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Cosas que aprendimos de los Beatles

En ‘1, 2, 3, 4: Los Beatles marcando el tiempo’, Craig Brown despliega todo un arsenal de referencias sobre el cuarteto

Cosas que aprendimos de los Beatles

'Magical Mystery Tour' (1967). | Apple Corps, BBC

No hay nada en la vida del seguidor de los Beatles tan desconcertante como elegir un libro sobre el grupo. Frente a la abarrotada biblioteca de ensayos y biografías que ha generado la banda, escoger un buen título es una misión que sobrepasa la capacidad del lector medio. Pero si uno se detiene en esa encrucijada llena de tráfico literario y necesita tomar una decisión rápida, con 1, 2, 3, 4: Los Beatles marcando el tiempo irá sobre seguro.

La obra de Craig Brown no solo es una lectura divertida, original y absorbente. También es la explicación de por qué, más de medio siglo después de su disolución, los Beatles siguen siendo el primer grupo que a cualquiera le viene a la cabeza cuando piensa en la historia del pop. Como si escribiera una novela caleidoscópica, Brown capta la leyenda de John, Paul, George y Ringo siguiendo la ruta principal, pero dando volantazos insospechados por carreteras secundarias. Esto último nos permite comprender al grupo, pero también conocer los códigos de la industria musical, la mentalidad de los fans, el ambiente de los clubs de la época y las reacciones de otras celebridades ante aquellos cuatro ingleses dispuestos a comerse el mundo. Por otro lado, el autor no se olvida del hatajo de desconocidos que participaron, para lo bueno y para lo peor, en el devenir de los cuatro protagonistas. 

Todavía pedimos a los Beatles lo imposible: que estén a la altura del mito nostálgico que varias generaciones hemos cultivado. Esa cláusula nunca estuvo en su contrato discográfico, pero sin embargo, la han cumplido con creces. Aún son un fetiche primigenio de la cultura occidental. Todas las claves de ese éxito —incluida la retromanía kitsch de sus imitadores— está en este libro torrencial, escrito con una libertad exultante y con un agradable toque de ironía.

Por cierto, como todos los cronistas, Brown no oculta sus preferencias. «Conocí brevemente a Paul en un concierto en 1973 —contaba en The Guardian— y le pedí que me firmara lo único que tenía encima, que resultó ser un álbum de Roxy Music. No puedo decir que haya tenido una amistad de toda la vida, pero fue muy agradable. Paul fue el que siempre quise ser y desde que escribí el libro, sigue siendo mi favorito. No sólo tenía este extraordinario genio para la melodía sino también para las letras. Cosas como ‘She’s Leaving Home’, ‘Eleanor Rigby’ y ‘Here, There and Everywhere‘ son tan hermosas… Los demás a menudo estaban resentidos con Paul por ser la fuerza impulsora de la banda. Pero sin él no habrían llegado tan lejos».

‘The Beatles: Eight Days a Week – The Touring Years’ (2016). | Apple Corps, Universal Music

Viaje al corazón de la beatlemanía

En 1960, los Beatles eran un quinteto de jovencísimos rockeros que, noche tras noche, enardecía a los estudiantes alemanes que acudían al Kaiserkeller de Hamburgo. La banda se había puesto en marcha gracias a John Lennon y Paul McCartney, pero pronto recibió el refuerzo de George Harrison, Pete Best y Stuart Sutcliffe. Tras esa aventura continental, el grupo regresó a Inglaterra, donde ya prosperaba el género de la música beat, todo un fenómeno en su ciudad natal, Liverpool.

Los clubs locales se vieron en la tesitura de aprovechar ese filón. Uno de ellos fue The Cavern, donde los Beatles conocieron en 1961 a quien sería su mánager y el principal impulsor de su carrera, Brian Epstein. Hubo un último ajuste en la formación de la banda (tras la muerte de Sutcliffe, Best fue reemplazado por el entrañable Ringo Starr), y eso bastó para convertirlos en el cuarteto perfecto para la generación beat.

