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Cultura

Las 10 mejores películas de 2023

Este año ha estado marcado por excelentes y arriesgados filmes que desafían lo tradicional

Las 10 mejores películas de 2023

Collage con los carteles de las películas. | Alejandra Svriz

TÁR, Todd Field

¿Es la compositora y directora de orquesta Lidia Tár un monstruo, un genio, una persona mezquina que utiliza su poder con fines sexuales, una víctima del puritanismo de estos tiempos, una desequilibrada, una prepotente manipuladora? Una película adulta y valiente sobre los abusos y la cancelación, pero que va mucho más de estos temas. El retrato de un personaje complejo: Tár, seductora, maquiavélica, neurótica y obsesiva. Le da vida Cate Blanchett, que carga sobre sus espaldas el peso de la cinta con una interpretación deslumbrante. El director, Todd Field, da a la obra un empaque visual muy sofisticado. En tiempos de cine simplón, hecho de consignas y eslóganes, este es un largometraje que lanza preguntas incómodas y no las responde con recetas fáciles. La escena del alumno que se niega a tocar a Bach porque hiere su sensibilidad por ser un representante del heteropatriarcado y acaba provocando la reacción airada de Tár que, grabada, manipulada y sacada de contexto, es usada en su contra, es un buen ejemplo de la potencia de la película… y de los tiempos que vivimos. 

Asteroid City, Wes Anderson

Un nuevo despliegue de todos los elementos que configuran el particular universo Wes Anderson: geometría en la composición, colores pastel (aquí combinados con una parte en blanco y negro), actuaciones de gestualidad contenida y no realista de los actores, diálogos recitados a un ritmo frenético, juego con el absurdo y pinceladas de melancolía… ¿El cineasta corre peligro de repetirse y acabar convertido en una parodia de sí mismo? Pues lo cierto es que en Asteroid City nos presenta una película que es puro Anderson y al mismo tiempo esquiva con mucha soltura los peligros de la reiteración. Lo consigue gracias a que lleva sus piruetas formales un paso más allá: aquí tenemos una historia sobre un programa de televisión sobre el montaje de una obra de teatro sobre una ciudad en el desierto llamada Asteroid City. Un brillante juego de cajas chinas: ficción dentro de la ficción, actores que interpretan a personajes, escenarios que son escenografías… Una parodia de la América de los años cincuenta: bombas atómicas, una actriz de Hollywood de personalidad complicada, adolescentes en crisis, vaqueros cantantes, el Actors Studio y un extraterrestre de visita…

Ah, y además se rodó cerca de Madrid, concretamente en Chinchón. Aparece la troupe de actores habituales del director al completo, salvo Bill Murray, que debía interpretar al dueño del motel, pero pilló el covid al empezar la filmación y fue sustituido por Steve Carell. Pero como Murray es una suerte de fetiche para el cineasta, lo acabó incorporando en un cortometraje vinculado con al universo de la película, que puede verse en YouTube.

Almas en pena de Inisherin, Martin McDonagh

Una fábula nada inocente que acaba con unos cuantos dedos cortados y algunas cosas peores. Una película sobre la amistad, el sentido de la vida y el empeño de no perder el tiempo con fruslerías. Está ambientada en una pequeña isla irlandesa en la que por un camino aparece una banshee que no anuncia nada bueno, y en la que se oyen, a lo lejos, los cañonazos de la guerra civil en curso. Los diálogos son estupendos, porque para algo su director, Martin McDonagh, es, además de cineasta, un dramaturgo de primerísima línea (destaca la llamada Trilogía de Leenane, no apta para pusilánimes).

Seguramente también sea atribuible a la procedencia teatral del director que todos los actores estén que se salen, empezando por la pareja protagonista, Colin Farrell Y Brendan Gleeson. Pero también hay que destacar a Kerry Condon como la hermana lectora y deseosa de largarse de la maldita isla, y Barry Keoghan, como el joven taciturno y enamoradizo, hijo del violento jefe de policía. 

