Virginia Mendoza: «La sequía de los 90 ha sido olvidada»
La escritora y antropóloga habla con David Mejía sobre ‘La sed’, su último ensayo
Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987) se licenció en Periodismo y en Antropología Social y Cultural por la Universidad Miguel Hernández de Elche. Durante años ha sido periodista freelance y ha escrito para varios medios de España y América Latina. Ha publicado libros sobre arraigo y desarraigo en los que fusiona periodismo narrativo y antropología rural, como Quién te cerrará los ojos (Libros del KO, 2017), Heridas del viento (La línea del horizonte, 2018) y Detendrán mi río (Libros del KO, 2021), un proyecto trasmedia sobre las personas desplazadas por la construcción de presas en España que continúa con un mapa-reportaje en línea. También escribió los libros sobre Jane Goodall y Alexandra David-Néel de la colección «Grandes Mujeres» de RBA coleccionables. Es coautora de los Juegos reunidos rurales, ilustrados por Narcís RE (Temas de hoy, 2022). Su último libro, La sed (Debate, 2024).
PREGUNTA.- Antes de hablar de tu ensayo, me gustaría que nos contaras alguna cosa sobre ti: cuéntanos qué estudiaste y por qué.
RESPUESTA.- Primero estudié Periodismo, me licencié en la Universidad de Elche. ¿Por qué? Pues como tantas personas que quieren escribir y no saben qué hacer y se meten en Periodismo. He tenido muchísimos compañeros, estábamos divididos entre los que queríamos escribir y habíamos acabado en la carrera de Periodismo y los que se querían dedicar al periodismo deportivo, sobre todo.
P.- Porque tú escribías desde joven.
R.- Lo que siempre me ha gustado, sobre todo, ha sido más el momento de la escritura, el tocar el boli, el tocar el papel… No es que fuese una persona supercreativa, precoz, ni nada de eso. Cuando terminé Periodismo me di cuenta de que eso no era para mí, que había cometido el típico error de entrar ahí porque quería escribir y ya está. Y se me pasó por la cabeza estudiar Antropología, que en ese momento era una licenciatura de segundo ciclo. Era Antropología social y cultural y claro, la gente me decía: «Pero ¿qué haces? Pero ¿estás loca? Esto no tiene nada que ver con el Periodismo», y decía: «Pues no sé, me apetece, voy a probar». Y cuando entré me enamoré de todo lo que iba aprendiendo de la antropología, pero fue una sorpresa que el primer día, el profesor que dio la charla inaugural, resulta que él aparte de antropólogo, era periodista y dijo una frase que se me quedó clavada para siempre y era que «la única diferencia entre el periodismo y la antropología es el tiempo» y entonces dije «vale, ahora sí». Porque una de las razones por las que sentía que no conectaba con el periodismo era que en la Facultad crees que luego se va a ejercer, aunque luego descubres que si te apetece irte a Armenia a buscar ancianos en pueblos perdidos que te cuenten su vida, lo guay es que lo puedes hacer y que puedes convivir con ellos unos días y al final hacer como una fusión también de periodismo y antropología, también en ese sentido temporal y no solo social. En ese momento tenía la sensación de que estar en una redacción, en tele, en radio o escribir noticias diarias, el depender tanto de esa actualidad o vivir con esa prisa, no era lo mío. Entonces Antropología sí que me daba más lo que quería, que era no solo un periodismo más social, sino también más lento. Con el tiempo me he ido apartando del periodismo, me he ido acercando más a la antropología y sobre todo ahora a la divulgación. Ahora mismo también estoy estudiando un microgrado de Antropología Prehistórica, porque a raíz de La sed empecé a obsesionarme con la prehistoria, encontré ese microgrado y dije «vale, ahora es esto».
P.- Me parece interesante cómo explicas estas opciones profesionales o académicas desde el punto de vista del tiempo. Tú necesitas distancia respecto a tu objeto de estudio, tranquilidad, no este ritmo a lo mejor de corretear de un lado a otro de las redacciones, por ir un poco al estereotipo del periodismo. ¿Tú dirías que ahora tu vida se parece más a eso, a una vida más pausada, reflexiva, donde tienes tiempo de relacionarte con tu objeto de estudio?
R.- Sí, bueno, últimamente no es lo que he ejercido, porque como has visto La sed es un trabajo más bien de divulgación, de antropología y no solo de antropología, sino de otras disciplinas.
P.- ¿Por qué viviste en Armenia?
