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Cultura

Ignazio Silone nunca se rinde

Dos editoriales españolas recuperan la novela ‘Fontamara’ y los escritos antiestalinistas del escritor italiano

Ignazio Silone nunca se rinde

Darina Laracy, Pietro Nenni e Ignazio Silone. | Archivo

George Orwell definió a Ignazio Silone (Pescina, 1900-Ginebra, 1978) como «uno de esos hombres que son denunciados como comunistas por los fascistas y como fascistas por los comunistas». El pensamiento del autor de 1984 ubica sin medias tintas al escritor italiano en una categoría muy peligrosa, la de aquellos capaces de luchar contra los maniqueísmos políticos aún a riesgo de quedarse sin una iglesia donde rezar, rechazados por todos al no ceñirse a los mandamientos de la suprema autoridad. 

En estos últimos meses se asiste en España a una particular recuperación de su obra y es muy interesante cómo se ha gestado esta operación involuntaria. Nuestro país va muy por detrás con relación a otros europeos en lo relativo a mimar a los clásicos contemporáneos. Siempre hay excepciones, pero resulta más bien complicado hallar un corpus unitario de autores de relevancia. Leerlos de manera dispersa puede generar curiosidad y ser un punto de arranque, pero el poco apego a lo sistemático produce que raramente un nombre del antaño reciente cuaje y se consolide, salvo excepciones derivadas de modas como puede ser el caso de Stefan Zweig o Natalia Ginzburg.

Con Silone los dos sellos valientes son El Salmón y Altamarea. Los primeros dieron el pistoletazo de salida con Cartas a Moscú, una compilación de escritos antiestalinistas que van de 1936 a 1975. 

El volumen es una gran invitación para conocer a este intelectual a la contra. Silone nació en Los Abruzos y malvivió durante su infancia y adolescencia, etapa culminada con un terrible terremoto que asoló la región. Durante esa edad no tan inocente empezó a comprender las injusticias de la tierra, causa de su afiliación al Partido Socialista para después, con la escisión propugnada desde la Tercera Internacional por Lenin, ser uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano, cuyas cabezas visibles para la posteridad fueron Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. A todo esta era convulsa se añadió el ascenso del fascismo al poder en 1922. Silone se quedaba sin patria terrenal y se acogió a la espiritual de Moscú, integrándose en el Komintern hasta su renuncia por discrepar de los métodos de Iosif Stalin.

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Ostracismo

Su expulsión de la órbita comunista lo desheredó por completo y decidió dedicar su existencia a encontrar una tercera vía, socialista, siempre alerta para avisar a sus lectores del error de contemplar el conjunto desde la dualidad entre capitalismo y comunismo. Las cartas contra el dictador soviético son, en realidad, un mosaico de reflexiones válidas para nuestro siglo al ponderar el matiz por encima de todas las cosas. En este sentido, no sorprende que se englobara a Silone junto a Albert Camus, Arthur Koestler y George Orwell en ese club de los disidentes cuerdos. ¿Cuál era su lucidez? La de mostrar los errores de los suyos para evitar más tragedias. Silone denunció el pacto germano-soviético de 1939, posición que le condenó al ostracismo.

En 1933, Silone, exiliado en Suiza, publicó Fontamara, novela ahora editada y traducida a nuestra lengua por Altamarea. El libro fue una escuela para muchos otros y sus ecos resultan evidentes en ficciones como Conversación en Sicilia, de Elio Vittorini, La peste, de Albert Camus, o Rebelión en la granja, de George Orwell.

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En el pueblo de esta novela tan rompedora cuando apareció asistimos a una historia terrible, la de unos campesinos analfabetos que sólo saben trabajar y pasan sus días en una plácida inercia propia de autómatas sin ideología. Sin embargo, ésta termina por sobrevolar todo el relato porque los habitantes de esa Fuente Amarga padecen en sus propias carnes la irrupción de la civilización moderna en su pueblo de la mano del fascismo, con un gobierno, amparado por bancos que son como nuevas catedrales, muy disciplinado para intervenir en favor de los poderosos y desposeer a los pobres de cualquier esperanza, ni siquiera la de poder rebelarse.  No es de extrañar que Fontamara fuera prohibida en la Italia de la época.

Tras la caída de Mussolini, Silone regresó a Italia, pero se sintió marginado ante la creciente hegemonía de autores Alberto Moravia, Cesare Pavese, Pier Paolo Pasolini o Italo Calvino. Su ostracismo no era tanto por irrelevancia, sino de silenciamiento, como si fuera una molestia que pudiera apartarse en un rincón oscuro. Desde 1956 dirigió junto a Nicola Chiaromonte, otro excepcional verso libre, la revista Tempo Presente y en 1965 publicó Uscita di Sicurezza, una autobiografía política imprescindible como pocas desde su proverbial coherencia. En los años 90 la figura de Silone volvió a ser polémica cuando unos historiadores italianos descubrieron unos documentos que lo acusaban de haber colaborado con la policía fascista. Silone vuelve a las librerías españolas y debemos celebrarlo porque su mensaje manifiesta la rareza de elogiar la duda para crecer, cuestionándose certezas grabadas en piedra con el fin de poder navegar libre, sin maximalismos, consciente de que hay más colores que el blanco y el negro.

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