THE OBJECTIVE
Vidas cruzadas

Marta Jiménez Serrano: «Ahora cada pareja decide sus reglas»

David Mejía habla con la escritora sobre parejas, relaciones y decisiones difíciles a propósito de su obra ‘No todo el mundo’

Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990) es escritora. Su poemario La edad ligera (Rialp, 2020) fue accésit del Premio Adonáis. En 2021 publicó la novela Los nombres propios (Sexto Piso), que ha sido traducida al italiano. Su última obra es No todo el mundo (Sexto Piso, 2023), un libro que reúne 14 historias de amor cuyo denominador común es la ciudad de Madrid. Marta Jiménez Serrano es Licenciada en Filología Hispánica y Master en Estudios Literarios por la Universidad Complutense y en la actualidad imparte talleres de escritura creativa.

P.-¿Siempre te han interesado las relaciones entre hombres y mujeres?

R.- Me interesan mucho las relaciones afectivas en general. En este último libro he hablado de las relaciones de pareja entre hombres y mujeres, pero también había hablado de las familiares y de las de los amigos antes. El interés en las relaciones entre hombres y mujeres, en mi caso, ha venido muy de la mano del feminismo.

P.-¿Escribes desde muy joven?

R.- Sí, creo que esto me ha gustado siempre, siempre me recuerdo escribiendo. Tengo libros que escribía de pequeña, como un juego. Ilustraba y encuadernaba mis propios libros.

P.-¿La vocación te viene de familia?

R.- No especialmente. Mi padre es médico y mi madre es profesora de físicas y de matemáticas. Entonces son gente con formación universitaria pero son más científicos. No es que hubiera un interés exacerbado por la literatura. Yo lo he vivido siempre como algo muy íntimo. Siento que tengo eso que es una vocación, que no lo tiene que tener todo el mundo.

P.-¿Cuándo te das cuenta de que estás haciendo algo en serio, es decir, que ya no es un juego?

R.- Creo que en serio me lo tomo siempre, porque los niños juegan muy en serio. No hay nada más serio que un niño jugando y diciendo «oye, que eso era lava y lo has pisado». Pero hay un momento en que me digo que lo quiero intentar, quiero intentar publicar, quiero intentar que esto sea mi profesión y ese momento llega un poco con la crisis de los 28, de los pre-treinta. En mi cabeza estaba la idea de que conseguiría un trabajo con un sueldo y que cuando ya tuviera eso, pues podría dedicar un tiempo a escribir y luego a publicar. Y claro, cuando pasan unos años y me he comido todos los trabajos precarios del mundo vinculados con la lengua y la literatura, y cuando ves que la estabilidad no va a llegar nunca, pues dices hay que hacerlo ya.

P.- Estudiaste Filología Hispánica, ¿cuál fue tu experiencia en la universidad?

R.- La carrera me gustó mucho, pero yo sentía un vacío por la dificultad de encontrar referentes si querías escribir. Claro, filología no es escritura creativa. A mí me encantaba la carrera, me encanta la sintaxis, o sea, la parte dura y el hueso. Pero ahí nadie te decía que había que hacer si lo que querías era escribir un libro. Somos de los poquísimos países que la escritura creativa no está oficializada. Porque si te das cuenta tenemos el conservatorio de Música, tenemos la RESAD de interpretación y, por supuesto, está Bellas Artes, pero de escritura creativa no hay nada.

P.- ¿Crees que vamos camino de incorporar la escritura creativa al sistema oficial?

R.- Creo que no estamos tan lejos, la verdad, porque cada vez hay más talleres literarios, hay bastante demanda. Hay escuelas que ya están oficializado sus másteres, todavía no hay una licenciatura, un grado, pero no me extrañaría que la hubiera en algún momento, la verdad.

P.- Tú eres profesora de escritura creativa, ¿cómo es la experiencia de observar el proceso desde el otro lado?

R.- Es algo que me gusta hacer. Me gusta mucho dar clases. Ya había dado clases antes de Lengua y Literatura, pero justo para mí es muy satisfactorio porque me siento un poco siendo esa guía que yo no tuve y que eché tanto en falta. Entonces, cuando tengo alumnos y alumnas que precisamente veo que necesitan ese apoyo, que están un poco perdidos y siento que se lo puedo dar yo. A mí me me me gusta mucho, la verdad.

P.-¿Se puede aprender a escribir?

