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Cultura

Albert Lladó alerta contra la robotización del presente

El profesor y periodista barcelonés publica el ensayo ‘Contra la actualidad’ sobre el peligro de convertirnos en autómatas

Albert Lladó alerta contra la robotización del presente

Ilustración de Alejandra Svriz.

La lucidez no es un accidente ni un don innato, dice Albert Lladó en el prólogo de su último libro, Contra la actualidad. Es un compromiso, la lucidez, el de quien sabe que no siempre tiene la razón, el de quien no quiere tenerla en todo momento, a toda costa. De ahí que este libro se conforme en forma de 30 preguntas que disparan sendos ensayos (de unas pocas páginas cada uno) agrupados en cuatro bloques (Dramaturgias del presente, Homo ludens, Poéticas del ahora y Mirada y deseo) que sirven para aglutinar las temáticas que en él se exploran, todas ellas, sin embargo, con un tema siempre en el punto de mira: la de la robotización de nuestro presente.

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es periodista, profesor, hombre de teatro y ser que filosofa sus cercanías, y estas son tanto Internet como los clásicos grecolatinos. De ahí que todas estas disciplinas se imbriquen en su manera de pensar e informen su mirada, pues la mirada aparece aquí con una centralidad fundamental, en tanto que ejercicio de libertad.  Una mirada literaria es por la que apuesta aquí Lladó, «aquella que, de alguna forma, nos quita la mirada de animales que necesitan sobrevivir, que es aquella que tienes cuando entras por ejemplo en un sitio y enseguida identificas las cuatro o cinco cosas que te pueden poner en peligro», nos dice. Así, Lladó nos conmina a mirar como extranjeros, a mirar como extraños la realidad. Una mirada que nos permita «tener una percepción mucho más consciente y mucho más amplia» es por la que aboga el pensador barcelonés. Y sentencia: «Es, en realidad, lo que decía Nabokov sobre escribir; así nosotros podríamos decir que mirar es ‘acariciar los detalles’».

Contra la actualidad es un libro que busca conversar y es un alegato en favor del pensamiento crítico y que huye de cualquier tipo de tesis indestructible. En él, el autor se realiza preguntas que le han ido surgiendo, durante un año, una por semana, a partir de los libros, las películas y la prensa que iba leyendo, viendo o consultando. Y esas preguntas buscan desde la crítica «desenmascarar las trampas de la actualidad, las trampas de la inercia, las trampas de lo mecánico, de lo puramente mercantil», y desde la imaginación tratan de «crear nuevas imágenes que nos relaten, que nos identifiquen, que creen nuevas posibilidades de juego; por lo tanto: que sigan generando deseo», afirma.

Se ha de hacer notar que aquí el autor no entiende la imaginación como fantasía o huida hacia otros mundos, porque esa «huida sin deseo es pura supervivencia». Para Lladó el quid de la cuestión se halla en una frase de María Zambrano que se repite durante el ensayo y que dice así: «celebración sin rastro de triunfo». Y eso es exactamente lo que procura al lector este libro, un ejercicio de pensamiento crítico que va más allá de la denuncia y que celebra el presente, la perplejidad del presente, pero sin triunfalismos (y también sin catastrofismos).

No podemos escapar de la repetición, nos confiesa Albert Lladó, pero sí de cómo esta actúa sobre nosotros, y sobre cómo subvertirla en aras de poder vivir una vida digna. Hay dos tipos de repeticiones en este sentido: la que tiene que ver con el ritual, que es litúrgica, una repetición que hacemos a través del deseo y que nos vincula a la comunidad (un día al mes que quedamos a cenar con unos amigos, por ejemplo) y la que nos lleva a la inercia, a convertirnos en autómatas y que merma nuestro carácter.

La rueda del hámster

«Creo que lo fundamental es tomar consciencia de qué tipo de repetición es aquella en la que estamos inmersos: si es una repetición que nace del deseo u otra que nace puramente de la inercia y preguntarnos si esa repetición la puedo transformar en otra forma de acción», afirma Lladó. Y continúa: «El primer paso es la toma de consciencia y el segundo paso es pensar formas de resistencia, y eso tiene que ver, una vez más, con pensar no como autómatas, sino como personas que intentan salir de la pura producción». Así, la clave está en pensar no solo en actos y acciones, sino en todas las potencias de aquello que no hemos hecho. «A veces pensamos el futuro o lo que podríamos hacer desde la pura invención, pero no hace falta inventar muchas veces», nos dice Lladó, «se trata de intentar ver las huellas de aquello que podría haber sido y no ha sido». Y sentencia: «Más que inventar mundos más allá de este mundo, debemos darnos cuenta de que lo potencial está aquí y ahora».

Para ello, nos cuenta el autor de Contra la actualidad, «podemos servirnos del arte, que nos ayuda a la exploración creativa de una pregunta y, con ello, igual que el juego, nos sirve como resistencia ante la robotización de la vida». Y ello porque si estamos jugando realmente estamos haciendo preguntas lúcidas, «si reamente estamos creando, en el sentido de crear nuevos sentidos (no nuevas mercancías), conseguimos salir de la rueda de la inercia, de la pura rueda del hámster en la que el mercado siempre nos quiere meter, porque al mercado lo que le interesa es que seamos productores y consumidores y, por lo tanto, que nunca salgamos de la rueda de la rentabilidad», afirma Lladó.

El arte, además, nos ayuda a mirar la vida más allá de las reglas puramente del derecho, ya que es garante de la expansión de nuestro horizonte moral. A este respecto nos cuenta el pensador barcelonés que «hemos judicializado constantemente la vida como si la ley no fuese un código, una partitura que lo que intenta es crear unas reglas de juego. Y es cierto que sin justicia no hay democracia, pero solo con justicia lo que no hay es libertad, y eso es lo que el arte nos enseña: a mirar la vida más allá de las reglas puramente del derecho, del juicio moral y del juicio legal y, con ello, nos abre espacios más allá del juez y también del autómata en el que muchas veces nos convertimos».

Preguntado sobre el alarmismo que está provocando en la sociedad la inteligencia artificial, opina Albert Lladó que «el algoritmo es un sistema simbólico, pero es simplemente una forma de actuar. Hay muchas cosas que la inteligencia artificial no sabe hacer y que tienen que ver con los juegos del lenguaje. A la IA le cuesta mucho el uso de la ironía, le cuesta mucho entender el contexto, o si acaso hay un cambio de reglas en el juego en el que estamos participando. El humor es también una resistencia para la IA y le cuesta mucho en lo que está basado el inicio de la filosofía, tal y como la entendemos hoy, que es la pregunta». La IA siempre promete darnos una respuesta, pero quienes tienes que hacer la pregunta correcta siguen siendo los humanos, «exactamente igual que en la caverna de Platón, que no nace el pensamiento allí de una demostración o de un argumento ni de una teoría, sino que nace de una pregunta: qué es eso que estoy viendo en realidad, qué son esas sombras», sentencia Lladó.

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