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Cultura

Mauricio Wiesenthal: las memorias marineras del último aventurero

El escritor recrea el glamour y la belleza de las travesías de los grandes trasatlánticos del pasado en ‘Las reinas del mar’

Mauricio Wiesenthal: las memorias marineras del último aventurero

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Ya de niño aprendió Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) a mezclar los viajes reales con los imaginarios, y así ha seguido hasta el día de hoy. No en vano confiesa que cuando recuerda las mejores horas de su juventud, las más felices, lo hace siempre a bordo de un barco.Y es justo lo que va a encontrar el lector de Las reinas del mar. Memorias de una vida aventurera (Acantilado, 2024): un libro lleno de barcos, y más concretamente de las así conocidas como «reinas del mar», los grandes trasatlánticos que realizaban las largas travesías por mar en el pasado, y competían por ser los más veloces, los más imponentes, los más bellos. Barcos llenos de glamour e historia, de lujo y aventura.

Las reinas del mar es una suerte de gran fantasía europeísta (constante en la obra del escritor barcelonés criado en Cádiz) En virtud, Las reinas del mar es un libro compuesto por tres libros: la historia en la que el escritor fábula sobre su historia de amor con su mujer (a la que aquí llama Sarah Melbourne y emparenta con el mismísimo Lord Byron), extractos de sus cuadernos de «a bordo», donde incluye registros de viajes desde los años sesenta y hasta finales de los ochentas (piezas sueltas de sus diarios de viajes a bordo de transatlánticos) y, en tercer lugar, la génesis y construcción del propio libro, que habría sido, según se nos cuenta en el mismo, un texto largamente fantaseado en la vida del escritor y escrito en diálogo (más o menos creativo y sentimental) con su mujer.

Siguiendo la estela moral de su maestro Stefan Zweig, Wiesenthal construye aquí un libro lleno de barcos, sí, pero también de memorables hoteles e icónicos cafés, de libros y perfumes. Pero, por sobre todo, se trata de un libro que brega contra la estupidez contemporánea y, en la estela de Zweig, trata de buscar esos momentos estelares del pasado (aquí en vaivén entre la vida privada y la pública) donde el conocimiento, la virtud, la belleza y la elegancia, pero también el genio de la técnica mecánica brillaron y deslumbraron al mundo. En última instancia, a Mauricio Wiesenthal le sirve también este volumen de memorias (que se quiere sentir casi como el último suspiro literario del autor, a pesar de que éste nos confiese que no se trata de su llegada a Ítaca, de la que siempre ha huido) para seguir exponiendo sus ideas de orden y disciplina, su fantabulosa predilección por las historias aristocráticas y el amor romántico, y su idea modernista del hecho literario, con lo que mezcla su personalidad íntima de dandi anarquista con la de romancero amante de las antigüedades.

Las menciones a su mujer (con diferentes disfraces) y a sus viajes en barco se escampan por toda la obra de Mauricio Wiesenthal, autor de guías de viajes, ensayos y novelas, amén de consumado enólogo, quien hizo gala de ser heredero del gran legado cultural europeo en su Trilogía Europea compuesta por el Libro de réquiems, El esnobismo de las golondrinas y La luz de vísperas y que tuvo continuación en su libro quizá más célebre, Orient-Express: El tren de Europa (2020). Sin embargo, es aquí donde la metáfora de la escritura como viaje es más explícita. Dice el autor: «Escribir es como viajar: no dejar nunca que la frase principal te haga olvidar la importancia de las frases subordinadas». Y todavía más, añade: «La literatura no es lo que ocurre, sino todo aquello que va a ocurrir».