Con una creciente curiosidad, los cuatro perfeccionaron un repertorio que partía de los estilos musicales preferidos por los adolescentes de Liverpool: el skiffle, el rock, el doo wop y el rhythm and blues. Eso les bastó para asaltar las listas de éxitos.

Resultó decisivo en ese empeño el productor, ingeniero y arreglista George Martin, cuya influencia en el sonido de la banda fue muy poderosa, gracias en parte a su conocimiento de la música orquestal y a su dominio de la tecnología de sonido.

La calidad de las canciones, el éxito multitudinario y una promoción medida al milímetro son los tres pilares sobre los que se levanta la beatlemanía, cuyo impacto planetario cambió la industria para siempre. Que John, Paul, George y Ringo triunfasen en Estados Unidos sirvió, además, para despejar el camino de otras brillantísimas formaciones inglesas, como los Rolling Stones, los Kinks o los Who, dentro de lo que se llamó la «invasión británica». Por otro lado, los cuatro músicos estuvieron muy atentos al trabajo de otros artistas ‒en particular, Elvis, Bob Dylan y los Beach Boys‒ y eso les permitió abanderar casi todas las modas del momento.

‘The Beatles: Eight Days a Week – The Touring Years’ (2016). | Apple Corps, Universal Music

La mejor banda del planeta

Los Beatles se unieron a revoluciones que ya estaban en marcha e iniciaron más de una por su cuenta. Esto nos recuerda las dificultades que aún tenemos para clasificar el cancionero de la banda, torrencial, sorprendente y lleno de inventiva.

Casi cualquier variante de la música culta y popular está presente en su trayectoria: el rock clásico («I Want to Hold Your Hand», 1963; «She Loves You», 1963; y «Can’t Buy Me Love», 1964), el folk («Yesterday», 1965; y «Blackbird», 1968), la sonoridad del sitar («Norwegian Wood», 1965), la fusión entre el pop y el clasicismo de un cuarteto de cuerda («Eleanor Rigby», 1966), el empuje festivo de las bandas de viento-metal («Yellow Submarine», 1966), el pop psicodélico («Magical Mystery Tour» y «I Am the Walrus», ambas de 1967), esa misma psicodelia vinculada a recuerdos de infancia y juventud («Strawberry Fields Forever» y «Penny Lane», también de 1967), los ecos del swing y de la música barroca («All You Need is Love», 1967), el ragtime («When I’m Sixty-Four», 1967), el rock progresivo («A Day in the Life», 1967), el rock duro  («Helter Skelter», «Revolution» y «Back in the U.S.S.R.», las tres de 1968), el boogie-woogie («Lady Madonna», 1968), el ska  («Ob-La-Di, Ob-La-Da», 1968), la música electroacústica y de vanguardia (la pieza experimental «Revolution 9», de 1968), el soul («Something», 1969), el cruce entre el pop y el góspel («Let It Be», 1970), y por supuesto, esa especialidad del grupo que fue la balada lírica («The Fool on the Hill», 1967; «Hey Jude», 1968; y «The Long and Winding Road», 1970).

‘Yellow Submarine’ (1968). | Apple Corps, EMI Records

Si tomamos ese periodo que va desde la frescura irresistible de «Help!» (1965) hasta la experimentación introspectiva de «While My Guitar Gently Weeps» (1968) como el caldo de cultivo de lo que hoy es el pop-rock, apreciaremos la inabarcable aportación de los Beatles, pioneros en el uso de instrumentos comerciales como el videoclip y adelantados a su tiempo en el uso intensivo de la ingeniería de sonido

Hoy cuesta imaginar que estos cuatro artistas, capaces de crear monumentos musicales, fueran en su día objeto de ciertos reproches. Así lo vivió en los años sesenta el escritor Ernesto Sábato cuando discutió con un crítico más bien testarudo: «Si usted realmente siente lo que en Mozart hay de música ‒le dijo Sábato‒, tiene que sentir algo con los Beatles. Si no lo siente es porque tampoco siente lo que hay de musical en Mozart».

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