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La vida de Audrey Hepburn a golpe de cómic

La biografía visual de una de las inmortales estrellas de Hollywood recoge su sorprendente pasado y su rutilante triunfo

La vida de Audrey Hepburn a golpe de cómic

Audrey Hepburn. | Europa Press

Conocí el nombre de Audrey Hepburn porque mi abuela solía recordar, descarada, que de joven, cuando iba a visitar a su hermana a Francia, la confundían con ella. Yo le preguntaba si la confusión no se homologaba en su España de provincias, a lo que ella decía: «No, ¿qué narices iba a hacer Audrey Hepburn aquí?». Y, visto lo que se cuece, se equivocaba…

Digo yo que será esa serendipia familiar lo que hizo que de niño viese sus películas. La mayoría de los jóvenes de mi generación están más acostumbrados a ver a Audrey Hepburn vistiendo la piel de maquinamusculados de gimnasio, que apropiándose de la gran pantalla. El nombre, la leyenda de su charme, les es más familiar que cualquiera de los hitos cinematográficos que protagonizó. A lo mejor les rebota en la sesera el título Desayuno con diamantes (1961) -en Tiffany’s, originalmente- pero apostaría a que un número no deleznable de los Z y posteriores piensan que se trata de una canción de Young Beef.

Portada del libro

El asunto es que Audrey Hepburn ha quedado grabada en el imaginario colectivo. Sus trajes, su pelo corto, su figura, su inocente mirada penetrante que derritió al mundo y la bañó en un reconocimiento inimaginable. Pero pocos saben que sus padres fueron simpatizantes nazis de muy alta cuna (su madre era baronesa), que tuvo una pasión precoz por la danza o que su timidez natural fue hirviéndose a la par que entraba en ebullición la Segunda Guerra Mundial, cuando miembros de su familia fueron arrestados y ejecutados a pesar del apego original de su madre por el nacionalsocialismo.

Y para quien desee ahondar en las peripecias vitales de una dama tan divinizada a su paso por el cine, lo suyo sería recomendar una extensa biografía. Quizás un farragoso documental narrado por Dios sabe quién. Pero se acaba de editar en España una fórmula de encuentro con las peripecias vitales de Audrey Hepburn mucho más jugosa. El cómic… no, ¡la novela gráfica!, Audrey Hepburn (Aloha!) ha llegado afortunadamente hasta nuestro país para fans, y no fans, vendiendo lo que promete: un relato ágil, finamente dibujado y deliciosamente editado.

Audrey Hepburn

La cicatriz de la guerra

El guion de la golosa obra corre a cargo de la guionista Eileen Hofer, y los dibujos de la mano de Christopher -así, sin apellidos, como Chenoa-. Para alumbrar esta pesada (en el sentido literal del término, pues es un libro de buenas dimensiones) biografía, ambos artífices han contado con una extensa bibliografía, así como con entrevistas a diversos familiares tal que Luca Dotti, hijo menor de Audrey Hepburn, de la que se transcribe una buena parte de las preguntas y respuestas en el anexo final.

Pero antes de llegar a esa página 307, donde ya se está a punto de culminar esta biografía visual, los autores nos invitan a recorrer la vida de la que fue una auténtica estrella de Hollywood. Como ya se ha comentado, los inicios de Hepburn, en tanto que hija de alta cuna y con una madre y un padre partidarios del fascismo, fueron, como poco, complicados. Desde luego, si la joven Audrey compartió dichas simpatías en algún momento, no se habla de ello, a diferencia de las hondas heridas que la experiencia de la guerra dejaron en ella. Una cicatriz que la acompañaría siempre, incluso, o mejor dicho, sobre todo, en los momentos más altos de su carrera. Tanto, que si Audrey Hepburn afirmó no querer ningún papel de malvada, fue porque aseguró ya haber vivido demasiada maldad en su pasado.

Gracias a esta íntima biografía, donde las palabras y el dibujo se fusionan con gran naturalidad, sabemos que la sublimación de Audrey Hepburn fue tan meteórica como inesperada. Dejando atrás la infancia -apartado al que se le dedica en la obra un sorprendente gran espacio-, la obsesión de Audrey por la danza se vio torpedeada por los efectos físicos que la guerra y la desnutrición habían causado en ella. Era tarde para ser bailarina profesional.

Audrey Hepburn fotografiada por Bud Fraker en 1956.

Un carisma especial

Sin embargo, lo que para Hepburn era un hándicap que no podía sino alejarla de nada que no fuese la gracilidad de sus gestos, como su largo cuello de cisne, su delgadez, su altura y, por más que se quejase, su nariz, fueron lo que atrajo a los productores de varios anuncios publicitarios. Así, la joven a quien su madre llamaba «patito feo», metió un pie delante de las cámaras. Luego, poco a poco, y pasando por el teatro -género en el que arrasó en papeles como el de Gigi-, el cine la hizo suya. O, quizás, cabe decir que fue Hepburn quien hizo suyo el cine.

Y digo esto porque a lo largo de la biografía, de dibujos simples en blanco y negro, pero no por ello carentes de emoción, no se para de destacar la capacidad natural, orgánica incluso, de Audrey Hepburn para hacerse con la mejor moda parisina, darle una particularidad absolutamente única a los papeles que interpretaba y, con un carisma raro, culto y humilde, robarle el corazón a público y crítica.  

Cambiando de clima, cabría destacar que el guion de Hofer incide, demasiado quizás, en la vulnerabilidad y el candor de Hepburn. Salvo en el apartado final, claro, cuando la rutilante estrella de la pasarela se alejó de los focos para centrarse en las acciones humanitarias. Hay que suponer que esa inocencia intrínseca, sumada a un complejo de abandono por parte de su padre, permitieron que Hepburn fuese manipulada, cuando no mangoneada, por su primer marido, Mel Ferrer. Un hombre que, como tantos otros, la quiso y se enamoró de ella, pero digirió mal ese triunfo tan asombroso y cargante que, una vez le echó el lazo, ya no la dejó marchar.

Pero, en conjunto, bien sea para auscultar los hechos que marcaron la vida de una de las estrellas de Hollywood más inmortales, o para satisfacer el vicio bibliófilo, Audrey Hepburn es un plato que se ataca con ganas y cumple con esa particular misión que poseen algunos libros de ser objetos artísticos en sí mismos.

Audrey Hepburn
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