R.- Se puede mejorar. Creo que hay una parte de talento se tiene o no se tiene, como hay a quien se le da mejor cantar o cocinar. Es parte que no hay que negar, pero creo que se puede mejorar mucho. Lo que pasa es que, fíjate, estoy harta de ver alumnos que tienen mano para la escritura pero no son constantes, no son disciplinados y sus textos quedan en nada. Y sin embargo, hay otros que quizá de primeras no tienen tanto oído, pero que se lo curran y acaban haciendo unos textos excelentes. No sé si se puede aprender a escribir, pero se puede aprender a construir un personaje y se pueden aprender las estructuras puede tener un libro.

P.-¿Dirías que para escribir bien es importante saber leer con atención?

R.- Yo creo que sí. Yo aprendo mucho incluso de los libros que no me gustan o que me parecen fallidos. Es muy útil leer un libro que flaquea por algún lado. Leer y escribir son para mí son también actividades asociadas. Siempre me ha gustado escribir y siempre me ha gustado leer.

P.-¿Qué es lo que más te gusta que tenga un libro?

R.- Es el gran topicazo, pero me gustan los libros que están bien escritos, que se fijan en el lenguaje. Me da un poco igual el tema. Todos tenemos temas que nos pueden interesar más o menos, pero no habría que recomendarme un libro tanto por el tema o el género, sino por la forma. Si tiene una propuesta a nivel de lenguaje y si tiene una mirada peculiar sobre el mundo, seguramente me interese.

P.-El primer libro que publicaste fue un libro de poesía, La edad ligera, que fue accésit del Premio Adonáis. ¿Siempre te gustó escribir poesía?

R.- Sí, de hecho, creo que es lo primero que se escribe, porque tiene un punto que tiene que ver con el juego. La poesía es como una canción, la poesía rima y se trata de jugar un poco con las palabras y de que suene bien. De niña me gustaban mucho los poemas que no sabía lo que significaban, pero sonaban. Pero cuando voy creciendo hay cosas para las que de algún modo siento que no me basta un poema, ya hay temas o historias que quiero abordar, que veo que piden otra forma. Pero sí, empecé un por ahí.

P.-¿Te interesa volver a a escribir poesía?

R.- Sí, lo que pasa es que para mí la poesía es de una decantación muy lenta, ya lo fue en ese libro. Ese libro se escribió a lo largo de años. Escribía poesía desde pequeña, pero más en serio desde los 15 años. Y el libro se publica cuando yo tengo 29 o 30. Hay poemas ahí que fueron escritos a lo largo de muchos años. Me sigo relacionando con la poesía y creo que volveré a publicar un libro de poesía, pero a lo mejor en otros diez años. Para mí es una cosa que va muy despacio.

P.- Sin embargo, los relatos de No todo el mundo parecen escritos en un periodo de tiempo más corto.

R.- Sí, los escribí en dos años y medio, y muy pronto los concebí como un libro, porque enseguida había dos o tres relatos a los que les veía una mirada común, un tema en común. Y enseguida empecé a pensar en el libro.

Foto: Víctor Ubiña

P.- El denominador común de los cuentos es la ciudad de Madrid.

R.- Sí, algo que unifica todos los relatos es que son en Madrid. Hay muchos lectores que me han dicho que en general les cuestan los relatos, pero que este libro no les ha costado, y creo que es porque hay cosas que de un relato a otro no cambian, y una de ellas es el espacio. Hay un retrato de Madrid a lo largo de todo el libro.

P.- ¿El primer relato que aparece es el primero que escribiste?

R.- No, el primer relato que escribí es el de «Cuando yo la conocí», el del taller literario. Y sí, creo que marcó cierto tono. Hay una cierta ironía, pero no cinismo, y también una cierta ternura. Creo que ese tono que anda más o menos por ahí me lo dio el primero de los relatos, sin duda, y he intentado no salirme mucho porque, para mí el reto era que por un lado hubiera unidad, pero que cada relato evidentemente contase una cosa distinta. Ha salido ya muchas veces y me hace gracia porque tiene algo de disco este libro, son 14 relatos, como 14 canciones, cada una con una historia de amor distinta. Y creo que es importante decir que muchos relatos se quedaron fuera. El otro día en una entrevista me preguntaban que qué hago cuando un texto no me sale y respondí, bueno, la respuesta corta es que no lo publico. Hay muchos textos que se quedan en el ordenador y creo que está bien. No escribí 14 relatos y los primeros 14 fueron al libro. Había relatos que me parecían peores y los dejé fuera.

P.-El primer relato, «Tenemos que dejarlo», es significativamente más largo que los demás. Es interesante que no hayas utilizado ese título para el título del libro.