R.- En ese momento, en el que te decía que había terminado Periodismo como una crisis existencial que me llevó a Antropología, terminé Antropología y tuve como de nuevo esa crisis existencial y fue como «bueno, yo creo que el comodín de estudiar otra cosa, quizá ya lo he utilizado, mejor buscar otra opción» y sentí que necesitaba irme y tuve otro momento también, así como muy repentino, entusiasta, obsesivo… Y muchas veces he contado que un poco la culpa la tuvo Ander Izaguirre porque en algún momento mencionó la palabra mágica que es Armenia sin más, porque Armenia, puede que te pase a ti a partir de esta conversación, tiene algo que cuando empiezas a interesarte es como que te atrapa y fue como «Armenia, a ver», fui a buscar fotos en Google Maps y no recuerdo lo que vi, realmente no sé lo que vi, pero mi reacción fue: «Voy a vivir allí, no sé cómo, pero voy a vivir allí». Estuve buscando la opción y hacía poco tiempo que había entrado también como parte de un servicio de voluntariado europeo, había entrado también a Armenia, Georgia, y me interesaba también mucho la zona de los Balcanes, pero fue como «vale, ya está, es el momento de ir a Armenia» y encontré una plaza para un proyecto de investigación sobre minorías étnicas en Armenia y en los ratos libres, pues iba buscando supervivientes del genocidio armenio y recorriendo sobre todo zonas rurales, buscando principalmente personas mayores, porque daba con personas que tenían más de 100 años que no solo habían sobrevivido al genocidio, sino que tenían barbaridad de historias interesantes que contar. Y eso fue un poco la experiencia. Me dediqué a viajar mucho por ahí, a recorrer muchos pueblos, a convivir mucho con la gente.
P.- ¿En qué idioma te comunicabas?
R.- Pues normalmente en inglés, a veces en español, porque en Armenia sobre todo las chicas en Ereván suelen hablar español. Los armenios valoran muchísimo el aprendizaje de otras lenguas. De hecho, ellos dicen que cuantos más idiomas sabes, más humano eres y lo llevan muy a rajatabla. De hecho, en El Imperio contaba Kapuscinski que hay libros muy antiguos que se han salvado gracias a los armenios que enterraron esos textos bajo iglesias armenias.
P.- ¿Cuánto tiempo estuviste allí?
R.- Un año y medio. Me dio también para empezar a tener un nivel armenio, como de niña de cuatro años, pero lo bueno que tenemos es que aparte, de que compartía rasgos físicos con ellos, tenemos también un acento muy parecido. Entonces, es curioso, porque a nada que tú consigas decir una frase, por básica que sea en armenio, cuela, llegan a creer que eres armenio. Era muy curioso porque a veces lo hacía de broma y cuando les decía que era española no me creían y me seguían hablando y era como «no, es que ya no te entiendo».
P.- Háblanos de tu interés por la antropología.
R.- A mí es que me interesa el ser humano en general. Y cuando empecé a estudiar Antropología había una palabra en la que se insistía mucho y que a los antropólogos les encanta, que es holístico. Y al principio decía «¿qué les pasa con esta palabra?» y es que realmente somos así. Si te interesa el ser humano, te acaba interesando todo y a todos los niveles y encuentras conexiones por todos sitios. En ese momento el interés era a un nivel cultural en relación con las personas con las que comparto el mundo y que tienen otros modos de vida. Siempre me interesaba mucho también la gente que vive de manera diferente a mí, que piensa de manera distinta a mí. Entonces muchas veces he acabado buscando a personas con las que puede parecer que me obsesiona ese tema porque me gusta y lo que ocurre es que es tan opuesto a mí que me genera mayor interés y que quiero profundizar para llegar a entender por qué esa persona pues piensa como piensa o ese grupo. En ese momento, en un nivel como más de eso, de actualidad, por así decirlo o de coetánea edad, a pesar de que antes de estudiar Periodismo lo que quería hacer era Historia, realmente fue algo que quedó ahí. Quién sabe, Igual cuando me jubile lo acabo.
P.- Igual otro microgrado.
R.- Bueno, en el microgrado de Antropología Prehistórica tenemos las asignaturas de Prehistoria de Geografía e Historia.
P.- ¿De dónde viene esta inquietud tuya por la sed?
