Cine para mayores (con reparos)
«Estamos dispuestos incluso a renunciar a nuestro posible beneficio con tal de que no se lucre nuestro rival»
Nada más anunciar Ernest Urtasun la renovación del programa de cine a 2 euros -los martes, para los mayores de 65- empezaron a oírse voces críticas. No son pocos los que consideran que la medida es discriminatoria, porque beneficia a los más pudientes. Lo mismo supone el descuento para un jubilado con la pensión mínima que para Amancio Ortega, al que siempre tenemos a mano para poner un ejemplo de rico o a un rico ejemplar.
Es posible que la medida no sea equitativa al cien por cien. ¿Y qué? No todo tiene por qué ser equitativo. Para empezar, no sabemos si Amancio Ortega es aficionado al cine. Y, en el caso de que lo fuera, dudo mucho que esperase a los martes para hacer cola junto a una remesa de jubilados cinéfilos, para ahorrarse la nada desdeñable cantidad de siete euros y engrosar un poco más su fortuna de 13,2 billones.
Tenemos una tendencia a arremeter contra todo aquello que pueda tener el efecto colateral de resultar beneficioso para alguien que no nos es simpático. Estamos dispuestos incluso a renunciar a nuestro posible beneficio con tal de que no se lucre nuestro rival. Asistimos a una defensa del igualitarismo a ultranza, pero siempre por la parte más baja. Con tal de que el rico no sea rico, seamos todos pobres.
Ya en el siglo IV antes de Cristo, Aristóteles, en su Política, planteaba la forma ideal de organización de las ciudades Estado: que estén compuestas por una mayoría de ciudadanos afines, semejantes. Es decir, que formen parte del término medio, ni muy ricos ni muy pobres. Vamos, lo que hoy llamaríamos la clase media. ¿Cómo se consigue eso? Según el filósofo sacando a la mayor parte posible de gente de la pobreza y frenando, en lo posible, la riqueza excesiva (mediante los impuestos). En suma, la igualdad se consigue llevando a los ciudadanos hacia el centro, el ideal del término medio.
Volviendo al cine, quienes critican que se incentive a los los seniors -como gusta llamarlos ahora- deben ignorar que hay otras medidas que ayudan a otros colectivos. Por ejemplo, varias empresas distribuidoras ya han lanzado la tarifa plana sin condicionante de edad. Por 16 euros al mes -el precio de la suscripción a una plataforma- se puede ir al cine cuantas veces uno quiera. A través de la Comunidad de Madrid, y supongo que otras, con el carnet joven o de estudiante se pueden conseguir sustanciosos descuentos en las entradas de cine. Parece que el fomento de la cultura -en este caso cinematográfica- está bastante cubierto en todos los sectores de la población.
Con los mayores, viejos si se quiere, viene extendiéndose un run-run que puede acabar siendo peligroso. Que si la pensión de los jubilados es mayor que el sueldo de los jóvenes, que si la mayoría de las ventajas -transporte, viajes, cultura, etc.- están destinadas para ese sector. En fin, se difunde la idea de que los jubilados son unos privilegiados que viven como rajás y que, además, cada vez duran más y van a ser una carga para las generaciones futuras. No creo que sea una buena idea estigmatizar a los viejos por las consecuencias insospechadas que eso puede tener. En tal caso, el problema no sería rebajar el bienestar de los mayores, sino mejorar el de quienes están en activo.
En una sociedad mercantilista acaba siendo lógico denostar lo que no produce un beneficio inmediato. Facilitar el acceso a la cultura de los más mayores forma parte de ese catálogo de asuntos que aparentemente no tienen retorno para la sociedad. Es un error pensar así. Creo que al conjunto de los ciudadanos nos interesa una tercera edad activa, con la cabeza puesta en un libro o en una película en vez de los males propios de quien dedica sus últimos años a esperar a la muerte.
Tiene mucha razón Antonio Monegal, Premio Nacional de Ensayo 2023 por Como el aire que respiramos. El sentido de la cultura (Acantilado). «Una cosa terrible para la cultura es separarla de la educación -asegura el profesor en una entrevista en 20 minutos-. Cuando dicen que la educación es una necesidad absoluta para la sociedad, pero la cultura no… ¿No ves que cultura y educación es lo mismo? El dramaturgo Calixto Bieito hizo unas declaraciones diciendo que la cultura es la educación de los adultos ¡Tienes que continuar educándote».
No soy fan del ministro Urtasun, pero creo que en este caso ha acertado. Que haya quien se moleste, en este mundo de continuos dispendios, por una inversión de 12 millones en fomentar el acceso a la cultura de un colectivo potencial de 9,5 millones, es preocuparse por el chocolate del loro. Cuando un martes del pasado mes de julio, me encontré, por primera vez en mucho tiempo, una sala de cine abarrotada, llegué a pensar que aún era posible que el cine en las salas resucitara. Ojalá los jóvenes sigan el ejemplo de los mayores.