50 años de 'Archipiélago Gulag': testimonio del terror soviético
Para conmemorar la efeméride se publica ‘El fenómeno Solzhenitsyn’, donde Georges Nivat analiza la obra del escritor
El pasado 11 de diciembre Alexandr Solzhenitsyn hubiera cumplido 105 años. Había nacido en Kislovodsk, en el Cáucaso, seis meses después de la muerte de su padre. Seis años después se instalaría con su madre en la ciudad de Rostov del Don para vivir, en sus propias palabras, una infancia «marcada por la necesidad» y «humillada» (pero relativamente feliz). Es admitido en la universidad de Rostov en 1936 (se matricula en Matemáticas y Física) y en 1939 se apunta a los cursos por correspondencia del Instituto de Filosofía, Literatura e Historia de Moscú (MIFLI). Ya en este año, comienza a escribir una de las partes (o nudos, como los llama el autor) de una de sus dos grandes catedrales literarias: La rueda roja. Ese mismo año pasa los exámenes para profesor y comienza a enseñar astronomía y matemáticas en la pequeña ciudad de Morózovsk. En 1941 estalla la guerra y en octubre Solzhenitsyn es movilizado. Lleva consigo (a escondidas) un libro de Engels: Revolución y contrarrevolución en Alemania. A finales de 1942 es enviado al frente. La casualidad quiere que se encuentre con su amigo Koka, con quien irá intercambiando correspondencia donde ambos hablan sin tapujos de su indignación política. Ello provocará que, tras haber sido detectadas sus cartas por la seguridad militar, el 9 de febrero de 1945 sea detenido y llevado a la prisión de Butyrka. Le condenan a ocho años de trabajos forzados y reeducación.
En febrero de 1953 será liberado el campo de Ekibastuz donde estaba internado y se le envía al «destierro perpetuo» a Kok-Terek, en el distrito de Dzhambul (Kazajistán), al borde del desierto. En marzo muere Stalin y Solzhenitsyn puede dar ya sus primeros pasos como hombre libre. En 1956 quedará definitivamente en libertad (gracias a la anulación del «destierro perpetuo»). Se marcha a Moscú y en 1957 el Tribunal Supremo de la URSS lo rehabilita. En adelante se instala en Riazán y seguirá escribiendo (clandestinamente) y dando clases. En 1962 y después de unas largas negociaciones con las autoridades, se publica Un día en la vida de Iván Denísovich (editada en España por el editor barcelonés Luis de Caralt al año siguiente), que tendrá repercusión en todo el mundo y provocará que el escritor alcance la fama repentinamente. Solzhenitsyn se convierte en un escritor mundialmente conocido.
Cuenta Georges Nivat en El fenómeno Solzhenitsyn (Ediciones del subsuelo) que, al igual que Voltaire, Solzhenitsyn se identifica con cierto grito esencial por la justicia, que sirvió para que sus contemporáneos adquiriesen cierto sentido de la lucha humana. Una lucha pública (y dentro del país) que el escritor mantuvo contra el poder durante los años 1962-1974 (hasta que fue expulsado de la URSS). Según Nivat, intuía la gente que en esa pelea desigual entre el disidente y el poder tiránico se hallaba el germen para una revolución fundamental para nuestra época. Y es que era consciente Solzhenitsyn de la potencia de una voz vejada en el interior (a diferencia de la voz en el exilio). Su voz, pues, es la de una humanidad en la sombra. A diferencia de Tolstoi, su confesión no es individual, sino que radica en una nueva visión de la humanidad y un nuevo juicio. Dice Georges Nivat: «Solzhenitsyn nos abrió los ojos cegados por la ideología». Para él, no existe la idea de «el arte por el arte», su labor es la de explorar los continentes de lo real. Un mundo eminentemente masculino, el de Solzhenitsyn, donde los hombres se someten a pruebas y quedan en una situación de despojamiento y de elección existencial.
Y es en esa situación de despojamiento absoluto (la del hombre siervo del gulag) donde cobra sentido el valor de la ascesis voluntaria del sujeto. Es lo que, según la expresión de san Agustín retomada por Lutero, se conoce como siervo albedrío. Es el nuevo teatro de lo humano: el Gulag, y es esta la gran metáfora solzhenitsyniana. Ahí es donde se despliega el juego del hombre, en ese nuevo espacio simbólico. Y el principal descubrimiento de su obra literaria: que el hombre solo sobrevive en los campos gracias a la dignidad. De hecho, su obra está llena de muchos momentos «de pura alegría, de pura liberación del alma gracias al trabajo», escribe Nivat. La tarea heroica del hombre solzhenitsyniano es la de aceptar todas las renuncias para, una vez superada la prueba, descubrir el resplandor de lo Eterno, alcanzando la perfección.
