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Seix Barral rescata al Borges conversador

‘Los diálogos’ reúne los 118 que mantuvo en el escritor con el joven poeta y periodista Osvaldo Ferrari en 1984 y 1985

Seix Barral rescata al Borges conversador

Jorge Luis Borges. | Europa Press

El protagonista de El otro, el relato que abre El libro de arena, es el propio Jorge Luis Borges. El viejo escritor tiene un encuentro consigo mismo, de joven. Conviven en ese texto dos Borges, aunque en realidad hubo muchos más: el Borges cuentista, el poeta, el ensayista, el conferenciante, el profesor… y también el conversador. Hay personajes cuyas entrevistas se convierten en un género literario en sí mismo, por el ingenio, la perspicacia y el estilo que despliegan. Uno de ellos fue sin duda Dalí, que convertía cada conversación en un espectáculo, y otro Borges, del que hay varios libros con este formato. Entre ellos destaca Los diálogos (Seix Barral), que, tras muchos años fuera de circulación, ahora rescata Seix Barral en una edición que reúne por primera vez en un solo volumen los 118 que mantuvo con el entonces joven poeta y periodista Osvaldo Ferrari entre 1984 y 1985.

Ferrari lo conoció en casa de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. El autor de El Aleph tenía entonces 85 años y lo que empezó como una charla amistosa derivó en una sucesión de charlas radiofónicas. La premisa, tal como pidió el entrevistado, era que en cada encuentro Ferrari le proponía un tema sin previo aviso y sobre ello hablaban. Dada la avanzada edad de escritor en aquel entonces, estas conversaciones se convierten en un exhaustivo recorrido por su vida y obra, por sus autores predilectos, sus obsesiones y su visión del mundo. Permiten dar rienda suelta al Borges erudito, pero son además un documento de primera magnitud sobre su mundo íntimo. El libro funciona como el complemento ideal al exhaustivo Borges de Bioy Casares. Un volumen de más de 1.600 páginas de anotaciones de Bioy sobre su amistad con Borges, que durante años acudió prácticamente a diario a comer a su casa. En la intimidad de la sobremesa, se desataba el Borges más malévolo, mientras que en Los diálogos con Ferrari, dado que se radiaban, se muestra algo más comedido. 

En estas páginas el anciano escritor repasa su vida; el crucial viaje familiar a Europa en su temprana juventud, y la figura de su madre, la omnipresente doña Leonor Acevedo Suárez (de la que en Borges a contraluz, Estela Canto, uno de sus amores fracasados, hace un retrato sangrante). También asoma el mítico Macedonio Fernández, su maestro, al que describe como otro gran conversador, pero en este caso muy parco: «Nunca he oído a una persona cuyo diálogo impresionara más y un hombre más lacónico que él. Casi mudo, casi silencioso». 

Evoca además las trifulcas literarias de los dos grupos vanguardistas enfrentados y conocidos como Florida y Boedo (por el nombre de dos calles en los que estaban los locales en que se reunían). Vendrían a ser algo así como pijos (que se citaban en la confitería Richmond, en la calle Florida) frente a proletarios (los del café El Japonés, en la calle Boedo). Borges pertenecía, claro, al bloque de los pijos. Habla también de su relación no siempre fácil con Victoria Ocampo, la mecenas que puso en marcha la revista Sur; de su amistad con Bioy Casares y su esposa Silvina Ocampo (hermana menor de Victoria), y del raro Rodolfo Wilcock, que acabó emigrando a Italia y escribiendo en italiano (no se pierdan la sucesión de biografías ficticias que imaginó en La sinagoga de los iconoclastas). 

Aborda además lo que podríamos denominar la cocina del escritor: cómo crea sus relatos, cómo construye sus poemas; analiza en detalle algunas de sus obras, como El poema conjetural, Los conjurados y el cuento La intrusa. Habla de Argentina y Buenos Aires, de la política y el mundo contemporáneo, del amor y la amistad. E incluso de cine: de las películas que vio mientras la menguante vista se lo permitió. Considera el wéstern como el último refugio de la épica: «Creo que Hollywood -por razones comerciales- salvó la épica». 

