Elvis Presley, gloria y ocaso
La descomunal y definitiva biografía de Peter Guralnick reconstruye la epopeya vital del rey del rock & roll
La gran diferencia entre una abstracción y la realidad, como solía repetir Antonio Escohotado, es que la primera es la expresión de un ideal, la enunciación de una voluntad o el anhelo (violento) de un deseo íntimo, mientras que la segunda suele encerrar en su infinito pormenor un infalible desmentido. Más de 1.400 páginas pueden ser absolutamente insuficientes para resumir una existencia (terrestre) de apenas 42 años. Y, sin embargo, todo este caudal de datos y prosa son capaces de redibujar la imagen pública de un mito cultural mejor que las películas –efectistas e interesadas– o los enjuiciamientos morales impulsados por la inquisición woke.
Sobre Elvis Presley (1935-1977) se han estrenado en los últimos años varias producciones audiovisuales. La primera, Elvis, dirigida por el cineasta Baz Luhrmann para la plataforma HBO, enfocaba la figura del rey del rock & roll a partir de la relación (tormentosa) con su manager, el Coronel Tom Parker; la segunda, dirigida por Sofía Coppola, es un retrato indirecto a través de su esposa, Priscilla Boaulieu, donde el músico norteamericano aparece como un machista celoso e insensible ante la soledad de una niña-novia de 14 años de edad encerrada en la prisión dorada de Graceland, la mansión de Presley en el caluroso Memphis.
Ambas son miradas lícitas sobre el personaje pero del todo punto insuficientes para resumir la honda epifanía vital que fue la carrera de Elvis, que vino de ninguna parte –una familia white trash que malvivía en una cabaña de Tupelo– y llegó, mucho antes que nadie, a la cima de la fama, el dinero a espuertas y una popularidad que ocultaba en su envés una infinita soledad y el asedio recurrente del desengaño. «El éxito está vacío», escribió Umbral. Es cierto. La trayectoria de Presley, uno de los relatos fundacionales (luminoso primero; sombrío después) del mito del sueño americano, deviene en el fondo de una tumba prematura llena de flores, pero antes de alcanzar este punto y final –la muerte encontrada en un baño con toallas color sangre sobre un fondo de paredes verdes y doradas– está llena de instantes, encuentros, casualidades, momentos memorables, azares patéticos y vida. Demasiada vida.
Hace algo más de 20 años que Peter Guralnick (1943) decidió contarla en una biografía extraordinaria y descomunal en dos tomos –Last Train to Memphis: The Rise of Elvis Presley (1994) y Careless love: The Unmaking of Elvis Presley (1999)– que hace unos meses publicó en español (con la excelente traducción de Alberto Manzano) la editorial barcelonesa Libros del Kultrum, el nuevo sello que comanda Julián Viñuales, anterior impulsor de la excelente Global Rhythm Press. El libro de Guralnick, reunido en un hermoso cofre, es una obra maestra del género de la biografía. Por eso resulta asombroso que haya estado tanto tiempo al margen del mercado editorial en castellano. Mucho más si se tiene en consideración que su autor, junto a Greil Marcus, el Montaigne del rock & roll, es de los nombres más prestigiosos del periodismo cultural norteamericano de las últimas décadas.
Guralnick es autor de algunos de los mejores ensayos culturales sobre música estadounidense. Ha escrito estudios sobre Robert Johnson, el misterioso músico de blues; sobre Sam Cooke, una de las figuras emblemáticas del soul, y acerca de Sam Phillips, el creador de Sun Records, el sello donde comenzaron Presley, Johnny Cash, Carl Perkins y Jerry Lee Lewis, el cuarteto del millón de dólares. Un tipo serio, meticuloso y nada dado a los excesos, aunque la extensión y la extraordinaria profundidad de sus trabajos parezca contradecir esta afirmación. Su monumental biografía sobre Elvis es sencillamente insuperable. «Anula a todas las demás», dijo Bob Dylan tras leerla. En ella están fundidos los hechos documentados con las experiencias y narraciones de un contexto histórico –la Norteamérica que va desde los años cincuenta hasta la era Nixon– sin el cual es imposible entender la importancia cultural de la figura de Presley, que responde con naturalidad, sin artificio, a la estructura dramática clásica del encumbramiento y la anagnórisis del héroe. La vida como una epopeya contemporánea.
Parodia y apocalipsis
Es la historia de un adolescente inseguro e ingenuo, criado entre mujeres, procedente de una familia que era pobre como una rata, al que el destino recompensa con la parodia de una fama cósmica –probablemente se trate del primer artista de repercusión global en la historia de la cultura contemporánea– y que acaba haciendo invisible un secreto sentimiento de soledad. Los ingredientes de una parábola bíblica: el joven que aprende a cantar gospel y espirituales en la parroquia y que, tras una vida disoluta marcada por los excesos y el capricho, muere de forma repentina antes de que pueda llegar a darse cuenta de su propio crepúsculo vital.
Presley –cuenta Guralnick– era un mal guitarrista y un excelente intérprete. No componía nada, pero cantaba como nadie. Un niño de mamá que vivía en The Courts, un vecindario de casas de protección oficial. Un ser lleno de contradicciones: alguien tímido que, al mismo tiempo, no dejaba de hacerse notar con su vestimenta: patillas, tupé peinado con vaselina y lubricantes y ropas de colores imposibles. El transeúnte provinciano que se pasea por Beale Street –la calle de la perdición en Memphis– camino de la tienda de ropa de Lansky Brothers y que triunfa, sin que nadie lo decidiera, porque es un blanco capaz de cantar como un negro. Guralnick no se detiene en ninguno de sus tópicos, aunque los recoja todos. Su talento como biógrafo consiste en desvincular la imagen de Presley del mito popular creado a su alrededor. El relato de su epopeya individual nunca santifica al artista. Lo que hace es el camino inverso: desconsagrarlo en una especie de misa terrestre para devolverlo de vuelta a la Tierra.
Nos habla de un ser mortal que, en realidad, aunque inicia su ascenso a los 19 años gracias a las emisoras de radio, a las que Sam Phillips llevaba su primer single –That’s all right, man/ Blue Moon of Kentucky– no triunfa de inmediato, sino que tiene seguir conduciendo un camión y superar su pánico escénico. Guralnick muestra las heridas del Elvis joven y el ocaso (barbitúrico) del Presley maduro y agotado, anterior al infarto súbito que se lo llevaría por delante la noche en la que murió en su propio baño sobre un charco de vómito.
Entre ambas estampas se diseminan un sinfín de escenas luminosas, retratos degradados, memorables episodios efímeros. Arte y gloria. Sesiones de estudio. Baladas. Toallas. Discos irregulares, películas malas, actuaciones sublimes, conciertos inolvidables –véase su reaparición en 1968, en un programa especial de la cadena NBC, que ha quedado para la historia, recogido en el álbum From Elvis in Memphis–, el contrato millonario con la discográfica RCA, las primeras giras en autocar, los enfrentamientos con el Coronel Parker, los viajes de costa a costa en su jet privado (visitable en el jardín lateral de Graceland), las noches de sudor en los opulentos teatros de Las Vegas o ese instante sexual, casi pornográfico para la mentalidad de la época, en el que se transforma en Elvis Pelvis y la puritana televisión norteamericana evita filmarlo de cintura hacia abajo para no alimentar el arrebatado deseo femenino de sus fans, madres incluidas. Hoy todas ellas están muertas. Igual que Presley, ese viejo enigma que nos es tan familiar.
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