a sobrestimar sus capacidades?
R.- Estoy elucubrando, claro, pero creo que te lleva el ansia literaria. El ansia literaria y una especie de querer elevar el género de la columna, como si el género del columnismo hubiese que elevarlo a otra cosa, y entonces le ponemos detrás el literario. No hablo de esa vulgaridad que es la que es la actualidad, que es para los que se entretienen con tal, porque yo estoy a otras cosas. Entonces creo que hay un poco de ansia literaria y en eso estoy bastante de acuerdo con lo que decía Arcadi Espada de que estamos convirtiendo el periodismo o se ha convertido ya en una especie de furgón en el que van a recalar los fracasados en otras disciplinas. Claro, si yo tengo ansias literarias, pero no tengo la capacidad, el tiempo, las ganas, el talento o la constancia para escribir una novela, pues escribir una columna y hacer ese ejercicio autocomplaciente debe ser muy satisfactorio.
P.- Quizás habría que hacer una distinción entre columnismo relevante e irrelevante.
R.- Me gusta esa distinción, pero en realidad sí que estoy de acuerdo. Podríamos dividir las columnas en relevantes e irrelevantes. Estoy totalmente de acuerdo. A mí las irrelevantes llegan a ponerme de bastante mal humor porque tengo la sensación de que no tengo porque leer esto, por qué me llega a mí esto. Sí que creo que hay una diferencia entre columnismo literario y el columnismo, no sé cómo lo llamaría… columnismo a secas. No necesita tener apellido y creo que pasa por esa voluntad auto satisfactoria de hacer literatura. Un columnista por narices tiene que escribir bien porque si no está haciendo otra cosa y si eres además columnista, hay un estilo. A mí me das columnas tapándome el nombre y soy capaz de colocarte cada una de ellas. De los grandes hay otros que la llamaría irrelevantes, pero estarían los grandes nombres, pero hay un estilo. Es decir, sí tenemos grandes columnas, ideas y columnistas que hablan de actualidad. La diferencia del columnismo literario para mí pasa por esa voluntad porque para que sea realmente literario es fundamental que esté esa otra mirada y creo que esa otra mirada además necesita tiempo, porque si pasado mañana una columna que está muy bien escrita deja de ser interesante o entendible porque se ha desligado completamente, no es literario, era columna, ha cumplido su función y no pasa absolutamente nada.
P.- Ahora también estás comenzando con la crónica parlamentaria.
R.- Vamos poco a poco. En realidad hay una voluntad como en el valor mínimo literario, pero parece que no se anima a la legislatura de arrancar. He hecho mis pinitos, me lo he pasado pipa, me parece una cosa divertidísima. Te sientas allá arriba en la tribuna de periodistas… es como ir al teatro. Es una cosa divertidísima y en principio consiste en eso. A lo mejor me estoy perdiendo grandes claves, pero bueno, es que soy nueva, he ido cuatro o cinco veces, y mis compañeros llevan mucho tiempo.
P.- ¿Qué te parecen los diputados de cerca? Cuéntanos un poco los chismes.
R.- A mí es lo que más me divierte. Voy como un niño pequeño, encantadísima de la vida. Me llamaron mucho la atención Irene Montero e Ione Belarra que parecen dos adolescentes enfadadas. Parece que han llegado allí y tienen que estar, pero no querían ir y es el peor día de su vida y se pasan todo el rato con el móvil. Me parece una actitud graciosísima, porque es que me las podría imaginar con 16 años enfurruñadas en su habitación con la misma actitud. Esa imagen como de tardoadolescente, displicente y que no tiene nada que aprender de toda esta gente, nosotros ya sabemos de qué va la vida, pero nos estáis haciendo hacer perder el tiempo. Me parece muy interesante. Luego me hace mucha gracia Yolanda Díaz, que siempre, cada día tiene un libro, entonces pienso qué capacidad, ¿no? Porque yo que tengo que leer libros por curro, no salgo a uno al día, no me da tiempo, pero ella cada día uno.
P.- Pero no parece que haya parlamentarismo.
R.- No existe, me da la sensación de que no lo hay. Por ejemplo, cuando fue la moción de censura de Tamames, que la llamaron fallida, para mí no fue fallida porque para mí fue una lección de lo que se podía hacer allí. Él habló, habló muy bien, con mucha educación, contestó a lo que se le dijo, no contestó con un papel de réplica que vengo preparado de casa, tuvo sus momentos graciosos porque hizo algún alguna coña muy final y cuando acaba hubo una serie de parlamentarios o de diputados que sí que fueron a saludarle, pero otros se fueron y no saludaron a un señor que ha estado allí y que sabes que muy probablemente no va a volver.
P.- Aunque uno siempre tiene la esperanza de que los momentos donde saltan chispas es lo que destacan en el telediario.
R.- Lo que creo es que aún sale menos de lo que debería, hay cosas que son realmente escandalosas. Desde estar hablando con el móvil a gritos sin moverte de ahí a que esté hablando alguien en la tribuna, te esté hablando a ti y estén con el móvil o con no sé qué, a chistecitos y risas. Es algo que no permitiría ni en una clase de primaria. Entonces que lo estén haciendo los que nos representan. Ostras, da que pensar.
Pero bueno, a mí es que en este trabajo me divierte, me gusta y me lo paso pipa además, me gustaría que comenzara ya la legislatura, por favor.
P.- Terminamos con la pregunta habitual: ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?
R.- Después de que hayamos tenido la conversación sobre el columnismo literario, haya vuelto a pisar el charco y me haya metido en ese jaleo… Quiero que invites a Cristian Campos, jefe de opinión de El Español.