Pasiones literarias

Aparecen también la ceguera; los tigres, laberintos y espejos, tres presencias recurrentes en sus textos; las bibliotecas, el universo y sus paradojas. Y sobre todo despliega sus pasiones literarias: el cuento policial; Quevedo, Góngora, El Quijote; la literatura gauchesca y el tango, Evaristo Carriego, Güiraldes y Lugones; sus ídolos de anglófilo empedernido: Shakespeare, Stevenson, Kipling, Chesterton, Conrad, Bernard Shaw y también Virginia Wolf, a la que tradujo; los irlandeses Wilde, Yeats y Joyce; los americanos Emerson, Whitman, Poe, Melville, Twain y Henry James; los franceses Voltaire, Flaubert y Paul Valéry. Y también habla del budismo, los filósofos griegos, Blaise Pascal, la mitología escandinava, la cultura celta… 

Como sostiene Alan Pauls en uno de los ensayos más agudos sobre el escritor, El factor Borges, el cuentista, el poeta, el ensayista y el conferenciante se entremezclan, porque sus cuentos son poéticos, sus poemas ensayísticos y sus ensayos narrativos. Todos estos Borges están contenidos también en estas conversaciones. Y para terminar, qué mejor que cederle la palabra, de modo que selecciono diez perlas entresacadas de Los diálogos, un libro imprescindible para borgianos y amantes de la literatura en general. 

LA CONVERSACIÓN: «El diálogo es uno de los mejores hábitos del hombre, inventado -como casi todas las cosas- por los griegos. Es decir, los griegos empezaron a conversar, y hemos seguido desde entonces». 

LA ESCRITURA: «Yo tengo mucha dificultad para escribir. Soy un escritor muy premioso, pero precisamente eso me ayuda, ya que cada página mía, por descuidada que parezca, presupone muchos borradores. (…) El otro día estuve dictándole algo y usted habrá visto cómo me demoro en cada verbo, cada adjetivo, cada palabra. Y además, en el ritmo, en la cadencia, que para mí es lo esencial de la poesía».”

LITERATURA REALISTA Y FANTÁSTICA: «Toda literatura es esencialmente fantástica; la idea de la literatura realista es falsa, ya que el lector sabe que lo que le están contando es una ficción. Y además, la literatura empieza por lo fantástico, o como dijo Paul Valéry, el género más antiguo de la literatura es la cosmogonía, que vendría a ser lo mismo».

LA LITERATURA POLICIACA: «En una época bastante caótica de la literatura, el rigor lógico fue salvado por el cuento policial, ya que un cuento policial es un cuento intelectual; es decir, es un cuento que tiene principio, medio y fin, en el que nada es inexplicable. De modo que hay satisfacción en la lógica de los cuentos policiales». 

EL NACIONALISMO: «Todo lo regional y todo lo nacional tiene su prestigio en esta curiosa época; parece que es muy importante tal región o tal otra. Para mí no lo es, yo trato de ser digno de esa antigua ambición de los estoicos: ser un ciudadano del mundo.»

EL PASADO, EL PRESENTE Y EL FUTURO: «El pasado es plástico y el futuro también. En cambio, el presente desgraciadamente no lo es: si yo siento un dolor físico, es inútil que trate de pensar que no lo siento, porque ahí está el dolor. O si siento una nostalgia de otra época, también estoy sintiéndola en el presente. Pero ¿qué puede saber uno sobre el pasado, sobre su propio pasado? Yo puedo imaginarme, quizá, que los años de mi adolescencia en Europa fueron dolorosos. La prueba está en que alguna vez, como todos los jóvenes, pensé en el suicidio (…), sin embargo, yo recuerdo aquellos años como si hubieran sido años muy felices, aunque me consta que no lo fueron; pero no importa, ha pasado tanto tiempo -el pasado es tan plástico- que yo puedo modificarlo». 

CERTIDUMBRES Y CONJETURAS: «No tengo ninguna certidumbre, ni siquiera la certidumbre de la incertidumbre. De modo que creo que todo pensamiento es… conjetural». 

SOLEMNIDAD Y HUMOR: «La falta de humor y la solemnidad es unos de nuestros males. (…) La ironía tiene su raíz en la razón». 

BONDAD Y MALDAD: «Suele suponerse que los buenos son tontos y que los malvados son inteligentes; y yo creo que no, yo creo que, de hecho, se da lo contrario. (…) La bondad, para ser perfecta -creo que nadie llega a una bondad perfecta- tiene que ser inteligente». 

LOS LECTORES: «Es importante que el libro dé con su lector, porque si uno no da con su lector, ha escrito en vano». 

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