'La fuente de la fama': pongamos que hablo de Madrid
A partir de un grabado del siglo XVIII, José María Goicoechea busca las huellas del tiempo en el Barrio de las Letras
Sería fascinante ver a José María Goicoechea, director de comunicación del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, buscando las huellas del pasado por el Barrio de las Letras, en Madrid, si pudiese viajar en el tiempo, para contarnos el momento en que Galdós, por ejemplo, escribió Fortunata y Jacinta; que nos explicase cómo las mañanas tienen algo de vida de pueblo, con el ajetreo de vecinos y furgonetas de reparto mientras el sonido de la reja metálica, bajando para cerrar el mesón de noche, nos acerca a la intimidad tras la batalla; visitar el estudio de Ceesepe; el hallazgo de Casa Patas que iluminaban Sordera o Camarón despidiéndose en silencio; a Calderón de la Barca volcando su pasión en los versos o el teatro Albéniz, en cuya atmósfera resuenan los aplausos que han ido dándole vida a lo largo de la historia. La fuente de la fama (Reino de Cordelia) es su trabajo más reciente y sobre el que conversamos para THE OBJECTIVE. Goicoechea ha construido una emocionante experiencia cuyo atractivo es contemplar como las calles y las conversaciones, alimentadas a partir de las vivencias del autor hasta Lavapiés o La Latina, no se experimentaron en balde. Ya lo decía Cervantes en El Quijote, la novela es una «escritura desatada» que da lugar a que «un autor pueda mostrarse lírico, épico, trágico o cómico». Así, todos los géneros confluyen en La fuente de la fama.
Lo más parecido a la vida es la literatura. De ahí este jugar con la memoria a partir de un grabado del XVIII de la Fuente de la Fama, en la plaza de Antón Martín, hallado en un mercadillo de Londres y que para Goicoechea tiene una razón: «De la mano de mi padre paseé mucho por el centro durante mi infancia, y aquí me vine a vivir hace unos 27 años. El porqué de este libro está en una casualidad que fue encontrar un grabado de la Fuente de la Fama, cuya existencia y presencia en el barrio desconocía absolutamente, lo que me llevó a pensar en episodios de mi vida en el barrio y en otras historias». Después, a modo de Perec, te acuerdas de una librería en la plaza Santa Ana; del cine Ideal, antes de estar dividido en muchas salas; de La Sanabresa… Madrid infinito, «Madrid es absolutamente inagotable como tema, como inspiración, como escenario. Es una ciudad muy viva, muy resistente, con una extraña personalidad, que parece que no tiene».
Y narrado de una forma muy original: «Empecé a escribir, evidentemente, en primera persona, pero por alguna razón me encontraba muy incómodo, hasta que me salió eso de utilizar la segunda persona. Establecía, así, una suerte de diálogo con un tipo que tenía mis experiencias y mis ideas pero que no era exactamente yo, o al menos el yo que estaba redactando». Un poco como los libros de Enric González sobre las ciudades, «no pensé en los libros de Enric González cuando me puse a escribir, aunque los había leído y disfrutado años antes. Fue uno de los entrevistados para el libro, el periodista y escritor Jorge Dioni López, quien me dijo que la idea le recordaba a estos libros y me di cuenta de que aquellas lecturas estaban muy presentes en el proceso, de una manera más bien inconsciente, es verdad, pero estaban presentes».
Paseo visual
Goicoechea sabe que, igual que ante un cuadro, hay tantas formas de interpretar Madrid como miradas…: «Es verdad: Madrid se puede ver desde numerosísimos puntos de vista, con innumerables miradas. Cada uno tenemos una imagen de Madrid, nuestra imagen, que puede estar distorsionada o, incluso, equivocada, pero es la nuestra y no creo que estemos dispuestos a modificarla. La misma calle vista y paseada en diferentes momentos de nuestra vida es muchas calles diferentes». Como si la nostalgia nos tentara a echar raíces, «una cosa es la memoria, el recuerdo, y otra la nostalgia. Me acuerdo de cosas que han conformado mi personalidad, que han construido mi vida, sin echarlas de menos. El recuerdo y la memoria son la materia prima de lo que se escribe, de lo que se pinta, de lo que se canta o de los que se filma, pero es que el recuerdo y la memoria son la materia prima de lo que somos, no tenemos escapatoria».
La Fuente de la Fama es también un paseo visual con las fotografías de Antonio Tiedra: «Antonio Tiedra es fotoperiodista, su mirada busca historias, narraciones, y es un oriundo del centro de Madrid, que conoce como pocos y cuyas transformaciones ha vivido en directo y a través del objetivo. Nos conocemos desde hace muchos años, trabajamos juntos en la revista Tiempo. Le pasé una lista de los sitios que iba a mencionar en el texto y el hizo las fotos que consideró. El resultado es que ilustran el texto y lo complementan, y ofrecen una visión alternativa de esas calles».
Aprendemos a vivir mientras ya estamos en ello. Más que pasear, a Goicoechea le gusta ir a los sitios andando, no es un flaneur en el sentido estricto, «pero cuando voy de un sitio a otro me gusta hacerlo con tiempo para cambiar el itinerario, para meterme por una calle que quizá haga el recorrido más largo. Tengo la suerte de trabajar a pocos minutos andando de mi casa, en el barrio de las Letras, y ese ir y venir diario ofrece cosas diferentes casi cada día».
Los sonidos de la memoria
Y, qué importante tener memoria de vida. Saber que jamás estaremos solos porque tenemos recuerdos y cinco sentidos que nos los evocan.… «Arbitrariamente, me quedo con el sentido del oído: el centro de Madrid suena un poco a pueblo en las mañanas de los días de diario, por el movimiento de la gente que trabaja, que carga y descarga, que entra y sale de las tiendas y los mercados, que limpia y coloca las terrazas… Las noches y los fines de semana se apoyan en el murmullo de quienes están por allí de paseo, de fiesta, saliendo de bares y restaurantes (se habla más alto a la salida que a la entrada, siempre). Y hay otros momentos, el domingo por la mañana, de silencio, en el que se llega a percibir el sonido de dos o tres campanarios que hay en el barrio».
Al final, las palabras no tratan más que de las personas que nos movemos tras ellas. Viene bien recordar como terapia: «¿Pero se puede no recordar todo el rato? ¿No estamos siempre midiéndonos con ese otro que fuimos?» –se pregunta-. «La terapia quizá sea olvidar, después de recordar, es cierto; reconocer que esos miedos, por ejemplo, están superados (en el mejor de los casos) y luego olvidarlos y quedarnos con el resto. No sé…». Tal vez, esculpiendo certezas en nuestro mapa vital, «certezas, ninguna… bueno, una: que siempre me ha gustado este Madrid, que me sigue gustando y que estoy muy cómodo viviendo aquí».
En definitiva, La Fuente de la Fama es toda una declaración de amor a Madrid, «un poco sí, y un poco también un reconocimiento: forma parte de mi vida, sencillamente».