El poder terapéutico de la literatura
La doctora Mercedes Navío publica el libro «Felices los normales», en el que conjuga memoria, confesión y psiquiatría
La abundancia de obras de lo que se ha dado en llamar autoficción ha provocado encendidos debates. Hay quien piensa, como la escritora Aloma Rodríguez, que «no podemos convertir la literatura en una competición de traumas». Quien sostiene, como el novelista Antonio Soler, que «la escritura tiene un fin terapéutico, si alguien se confiesa ante una hoja tiene mucho de catarsis». Incluso quien reconoce abiertamente, como la flamante académica Clara Sánchez, que «si no fuera por la escritura, soy consciente de que estaría completamente tarumba».
Mercedes Navío (Ceuta, 1968) acaba de publicar en Espasa Felices los normales. Memorias de una psiquiatra. La autora admite desde las primeras páginas que se trata de un libro de «difícil clasificación». Y tan difícil. Hasta el punto de que no basta una sola palabra para poder catalogarlo. Autoficción, autobiografía, confesión, desahogo, terapia. Estamos ante la introspección de una mujer, una «sanadora herida», sobre su propia enfermedad, su identidad, su familia, su infancia, su adolescencia, su maternidad, su profesión, su sentir religioso. En fin, su vida. Un cúmulo de factores que, todos juntos, contribuyen a explicar la razón por la que se hizo psiquiatra.
«Miras atrás con zozobra y recuerdas las pequeñas epifanías que fueron desvelando tu vocación y jalonando tu camino» -aclara-. «Y empiezas a escribir sobre el viaje que emprendiste entonces, y te ha traído hasta aquí, media vida. Escuchar el dolor de los demás para no sucumbir al tuyo».
El libro está jalonado por lúcidas reflexiones sobre por qué se escribe. «A veces se escribe para decir las cosas que no se dijeron ni se pudieron decir a tiempo». O «para abrir lo que está cerrado». Todo ello desde el inevitable punto de vista de una psiquiatra, pero también de una escritora y una lectora empedernida, que indaga afanosamente en las ideas de otros una expresión más exacta de la suya. «Las citas de otros me acompañan y hacen mi prosa a veces sentenciosa, como el andamio que sostiene el edificio mientras se construye». Porque, como recuerdan las palabras de Claudio Rodríguez, «no se puede contemplar la propia autopsia».
«Todas las vidas deberían ser contadas al menos una vez»
La literatura, en su caso, resulta indisociable de la psiquiatría. Desde que leyó con nueve años la biografía de Marie Curie -o, más tarde, David Copperfield, su primera autoficción-, es uno de sus géneros literarios predilectos. «No se las considera [las biografías] alta literatura al nivel de la ficción, son un género menor, reza el canon que no las concibe destinadas a la gloria. Todas las vidas deberían ser contadas al menos una vez». Por la simple razón de que «cada historia es única, pero todas comparten el desamparo»; al fin y al cabo, «estamos hechos de la misma fragilidad».
«No entiendo este deseo obstinado de escribir cercenado una y otra vez por una uniformidad misteriosa y abstracta que se me impone» -se queja la autora, que indaga sobre su propio proceso de escritura-. «Busco la salida sin mucho éxito y sin fracaso definitivo. Y persevero. Rebusco no sé muy bien qué. Quizá si pudiera aliviar el peso de la primera persona en la tercera, o interpelar a la segunda, podría descansar de mí misma sin traicionarme».
Escribir sobre uno mismo también tiene sus peligros. «No es fácil ser juez y parte sin pecar de auto indulgencia o fustigarse», asegura. «Nadie quiere ser una víctima, pero muchos hoy parecen querer haberlo sido» -asegura a propósito del victimismo actual- . «No tener que responder de nada, no tener que justificarse, ser inocente de todo y por completo. Qué tentación para quien escribe sobre sí hacer un ajuste de cuentas, salvarse a toda costa, mentirse, en definitiva».
No es el caso de Mercedes Navío, quien, como médico y como escritora sigue el consejo de Carl Gustav Jung: «Conozca todas las teorías, domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana, sea apenas otra alma humana». A pesar de todos los peligros, la autora cree ciegamente en el innegable poder sanador de la literatura. «Si estás en condiciones de escribirlo, ya no estás sola», según la doctora. «Te tienes a ti misma. Te perteneces. Escribir, eso es lo que quiero. Escribir es vivir. Es la esperanza de lo auténtico, el emerger del deseo. Cuántas veces habré emborronado cuartillas. Escribir puede ser un placer sospechoso, que no siempre me permito».
A propósito del estigmatizado yoísmo, la autora recuerda una lectura en un artículo científico. En él se sostiene que utilizar mucho la palabra «yo» no se asocia al egoísmo, como pueda pensarse, sino a la depresión. «La literatura autobiográfica no sería después de todo tanto un ejercicio de narcisismo y egolatría como una manifestación de la melancolía», concluye.
«El sufrimiento se experimenta siempre de forma singular»
En su libro, aunque la literatura está siempre presente, Mercedes Navío también deja testimonio de su experiencia como psiquiatra. De pacientes que la marcaron profundamente, como aquella mujer que aceptaba de buen grado quedarse ingresada las noches nubladas, pero no soportaba el encierro en las de cielo despejado. O, como coordinadora de la Oficina Regional de Salud Mental de Madrid, de grandes sacudidas a la salud mental de los ciudadanos, a las que se tuvo que enfrentar en primera línea, sobre el terreno, como el 11-M, la pandemia, o, más recientemente, el operativo para acoger refugiados ucranianos con enfermedad mental, evacuados de sus hospitales afectados por los bombardeos.
Mercedes Navío afronta en su libro grandes males de nuestro tiempo, como el estremecedor aumento de los suicidios, o la cada vez mayor necesidad de los jóvenes de asistencia psicológica o psiquiátrica. Sin olvidar el análisis de cómo ha ido evolucionando su propia profesión, que hasta hace no mucho consideraba la homosexualidad una enfermedad.
La autora contempla la realidad bajo el triple prisma de la escritora, la psiquiatría y la persona, que se entrelazan con asombrosa naturalidad. «Escribir es un espacio de libertad que solo a mi me pertenece» -se puede leer en el libro-. «A intervalos, sin concierto, la necesidad de escribir me visita, poesía en la adolescencia, diario en la juventud, opinión en la vida adulta, pero es ahora que se me impone como una necesidad de testimoniar, como un intento de recuperar el tiempo, de rescatar otras vidas y también, por paradójico que resulte, como un intento desesperado de olvidar lo escrito».
Al leer a Mercedes Navío uno se lee a uno mismo. Sus traumas, sus desasosiegos, su dolor desvelan en el lector los suyos propios, hasta el punto de individualizarlos, ya que «el sufrimiento se experimenta siempre de forma singular». Al fin y al cabo, ninguno somos normales, como bien expresa el juego tipográfico del título Felices los normales, que desposee de su carga semántica el término «normales», al escribir al revés la «n» y la «e». Porque, citando a Caetano Veloso, «de cerca nadie es normal».