David Diop y la necesaria revisión del colonialismo
El escritor francés novela en su nuevo libro la estancia del célebre biólogo Michel Adanson en el Senegal del siglo XVIII
En 1749, el botánico francés Michel Adanson tenía 23 años cuando desembarcó en Senegal, ya entonces una importante colonia gala, para estudiar la flora como parte de una investigación para elaborar una gran enciclopedia, muy a tono con la ambición ilustrada del Siglo de las Luces. Inexplorado por otros naturalistas por la mala reputación del clima del país, permaneció allí hasta 1753. Durante su estancia, descubrió un número considerable de plantas y animales nuevos, además de realizar importantes observaciones geográficas y etnográficas y de ser testigo de las trágicas consecuencias de la esclavitud y el embarque de la población de la región en los lucrativos barcos negreros.
«Adanson tenía la ambición de ingresar en la Real Academia de Ciencias de París, lo que no sucedería hasta mucho tiempo más tarde –explica a THE OBJECTIVE el escritor francés David Diop–. Pero necesitaba ser el especialista en una región del mundo para ser reconocido entre sus iguales. Gracias a la lectura de sus artículos y sus manuscritos, conservados hoy en el Museo de Historia Natural de París, sabemos de él que fue respetuoso no sólo con las tradiciones sino también con los conocimientos locales. De hecho, aprendió a hablar wólof -la lengua nativa de algunas etnias de Senegal y Gambia- porque entendió que había nativos que conocían las propiedades medicinales de las plantas y que los traductores no controlaban».
Autor de Hermanos de alma, novela donde narraba la historia de un soldado senegalés en las trincheras de la Primera Guerra Mundial por el que recibió el Premio Goncourt de España y el Booker Internacional en 2021, Diop parte de nuevo de unos hechos históricos para construir La puerta del viaje sin retorno (Anagrama), un libro poscolonial donde imagina y ficciona los años en el que el biólogo permaneció allí. «Hace unos veinte años leí Voyage au Sénégal, publicado en París en 1757, por Adanson. Era una historia de viaje que me gustó porque describía un Senegal que me resultaba a la vez lejano y familiar. Lejano en el tiempo porque su geografía ha cambiado, pero también familiar porque en sus descripciones, pues reconozco lugares donde yo mismo he vivido».
De padre senegalés y madre francesa, el propio Diop nació en París, pero pasó su infancia en el país africano. «Tener dos sensibilidades culturales, me dio la oportunidad de tener puntos de vista matizados sobre la vida. En ese sentido, creo que escribir me permite conciliar mis dos culturas». En su nueva novela parte de la existencia de unos diarios secretos legados a su hija tras la muerte del biólogo en 1806, donde relataba sus viajes al continente africano y el recuerdo de una mujer, Maram Seck, una joven de la etnia wólof que intentó huir de su destino como esclava después de que su tío la intercambiara por un fusil. «Si los negros son esclavos –dice su particular Adanson–, sé perfectamente que no lo son por decreto divino, sino porque conviene creerlo así para continuar vendiéndolos sin remordimientos».
El poder de las palabras
Jefe del Departamento de Artes, Lenguas y Literatura de la Universidad de Pau en el suroeste de Francia, donde es especialista en literatura francesa del siglo XVIII y en las representaciones europeas de África en los siglos XVII y XVIII, Diop es de la opinión de que, por suerte, se ha roto con la imagen estereotipada sobre África que imperaba en los siglos pasados. «Lo cierto es que aún queda mucho por hacer para dar a conocer mejor la historia milenaria del continente, pero, aparte de aquellos nostálgicos de un orden mundial en el que África fue colonizada, se ha evolucionado». Sin embargo, lamenta, «sí que creo que hay un racismo subyacente en todas las sociedades que, según la época, es más o menos virulento. Con demasiada frecuencia, los partidos políticos utilizan el racismo para tratar de atraer a gente descontenta que creen que todos sus males provienen de afuera». En este sentido, «la literatura y la historia pueden ayudar a aclarar los males que todavía afectan a muchas personas hoy en día, ya sea en África o en las diásporas negras de todo el mundo».
