Alberto Corazón, un creador de la España moderna
Catarata publica ‘Para qué sirve el diseño’ con conversaciones del diseñador con su hijo Oyer sobre claves de su obra
Resulta prácticamente imposible concebir que nunca, con el correr de los años, te hayas topado con la mirada viva de Alberto Corazón. En Madrid lo habrás visto en el logo de la Sgae, en el de Casa América, el Círculo de Bellas Artes, la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, la Biblioteca Nacional de España, la librería Antonio Machado o La Casa del Lector en Matadero Madrid. Si subes en el Cercanías de Renfe, en cualquier punto del país, verás su logo (esa C ligeramente girada, que se diseñó en 1988 y sigue igual que entonces) y lo mismo si te cruzas con una caseta de la ONCE (el logo es de 1982).
Alberto Corazón, desde su estudio Investigación Gráfica (en Majadahonda), fue un referente en la transformación de la nueva España que se abría a la democracia, siendo el responsable de las identidades gráficas de ministerios, comunidades, ciudades, universidades y empresas culturales. Fue fundador y presidente de la Asociación Española de Diseñadores y Premio Nacional de Diseño en 1989, además de miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de Gastronomía. Además de diseñador gráfico, Alberto Corazón fue fotógrafo, escultor y pintor y se le han dedicado exposiciones en ciudades de todo el mundo como Nueva York, Shanghái, Venecia, París o Ciudad de México. Además, Corazón tuvo su pequeña aventura editorial en su juventud cuando, con otros compañeros universitarios, fundó Ciencia Nueva y, tras el cierre de esta por culpa de la censura de Fraga, Alberto Corazón editor, en 1972.
La importancia fundamental de su legado (y de su carrera) es que, como se nos dice en Para qué sirve el diseño (Catarata), «la carrera profesional de Alberto (que nació en 1942) permite seguir la evolución de la sociedad durante todas esas décadas (a partir de los ochenta), la construcción de una sociedad libre y abierta». El diseño del que participó Corazón, así, sirvió para la consolidación de la democracia y para potenciar la mejora económica del país.
Hijo de su tiempo
Alberto Corazón, que falleció en 2021, fue quizá el último de los diseñadores estrella, generalistas (aquel que aporta una mirada holística y se preocupa de no estar creando nuevos problemas al aportar sus soluciones); un tipo de diseñador con una fuerte personalidad, una amplia formación humanística y una honda curiosidad por el mundo, que no solo se ceñía al diseño gráfico (al logotipo y la identidad de marca de una empresa) sino que extendía su mirada incluso al diseño del mobiliario (ideó para Renfe los así llamados «asientos isquiáticos», concebidos para que la persona adopte una postura de descanso en periodos breves de tiempo), el packaging o el hilo musical (la idea de poner música clásica en las pequeñas estaciones de Cercanías de la Renfe fue suya).
No es menos cierto, por otra parte, que Alberto Corazón es también necesariamente un hijo de su tiempo. Nos lo cuentan él mismo y su hijo Oyer en el libro Para qué sirve el diseño -que se presenta este miércoles en el Museo Nacional de Artes Decorativas, de Madrid- cuando dicen que «ahora todo resulta difícil de comprender, pero en aquellos años era una tarea que en España todavía estaba por hacer (la de aplicar un cambio revolucionario a las instituciones), y fue el poder del diseño, con grandes y pequeños gestos, el que contribuyó notablemente a la modernización del país». Sobre esto hay una clave, que es la siguiente: la de situar al usuario en el centro de todo, teniendo la capacidad de comprender los problemas poniéndose el diseñador en el papel de éste para entenderlo. Esto tiene que ver con que los diseños tengan un propósito; propósito que, empero debe partir de la propia empresa y debe ser, asimismo, el cliente, quien se responsabilice de su autenticidad, veracidad y continuidad. A este respecto se nos dice en el libro/legado de Corazón que «a medio y largo plazo, el éxito o el fracaso de un diseño dependen casi más de la competencia o incompetencia del cliente que la del diseñador». Porque, tras la entrega, el diseño vive a expensas del cliente.
