Los entrañables perdedores del peor equipo de fútbol del mundo
Michael Fassbender protagoniza una comedia basada en la derrota por 31 a 0 de Samoa Americana frente a Australia
En 2001, el equipo de futbol de una minúscula isla del Pacífico llamada Samoa Americana –no confundir con Samoa a secas- entró en el Libro Guinness de los récords. Su hazaña era más bien vergonzante: en un partido de preselección para el mundial de la FIFA, Australia les había dado un palizón histórico. Perdieron por 31 a 0, la derrota más abultada de la historia en una competición oficial. El orgullo nacional quedó por los suelos y cuando se acercaba el momento de afrontar una nueva competición internacional, la federación de la islita decidió contratar a un entrenador extranjero para enderezar al equipo, o al menos intentarlo. El objetivo no era ganar, sino algo mucho más modesto: conseguir al menos marcar un miserable gol para salvar la dignidad.
El elegido fue Thomas Rongen, un exjugador reconvertido en entrenador con fama de duro, de nacionalidad norteamericana y origen holandés, nacido en Ámsterdam. El tipo tenía cara de pocos amigos y muy malas pulgas. Su misión: inculcar moral de victoria en un equipo que se lo tomaba todo de forma demasiado relajada, siguiendo los patrones de la sociedad polinesia. Los jugadores que pusieron a su disposición eran los mismos ineptos que habían encajado 31 goles en un solo partido y entre ellos había incluso un delantero que era un fa’afafine, que es como en la zona denominan a los hombres que se sienten mujeres. Un tercer sexo que esa tradición cultural acepta e integra sin problemas.
Esta disparatada historia de losers y derrotas humillantes dio pie en 2014 a un estupendo documental, Next Goal Wins, que por desgracia en estos momentos no está disponible en ninguna plataforma. El documental ha servido de base al actor y director neozelandés Taika Waititi (Wellington, 1975) para rodar El peor equipo del mundo, con Michael Fassbender en el papel del entrenador que aterriza en Samoa Americana con la meta de disciplinar y motivar a la desmoralizada selección nacional de fútbol de la minúscula isla.
Waititi tiene una carrera como director en la que ha combinado películas de superhéroes como una entrega de Thor para Marvel con proyectos más arriesgados como Jojo Rabbit, en la que un niño alemán en plena Segunda Guerra Mundial tenía como amigo imaginario nada menos que a Adolf Hitler, mientras su madre escondía en casa a una adolescente judía. Gracias a esta película, ganó un Óscar al mejor guion adaptado. En El peor equipo del mundo construye una comedia bienintencionada y buenrrollista -ideal para estas fechas navideñas- sobre unos entrañables perdedores.
La historia real, plasmada en el documental, ya tenía elementos más que suficientes para resultar muy jugosa. Sin embargo, la película añade algunos detalles ficticios para dar más colorido al asunto. Por ejemplo, se le ha añadido un problemilla con la bebida al entrenador y una afición a romper sillas por ataques de ira en los partidos, lo cual lo ha convertido en una suerte de paria. Lo que no es inventado es la tragedia familiar que arrastra y explica su carácter amargado, una historia que descubriremos al final de la cinta. Waititi opta también por dar mucho más protagonismo al personaje del fa’afafine, que en el documental era uno más de los jugadores y que aquí adquiere mayor peso con su encontronazo con el entrenador, que en la realidad no se produjo.
Buenos sentimientos
La película tiene un aire similar al de aquellas viejas comedias británicas de los estudios Ealing, repletas de excéntricos personajes, y a las viejas comedias de Frank Capra, repletas de buenos sentimientos. Tanto el entrenador como los jugadores son unos fracasados que provocan la empatía del espectador. Todos acabarán aprendiendo algo unos de otros. El entrenador a tomarse la vida con más calma y a paladear los pequeños placeres y los isleños, a chutar la pelota con algo parecido a espíritu de equipo y hambre de victoria. Al final, la gran pregunta es: ¿la felicidad se encuentra empeñándose en ganar a cualquier precio o jugando sin ponerse excesiva presión y disfrutando del partido y de la vida?
Waititi y su coguionista Iain Morris parecen haber optado por no buscarse excesivas complicaciones a la hora de desarrollar la historia y se dejan por el camino algunas oportunidades perdidas. Hay situaciones -como el drama familiar que arrastra el entrenador- y personajes isleños que podrían haber dado mucho más juego, dramático o cómico según los casos, y que quedan un poco desaprovechados. Con todo, la película se ve con simpatía y tiene algunos momentos cómicos muy logrados, como el del patatús que le acaba dando al entrenador cuando se empeña en que todo el grupo suba a la cima de la montaña más alta de la isla para fomentar el espíritu de equipo y sacrificio.
Fassbender, al que hasta ahora no conocíamos papeles de comedia, sale airoso del reto porque interpreta a su personaje con absoluta seriedad y la comicidad la producen las situaciones en las que se ve envuelto. En cambio, Waititi, que se reserva el pequeño papel de sacerdote local y narrador de la historia, peca de todo lo contrario: sobreactúa y al hacerlo le resta efectividad a la comicidad. Después de este divertimento samoano, el cineasta está ya enfrascado en su siguiente proyecto, mucho más ambicioso. Se trata nada menos que de la adaptación al cine de una de las cumbres de cómic de ciencia ficción, El incal de Alejando Jodorowsky y Moebius.