Pedro Páez, descubridor de las fuentes del Nilo que llegó donde Alejandro y César no pudieron
Este jesuita español, misionero en Etiopía, fue el primero en documentar el nacimiento río más largo del mundo
Cuando se piensa en exploradores españoles, el ámbito geográfico que primero viene a la cabeza, y con razón, es América. Sin embargo, el Nuevo Mundo no ha sido el único lugar donde nuestro país ha dejado su huella en lo que a intrépidos viajes se refiere.
En este sentido, hoy hablamos del misionero jesuita Pedro Páez, natural de Olmeda de las Fuentes (Madrid) y nacido en torno a 1564. De familia noble, Páez ingresó en la Compañía de Jesús antes de cumplir la veintena y en seguida dio muestras de compartir el espíritu inquieto tan característico de los primeros soldados de San Ignacio de Loyola. Es por eso que, nada más terminar sus estudios, pide ser enviado como misionero a China o a Japón. Sin embargo, sus superiores deciden mandarle a un lugar no tan lejano, aunque no menos exótico. Así pues, el joven Pedro, parte primero a Goa, donde es ordenado sacerdote, para desde allí seguir viaje a Etiopía, donde la misión católica establecida una década antes se encontraba al borde de la desaparición.
Sin embargo, Páez tardaría nada menos que 14 años en llegar a su destino africano. El motivo es que, en mitad del viaje, él y su compañero Antonio de Monserrate fueron apresados por los árabes a la altura de Dhofar, en la actual Omán y que entonces pertenecía a Yemen. Allí, los dos jesuitas vivieron siete años de cautiverio, donde, eso sí, tuvieron ocasión de visitar las ruinas de la legendaria ciudad de Marib, donde se cree que nació la reina de Saba, así como de formar parte del primer grupo de europeos que probó el café, originario de esa región. En sus últimos meses de sumisión, ambos fueron enviados como remeros a galeras, de donde fueron liberados en 1596 previo pago de un rescate.
Labor evangelizadora en Etiopía
La traumática experiencia del cautiverio no apagó el afán evangelizador de Páez, que en 1603 volvió a embarcarse rumbo a Etiopía, adonde pudo llegar gracias a que se disfrazó de comerciante armenio. En el país africano, el misionero jesuita tuvo que lidiar con la cambiante política etíope, salpicada de rebeliones, guerras civiles y hasta asesinatos. A pesar de la sucesión de reyes, muchas veces violenta, Páez fue capaz de granjearse el apoyo de los distintos monarcas hasta que, en 1621, Susenyos I hizo pública su conversión a la fe de Roma. El jesuita cumplió, además, un papel de diplomático entre la corte etíope y la monarquía hispánica y el Vaticano.
Otro reto para la implantación del catolicismo en el país fue, además del político, el puramente religioso. La fe de Roma encontró la oposición de la Iglesia ortodoxa tewahedo local, que mantenía prácticas del judaísmo. Aunque el catolicismo acabó triunfando, las tensiones religiosas llevaron a distintas rebeliones.
El descubrimiento de las fuentes del Nilo
En medio de todo este proceso evangelizador, Pedro Páez fue protagonista de la hazaña por la que ha pasado a la historia, la de convertirse en el primer europeo que dio noticia de haber observado el nacimiento del río Nilo, en el lago Tana. En el libro que escribió sobre la historia de Etiopía, Páez anota lo siguiente: «Y el 21 de abril de 1618, cuando yo llegué a verlas, [las fuentes del Nilo] no parecían más que dos ojos redondos de cuatro palmos de ancho. Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio César».
Paéz hace referencia a la casi obsesión presente en la Antigüedad por encontrar las fuentes del Nilo. En efecto, Alejandro Magno y Julio César, entre otros, trataron de hallarlas sin éxito, hasta el punto de que los romanos solían representar al Nilo como un dios con el rostro tapado por una tela, al desconocerse el lugar donde nacía.
Ciento cincuenta años después, un explorador británico llamado James Bruce llegó a las fuentes del Nilo y, desconociendo el hallazgo de Páez, se atribuyó su descubrimiento. Así pasó durante mucho tiempo, sin embargo, los historiadores de hoy no tienen dudas de que el primer europeo en llegar allí fue el jesuita español.
Páez falleció en 1622 víctima de la malaria, tras haber sido fundamental para la expansión del catolicismo en Etiopía y habiendo cumplido por fin el sueño de los grandes de la Antigüedad.
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