Su imaginación, empero, es menos literaria que matemática y utiliza un método de trabajo científico, con múltiples fichas repletas de información. Gusta también del refrán ruso y de la chanza popular. No rehúye la elocuencia ni el humor, y vibra con la emoción de la lucha, ya que considera que «la risa libera a los presos de sus cadenas». En él, de cualquier forma, tanto en su literatura como en su labor de publicista y polemista prevalece el criterio ético. Ello le lleva en ocasiones a caer en el maniqueísmo, como cuando por ejemplo afirma que el mal procede del humanismo, del antropocentrismo surgido del Renacimiento e importado a Rusia con Pedro el Grande.
¿Por qué leer a Solzhenitsyn hoy?
En opinión de Nivat, la aparición de Solzhenitsyn fue fundamental para que «la noción del bien y del mal se reintrodujera en nuestra recepción de la Historia». El propio escritor llegó incluso a reprochar (en su célebre discurso de la Universidad de Harvard en 1978) al mundo occidental su pérdida de «voluntad» e incluso de «virilidad», denunciando en su calidad de profeta la decadencia moral de Occidente. A pesar de que, una vez caído el comunismo ya todo aquel paisaje de los gulags de Solzhenitsyn queda lejos y nos es conocido, e incluso admitiendo que las advertencias en el campo de la ética y de la política ya no triunfan, opina Georges Nivat que «sin embargo, forman parte en gran medida de las inquietudes de las nuevas generaciones: no mentir, ser uno mismo, crear una democracia desde la base en lugar de en la cima, practicar la autolimitación tanto en la vida personal como en la de consumo». Sostiene Nivat que las palabras del gran escritor ruso se cuestionan no por la autoridad de estas mismas, sino a causa de dos razones: de la fuente que las inspira (esto es: un hombre que reconoce la supremacía de Dios) y del hecho de que el mensaje solzhenitsyniano va dirigido a una Rusia que no debe extenderse más allá de sus límites y es exhortada a concentrarse en su desarrollo interior.
Además, Solzhenitsyn no es el único historiador de la producción de lo inhumano (los campos de trabajo), ni tampoco el primero, pero sí quien entiende mejor que el testimonio histórico es frágil y que, por ello, se necesita la mirada del testigo. De ahí que acentúe las singularidades y de ahí también su falta de duda ante la idea de que existe una verdad (tanto en la historia como en la vida de todo hombre). Según el escritor ruso, el gulag revela inexorablemente el verdadero rostro del individuo, al tiempo que la historia revela el verdadero rostro de las naciones. Una noción de lo verdadero, la de Solzhenitsyn, que es inseparable del valor. Así, su sistema literario es aquel que cree firmemente en que el arte vencerá a la mentira y al mal. Su mundo está impregnado e impulsado por la triada platónica Belleza-Verdad-Bondad. «En un mundo en el que reina la violencia solo el arte puede decir lo verdadero, ya que el principio de lo verdadero es también el de lo bello y lo bueno», nos dice Georges Nivat. Esta misma idea la expresó Solzhenitsyn en su discurso de aceptación del Nobel, en 1970, y solo consiguió encontrar a un interlocutor válido en Occidente: Albert Camus. Con todo, su idea de la nación como persona le salva del nacionalismo. Entiende que, igual que cada hombre, la nación tiene un rostro y una conciencia.
Para Georges Nivat, la importancia de Solzhenitsyn es que «revelando al mundo una terrible situación de servidumbre, logró que la literatura arraigara de nuevo en el fundamento moral sin el cual no puede haber universalidad». Y ello, le acerca a las obras totales de un Goethe, un Tolstói: «La recuperación del sentido, la fuerza impresionante del sentimiento por la tierra, por la densidad y la pureza de lo terrestre. Esto es lo que da a su virulenta denuncia de la violencia y de la inmundicia de esta tierra su excepcional impacto», opina Nivat. Para Solzhenitsyn es importante que la fuerza de la escritura esté al servicio de la fuerza del mensaje. Su tarea es la de salvar la memoria rusa. Solzhenitsyn incidió más en su época que Jruschov o Brézhnev y fue, sin duda, uno de los grandes artífices del hundimiento del comunismo soviético. Nos dejó dos obras catedralicias: Archipiélago Gulag (su reportaje-confesión sobre la experiencia en los campos de represión rusos) y La rueda roja (su última novela y donde ficciona los acontecimientos que desembocaron en la revolución bolchevique de 1917). Como le sucede a uno de los personajes de esta última obra, Zina, le sucede al propio Solzhenitsyn, que corre de bloque en bloque de hielo, en medio de un inmenso desastre. «Y esta carrera del luchador contra el fracaso tiene una belleza única. Una belleza que también ella perdurará», sentencia Georges Nivat.
Lo dejó dicho la poeta Anna Ajmátova al conocerle, pues «es un faro, su alma es fresca, llena de vitalidad, de juventud, de alegría. Habíamos olvidado que existía gente así. Sus ojos son como piedras preciosas». La mejor razón para seguir leyendo a Solzhenitsyn hoy sería finalmente esta: que no se nos olvide que sigue, que seguirá existiendo gente así. Y que son muy necesarias para entender cabalmente lo humano, y en toda su hondura, belleza y tragedia.