R.- Es algo que estaba ahí de manera latente, supongo que en algún momento tenía que salir porque es algo que marcó mi infancia, que estuvo muy presente. De hecho, cuando empecé a escribir libros siempre decía que los escribía por, de algún modo, encontrar respuestas a cosas que no había podido preguntar a mi abuelo, me pasó con Quien te cerrará los ojos. Necesitaba saber porque mi abuelo había cavado su propia tumba, entonces me puse a explorar el arraigo en la España rural y acabé hablando con las personas que había, que vivían solas en lugares en los que sus vecinos se habían marchado. Y este creo que también tiene un poco de eso, de hecho están muy presentes los abuelos y este mismo abuelo en el pueblo era el encargado de las aguas.
P.- Este pueblo es Terrinches.
R.- Sí, Terrinches en La Mancha, en Ciudad Real. Claro, le acompañaba en momentos de sequía extrema, le acompañaba al depósito a abrir y cerrar el agua del pueblo. Una cosa que siempre me impactaba mucho de él es que tenía un meñique que solo era medio meñique.
P.- Y que se lo cortó en el depósito, ¿no?
R.- Y fue precisamente en alguno de sus momentos por la prisa de tener tan poco tiempo para cortar y dar el agua.
P.- Para los que no hemos tenido esa experiencia rural, que supongo que serán muchos de nuestros lectores, ¿qué es esto de tenía que abrir el agua del pueblo? ¿No había un grifo en la cocina que tú habrías y salía agua las 24 horas?
R.- La primera parte, bien, tú podías abrirlo, pero posiblemente no saliese nada. La mayor parte del día no. La sequía de los 90, nosotros llegamos a unos niveles extremos. Extremos. Llegamos a un punto en que había días en los que solo teníamos un rato de agua, la gente vivía dejando en terrazas, en corrales, cualquier tipo de recipiente, ya fuese una bañera vieja, una olla, un barreño.
P.- Para que recogiera el agua de lluvia, si llegaba la lluvia.
R.- Sí, o también para conseguir retenerla en el momento en el que mi abuelo abría el agua para que luego el resto del día lo que tú pudieses necesitar al menos lo no tuvieses garantizado en cierto modo. De hecho, casi todos los vecinos pusieron en sus terrazas unos depósitos.
P.- Tú recuerdas en el libro que hay una foto de ti dándote un baño sola, que eso era un acontecimiento.
R.- Sí, teníamos agua durante tan poco tiempo que al final te duchas en familia y a ti como niña pues era como «ah, pues mira qué bonito aquí con mis padres o con mi hermano», pero no era tanto el hecho de querer compartir eso, que evidentemente con los niños se hace, sino que era también esa necesidad de decir ahora, ahora es el momento en el que hay agua.
P.- Esto que tú cuentas con tanta naturalidad no sucedió en los años 40, en la posguerra, ni en un pueblo bereber. Sino a unos 150 kilómetros de donde estamos ahora. ¿Crees que se ha olvidado lo que ocurrió hace no tan tiempo?
R.- Sí, la sequía de los 90 ha sido olvidada. Y en parte creo que es un poco por lo de siempre. Es como que si donde más se percibe esto y donde más se sufre es una zona periférica rural, muchas veces ni siquiera llega a tener demasiada trascendencia a nivel nacional y evidentemente, pues la gente que está en Madrid le da igual que al lado de mi pueblo hubiese una guerra del agua poco antes, o que en mi pueblo viviésemos con ese nivel de restricciones. Entonces sí que ahora la sequía es omnipresente porque la estamos viviendo ya en posiblemente uno de sus peores momentos. Oímos hablar de cómo van llegando restricciones a ciertos lugares, pero si te fijas, por ejemplo, cuando se está hablando sobre todo de restricciones, ahora hay unos 40 pueblos de Córdoba que hace casi dos años ya no tenían agua prácticamente en sus casas. Entonces, creo que también influye mucho en los lugares en los que más se sufre. Si tú buscas información sobre esta sequía de los 90, hace poco leí que fue tan grave que incluso en Madrid en algún momento llegó a haber restricciones, en La Mancha, en Andalucía estuvimos al límite en muchos lugares, a punto de tener que marcharnos de ahí.
P.- ¿Crees que esa es la única explicación? ¿Puede ser que hubiera también un cierto relato triunfalista y de modernización en esa España de los 90, que no se correspondía con toda la realidad española?
