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Viaje alucinante a la 'Factory' de Andy Warhol

Las memorias de Mary Woronov, musa del artista, retratan el esplendor y la miseria de una Nueva York que ya no existe

Viaje alucinante a la ‘Factory’ de Andy Warhol

El artista Andy Warhol en el año 1983 en Madrid. | Europa Press

«Andy era el peor, empalmaba cinco o seis fiestas por noche. Hasta parecía un vampiro: pálido, vacío, ávido e insaciable. Era el gusano blanco, siempre hambriento, siempre frío, siempre retorciéndose inquieto». Andy es, obviamente, Andy Warhol y quien así lo retrata es Mary Woronov (Palm Beach, 1943). En la actualidad es una respetable octogenaria residente en Los Ángeles, pero en sus años locos de juventud fue una de las musas del artista y se convirtió en miembro de la estrafalaria corte de los milagros neoyorquina de la Factory. Por allí pululaban artistas y presuntos artistas, travestis y transexuales, yonquis, lunáticos y unas cuantas chicas díscolas de clase media o alta como Viva, Edie Sedgwick o Mary Woronov.

En esos años, se enganchó al speed y por poco no lo cuenta. Pero sobrevivió y dejó testimonio de ese mundo en sus memorias, Swimming Underground, que acaba de publicar en español Reservoir Books. Es un texto crudo y visceral, que retrata con una prosa vibrante la cara y la cruz de la farándula warholiana, con sus esplendores y miserias. La capacidad evocativa de la autora logra meternos en ese universo al mismo tiempo creativo y destructor.

Woronov entró en la Factory de la mano del fotógrafo Gerard Malanga, uno de los colaboradores más estrechos de Warhol. En esa época también ejercía de performer en las actuaciones de la Velvet Underground, en las que manejaba las proyecciones psicodélicas y se paseaba por el escenario con pantalones de cuero y un látigo. El show multimedia, concebido por Warhol como una suerte de obra de arte total con música en directo, se llamaba Exploding Plastic Inevitable y la autora de las memorias intervenía bailando con Malanga.

Al poco de entrar Woronov a formar parte de Factory, Warhol y los suyos fueron invitados a Los Ángeles, donde montaron exposiciones y espectáculos. El padre de Mary solo aceptó que su hija viajara después de que el mismísimo Andy se comprometiera a cuidar de ella, algo así como poner a un lobo a velar por un tierno corderito. El viaje fue un desastre: demostró que un universo entero separaba a las costas este y oeste del país. Los neoyorquinos se sentían perdidos en California y los autóctonos -que estaban en plena efervescencia hippy– no entendían de qué iban aquellos freaks. Recuerda Woronov: «No causamos furor en Los Ángeles (…) Nuestra piel pálida y nuestra ropa negra ya no representaban ninguna amenaza bajo el sol alegre e implacable de California. Éramos unos pasmarotes, ni siquiera Andy tenía adónde ir».

Tras este fiasco, Mary fue una de las protagonistas de Chelsea Girls, probablemente la película más célebre de Warhol (célebre a su manera, todo el mundo conoce su título, pero ¿cuánta gente la ha visto?, venga, levanten la mano). En ella también aparecían Edie Sedgwick y la gélida Nico, la cantante de la Velvet Underground. La afilada Woronov recuerda aquella experiencia sin grandes fervores: «Cuando acabó el rodaje se respiraba un aire sórdido y deprimente, como en el plató de una película porno».

Mary Woronov en ‘Chelsea Girls’. | Film-Makers’ Cooperative

Topos y camellos

Esta contundencia la aplica también al retrato de la fauna que pululaba por la Factory, empezando por el propio Warhol del que dice que «nadie sabía lloriquear como Andy, él lo inventó». Y más adelante apunta sobre él: «Me preguntaba si realmente quería a la gente o solo quería sentirse fascinado por ella. Yo no me sentía fascinante». Lo que sin duda encandiló al artista de Woronov fue su rostro andrógino, de rasgos duros, que le daba un aire muy ambiguo. Entre las personas con las que mejor se llevaba ella estaban Ondine, un actor gay, y Lou Reed, que «era con quien mejor me entendía, porque nunca me entró. Ninguno de los de la Velvet quería tener mucho que ver con las chicas, y de gira era a Nico a quien me convenía evitar. Era tan bella que esperaba que todo el mundo quisiera follársela, y hasta los muebles gemían cuando entraba en una habitación».

Por la Factory pululaban lo que la autora llama «Gente topo», que solo aparecían por la noche porque dormían durante el día. Y también camellos que nutrían del speed al personal. Entre estos últimos, destacaba un tipo apodado Rotten Rita, que «era conocido por pasar el peor speed de la ciudad de Nueva York. Podía matarte. (…) La mayoría de la gente empleaba una sola palabra para describir a Rita, y esa palabra era maldad».

El consumo no tardó en hacer estragos y provocar situaciones delirantes, como la de Billy Name, archivero oficial de la Factory, que un buen día «se enterró vivo en el interior de la pared de la Factory, simplemente tapiando la puerta de un aseo y dejando solo una abertura abajo para que le pasaran drogas y libros: el I Ching, la Cábala, El libro tibetano de los muertos y Madame Blavatsky. Algunos pensaban que Billy era un caso perdido; habíamos visto antes cosas así con otros pasados de revoluciones a quienes se les agotó el tiempo. Empezaban a vivir en un mundo más y más pequeño, hasta que al final vivían encerrados en el armario, luego en el rincón del armario y luego colgaban solo de un gancho, hasta que se soltaban y caían en la nada». La propia Woronov entró en el torbellino de las drogas, pero supo salir a tiempo y desintoxicarse (por cierto, también Billy Name sobrevivió y se convirtió en notable fotógrafo; falleció en 2016 a los 76 años).

Lou Reed actuando en 1998 en la Casa Blanca. | Zuma Press

Actriz de serie B

Tras su paso por Warholandia, Woronov continuó su carrera como actriz, en películas de género hoy consideradas de culto. Con su primer marido, Theodor Gershuny, rodó varias, entre ella el slasher Noche silenciosa, noche sangrienta. Después trabajó en producciones del rey de la serie B Roger Corman y en modestas producciones de ciencia ficción ochenteras como La noche del cometa. También apareció en episodios de Los ángeles de Charlie y otras series televisivas. Pero lo mejor de su carrera fueron sus colaboraciones con el actor y director Paul Bartel. Con él rodó títulos como La carrera de la muerte del año 2000 y las muy negras comedias ¿Y si nos comemos a Raúl? (en la que interpretaban a un desquiciado matrimonio) y Escenas de lucha de sexos en Beverly Hills.

Swimming Underground, cuya edición original en inglés es de 1995, es un documento de primera mano para adentrarse en una Nueva York que ya no existe. Las drogas se llevaron a unos cuantos, el sida a otros. Los supervivientes son ya septuagenario como el actor Joe Dallesandro u octogenarios como Gerard Malanga, el cineasta Paul Morrisey, la actriz Viva y la propia Mary Woronov.

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