Paco de Lucía, «un cabronazo encantador»
Alfonso Escacena indaga en un nuevo libro en la personalidad del músico que cambió el rumbo del flamenco
Paco de Lucía sacó el flamenco de las tabernas y lo internacionalizó. Así suelen rezar los titulares sobre una figura monumental. Y fue eso y mucho más. A base de técnica, esfuerzo, innovación y estudio logró dotar de una calidad excelsa a la guitarra flamenca. Como músico hizo saltar por los aires las reglas de la posición jerárquica de la guitarra. Cuando dejó de acompañar a Camarón, ya nunca tocó para un cantaor. Lo hacía en privado cuando pillaba una buena fiesta y lo disfrutaba, pero sus obras en directo y algunas grabadas no suenan lideradas por el cante, relegado a una frasecita en una pieza larga de guitarra y en una esquina del escenario. Y hasta eso supuso un vuelco en la tradición, lo nunca visto.
En el más que ortodoxo universo jondo, el guitarrista solía ser el ilustrado, el que llevaba las cuentas entre la variada troupe, pero quedaba relegado por cantaores y bailaores, considerados como las verdaderas estrellas. «Florea poco para no taparme», una frase hecha que todavía se escucha sobre el plató. Y, luego al acabar, el cantaor se pone de pie para recibir los aplausos y, entre la euforia, señala al guitarrista que sigue sentado. «Vámonos», su grito de guerra para movilizar a la banda bien podría leerse como su filosofía. Y los flamencólicos —como él los llamaba— acabaron rindiéndose a su arte. No fue sencillo. Un ensayo, Paco de Lucía, el primer flamenco ilustrado (Almuzara) del abogado y columnista Alfonso Escacena, indaga en la personalidad del músico. «Fue el primero que puso orden, técnica y método en el flamenco. Se atrevió a saber», cuenta el autor.
Su carrera arrancó en los años sesenta por Estados Unidos, la primera vez con José Greco, luego con Gades, después con los septetos que formó para acompañarlo y, entre tanto, colaboraciones musicales con artistas como Winton Marsalis, Larry Corell o Chick Corea, entre otros. No sabía una palabra de inglés, pero acabó hablando con fluidez, incluso para entrevistas. Fue un superdotado, el mejor guitarrista flamenco, pero sufría enormemente por sus carencias como músico de formación lo que provocaba que otros compositores trascribieran las partituras de sus obras, quizás el caso más escandaloso fuera Entre dos aguas, su rumba más popular por la que José Torregrosa, el arreglista de Philips, estuvo cobrando derechos de autor hasta que hace unos meses, tras años de litigio, un tribunal decretó que Paco de Lucía era su único autor. Se adelantó a Internet y las descargas. Pese al éxito de sus discos, vivió siempre del directo. Casi medio siglo de aeropuertos y carteles de no hay entradas. «Giraba al nivel de los Rolling Stones por una ruta atestada de teatros nacionales de las principales ciudades», aclara Alonso Escacena.
Francisco Sánchez Gómez (Algeciras, 1947-Playa del Carmen, México, 2014) no nació siendo una estrella. En su etapa de formación, como les sucedió a otros genios, su padre Antonio Sánchez, también músico, lo sacó de la escuela a los diez años y le puso a la tarea de hacer dedos con la guitarra. Encerrado en su casa de Algeciras, pasó su infancia perfeccionando el toque. Ligero de equipaje, con una inteligencia privilegiada capaz de asimilar todo a la velocidad del relámpago, pasaba meses de gira por el mundo desde que cumplió los 16 años. Eso sí, vigilado por Ramón, músico también y su hermano mayor: («A papá vas»). Todo lo que ganaba lo entregaba en casa, se conformaba con las 500 pesetas que le entregaba su padre para gastos de bolsillo. A lo largo de su carrera, hubo fandangos y un disco Luzia en el que cantó por primera vez una seguiriya en honor de su madre. Hubo temas también para su ex esposa y su viuda pero, pese a que siempre agradeció en público la dedicación de su padre, musicalmente no le dedicó ni una falseta.
