Cecilio G, un capullo necesario
El rapero catalán estrena canción tras su arresto el pasado octubre por agredir a agentes de seguridad
Cecilio G es un capullo. Seguramente, de las figuras públicas a las que más fácilmente se le puede aplicar la categoría de imbécil. ¿Qué nos hacemos hoy, Cecilio? ¡Un tatuaje de Pokemón en todo el estómago! ¿Nada más? Claro, ponme también una cruz en el entrecejo, que he perdido las pinzas y lo tengo poblado, y un alambre de espino en el mentón, no se me vaya a escapar la mandíbula alguna noche loca, y acabemos con un disgusto.
Cecilio es la personificación del colgado, aunque no se ha inventado nada. En la escena musical los ha habido mucho más piojosos que él. Más desavenido me parecen el rock semanasantero de Silvio Fernández, la épica cabalgada vital de Iosu Expósito o las letras tóxicas de El Chivi. También en la escena internacional, ¿qué decir de las hogueras de los KLF, las zumbadas asesinas de Mayhem o la escatología facial de GG Allin? Si comparamos, Cecilio sólo es un corderito descarriado. Una oveja negra con mala leche y mano suelta que, hoy en día en España, es más que necesaria.
Efectivamente… ¡Necesaria! Porque donde la fortuna reina para los simpatizantes de la carrera hacia la corrección, la honra sobrevive en aquellos que imprimen carácter en sus gestos. Aunque estos gestos sean los de un mamarracho. Alejados los tropiezos de esa peligrosa tautología del arte como negocio, que Jorge Navarro define como el artista mercadona, Cecilio G aspira a ser radical dentro y fuera del escenario. En 2018 borró todos sus temas de las plataformas, y subió un disco entero de punk sucio llamado YONOSOYTUPADRE. Sus boutades han continuado, una tras otra, a lo largo de los años. El suicidio comercial al que se asomado en tantas ocasiones, flirtea con el solitario viaje a la oscuridad de Sid Vicius fuera de los Sex Pistols. Porque Cecilio, sin saberlo, obedece a la sabiduría de los poetas… Ángel Guinda recitó no pocas veces su verso: «Escribir como se vive. Muerto, ya sólo puedo vivir como he escrito». Y es que el surrealista estilo de vida de Cecilio, casa a la perfección con su música y la paranoia de sus vídeos. Bastardos ambos de una noche de pasión entre una sobredosis de setas y demasiados tiros al caliqueño de sativa.
A chancletazos contra la autoridad
En una de sus idas de olla mediáticas, peleó a chancletazos con la seguridad del Sónar y a mano abierta con los Mossos. No hay alabanza posible… Más allá de decir que fue una estupidez fantástica. Porque lo surrealista de la historia, es lo que alimenta la leyenda del personaje y su veracidad, la confirmación de que la provocación no es para él una pose, sino un estilo de vida. Su valor reside, además, en la paradoja de saber pedir perdón para, acto seguido, mofarse de sí mismo y sus circunstancias. Haciendo gala del error, que es más humano que la artificial perfección a la que la industria cultural relega a sus reclutas. Ser acusado públicamente de acoso sexual (luego, desmentido) y agresión a la autoridad, es un lastre capaz de hundir cualquier carrera. Pero no a personajes como a Cecilio, porque ellos no son cualquiera. Los Cecilios, miran atrás, se echan las manos a la cabeza, se arrepienten, luego se ríen de su desgracia y lo convierten en canción. Hay que tenerlos bien puestos para que, con medio país echando pestes, publiques una canción en la que afirmes: «Me han cancelado de la música, voy a echar currículum en el Día. Cada vez que voy al Sónar se lía» o «Peleo contra las fuerzas del Estado con una chancleta». (Véase vídeo de Cecilio, alpargata plastiquera en mano, enfrentándose a la dura porra de la ley).
¡He aquí una enajenación impulsiva sólo digna de un tipo como él! Nadie habría sacado del camerino en el que se metió Cecilio sin permiso a C.Tangana o Nathy Peluso. Porque, lejos de su fama, lo que importa es que Cecilio es lo que cuenta, y eso inquieta. Mientras los otros, domadores de la rebeldía mainstream, resultan tan gratificantes que podrían colarse con la soltura del Pequeño Nicolás en una recepción real. Ya que, en el momento en que la perfección de los modales marca las cuantías del negocio, Cecilio llega para recordarnos que, aunque cueste titulares lapidarios, la rebeldía pasa por quemar las normas. No sólo ignorándolas, sino enfrentándolas, aunque sea estúpidamente, en un gesto que hace gala de su individualidad.
Valentía
La autenticidad es una quimera. El atributo engañoso que se aplica a determinados personajes que aparentan no temer ser ellos mismos, cuando sus máscaras varían más que las del carnaval veneciano. Resiste, a pesar de todo, cierto grado de autenticidad refugiado en la valentía de hacerse quién uno es más allá de las consecuencias. Cecilio, cabrito descerebrado, es un personaje en sí mismo, como lo fue Leopoldo María Panero, y en ese lance alocado, arbitrado por los impulsos esenciales, reside la fuerza de quien logra la autenticidad de echarle bemoles y ser uno con su demencia. Ah, y de quien debe bregar con las consecuencias. No son pocas las estancias policiales que ha pisado Cecilio G, sobre todo por agresión y delito de amenazas. De ahí, cabe asegurar, nace su último tema Todos presos loko, producido por YungRobv. Una canción que no requiere de mucho análisis. Cosa que no es, por ley, marca de fábrica del rapero, quien sí alberga barras surrealistas. Por decir algo…
Cecilio rasga. Y tan parte de la vida son los descosidos como las puntadas finas. Ese es el reino perdido de la contracultura; habitar los palacios donde los hijos entran sin permiso de las madres. O, por lo menos, donde ellas no entrarían jamás. Es la rebelión frente al orden establecido. La justa insurrección frente al poder con la que construir el pensamiento propio, y amenazar de muerte a la domesticación.