R.- Me obsesionaba que no hubiera ningún relato más importante que otro, y siempre que el título de un relato da título al libro parece que te están diciendo «este relato es en el que te tienes que fijar». El más largo son el primero y el último. Los coloqué al principio y al final porque en realidad el primero es una ruptura y el último es un comienzo, y son tanto un comienzo como una ruptura que se dan poco a poco. De hecho, el reto de ese primer relato, «Tenemos que dejarlo», era contar una ruptura de esas que no sabes por qué ocurren. Es fácil contar una ruptura cuando ha habido unos cuernos, cuando hay una mentira, cuando ha habido un maltrato. Yo quería hablar de esa sensación de no sé cómo he llegado aquí, pero ahora de repente esta persona no me gusta y antes me gustaba mucho. Entonces necesitaba un poco más de tiempo para eso, porque había que reflejar una paulatina erosión de las cosas y creo que por eso quedó un poco más largo. Y el otro es parecido, pero a la inversa.

P.-¿Mucha gente ha intentado ver algo autobiográfico tuyo en todos estos relatos?

R.- Bueno, me lo han preguntado, pero tampoco tanto como con la novela anterior y creo que como son muchos relatos y son muchos personajes, la tentación es menor: no puedo ser a la vez un hombre de 40 años, una viuda de 73 y una chica otra edad. Esta vez creo que han sido más tímidos con la pregunta autobiográfica.

P.-En uno de los relatos hablas de la vida personal de una señora que es madre y abuela, y quienes la rodean solo la ven como tal. ¿Te preocupa la invisibilización de las personas mayores?

R.- Sí, me interesaba mucho contar esa historia y creo que hay una parte de invisibilización, pero además muy concretamente en todo el tema de la intimidad. Asumimos que las personas mayores, ya no te digo si son abuelas o abuelos, no tienen sexo, no tienen intimidad, no comienzan cosas nuevas. Asumimos que su tiempo está para nosotros. En este relato, Lola se está enamorando de un señor de la universidad de mayores, y los hijos y los nietos ni se pueden imaginar que ella tenga vida propia. Pero a mí lo que me da más ternura es que, en cierto modo, ella tampoco se lo imagina. Ella misma está sorprendida diciendo: «Pero como yo -a mi edad- me estoy metiendo en esto». Por eso creo que lo peligroso no es la mirada de los demás, sino que nosotros mismos obedecemos a las expectativas que la sociedad tiene sobre nosotros. Y creo que en el tema de la edad, más ahora que cada vez vivimos más y en mejores condiciones, las cosas están cambiando y deberían seguir cambiando.

P.- Otro tema muy presenta es la maternidad vista desde el punto de vista de quien no es madre.

R.- Creo que es algo que ha cambiado mucho y que desde luego que condiciona la vida de pareja, porque ahora es una decisión. Antes uno no decidía: se tenían hijos y si no se tenían era porque no se podía, porque Dios no quería, pero no era una cosa que uno se plantease. Ahora es una decisión y es una decisión lo suficientemente grande como para romper una pareja si no se está de acuerdo en lo que hay que hacer. Pero incluso a veces una misma no sabe lo que hay que hacer. Tamara Tenenbaum cuenta en un libro que me gusta mucho, El fin del amor, cómo se dio cuenta de que sus amigas tenían dos fantasías: una era darse cuenta de que eran estériles, la otra quedarse embarazadas por accidente. Y las dos fantasías lo único que implican es que tú no has decidido nada. Es una decisión muy difícil, que para las mujeres es irreversible. Pero en realidad no solo el tener hijos. He intentado mostrar en el libro que ahora no hay modelos de pareja. Ahora cada pareja decide sus reglas: cómo vamos a hacer con las vacaciones, la Navidad, la exclusividad sexual, los hijos, fregar el baño… Esto ya no viene dado por un modelo claro. Entonces, es muy laborioso encontrar a alguien con quien todos los puntos encajen.

P.-También existe la falsa sensación de que la oferta es infinita.

R.- Fíjate, una cosa que pasó a mi alrededor cuando llegó el confinamiento es que varias parejas se quedaron embarazadas. Creo que había algo de estar esperando el momento ideal, la persona ideal, el trabajo ideal, la casa ideal… Y hubo una sensación de «no va a llegar la situación ideal». Seguramente fue una gran dosis de realismo, porque creo que una de las de las fantasías de nuestro mundo es que existe la situación ideal en algún plano y no existe. Si quieres tener hijos, tenlos ya. Y y si quieres escribir un libro, escríbelo ya, porque seguramente las condiciones idóneas no van a llegar nunca.