Su gran amigo, el poeta Félix Grande, contaba que, a Camarón, con el que formó una pareja legendaria, lo conoció en el tablao madrileño Torres Bermejas. Camarón le hablaba de usted y Paco tenía veintipocos años. «Menos culto y desenvuelto, Camarón adoptaba una aptitud de cierta reverencia, a la vez que le gustaba desobedecerle. Su afinación lo enloquecía y su compás le fascinaba». Paco fue quien llevó a su padre a conocerlo en el tablao madrileño cuando el cantaor no era nadie. Paco ya era una figura y su padre producía discos en Hispavox. Colaboraron juntos en varios discos hasta que Camarón dio la espantá del rígido ámbito de la familia Sánchez. No aguantaba los rigores de «Don otra vez», como lo apodaron por su insistencia en repetir cantes, y se fue con el productor Ricardo Pachón. La amistad de ambos nunca se rompió pese a las acusaciones infundadas por los derechos de autor de los discos que habían grabado juntos, cuando Camarón se encontraba muy enfermo y que fueron auspiciadas por personas próximas al cantaor.
«No olvidó nunca a los de atrás. Había crecido junto a esa gente, ‘sacrificados peones de brega del flamenco’»
El éxito y el paso del tiempo no lo cambiaron en exceso. Tuvo la misma casa de discos, Universal y el mismo manager, Berry, que compartía con Serrat y Sabina y acaba de fallecer. No era aficionado a pisar alfombras glamurosas ni a relacionarse con políticos, empresarios poderosos o actores de éxito. Tampoco quiso grabar con los Stones ni con Julio Iglesias. No le apetecía. Ascendió al número 1 pero no olvidó nunca a los de atrás. Había crecido junto a esa gente, «sacrificados peones de brega del flamenco» que igual pasaban una semana en Japón tragando comida para perros —al no poder traducir las etiquetas de las latas—, que arreglar la bisagra de una caja de guitarra porque habían sido hojalateros. «Gente con arte y gracia para rabiar, ocurrentes, picarillos que veían sin ser vistos y relataban anécdotas desternillantes que a Paco le encantaban».
Acostumbraba a poner apodos a sus amigos, gastar bromas, irritarlos o hacerles perrerías (y recibirlas) pero era un amigo leal. Un carácter que había que entender y querer. Los músicos, en ocasiones, se veían obligados a seguir su ritmo exprés. Jorge Pardo, uno de los músicos que lo acompañó a lo largo de su carrera, cuenta como en Bruselas, en los años ochenta, mientras el público aplaudía entre dos temas, Paco, que no solía agradecer demasiado las ovaciones, limitándose a esperar que terminasen, le hablaba aprovechando el barullo de lo bien que había sonado la flauta y que debería pensar en hacer un solo al principio de algún tema porque era muy cálido y metía al público en ambiente. «Sí, claro, cuando quieras», respondió el flautista. «Ahora», dijo el jefe. «Dale, vámonos». Y así, improvisando y sin ensayar abordó lo que venía tras los aplausos. Una situación que resume jocoso: «Estas eran las cosas de Paco, un cabronazo encantador». A él se debe también el título del libro.
«Me decidí a escribir olvidándome en lo posible de Paco el guitarrista, del que se ha dicho ya todo y poco puedo aportar, y me centré en el individuo», cuenta del autor en las razones del ensayo. La personalidad del autor de Entre dos aguas, un enfermo de perfección, uno de esos tímidos que se sueltan a base de cachondeo; las juergas en las giras, su debilidad por las mujeres guapas, el machismo imperante y no solo en el gremio, las relaciones con sus luces y sombras con sus hermanos, el respeto reverencial a su padre y los músicos con los que compartió escenario («Era el que más ligaba y el que contaba el último chiste») son analizadas entre anécdotas, extraídas a base de entrevistas con amigos de juventud, artistas y una buena dosis de la documentación publicada sobre el guitarrista que acredita en extensos pies de página, configuran el corpus del libro.
Dedicado a Casilda Valera, la ex mujer de Paco de Lucía, y prácticamente, la fuente más autorizada, junto con sus tres hijos, de muchos de los datos que se narran, El primer flamenco ilustrado se descompensa en la recta final. Para redondear la faena, se echan en falta las opiniones de su viuda Gabriela Canseco («no aceptó la invitación» dice el autor), de sus otros dos hijos y de la mayor parte de los músicos y amigos que lo acompañaron en la última etapa de su carrera, casi dos décadas de éxito y vivencias entre Toledo, México y Mallorca. Frente a las más de 400 páginas del libro, esta etapa se soslaya con unas líneas, en buena parte extractadas de un reportaje de El País Semanal de abril de 2015.