Tal vez por eso, en La puerta del viaje sin retorno Diop se esfuerza en destacar la importancia de la tradición oral en Senegal. De ella se encargan los griots, narradores de historias de África Occidental, responsables de mantener la cultura de las tribus de generación en generación. Son, en palabras de su protagonista, «los monumentos históricos de los negros» del país. «Estos hombres y mujeres tienen una memoria prodigiosa y se dirigen a un amplio público a través de un tipo de música que puede ser popular –explica el autor–. El hecho de que la historia se transmita oralmente no significa que sea de menor calidad que la historia escrita».
Como prueba de la importancia de las palabras, Diop recuerda un proverbio wólof muy conocido en Senegal que dice que «el hombre es la medicina del hombre. «Las palabras amables pueden sanar, consolar y ayudarnos a superar las pruebas de la vida. Aún hoy, los mejores médicos, en todo el mundo, son aquellos que escuchan bien a sus pacientes y extraen pistas de sus propias palabras para encontrar el origen de su enfermedad y tratarla».
Supersticiones y fe
A lo largo de la novela, además, las creencias y supersticiones tribales se entremezclan con estas historias como subterfugios para sobrevivir y salvaguardar la naturaleza. «El mundo es vasto y lo que los europeos pudieron haber tomado como supersticiones ridículas refleja otra relación con el mundo que también es perfectamente estimable –señala Diop al respecto–. Las sociedades tradicionales intentaron reconciliar la naturaleza en lugar de subyugarla. Lo que es sobrenatural para los europeos puede parecer natural en otras partes del mundo».
Y es que la naturaleza y la forma del hombre de relacionarse con ella es otro de las grandes protagonistas de este relato ambientado en parte en la selva senegalesa y en la profesión del mismo Adanson, algo que Diop cuenta también a partir de la historia de amor de sus dos protagonistas. «Adanson es un representante del pensamiento de la Ilustración que se basa en gran medida en la idea del filósofo francés Descartes según la cual, en su famoso Discurso sobre el método, el hombre debe convertirse en amo y poseedor de la naturaleza. Maram Seck es una curandera que no busca esclavizar la naturaleza sino cooperar con ella. Observa lo que la naturaleza puede darle sin necesariamente arrebatárselo. Y al hacer que ambos se enamoren, quería contar la historia de un encuentro fallido entre dos visiones del mundo al comienzo de los tiempos modernos. Hoy surge esa misma cuestión sobre las decisiones que debemos tomar para preservar la naturaleza».
Por poner un ejemplo de esto último, Diop evoca en su libro los bosques de ébanos que ocupaban las 60 leguas de costa que separaban la península de Cabo Verde de la isla de Saint-Louis ya desaparecidos casi al completo, incluso, cuando su protagonista pudo visitar la zona. «Adanson y otros viajeros europeos de esta época antigua ya habían observado que la explotación intensiva de determinadas materias primas, como la madera de ébano, tenía consecuencias sobre el equilibrio de la naturaleza. El fenómeno no es nuevo y está claro que el orden mundial actual perpetúa el saqueo generalizado de las materias primas africanas».
El final de la vida de Adanson no difiere mucho de lo que Diop cuenta en su novela. Empobrecido, obsesionado con la idea de crear su propia enciclopedia, dedicó a aquella empresa toda su vida y recursos. Cuentan que cuando le invitaron como miembro de la Academia de Ciencias a la inauguración del Instituto, respondió que no tendría ni zapatos para llegar. Separado de su mujer, su única hija, Aglaé siguió sus pasos y se convirtió en una aclamada científica, además de publicar numerosos trabajos sobre jardinería. Adanson murió solo y en la miseria el 3 de agosto de 1806.