Los diarios visionarios de Philip K. Dick
«La exégesis de Philip K. Dick» es un resumen de los diarios alucinatorios y místicos del autor californiano
La influencia de Philip K. Dick en la cultura popular es colosal: más de una decena de películas que incluyen Blade Runner y Minority Report, huella en todo tipo de novelistas realistas y de género y un importante reflejo de todo ello en los videojuegos. Sin embargo, ¿estaba loco o era un visionario?
La respuesta a este misterio nos llega de la mano de las casi mil páginas de La exégesis de Philip K. Dick, una selección de sus diarios a cargo de Pamela Jackson y Jonathan Lethem, editado en castellano por Minotauro doce años después de que apareciese en inglés por Houghton Mifflin Harcourt. Lethem afirma que algo sucedía por las noches en la cabeza del autor de Ubik, pues escribía de la orden de cien folios de modo compulsivo. Sus diarios suponen una zambullida apasionante en una mente repleta de abismos.
El núcleo de sus diarios está en febrero de 1974 cuando cambió la vida de Philip K. Dick. Mientras se recuperaba de una operación dental, afirma, tuvo una epifanía espiritual. Comenzó con una entrega de la farmacia local. Tres días después de la operación de Dick, llegó un pedido de medicamentos en manos de una repartidora. Llevaba un colgante de un pez de oro que, según dijo, era un símbolo del cristianismo primitivo. Tras coger el paquete, Dick vio un misterioso destello de luz rosa y se desplomó en la cama. Dick, un contemplativo místico, supuso que la luz rosa era una fuerza espiritual activada por el colgante de pez. Mientras yacía en la cama, aparecieron visiones de pinturas abstractas, seguidas de ideas filosóficas y planos de ingeniería.
Durante los meses siguientes, las visiones siguieron desarrollándose. Dick vio corrientes de «fuego brillante» que se desplazaban por su entorno y entraban en su cuerpo. Vislumbró un extraño ser humanoide que parecía mezclarse con su entorno. Lo llamó Zebra y decidió que era una deidad benigna que podía «entrar en cualquier cosa, animada o inanimada» y «tomar el control volitivo de los procesos causales: mímesis, mimetismo, camuflaje». Vio cómo se abría un portal de luz rosa y salía de él un equipo de diminutos extraterrestres de tres ojos que advertían de que había una conspiración cósmica detrás de los asesinatos de los Kennedy y Martin Luther King. Los alienígenas decían que el responsable era el antiguo Imperio Romano, oculto sigilosamente durante siglos pero aún activo. Roma «se había presentado, por grados insidiosos y astutos, bajo nuevos nombres, oculta por la palabrería y los falsos oscurecimientos, por fin de nuevo en nuestro mundo». Nixon era un César moderno. Aparecieron escenas aterradoras de la antigua Roma, superpuestas sobre el barrio suburbano californiano de Dick. El autor se sintió guiado por espíritus serviciales, especialmente uno conocido como Tomás, que él creía que era un antiguo revolucionario cristiano.
Para algunos, el rayo láser rosa es una locura. En un documental de televisión Brian Aldiss lo descartó por ser el resultado de un fallo neuroquímico. Otros sostienen que se trata de epilepsia del lóbulo temporal. Para otros, un desagradable olor a Ron Hubbard se cierne sobre el suceso. Después de todo, Dick estaba muy metido en la teología. ¿Estaba creando una secta? Si no, ¿lo harían sus fans por él?
Probablemente no: la aproximación de Dick al 2-3-74 (como llamó a la experiencia, ya que la invasión cósmica de la mente fue más intensa entre febrero y marzo) no fue dogmática sino crítica, y él fue el primero en sugerir que podría haber sido un acontecimiento neurológico. Pero además, la luz había diagnosticado a su hijo una enfermedad potencialmente crítica que los médicos habían pasado por alto, y él había recibido información en estados oníricos en lenguas muertas que no podía hablar. «Eso» sabía cosas que él no sabía. Entonces, ¿qué era?
Finalmente, nadie consigue explicar el origen de sus visiones. Jackson y Lethem reconocen que pudo tratarse simplemente de un derrame cerebral, de daños cerebrales residuales del consumo de drogas o de epilepsia del lóbulo temporal; pero no parecen impresionados por posibilidades tan pedestres. El problema es que cualquier mensaje revelador está incrustado en más de mil páginas de impulsiva teorización, gran parte de la cual es autorreferencial. Dick suele plantear un concepto, lo critica diez páginas más tarde, critica la crítica y luego lo rechaza por completo cuando le viene a la cabeza una noción totalmente distinta. Algunos critican que al libro le falta mucho más contexto: constatar el nivel exacerbado de abuso de las anfetaminas, aclarar que las cien páginas que era capaz de escribir en una noche las hacía bebido o valorar su intento de suicidio de unos años antes. Sea como fuera es un último gran viaje por la alucinación y la paranoia para los que ansiaban material nuevo de Philip K. Dick.