R.- Puede que haya algo de eso también. Tiene mucho que ver con cómo, hasta qué punto damos por hecho las cosas y creemos tenerlas garantizadas porque lo más normal es que en tu casa, pues abras el grifo y salga agua. Por ejemplo, hay una cosa que me llama mucho la atención en cuanto al uso y el consumo del agua, es ese consumo invisible, cómo, en general, cuando abrimos el grifo o cuando enchufamos algo, no pensamos que estamos consumiendo agua. Es un consumo invisible. Cuando tú le haces una pregunta a ChatGPT no piensas que para responderte va a necesitar también un litro de agua. Es algo como soterrado, que también creo que hace que en cierto modo pues seamos un poco más ajenos a ciertas cosas. Por eso también me interesaban esas personas desplazadas por la construcción de embalses, porque creo que ahí hay toda una generación de la que cada vez quedan menos testimonios, que tuvo que sufrir esto en silencio, muchas veces expulsiones forzosas, incluso con violencia en algunos casos. Y tenemos que ser conscientes de que si tenemos eso garantizado es gracias al esfuerzo que hicieron todas esas personas que me parece que necesitan un monumento nacional.
P.- ¿Tú sigues aplicándote restricciones en el uso del agua?
R.- No siento que me imponga una restricción, pero, por ejemplo, hoy he hablado con alguien de una de las cosas que me ponen más nerviosa es que no se cierren los grifos fregando, la ducha o lo que sea. Es algo que no puedo escuchar, ese grifo cayendo constantemente. Entonces si por ejemplo estoy fregando, friego plato y cierro, cierro el grifo mientras enjabono el siguiente. No soy capaz de estar con ese grifo abierto. O, por ejemplo, también, en ese sentido, una de las cosas que me chocaban en Armenia, a pesar de las otras muchísimas que son las que ganan, que me encantaban, pero había algo que no conseguía entender y era que, sobre todo, no sé si dependía más de una de una zona o de algunos lugares más apartados, pero sí que hubo muchos pueblos y muchas casas en las que vi que el grifo estaba constantemente abierto, aunque no se estuviese usando. Para ellos tiene una explicación, pero yo no entendía porque estaba el grifo abierto todo el rato. Ellos tienen una relación con el agua y con los muertos que de algún modo les pide que haya agua fluyendo. Entonces tú, por ejemplo, vas por Ereván y en cada esquina hay fuentes y son fuentes en honor a los muertos. Y también en muchos pueblos te vas encontrando en esquinas, unas fuentes que además tienen algo que de en cierto modo te recuerdan a las lápidas y son en honor a un difunto. Porque el hecho de que ese agua corra, para ellos representa como el fluir de la vida, como una forma de favorecer ese tránsito en el más allá. De hecho, cuando te vas de viaje tiran un cubo de agua después de ti porque creen que eso te va a dar suerte, tienen mucha superstición en relación con esto. Pero claro, antes de que me lo explicasen, para mí era incomprensible. Era como «pero ¿por qué no cierran el grifo?».
P.- Esto no sucedía en La Mancha, donde además del agua son fundamentales el tocino, el vino, el aceite y el pan.
R.- Realmente no sé como acabé llegando a eso. Empecé contando algunas obsesiones, por ejemplo de mi abuela con el tocino. Luego hablaba de como también en La Mancha una forma que tuvo la gente de poder seguir en una tierra árida fue plantar olivos, porque el olivo es de secano, en algunos casos lo han hecho dependiente del agua, pero el olivo resiste muy bien en tierra árida, en climas un poco más extremos. Y con la vid ocurre también algo parecido. El tocino, si por ejemplo lees las razones que da Marvin Harris para explicar por qué el cerdo se convierte en un tabú religioso en algunos casos tienen mucho que ver con la sed, entonces eso también me hacía pensar en La Mancha. En principio, no tiene sentido. Pero bueno también, si quizás estás cuidando todo lo demás, puede llegar un punto en el que es compatible, ¿no? Lo que no tendría tanto sentido es que todo el mundo en mi pueblo tuviese cerdos, vacas y olivos de regadío. Bueno, ahí lo llaman olivas. Que es una cosa que me gusta mucho, Joaquín Araujo reivindica mucho que nos hemos equivocado con el género de los árboles y que el género de los árboles tendría que ser femenino y en mi pueblo lo veo, en mi pueblo no se dice olivos, sino que se dice oliva. Y creo que tiene también mucho que ver con que es lo que principalmente a ti te está dando de comer. Y me ha pasado hablando con gallegos, que, sobre todo los que viven en costa, no dicen el mar, dicen la mar. También ocurre en otros lugares de zonas costeras, mientras que en Madrid es raro que escuches a alguien decir la mar. Seguramente te van a decir el mar, imagino que tiene mucho que ver con esto. Entonces empecé a tirar un poco de ese hilo de la gastronomía y de qué cultivos habían favorecido a nuestros antepasados a quedarse ahí y también en intentar asegurarse de que su descendencia se quedaba, porque quien plantaba un olivo realmente estaba pensando en el futuro de sus nietos. Él no iba a obtener ese fruto. Sabía que era para su descendencia y que solo le podía garantizar de alguna manera quedarse en una tierra árida. Me di cuenta de que al final esos alimentos de los que estaba