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Cultura

'Sobre la soledad' de Kristen Radtke

El autor explora este concepto en su última obra gráfica

‘Sobre la soledad’ de Kristen Radtke

Portada del ensayo titulado 'Sobre la soledad' de Kristen Radtke.

En 1978, en Estados Unidos empezó a utilizarse el término «novela gráfica» aplicado a Contrato con Dios de Will Eisner. La intención era diferenciar los cómics con mayor ambición literaria de los tebeos de superhéroes que dominaban el mercado americano. Era un modo de indicarles a los libreros que ese tipo de propuestas debían colocarse en la sección de literatura, no en la de historietas para adolescentes. La reivindicación de que algunos dibujantes estaban creando obras de notoria envergadura intelectual se vio recompensada cuando Maus de Art Spiegelman consiguió en 1992 algo inaudito, impensable hasta entonces para un cómic: el premio Pulitzer. Desde entonces han ido apareciendo un número nada desdeñable de novelas gráficas magistrales: Persépolis de Marjane Satrapi, Fun Home de Alison Bechdel, piezas del japonés Jiro Taniguchi, la británica Possy Simmonds, el canadiense Seth, Chris Ware, Daniel Clowes, Adrian Tomine, Roz Chast…

Kristen Radtke (Green Bay, Winsconsin, 1987), vinculada en su día como diseñadora y coeditora a la prestigiosa y ya desaparecida revista cultural The Beliver, debutó en la novela gráfica en 2017 con la autobiográfica Imagine Wanting Only This (inédita en castellano). En su segunda incursión, Sobre la soledad, publicada aquí por Planeta Cómic, da un ambicioso paso de gigante ya que propone no una novela gráfica, sino lo que podríamos denominar un ensayo gráfico. 

Aunque en algunos momentos utiliza apuntes autobiográficos, su nuevo libro no funciona mediante un hilo conductor narrativo. El tema que aborda, lo que ella llama la epidemia de soledad de la sociedad estadounidense contemporánea, lo plasma mediante una suma de reflexiones personales, referencias a filósofos y científicos, datos sociológicos, confesiones de amigos, comentarios culturales… De este modo va mostrando sucesivas capas de un asunto que a priori puede sonar muy abstracto, árido y complejo para abordar de un modo sugestivo y eficiente mediante viñetas, pero que la autora sabe llevar hacia el terreno de lo concreto y lo íntimo. 

La soledad forma parte de la sociedad contemporánea. Uno de los grandes artistas americanos del siglo XX, Edward Hopper, la convirtió en uno de los ejes de su pintura: sus figuras aisladas en contextos urbanos, sus ventanales que desvelan la intimidad de los interiores, sus parajes aislados como gasolineras y calles desiertas… Hopper forjó un imaginario visual que ha influido en fotógrafos, cineastas y escritores. Creó una suerte de poética de la soledad, un tema que también asoma en las narraciones de autores como John Cheever o Raymond Carver y en la poesía de Anne Sexton o del británico Philip Larkin. En 2016 Olivia Laing publicó un espléndido ensayo sobre esta materia, La ciudad solitaria (aquí lo editó Capitán Swing), en el que aparecía, entre otras referencias artísticas, la obra de Hopper, que curiosamente apenas se menciona en el libro de Radtke. 

La autora empezó a trabajar en Sobre la soledad en 2016 y, cuando llegó la pandemia y los meses de confinamiento, el asunto adquirió todavía más relevancia. Arranca con un recuerdo infantil de su padre como radioaficionado que, por las noches, cuando la familia dormía, se comunicaba con desconocidos a través de las ondas. Hay otros episodios autobiográficos, como la temporada en que la autora vivió en Las Vegas y observaba la soledad agazapada tras las luces de neón y las juergas. O sus primeros meses en Nueva York, sola entre la multitud. Y es que se puede estar muy solo en una ciudad superpoblada e incluso sentirse solo viviendo en familia o en pareja. Sentencia Radtke: «La soledad es el hueco que queda entre las relaciones que tienes y las que te gustaría tener».

Distingue entre la soledad de calidad que se busca de modo voluntario como tiempo ganado para uno mismo, de aquella impuesta por las circunstancias, no deseada. Esta última es la que tiene dimensiones pandémicas y los datos científicos muestran que genera más propensión a padecer enfermedades y a morir de forma temprana. Sufrirla avergüenza y por tanto tiende a ocultarse, porque quien la padece la vive como una derrota, como un rechazo de los demás. La autora incluso vincula este problema con otra epidemia muy americana, la de los asesinos múltiples que disparan indiscriminadamente. Obedecen a un patrón de individuos aislados, que se sienten rechazados y generan actitudes paranoides. 

Lo cierto es que estamos programados para ser seres sociales, interactuar con nuestros semejantes, reproducirnos y sentirnos protegidos en el clan. De ahí la función socializadora y cohesionadora del cotilleo, del chismorreo, que ha estudiado el antropólogo Robin Durban. Otro científico al que cita Radtke y al que dedica todo un capítulo es el psicólogo Harry Harlow, que a partir de los años treinta del siglo pasado realizó controvertidos experimentos con crías de macacos Rhesus a las que aislaba de todo contacto con sus semejantes y relacionaba con madres artificiales de peluche y alambre. El resultado de sus atroces pruebas demostraba la necesidad de afecto y contacto físico para crecer de un modo sano; los monos que eran privados de eso, aunque se cubrieran todas sus otras necesidades, acababan enloqueciendo. 

La autora recoge también testimonios de amigos y recuerda las visitas a su abuela, que vivía sola y mantenía el televisor encendido para oír el ruido de fondo y sentirse acompañada; aborda las relaciones en el mundo digital y la necesidad de contacto físico. E incorpora también elementos culturales, como esas risas enlatadas de las sitcoms cuya función última sería hacernos sentir acompañados en nuestra soledad frente al televisor. O el imaginario tan americano del mitificado vaquero solitario de los westerns, un ejemplo de soledad épica y no desolada. Es un imaginario que está también presente en algunos personajes míticos de series televisivas, como el Don Drapper de Mad Men, el McNully de The Wire o el Eliot de Mr. Robot. En contraste, el arquetipo de la solterona, visualizada como personaje secundario en muchas comedias románticas. 

El libro no es -ni pretende serlo- un estudio perfectamente estructurado. Su planteamiento juega con la divagación: una sucesión de enfoques y aspectos que permiten a la autora ir diseccionado en capas el tema que aborda. El texto tiene mucha relevancia, pero dado que estamos ante un ensayo gráfico, la parte visual no es un mero acompañamiento, sino que sirve para reforzar las ideas que se plantean, expresándolas en imágenes, como esa sucesión de viñetas en que se muestra la soledad como la sensación de estar sumergido en la inmensidad del océano. Es también interesante el uso del color, siempre reducido a bitonos, con preponderancia de tonos apagados de gris, verde, azul y ocre. 

Ambicioso y sugestivo, Sobre la soledad se cierra con este comentario de Kristen Radke: «Cuando nos llamemos a través de una onda de radio o del teléfono, o cuando hablemos en una sala de chat o a través de una aplicación o en la calle o en el campo o en la cama, quiero que seamos conscientes del milagro que supone esa voz que está al otro lado».

Sobre la soledad (novela gráfica)
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