P.- Algunos de tus narradores son personas muy diferentes a ti. ¿Te resulta difícil situarte en la cabeza, por ejemplo, de un hombre de mediana edad?

R.- Lo que más me cuesta es meterme en la cabeza de mujeres de mi edad; para escribir un personaje necesito tener cierta distancia con el personaje. Cuando mi protagonista tiene 73 años, cuando es un hombre o cuando es un niño, ya tengo una distancia que viene dada porque ese personaje claramente no soy yo y enseguida creo al personaje, me meto en su cabeza y no me cuesta tanto. Pero si voy a escribir de una mujer de la treintena, tengo que hacer un esfuerzo mucho mayor para que esa mujer no sea yo, porque el instinto evidente es darle mis rasgos y mis características. Por eso he tenido que afinar mucho más los personajes femeninos que el resto de personajes que, no es que sea fácil, pero cuando los pillaba, los pillaba. Y tuve que hacer un esfuerzo mayor para que las mujeres de 30 años no fueran todas iguales, es decir, muy parecidas a mí. 

Foto: Víctor Ubiña

P.- Hay relatos que tienen un estilo muy coloquial. ¿Te cuesta rebajar el nivel de habla de un personaje?

R.- No me cuesta. Me interesa muchísimo el habla de la calle, me encanta y de hecho también te diría que creo los personajes a partir de cómo hablan. El de 73 no habla igual que los adolescentes y eso me ayuda muchísimo a ver al personaje. Lo difícil para mí es mantener una cierta limpieza. Es decir, que siendo oral y siendo un registro coloquial, no se vaya de estilo del todo. Que siga habiendo una cierta limpieza gramatical, porque el registro oral no es exactamente reproducir cómo hablamos. Hay que modificar un poco porque el ejercicio de la lectura no es el mismo que el de la escucha. Hay que afinar y eso es lo difícil.

P.- ¿Tienes alguna metodología a la hora de escribir?

R.- Tengo una libreta, pero la verdad es que ya no voy con ella por la calle porque ya me lo apunto todo en el móvil, y luego ya lo paso a la libreta para que no se pierda en la infinitud del teléfono. Luego escribo muy por capas, la verdad. Suelo escribir el borrador de una escena cuando tengo la idea y luego vuelvo sobre la escena, la limpio, la ordeno, voy escribiendo diferentes escenas y las voy uniendo. Para mí se parece mucho a hacer un puzle, pero es un puzle en el que yo tengo que crear también las piezas.

P.- Entiendo que una parte es inspiración: algo que has visto, una escena, una conversación.

R.- Entiendo que para explicarlo tenemos que separarlo, pero son cosas que se van dando muy a la vez. El proceso de escritura de un libro de ficción tiene mucho de racional, mucho de estructural, mucho de intuitivo, mucho de emocional, mucho de estético y hay que meter todo eso en la coctelera. Pero en mi caso se va metiendo todo al mismo tiempo. Entonces, por un lado, a lo mejor tengo un personaje o tengo una imagen, pero cuando tengo eso ya se va vislumbrando una estructura en mi cabeza. No te hablo de una estructura muy precisa, pero me cuesta muchísimo ponerme a escribir si no sé más o menos cuál va a ser la estructura. Van a pasar 30 años o tres días, o sea, una serie de cosas básicas.

P.- ¿Cuánto sueles tardar en escribir uno de estos relatos?

R.- Ha habido de todo. Hubo un relato, el de «Un novio que tuve», que lo escribí del tirón. Luego lo revisé y lo reescribí. Pero lo que es la estructura del relato, tal y como ha quedado, la escribí del tirón. Y luego ha habido otros que los tenía efectivamente comenzados en diferentes archivos, iba volviendo de uno a otro. A lo mejor de uno tenía durante mucho rato el comienzo y no sabía cómo seguir. Y un día ya se me ocurrió e hice el resto. Y otros los he ido haciendo muy a poquito. En el caso de los relatos, ha habido procedimientos de todo tipo.

P.- Entiendo que exige mucha disciplina.

R.- Sí, todos los relatos los he reescrito muchísimas veces, los he releído muchísimas veces y evidentemente hay muchas veces que tienes el relato a medias y haces pruebas. El texto es una cosa que se mueve todo el rato. De hecho, a mí me pasa con los alumnos de los talleres de escritura. A veces traen un texto, lo comentamos en clase, vemos lo que falla y me doy cuenta de que ellos se van a casa un poco sintiendo que es un fracaso. Y a mí me cuesta mucho, pero pongo mucho empeño en explicarles que eso es escribir. Ningún texto está bien a la primera. Todas sus novelas favoritas fueron un esbozo al que le faltaban cosas, o un texto de mierda que hubo que reescribir un montón de veces.