hablando son los del estribillo de una jota que bailaba de pequeña en mi pueblo, con el grupo de coros y danzas que teníamos, que es la jota manchega más famosa seguramente «a la mancha manchega, que hay mucho vino, mucho pan, mucho aceite, mucho tocino» y dije «será esto la dieta de la sed». Últimamente he empezado a encontrar alguna asociación que reivindica la importancia de lo manchego. Gente que está haciendo camisetas, fundas de móviles y demás. En algunos de esos ejemplos, como en el caso de camisetas, encontré esos elementos de la antigüedad, por así decirlo, en donde aparecen el pan, el aceite, el vino y el tocino. En casa de mis abuelos estaban muy presentes, mi abuela, obsesionada con el tocino, le conté que alguien por buscar una alternativa un poco más saludable al fuet había inventado el fuet de piña, sustituía el tocino por piña, dije «quiero saber cuál es la reacción de esta mujer», porque la estoy dando por hecho, pero quiero saber que me dice. Y su reacción fue: «No pruebes eso hasta que la cosa no esté clara, que eso es para matar a las personas». Con el pan también. En casa de mis abuelos el pan que se caía todavía se besaba y lo besaba hasta yo, que soy celíaca, no tiene ningún sentido. Es esa herencia que tiene mucho que ver, evidentemente, con lo mal que lo han pasado en la posguerra, pero también con la importancia que tienen el pan y que han tenido los cereales en zonas áridas que también de algún modo han facilitado la vida al ser humano.
P.- ¿Dirías que es La Mancha la que te lleva la antropología, o la antropología la que te hace regresar a La Mancha?
R.- El viaje realmente empieza con esos recuerdos en mi pueblo, en La Mancha, y empieza a ampliarse y se me empieza a ir la pinza muchísimo, pero muchísimo. Pensaba que me estaba volviendo loca. Y cuando me di cuenta, vi que esos recuerdos y también esas historias de mis abuelos podían dar lugar también a una especie de libro. En un principio iba a ser una especie de sed en la España seca o algo así. Me he centrado mucho sobre todo en la península, en la parte más seca y empecé a tirar de hilos y ahí fue donde empezó la obsesión con la prehistoria. También era como «necesito profundizar, necesito seguir tirando de esto» y cada vez encontraba algo que me parecía que superaba lo anterior, pero era un terreno que no dominaba tanto. Dentro de lo que cabe, pues me limitaba básicamente a la divulgación y es algo que como periodista y como antropóloga social dices «bueno, hasta cierto punto me lo puedo permitir», pero también me exigía mucho, pero tampoco lo sentía como una exigencia. Era algo que me me empezó a apasionar de repente. Vi que la sed estaba muy presente en la prehistoria, es curioso porque cuando empiezo a estudiar una de las asignaturas que tengo de Prehistoria, una de la prehistoria más antigua, lo primero que me encuentro en el primer tema es «Características del cuaternario: culmina el proceso de hominización y se alternan cambios climáticos» y durante mucho tiempo se han desprestigiado esos estudios porque estaba muy mal visto el determinismo ambiental y creo que se puede encontrar un punto intermedio. No dar por hecho que una sequía es lo que nos convierte en lo que somos, pero sí que nuestra relación con esas sequías sucesivas que a lo largo de la historia iban sobre todo acompañadas de frío, de condiciones glaciares, pues nosotros al fin y al cabo estamos interactuando con eso. Y del mismo modo que aquello nos pudo dar forma a nosotros en el pasado, pues nosotros también ahora somos los que hemos provocado el cambio climático actual, ¿no? Me parecía interesante ver como todo esto había ido funcionando en el pasado y cada vez me remonté más y empecé a encontrar relaciones entre mi abuela y ‘la abuela de la humanidad’ y finalmente fue la parte que más me atrapó. También coincidió que cuando estaba escribiendo La sed vi una película, La excavación, donde escuché algo que me impactó muchísimo, tantísimo que dije «necesito estudiar algo que tenga que ver con la prehistoria» y es que el protagonista decía que realmente no morimos del todo porque desde que alguien imprimió su huella en una cueva somos parte de algo continuo. Me marcó tanto que dije: «Claro, es que realmente por qué estamos tan desconectados de ese pasado remoto, si por mucho que nos creamos que somos muy distintos seguimos compartiendo muchísimas cosas con nuestros antepasados». Por ejemplo, está bastante extendido el valorar, apreciar el petricor, el olor a tierra mojada, para que el petricor se produzca tiene que haber una sequía previa para que se produzca, tiene que estar la tierra seca para que tú sientas ese olor. Hay científicos que creen que lo que hace que a tantos nos apasione ese olor es que inconscientemente hemos heredado que para nuestros antepasados aquello era el sentido de la supervivencia. Era «vale, vuelve a llover, seguimos vivos y vamos a seguir aquí y ya está». Claro, imagínate lo que tendría que ser hace miles o millones de años el, de repente, algo que te has acostumbrado a ver deja de ocurrir. Sobre todo más que hace millones, hace miles de años que era cuando fuimos más claramente dependientes de la lluvia. Sobre todo cuando empezamos a producir nuestros alimentos.