Holy Spider (Araña sagrada), Ali Abbasi

Una periodista investiga de forma clandestina los asesinatos de prostitutas que lleva a cabo con total impunidad un perturbado fanático religioso. Las autoridades políticas y policiales de la zona —una ciudad al norte de Irán— no muestras especial interés por acelerar las investigaciones, porque de algún modo el psicópata les está limpiado las calles de mujeres de dudosa moral. Mantiene la tensión en todo momento y el espectador siente el peligro que corre al periodista protagonista, que debe moverse en un ambiente muy hostil, en el que casi nadie está dispuesto a echarle una mano.

Lo más terrorífico es que la película está inspirada en hechos reales. Cruda y áspera, es un buen ejemplo de cómo utilizar el thriller para retratar las taras, injusticias e hipocresía que pudren los cimientos de una sociedad, en este caso la República Islámica de Irán y la situación que viven en ella las mujeres. Dirigida por un cineasta iraní residente en Dinamarca, se rodó —por motivos obvios— fuera de Irán y con producción danesa.  

Godland, Hlynur Palmason

Un joven religioso es enviado por su obispo a levantar una iglesia en una zona remota de Islandia donde se ha establecido una pequeña comunidad de emigrados daneses. Estamos a finales del XIX y en aquel entonces la isla volcánica era todavía una colonia danesa. El pastor emprende un extenuante viaje primero por barco y después a caballo. Se enfrenta a la hostilidad de los lugareños que lo acompañan y su desconocimiento del idioma local hace difícil la comunicación. También choca con una Naturaleza a un tiempo subyugante y destructora (al fondo se ven volcanes en erupción).

Poco a poco, el protagonista va entrando en un espiral autodestructiva, se cuestiona su fe y acaba desbordado por el agreste entorno. Está filmada en un peculiar formato cuadrado, con los cantos redondeados, para imitar las fotografías que el personaje va tomando con su primitiva cámara. Es larga y lenta, pero también absorbente y de una belleza plástica avasalladora. 

Un amor, Isabel Coixet

Una traductora se refugia en un pequeño pueblo y se relaciona con diversos personajes de trato no precisamente fácil, entre hoscos y pegajosos. Una película turbia, desasosegante, en la que el paisaje aplasta a los personajes. Una propuesta sobre relaciones tóxicas, personas que huyen de sí mismas, autoengaños, deseos inconfesables… El material de partida es la espléndida novela de Sara Mesa del mismo título. No es precisamente fácil de llevar a la pantalla, pero Isabel Coixet y su coguionista, Laura Ferrero, han hecho un trabajo sobresaliente, introduciendo muy pocos cambios.

A la directora le sienta muy bien el corsé de aspereza que le impone el texto de Mesa y consigue la película más redonda de su carrera. Hay un par de escenas sexuales muy arriesgadas, resueltas con maestría. Y grandes interpretaciones de todo el elenco, con especial mención a la protagonista, Laia Costa y a Hovick Keuchkerian (de origen libanés-armenio, con un pasado como boxeador). Este último es un acierto de cásting crucial para que la turbulenta historia —¿de amor?— que se cuenta resulte creíble.

Decision to Leave, Park Chan-wook

El cineasta coreano se pone en modo hitchcockiano, con un thriller hipnótico sobre un detective que se siente seducido por una mujer sospechosa de haber asesinado a su marido, que además tal vez no sea su única víctima. Manejando los arquetipos del cine negro clásico, de películas como Perdición de Billy Wilder, Park reinventa las figuras icónicas de la femme fatale y el hombre que cae bajo su embrujo.