La obra de Alberto Corazón se caracteriza por su capacidad de crear imágenes de enorme potencia visual, pero que tienen pregnancia, esto es, que quien las ve tiene la capacidad de recordarlas fácilmente. Y esta ha sido siempre la base de su trabajo, el entender que un diseño ha de ser funcional, útil; que, por lo tanto, debe proveer al cliente de una serie de beneficios asociados, tanto a su identidad de marca como a la venta de sus productos y que, por sobre todo, debe estar alineada a sus valores y su propósito. En definitiva, la capacidad de ir más allá del encargo y, así, además de solucionar el problema puntual, ofrecer oportunidades que los clientes no habían siquiera considerado. Alberto Corazón entendía el diseño desde la excelencia, como un componente esencial en nuestra calidad de vida. Lo afirma también Fernando de Córdoba en el prólogo del libro, al decir que «el diseño no tiene que ser bonito (no tiene por qué no serlo, tampoco) tiene que funcionar». Esa era la máxima de Corazón.
Precursor
En este sentido, Alberto Corazón fue un precursor, tal como nos cuenta su hijo Oyer, al teléfono. Dice: «Todo esto que ahora llamamos design thinking ya lo hacía mi padre en los años setenta y antes de que tuviese todos estos nombres». Y añade: «Cuando a Alberto le encargaban un logotipo, le estaban encargando mucho más que un logotipo, le estaban encargando toda una metodología de pensamiento que lo que hace es conferir valor al producto o servicio que tengas». Como nos dice Oyer (quien confiesa que, ni de lejos, es tan diestro con la mano como lo era su padre con el dibujo): «En realidad, Alberto, además de un acierto gráfico increíble, lo que siempre ha hecho ha sido una consultoría estratégica». Para ilustrarlo, sirva una anécdota que nos cuenta el hijo del Premio Nacional de Diseño sobre un encargo que recibió su padre en los años setenta y que quedó fuera del libro. La cosa fue como sigue: a Alberto Corazón le encargaron el rediseño del paquete de tabaco de la marca Ideales. Corazón se da cuenta entonces de que el paquete de Ideales forma parte de la cultura popular: estaba en los cuadros de Equipo Crónica, en los de Juan Gris, etc En fin, que era ya un elemento icónico. Por ello, Alberto Corazón decide que lo mejor era no tocar nada del diseño del producto. Y así presenta a la empresa un informe explicando todas las razones por las que no deberían tocar nada. «Y, además insistió en cobrar por ese informe –nos dice su hijo Oyer-. ¡Y lo consiguió!»
Oyer Corazón, quien trabajó con su padre en el estudio de éste entre 1999 y 2010, mantuvo con su padre una serie de conversaciones que son las bases para este libro que recién publica la editorial Catarata. A esas conversaciones les dio forma Miguel Ramírez Santillán, que fue quien fijó la estructura del libro y que fue finalmente refrendada por Oyer y su padre, que tuvo tiempo antes de morir de revisarlo todo excepto el epílogo.
Para el mismo, Oyer ha optado por incluir varios textos de su padre, más personales, hablando sobre su trabajo y sus ideas sobre el diseño. La idea era que al libro le diera la mirada alguien que no fuera diseñador (Ramírez), y es así un libro que no tiene en mente a los profesionales, sino más bien al público general, en un intento de hacer entender qué es el buen diseño, para qué sirve y sus beneficios. Un libro que es menos manual que libro abierto, abierto a las preguntas y a la continuación del lector, que coge el legado de uno de los diseñadores más importantes de la historia reciente de nuestro país y lo trae al presente.
La portada del libro ha estado a cargo del propio Oyer Corazón, quien con ella pretendía mandar un mensaje: el de que todo está roto a nuestro alrededor, en nuestra sociedad, pero si le aplicamos la mirada del diseño, todo mejora. Es algo que también realiza con su empresa de consultoría, Hecho&Co., aplicando la innovación a través del diseño.