P.- Ahí está el vínculo entre abuela y ‘la abuela de la humanidad’. Es decir, que tu decías: «Yo he visto a mi abuela rezar a San Isidro para que llueva».
R.- Me encantó. Eso es una de las cosas más anacrónicas que he vivido con mi abuela y es que me encantó la canción de San Isidro, me la cantó por audio de WhatsApp, que ella ni tenía WhatsApp ni nada. De hecho, la llamabas por teléfono y ni se enteraba. Pero me cantó la canción en un audio de WhatsApp y dije «jo, que bueno». San Isidro en mi pueblo tiene su ermita, cada 15 de mayo se hace una fiesta que creo que cada vez dura más y es un poco la excusa para estar todos los vecinos juntos. Al final importa poco si eres creyente o no, pero no sabía porque despertaba tanta pasión, ese hombre en concreto.
P.- Es un santo de Madrid.
R.- Además. Empecé a profundizar en ese tema porque me interesaba también mucho como nosotros también teníamos nuestras propias danzas de la lluvia y aquí esas danzas de la lluvia, por así decirlo, pues han sido las rogativas. El año pasado, es algo que parecía ya como muy arcaico y olvidado, y el año pasado hubo como un boom de rogativas impresionante. Además, en algún caso se dio algo muy bonito, creo que fue en Sevilla y era que había una rogativa cristiana y una musulmana que se cruzaron, coincidieron y dices «jo, pues al final qué más da en lo que crean, son personas que están viviendo la misma situación, que sienten la misma desesperación, el mismo miedo y que necesitan más que aferrarse a algo, compartirlo» que es la parte que me interesaba antropológicamente. Por eso también hablo mucho de ritos, también de cómo la gente responde a la ausencia de lluvia en distintas religiones y como, por ejemplo, en los momentos más duros de la pequeña edad de hielo, en la que no solo hacía frío sino que también se alternaban sequías muy prolongadas y graves, como también van confluyendo ese aumento de rogativas con también levantamientos contra quienes la gente sabía que estaban acaparando el trigo. Son como dos formas de responder, incluso la rogativa a veces podía prevenir un levantamiento y en algunos casos se utilizó en ese sentido.
P.- Tú misma recuerdas al principio del libro una especie de levantamiento de los vecinos que hubo en 1987 a causa del agua.
R.- Mis vecinos de Villanueva de la Fuente, eso ocurrió el mismo año en que nací. Ellos tenían, ya no la sospecha, la certeza de que ahí pasaba algo más que una sequía, porque a sus campos no llegaba el agua, pero estaban viendo otros cultivos en los que el panizo estaba muy esplendoroso. Y sí, se rebelaron contra ello porque sabían qué era lo que estaba pasando, no negaban que hubiese sequía, eran conscientes de que había sequía, pero había también alguna mano por ahí que se estaba liando con la sequía.
P.- ¿Por qué la sed no está tan presente como el hambre?
