THE OBJECTIVE
El zapador

Robinson Crusoe se inspiró en un náufrago español

La experiencia de Pedro Serrano es un ejemplo inmortal de la resistencia humana frente a las fuerzas de la naturaleza

Robinson Crusoe se inspiró en un náufrago español

Ilustración realizada con IA. | Javier Rubio Donzé

Ubicado en un enclave remoto del Mar Caribe, a medio camino entre Cartagena de Indias y la isla de Cuba, a una distancia de 150 millas náuticas de las costas nicaragüenses, se encuentra un insignificante banco de arena. El lugar, apenas adornado por un modesto conjunto de palmeras y habitado por diversas colonias de aves, moluscos y tortugas marinas, carece por completo de agua dulce. Sobrevivir en aquel inhóspito paraje durante una semana constituye una hazaña digna de un veterano marino; resistir un mes, una proeza comparable a la de un titán; y permanecer durante ocho años es algo que solo podría lograr Pedro Serrano, un bravo marino español que naufragó en esas aguas hace cinco siglos. Aquel lobo de mar bien merecería una superproducción de Hollywood basada en su hazaña. No es para menos. De hecho, aunque pocos compatriotas lo sepan, fue Pedro Serrano quien inspiró el argumento de Robinson Crusoe.

En el siglo XVI, cuando el Nuevo Mundo era aún un enigma cubierto por un velo de misterio y promesas de riquezas incalculables, los mares eran surcados por valientes marinos, exploradores intrépidos y buscadores de fortunas. Entre ellos se encontraba Pedro Serrano, un hombre cuyo destino estaba por escribir una de las páginas más asombrosas de la historia de la navegación. Ocurrió en 1526. Pedro Serrano era el capitán de un pequeño patache que navegaba desde La Habana hacia la costa colombiana. 

Durante un viaje, cuyos detalles se han perdido en el tiempo, su embarcación naufragó debido a una violenta tempestad. De este desastre, sólo sobrevivieron tres personas: Pedro Serrano y dos de sus marineros. Agarrados a un tablón y luchando contra las inclemencias del tiempo, lograron alcanzar un pequeño arrecife, tan remoto que no figuraba en las cartas de navegación.

En este aislado paraje, la supervivencia se tornó en un desafío constante. Pronto, uno de los marineros sucumbió, probablemente debido a la falta de agua dulce. La naturaleza, aunque generosa en alimentos como cocos, aves y mariscos, les negaba el vital líquido. A pesar de sus esfuerzos, la escasez de agua dulce continuaba siendo su mayor desafío. Serrano y el compañero restante se enfrentaron a la dura realidad: debían afinar su ingenio o enfrentarse a un destino similar. Con recursos limitados, bebieron sangre de tortuga. Luego idearon un sistema para recolectar agua de lluvia aprovechando los caparazones de tortuga como improvisados aljibes. Más adelante acabaron construyeron un depósito más grande con maderas de su nave naufragada y un refugio para protegerse del inclemente sol tropical.

Serrano también se las tuvo que ingeniar para hacer fuego para calentarse. Así lo relató el Inca Garcilaso de la Vega en 1609: «Dio en buscar un par de guijarros que le sirviesen de pedernal, porque del cuchillo pensaba hacer eslabón, para lo cual, no hallándolos en la isla porque toda ella estaba cubierta de arena muerta, entraba en la mar nadando y se zambullía y en el suelo, con gran diligencia, buscaba ya en unas partes, ya en otras lo que pretendía. Y tanto porfió en su trabajo que halló guijarros y sacó los que pudo, y de ellos escogió los mejores, y quebrando los unos con los otros, para que tuviesen esquinas donde dar con el cuchillo, tentó su artificio y, viendo que sacaba fuego, hizo hilas de un pedazo de la camisa, muy desmenuzadas, que parecían algodón carmenado, que le sirvieron de yesca, y, con su industria y buena maña, habiéndolo porfiado muchas veces, sacó fuego».

A los tres años la esperanza de rescate se encendió con la llegada de dos marineros españoles provenientes de un islote cercano y supervivientes de un naufragio similar. Juntos, enfrentaron la decisión crucial: esperar un rescate incierto o intentar alcanzar la costa por sus propios medios. Optaron por lo segundo. Construyeron un barco muy rudimentario con algunos tablones y todos juntos se hicieron a la mar pensando que podían llegar a Jamaica. Sin embargo, Serrano y uno de los recién llegados se lo pensaron mejor y regresaron al islote. Así lo narró Serrano: «Como en la mar me vi, y que este barco era de pedazos y sin brea, sino untado con unto de lobos tiznado de carbón, pensé lúego que era imposible salvarnos en él y hice que arribasen á tierra y salimos uno de los compañeros de la otra isla é yo, y el otro y el mochadlo que conmigo estaba se fueron, los cuales hasta hoy no se ha sabido nueva de ellos». 

Los años pasaron y Serrano, junto a su nuevo compañero, continuaron su lucha por la supervivencia en el aislado islote. Finalmente, tras años de espera, un navío cercano avistó su señal de humo y acudió al rescate. El compañero de Pedro Serrano falleció en el mar durante el viaje de regreso a España. Serrano, por su parte, viajó a Alemania, donde se presentó ante el emperador Carlos V. En la corte imperial, causó gran impresión y curiosidad, especialmente por ser un cristiano español que había sobrevivido 8 años en un inhóspito islote tropical. La historia de Serrano, en la que un hombre enfrenta la adversidad con ingenio y coraje, resonó con fuerza en una época fascinada por los relatos de exploración y aventura. Su apariencia, con una barba que le llegaba hasta la cintura, lo hacía parecer un prodigio, captando la atención de todos. Serrano narró sus experiencias en una vívida crónica que se preserva en el Archivo de Indias. Posteriormente, fue recompensado por la corona con tierras y riquezas en Perú, encontrando la muerte su final en Panamá. El relato de Serrano capturó la imaginación de la gente. Su peripecia se convirtió en un testimonio de la tenacidad humana, tanto que acabaría inspirando a Daniel Defoe en la creación de su icónica novela Las Aventuras de Robinson Crusoe, combinando las peripecias de Serrano con las de otro naufrago escocés de principios del siglo XVII llamado Alexander Selkirk. 

Hoy, el legado de Pedro Serrano sigue vivo. El atolón donde vivió su odisea, ahora conocido como Isla Serrana, lleva su nombre en honor a su increíble historia. Su experiencia, más allá de ser una mera anécdota de los tiempos de la conquista, representa un ejemplo inmortal de la resistencia humana frente a las fuerzas incontrolables de la naturaleza.

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