P.- El libro tiene varias perlas que pones en boca de narradores y personajes. Por ejemplo, dices que el primer síntoma de que una pareja no está bien es que diga: «Cuando estamos bien, estamos muy bien».

R.- Hombre, esto es lo he escuchado muchas veces y he dicho qué mala pinta. También he oído mucho la de «cuando estamos solos estamos muy bien». Yo soy más de la teoría de que hay que estar bien discutiendo. Siempre hay momentos malos y siempre hay momentos de desencuentro, pero con eso es con lo que hay que lidiar. Yo también estoy genial cuando estoy frente al mar con un vino, pero eso no es así todo el rato.

P.- Otras perla subraya el momento en que una relación pasa «de la intimidad al protocolo».

R.- Sí, lo que dice ahí el narrador es no hay nada peor que pasar de la intimidad al protocolo, en el sentido de no hay nada más triste que cuando una expareja te manda un mensaje protocolario. Evidentemente implica un enfriamiento, pero también creo que el protocolo es muy saludable.

P.- ¿Compartes las opiniones sobre el amor de tus personajes?

R.- Mira, me pasó hace poco una cosa graciosa. Compartieron dos lectores dos frases en Twitter. una de este libro de relatos, No todo el mundo, y la otra de Los nombres propios. La primera decía «acaso el amor sea que la conversación siga siendo siempre interesante». Y la de Los nombres propios decía «a lo mejor el amor es eso, hacer cosas distintas en un mismo espacio». Y me hizo gracia porque eran un poco lo contrario. Una decía sostener una conversación interesante y la otra era cada uno en silencio a sus cosas, pero en el mismo sitio. Y me hacía gracia porque en las dos está la duda.  

P.- ¿De los lectores más maduros de has tenido alguna reacción?

R.- Sí, les gusta mucho también. No se sienten desplazados. Hay algunos que se sienten identificados. Nunca olvidaré el primer club de lectura que hice. Una señora, ya mayor, me dijo: «Llevo 40 años casada y yo ya he sido todas las parejas de tu libro». Y luego también hay algunas que me han dicho una cosa muy bonita, que es que han entendido a sus hijos y e hijas. De hecho, me he acordado hay un libro que a mí me encanta y que creo que me ha influido mucho en éste: Los usos amorosos de la posguerra española de Carmen Martín Gaite. La dedicatoria de ese libro dice «para todas las mujeres españolas, entre cincuenta y sesenta años, que no entienden a sus hijos. Y para sus hijos, que no las entienden a ellas». Pero creo que hay cosas contextuales y cosas en las que el amor no ha cambiado en siglos. Lo nerviosos que nos ponemos cuando vamos a ver a alguien que nos gusta, lo tristes que nos quedamos cuando nos dejan, los celos, la inseguridad… Quizá la gente más joven se puede identificar en el hecho concreto de Tinder, pero yo no me identifico con mandar una carta y leo a Jane Austen sin ningún problema.

P.- Tu primera novela, Los nombres propios, era un libro sobre el paso de la infancia a la juventud. ¿Consideras que este es un tema ya cerrado?

R.- Pues igual sí. No sé lo que voy a escribir en 30 años si sigo viva, pero siento que con cada libro, de algún modo, quemo o resuelvo una serie de temas… De hecho, si te fijas, casi todas las edades que están en los relatos son las que no aparecen en Los nombres propios’. Entonces, sí,creo que la novela de formación ya estuvo.

P.- ¿En qué estás trabajando ahora?

R.- Estoy con una novela, en los estadios más iniciales. Pero parece que me va a quedar un poco más dramática que estos dos primeros libros. No cuento más, no por hacerme la misteriosa, sino porque ni yo misma tengo las respuestas.

P.- Terminamos con la pregunta habitual:¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas cruzadas?

R.- Pues acabo de presentar en Madrid la primera novela de Leticia G. Domínguez que se llama Papá nos quiere, publicada por Caballo de Troya. Creo que es el último libro de los que ha seleccionado Sabina Urraca para este año. Es una novela que con mucha delicadeza trata un temazo: habla de divorciarse de los padres, de romper con la familia. Y de hecho, por lo que pude ver en la presentación, en las preguntas del público y demás, me dio la sensación de que era un tema que despertaba pasiones.

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