R.- Quizá aquí diría. Porque si buscas en otros lugares, por ejemplo, donde veo que ha estado muy presente y que dio lugar a prácticamente a un subgénero literario, no solo literario, sino casi te diría que pictórico, es en Brasil. En la zona del gran Sertón, donde periódicamente las personas que viven ahí tienen que huir expulsados de la sequía. Pero claro, es que cuando tú huyes de una sequía, como lo que estás buscando es también una tierra que te dé de comer, pues muchas veces más que sed, se habla de hambre. Pero hubo además como un boom de literatura de los sedientos, por así decirlo, que en Brasil los llaman retirantes y ahí se publicaron bastantes novelas en los años 30 y 40, en los que los protagonistas eran estos retirantes, que al fin y al cabo eran personas sedientas que eran expulsados por la sed. Y esto se lleva también a la pintura, sobre todo con Cándido Portinari, que tiene varios cuadros dedicados a los retirantes que a él, pues le impresionaron mucho durante una sequía muy grave que él vivió y veía como esa gente se desplazaba descalza, en muy malas condiciones, en busca de un lugar en el que pudiese vivir porque ahí estaban, una vez más, viviendo una sequía extrema. Luego es curioso como también en ese tiempo en el que hay tanta literatura de los sedientos en Brasil, es también el momento en el que John Steinbeck publica Las uvas de la ira, que no era más que la versión novelada realmente de los vagabundos de la cosecha, era algo que él realmente había vivido, él había hablado con esas personas que habían tenido que que irse en masa de Oklahoma a una supuesta tierra prometida que luego no era tal.
P.- California no era lo que parecía.
R.- Y ocurre en ese mismo momento.
P.- ¿Las migraciones humanas han sido mayoritariamente provocadas por la búsqueda de agua?
R.- No pienso que realmente fuese la sequía lo que expulsase, por así decirlo, pero sí que me parece que realmente hay una conexión entre lo que necesitas beber y lo que necesitas comer, que es innegable. Entonces, hasta ahora la idea más aceptada por la comunidad científica era que nuestros antepasados salieron de África en épocas en las que regresaba el buen tiempo y se abrían corredores verdes que permitían ese paso a otros lugares. Pero si ha vuelto el buen tiempo y tú no tienes nada que buscar, que es lo que hace que te vayas, es un poco la duda que me quedaba. Y en estos últimos años, ha habido investigaciones que le han empezado a dar la vuelta porque han visto que muchas de esas migraciones coincidían con esas épocas de sequía. Entonces, tanto si fue justo después de momentos de aridez extrema, como si fue en pleno momento de aridez, pienso que la sed pudo ser un factor crucial, y la sed muchas veces implica también esa búsqueda de la comida, porque nuestros antepasados en muchos casos iban siguiendo el agua también porque era la forma de conseguir tu alimento. Si te acercabas al agua, tú podías ver cuando empezaban, por ejemplo, a establecerse en cuevas, buscaban cuevas con vistas al agua, no solo te protegías del frío en unas condiciones gélidas, no solo podías empezar a contener el fuego, sino que además desde un lugar más o menos seguro tú podías visualizar ese recurso que ya sabías que lo tenías ahí, pero es que eso te permitía también saber en qué momento se acercaban ahí las presas, tu comida. Entonces, sí que ha habido últimamente una hipótesis que hablaba incluso de la posibilidad de que nuestros antepasados hubiesen salido de África siguiendo manantiales. Y es algo que tiene mucho sentido porque ya antes de este momento que comentábamos de las cuevas, en la Península Ibérica se cree que los ríos se utilizaban como corredores naturales, entre lo que era el campamento base, un poco más estable, no eran completamente sedentarios todavía pero algo como un campamento base; y aparte había unos campamentos temporales estacionales en función de la caza. Entonces, piensan que los ríos se pudieron utilizar como corredores naturales para ir de sus campamentos base a los estacionales, así como esas herramientas de piedra que tan útiles han sido para estudiar la prehistoria, pues en muchos casos, aquí en Madrid, por ejemplo, los bifaces, los primeros que se encontraron y los más importantes estaban en el Manzanares, estaban en San Isidro y muchos de ellos en la península o en cualquier otro lugar, se encontraban en zonas de terrazas fluviales. Si sigues retrocediendo, te vas a África, encuentras que los homínidos de los que existen los fósiles más antiguos, aparecieron también junto a cursos de ríos en lo que fueron antiguos lagos que hoy ya pues no existen como tales, pero lo fueron.
P.- ¿Cuál dirías que es la lección más importante que has aprendido en el proceso de investigación y escitura?