Este director es especialista en crear climas mórbidos y perturbadores —recuerden Old Boy o La doncella, dos obras maestras— y aquí logra sumergirnos en una historia repleta de miradas que espían, manipulación, deseo, obsesión. Un amour fou en el que es cada vez más difícil delimitar dónde acaba la realidad y empieza la fantasía, el delirio. Cine negro a la coreana, lo cual quiere decir que acaban pasando cosas imprevisibles, porque los coreanos juegan con unos códigos narrativos diferentes a los nuestros. 

Los asesinos de la luna, Martin Scorsese

Scorsese se había especializado en servirse de la Mafia para construir sus grandes frescos sobre la sociedad americana. Aquí cambia de registro y utiliza el western —con toques de thriller— para contar el nada edificante episodio histórico de los asesinatos de miembros de la nación Osage, una tribu india que tuvo la suerte —o padeció la maldición— de que bajo sus tierras se encontrase petróleo. Lo cual los hizo inmensamente ricos, pero también despertó la codicia de algunos desalmados. Además, de rebote, a través del agente federal que lleva la investigación (y que no aparece hasta el tramo final), asistimos a los albores del FBI, una agencia recién creada en aquel entonces. Los asesinos de la luna es una superproducción de más de tres horas sobre la el rostro menos amable de la historia americana y la cara más despiadada de la lógica capitalista.

Además, también narra una historia de amor —de amor y turbios intereses— retorcida, manipuladora y criminal, sin redención posible. Scorsese utiliza un punto de vista osado, porque elige como protagonista a un tipo corto de luces y sin atisbo de ética, al que interpreta Leonardo DiCaprio. El actor mantiene un duelo interpretativo con Robert De Niro, que da vida a su mefistofélico tío. Pero por encima de estas dos estrellas, brilla la contención y dignidad de Lily Gladstone, que tiene muchos números para llevarse el Óscar. 

Vidas pasadas, Celine Song

Una de las más gratas sorpresas del año. Una película indie, de bajo presupuesto, con solo tres actores e inspirada en las vivencias de la directora, de origen coreano, que emigró de niña con su familia a Canadá y después se instaló en Nueva York. Los dos protagonistas se van reencontrando a lo largo de los años, con intervalos de algo más de una década. Primero son niños en Seúl, que viven un inocente enamoramiento infantil hasta que ella emigra con su familia y pierden el contacto. Años después, él la localiza por internet y retoman la amistad. Para entonces ella vive en Nueva York y él sigue en Seúl y la distancia los acaba separando de nuevo. Pasa otra década, ella ya está casada y el amigo de infancia le anuncia que va a venir de visita a Nueva York y le gustaría verla, y se encuentran por última vez.

Una película liviana y preciosa sobre el amor, las oportunidades perdidas, las almas gemelas, lo que pudo haber sido pero quedó en el limbo de las posibilidades no consumadas, la imagen idealizada que nos creamos de la persona deseada… 

El conde, Pablo Larraín

Si hubo en Latinoamérica en el siglo XX un género literario que se conoció como «novela de dictador», el cineasta chileno nos propone una «película de dictador». La apuesta es alta: convierte a Pinochet en un vampiro inmortal y chupasangre que, tras su supuesta muerte, sigue viviendo escondido en un caserón en la remota Patagonia, en compañía de su esposa y su ayudante, un ruso blanco —también vampiro— que se vino a América a matar bolcheviques. La propuesta es al mismo tiempo una sátira política y una película de terror gótico. Larrain se atreve con unos planteamientos que de entrada pueden sonar a disparate.

Tal vez no sea perfecta, pero hay que aplaudir su osadía y radicalidad. No se amilana a la hora de pisar terreno resbaladizo, con diálogos de un humor negro muy macabro y personajes grotescos. Tiene además una puesta en escena virtuosa, con la guinda de la fotografía en blanco y negro de aires expresionistas del norteamericano Edward Lachman, que quita el aliento. El veterano Jaime Vadell está inmenso como dictador vampiro harto de la vida eterna y enganchado al consumo de batidos de corazones humanos congelados.

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