Así las cosas, y gracias al hecho de que Las reinas del mar esta escrito desde el presente, pero auspiciado por un deseo largamente acariciado que proviene del pasado más remoto, el libro mantiene esa fascinación infantil por la aventura, la fabulación y el misterio. Concebido como una suerte de poema en varios cantos, Las reinas del mar emociona y embelesa al lector con sus anécdotas (muchas de ellas inventadas), con la recreación de paisajes (de Darjeeling a Acapulco, pasando por Nueva York, Londres, París, Madrid o Cádiz), sus perfumes y su brisa marina. Se siente todo el libro con esa sensación placentera y libre que explica muy bien Wiesenthal y que es la de arribar a puerto «siempre asomado al la borda, en la bruma ligera del amanecer, sintiendo en la frente el helado rocío de la mañana y con los labios cubiertos de sal».

Los oficios del mar

En unos tiempos en los que parece todo el mundo mapeado y sin riesgo feliz para la aventura, Las reinas del mar nos hace soñar con aquellos largos viajes transatlánticos, en los que lo importante no era tanto el destino como el trayecto. También nos comparte esta escritura melancólica su música, su inquietud y su delirio. El propio autor lo llama «presentimientos», una bonita forma de decir que antes de la emoción estuvo la imagen, que antes del hecho estuvo su precognición.

Las reinas del mar es también un tratado naval, en cierta medida, y un canto fúnebre a aquellas grandes navieras que pusieron en circulación ciudades flotantes y que lucharon por tener los barcos más solicitados, más rápidos, más imponentes. Se nos habla en el libro de la complicada gestión de los transatlánticos y de las gentes que lo llevan a cabo. Pero sirve igualmente para poner en primer plano los valores y la nobleza de los oficios de la mar: «Noble es el oficio de remar en la vida», escribe Wiesenthal. Y nos confiesa cómo, gracias a su experiencia en los barcos (que comenzó con sus primeras experiencias y visiones desde los cuartos de calderas y que acabaría con el autor cantando boleros en los escenarios de las reinas del mar), ha sabido conducirse en la vida, destronando de su vida la negligencia y la gandulería, pero también asumiendo la importancia que la Marina otorga a la disciplina y orden, sus valores proverbiales.

Así, contra nuestra época que tiene en el avión y el tren ultrarrápido su medio preferido de locomoción, Las reinas del mar vuelve al origen del mundo, a la mar, desde donde todo emergió y prosperó, con un hálito ecuménico, un afán por la búsqueda de la belleza y una fuerte alergia a las ideologías fuertes y nocivas y al nacionalismo que ciega. Todo ello, sin embargo, sin esconder su impotencia por no entender ciertas groserías del presente, en el que quizá -y solo quizá- ya no tiene cabida esa gran tradición europea. Mauricio Wiesenthal, en una suerte de carta de despedida, lo expresa así, dice: «A mis años puedo ya evocar esos tiempos como un regalo, y pido con humildad a los jóvenes que me permitan entregárselo con todo mi corazón, con la misma ternura con que un abuelo depositaría una carta o un tapiz antiguo en las manos de sus nietos, al despedirse para siempre de ellos. Pero sin ocultarles que este regalo contiene también un sentimiento de rabia, indignación, resistencia y combate contra todos los bárbaros que siguen intentando exiliar a la belleza de nuestro tiempo».

Las reinas del mar es, así, un canto de sirena a una época que Wiesenthal, a través de la imaginación, personaliza en sí, situándose en el centro de los momentos estelares de nuestro pasado más cercano; una época en la que, confiesa el autor «no tuve otra patria que mis amores y el reino de los sueños, ni codicié más fortuna que la de vivir libre». Y esa misma libertad soñadora es de la que va a disfrutar el lector de este libro, que sentirá ir en volandas desde el Ritz hasta el puerto de Nueva York, quedándose con el sabor salado de unas páginas que celebran la pulsión infantil de la aventura, la pasión adolescente por el amor romántico y, en última instancia, el fructífero encuentro con la belleza del mundo, con su pureza más salvaje y efímera, que no solo nos lleva a nuestro destino, sino que, a veces, como sucedió con algunas de estas reinas del mar (el Titanic siendo su mayor icono) acaban en tragedia.

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