R.- He aprendido la importancia de permanecer unidos, de la necesidad de reforzar la conciencia de especie, de no perder la esperanza también, es decir, tú tienes que saber, no puedes negar el cambio climático porque no tiene sentido negar el cambio climático ahora mismo, pero me parece que es importante que una vez tienes esa información, no perder completamente la esperanza, porque si no, no vamos a hacer nada. Lo que he aprendido también es que cuando he visto casos de colapso asociados a sequía, pues lo que se suele repetir es unos vínculos sociales bastante debilitados, una ambición desmedida, abuso de poder y algo que también me parece muy importante y que en esos casos no se aplicó y que creo que hay que tenerlo presente es un proverbio que comparten los comparten los sioux y también se dice en China, aunque cambie en algún momento alguna palabra, pero es algo así como que «la rana no se bebe el agua del estanque en el que vive» y creo que es una enseñanza más que útil. La sociedad nos iguala y nos divide. Es curioso, funciona a muchísimos niveles, porque la primera guerra de la que tenemos constancia está considerada una guerra del agua. No era exactamente por agua, era por una tierra especialmente fértil, pero al final eso es una guerra en agua. La querella de la que tenemos constancia escrita más antigua en la Península Ibérica, igual resulta que aparece otra más antigua en algún momento, pero hasta ahora habla precisamente de una lucha por el agua en Aragón. Es algo que ha estado ahí todo el rato y al mismo tiempo nos une por lo que te comentaba, por ejemplo, de esos rituales que al final comparten tantísimas culturas que en realidad están pidiendo lo mismo.
P.- ¿Cómo te has quedado respecto a tu memoria familiar con este libro? ¿Te has quedado tranquila después de haberlo mirado a través de prisma tan interesante y tan complejo como es el de la sed?
R.- Han sido demasiadas emociones a la vez porque acabé haciendo mi árbol genealógico y he encontrado algunas cosas de estas de las que nunca se habla, de las que no se hablan en su momento por mera supervivencia, entonces sí que estaba esa sensación de quedarme tranquila en el sentido de decir «creo que tenía que hacer esto» y me ha servido también para llegar a conocer esas historias que no conocía y al mismo tiempo pues se me ha despertado también mucha tristeza, mucha rabia en algunos casos… Había un poco de todo.
P.- ¿Cuáles son tus próximos proyectos como escritora? ¿Te apetece insistir en esta parte de la memoria personal y de no ficción literaria?
R.- Me apetece mucho seguir por la parte de la divulgación antropológica, seguir profundizando en esa parte de la prehistoria porque es ahora lo que estoy estudiando y después de La sed, pues me tiene bastante absorbida y también enamoradísima, como en su momento lo fue la antropología social. Pero me apetece sobre todo seguir en antropología, divulgar el trabajo de otros e intentar hacer también que sea cercano, porque muchas veces estos temas de la prehistoria a veces se miran con mucha distancia y había gente que me decía «es que en los primeros capítulos vas a hablar de prehistoria, es que a mí esa gente no me interesa», entonces, también he tenido que hacer un mayor esfuerzo por intentar que sea cercano. Intentar también tirar un poco más de cultura pop, por así decirlo, de hacer un poco de bromas con los trolls de David el Gnomo, con la tabla de Titanic, con Tinder… para intentar hacer un poco también más llevadera esa parte prehistórica que a mí me parece muy interesante. Por ejemplo, una de las cosas que más me han marcado, aunque no entre tanto en el tema de la sed, pero sí que tienen su presencia, son los neandertales, que hasta ahora es que esa pobre gente estaba súper mal vista. Es que las primeras descripciones que se hicieron de un neandertal eran insultos, básicamente.
P.- Y aún hoy lo sigue siendo.
R.- Lo sigue siendo. Lo gracioso es que a menudo es que he escuchado como insulto Homo sapiens, es como «no tiene sentido que insultes a alguien llamándole homo sapiens, porque tú y yo somos Homo sapiens», ¿qué clase de insulto es ese? No tiene sentido. Pero lo de los neandertales la verdad que me parece que se están publicando estudios fascinantes y me apetece mucho divulgarlos porque es también de justicia, porque sí, se extinguieron, pero es que sus genes desde hace relativamente poco sabemos que siguen en nosotros. Entonces, en cierto modo no se extinguieron del todo. Parcialmente son nuestros antepasados, entonces hemos sido muy injustos con ellos, se les ha dado un trato pésimo y cada vez estamos viendo que se parecían más a nosotros de lo que pensamos que no eran esos trolls de David el gnomo. Si ves una descripción de un neandertal de hace unos años y ves David el gnomo dices «¿el troll está basado en esa descripción o es cosa mía?». Los pintaban como seres infrahumanos y al fin y al cabo es otra especie humana con la que compartimos la tierra y muchas veces también es otra de esas cosas que damos por hecho, que no hayan pasado más especies humanas sobre la Tierra y la Tierra tampoco es que nos necesite a nosotros precisamente. Entonces creo que hay que ser un poco más justos con esta gente que estuvo antes de nosotros.