'Río Miño. Un viaje entre solsticios': una mirada geográfica y contemplativa
El escritor, ganador del premio Eurostars Hotels de Narrativas de Viajes 2023, conversa con THE OBJECTIVE
Érase una vez un viaje de ensueño en el que Xesús Fraga, periodista y escritor de Río Miño. Un viaje entre solsticios, premio Eurostars Hotels de Narrativas de Viajes 2023 (RBA), se sintió literalmente en el paraíso: «Pare, escuche, mire», recita Fraga aquello que Llamazares proponía ante los pasos a nivel sin barreras en Portugal como guía para el viaje y la literatura, al comienzo de esta conversación con THE OBJECTIVE. «La voluntad de dejarse sorprender, de saber viajar con un determinado bagaje de ideas pero sin que estas anulen los encuentros que puedan surgir en el trayecto, es la que marca la diferencia. Para ello, aminorar el ritmo es clave. Una buena comparación se puede establecer con algunas piezas de videoarte de Bill Viola: parece que no sucede nada, pero hay que detenerse y mirar, y esperar que suceda lo que no contamos que suceda», explica el también premio Nacional de Narrativa 2021 con Virtudes (e misterios).
No es casual, al igual que no lo son la lluvia necesaria y la obra de Cunqueiro, que Fraga haga del Miño un himno que cante a los sentimientos, «además de por su condición de símbolo de Galicia, ofrece una gran diversidad paisajística y de asentamientos humanos, por lo que esa variedad era muy bienvenida a la hora de tomarlo como soporte narrativo. El relato de viajes, en su vertiente clásica, era la narración perfecta para tratar de plasmar ese universo breve en kilómetros pero profundo y heterogéneo».
Identidad personal
La memoria es abrigo y fuente a la que acudir en busca de inspiración y recuerdos felices. El Miño atesora el recuerdo, «en el que se da una confluencia entre la experiencia personal y el sentir colectivo. Un río permite explicar muchos aspectos de la historia de un lugar determinado, ya que todo paisaje es custodio también de la memoria. A lo largo del itinerario fueron aflorando no pocos pensamientos íntimos en relación con el agua y la humedad, inesquivables en Galicia, y cómo ha tocado nuestras vidas».
Ese relato por siempre inacabado y cambiante que algunos llaman nuestra identidad personal es lo que Fraga elaboró a lo largo de seis meses siguiendo el curso del Miño, entre los solsticios de invierno y de verano. Desde su brotar en el Pedregal de Irimia, en la sierra de Meira, hasta su desembocadura donde sus aguas funden en las del océano Atlántico. Desde Terra Chá a Lugo; de Lugo a Portomarín; Os Peares, al encuentro con el Sil; Ourense y de Castrelo de Miño hasta A Frieira, nació una cartografía en la que el autor fue dejando su capacidad de asombro entre esa frondosa atmósfera poética de amor por la naturaleza: «En tiempos de Google, vale la pena el viaje físico. Más que nunca. El recorrido, aunque en ocasiones se haya transitado mil veces, siempre depara sorpresas. Pero para que eso ocurra hay que salir al camino y en actitud de dejarse sorprender».
Los ríos, quizá representación de inmortalidad o fugacidad de la vida. «Más allá de su condición imprescindible para que la vida arraigue en un lugar, un río es una metáfora perfecta de esa fugacidad, una corriente irreversible e incesante, con sus meandros, rápidos, estancamientos. Los poetas lo han expresado muy bien, como atestigua la popularidad imperecedera de los versos de Jorge Manrique. En mi libro cito otra formulación, la respuesta que el Álvaro Cunqueiro poeta le da a la cierva enamorada de las cantigas gallegas medievales: el agua dulce que ahora bebes salada será».
A través de los sentidos
Auténtica columna vertebral de Galicia, que fertiliza cosechas; habitan arroyos y lagunas; riberas que nutren vinos; aguas que brotan puras, llenas de cantos rodados, flora fluvial, animales que bajan a la orilla a beber; bajo sombras de olmos y robles, diques y puentes; insuas y santos y los fantasmas de los ahogados; los trinos de los mirlos para coincidir tomándonos un café con los ancianos más sabios: «Si hemos de viajar debemos hacerlo con todos los sentidos. En la vocación de percibir a través de los sentidos está la capacidad para asimilar de otra manera. Por muchas fotos o vídeos que uno haya visto, nada es comparable a la sensación que se experimenta en una presa como la de Belesar y en la forma en la que su mole de hormigón ha invadido el paisaje. Del mismo modo, es entrañable ver cómo el río, liberado del embalse, se cree de nuevo un niño o un adolescente, y corre con la ligereza e inocencia de la infancia… hasta toparse con un nuevo pantano (en el Miño unos cien kilómetros, en torno a un tercio de su curso total, es embalse) o con el freno de su destino último, el océano».
Dos preguntas como guías de viaje
Fraga se propuso contestar dos preguntas al final del recorrido, a modo de Robert Macfarlane, «¿Qué sé de este lugar que no sepa de ningún otro» y «qué sabe este paisaje de mí que no sepa yo mismo?»: «Javier Cercas habla del «punto ciego», ese lugar en el que se sitúan las novelas para formular una pregunta breve pero compleja («¿Estaba loco o cuerdo Don Quijote?») y cuya respuesta es el propio libro. Siempre es una respuesta incompleta porque necesita de la concurrencia de quien lee para aportar sus propias ideas, así que cuando uno acaba de escribir se queda con la sensación de que no ha cumplido con ese propósito; al menos es lo que me pasa a mí. Esas dos preguntas actúan más bien como una guía para el viaje que como un cuestionario, un estímulo para colocarse de otra manera ante el paisaje para interpelarlo y también a uno mismo».
La corriente fluye, pero los recuerdos quedan. Seguro que descubrirá el lector un Miño diferente al que cree conocer, «espero que sí. El libro es el resultado de un viaje, unos recuerdos y unas lecturas en particular, lo que hace que no sea ni mejor ni peor, pero sí único. Confío en que quien se acerque al libro encuentre, en mayor o menor medida en función de su conocimiento previo del Miño, algo que modifique o añade a su perspectiva. Y si la lectura propicia un encuentro físico con el Miño o el recorrido de otros ríos, será una satisfacción e ilusión para mí».
El libro no es una declaración de amor como tal, pero sí hay algo de eso en sus páginas. «Si amar un paisaje implica querer que no sufra (ocurre lo mismo con las personas), me parece un deseo lícito y necesario», concluye.