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Cultura

'El beso de Andrómaca': la política detrás de un gesto

El historiador y ensayista Hernán Rodríguez Vargas explica en nueve cuadros y fotos lo que oculta ese contacto

‘El beso de Andrómaca’: la política detrás de un gesto

Héctor y Andrómaca en 'Troya' (2004). | Warner Bros

Quién se negaría a recibir un beso, pues sin duda es un gesto de amistad, de concordia y, cómo no, de amor. A nadie se le ocurriría pensar que detrás de un beso… perdón, me olvidaba de Judas. No sé cuándo y por qué razones, entre los seres humanos, nació la costumbre de besarse en la mejilla, en la boca, en donde sea; puede incluso que fuera una costumbre «importada» por los neandertales. En el pasado «día de los enamorados», el diario mexicano Excélsior publicó que «varios investigadores concuerdan en que la cultura del beso como práctica sexual comenzó en India y que llegó a Europa durante las invasiones de Alejandro Magno». Y no puedo dejar de pensar que cuando mi gato me lamía la cara y la mano lo hacía como un gesto cargado de, como mínimo, amistad y confianza. Porque el contacto físico entre los animales es fundamental para la convivencia. Quizá el beso entre los humanos es la sublimación de una buena y sabrosa lamida. Los problemas comenzaron cuando ese gesto se cargó, precisamente, de humanidad, y se hizo político.

Es la reflexión a la que se aproxima El beso de Andrómaca (La Huerta Grande, 2024) del joven ensayista colombiano Hernán Rodríguez Vargas, doctor en Historia Contemporánea por la Università degli Studi di Salerno, y especialista en los espacios de construcción nacional decimonónicos del mundo atlántico. En nueve apasionantes capítulos se acerca a igual número de cuadros o fotografías en las que se representa a una pareja besándose, para desgranar qué hay en realidad detrás de ese beso, pues ya se sabe que Judas no fue el único que tenía otras intenciones cuando le dio su malintencionado beso al cordero. Por ejemplo, Rodríguez Vargas comienza comentando La patria en peligro (1799), de Guillaume Guillom-Lethière, un profuso cuadro en el que una abnegada esposa vestida a la manera clásica besa a su marido que parte, junto con otros, a defender la Francia amenazada por la malvadas coronas europeas: el beso es despedida y al mismo tiempo fe en la fuerza militar de su país.

‘La patria en peligro’, de Guillaume Guillom-Lethière. | Wikimedia Commons

El derecho a amar

Quiero destacar, por cierto, que Guillom-Lethière es un célebre pintor neoclásico guadalupeño, hijo ilegítimo de esclavos negros y director que fue de la Academia Francesa en Roma a principios del siglo XIX, y que forma parte de esa historia europea que, por razones que aún no comprendo bien, pasa desapercibida para el wokismo llorón de hoy en día que inventa reyes y nobles negros en Inglaterra (en una especie de Brownton Abbey ad hoc), imaginativas sirenitas danesas oscuras y una inconcebible Cleopatra mulata en la Alejandría de los ptolomeos macedonios, pero que nunca se acuerda de personajes como este, o como los afrodescendientes Alejandro Dumas y Alexander Pushkin, pues al parecer para estos llorones del siglo XXI es más bonito inventarse que los negros han sido algo en una historia fabulosa y casi chusca que contar la vida de los que sí han hecho algo importante para la cultura occidental. No concibo nada más racista que estas obliteraciones, felizmente subsanadas por Hernán Rodríguez Vargas en este, su espléndido ensayo, al rescatar (y destacar) la obra de Guillom-Lethière. Como ya sospechará el lector, este libro va de besos, sí, pero mucho más va de política. Política en mayúsculas.

En cien apretadas páginas (y digo apretadas porque al leerlo pienso en cuántas imágenes sin comentar se le quedaron al autor en sus carpetas), pasa de un cuadro al siguiente, de una foto a la siguiente, poniendo en evidencia las connotaciones políticas de los besos que ha escogido para su libro. Es el caso de En la cama (1892), de Henri de Toulouse-Lautrec, hermoso beso entre dos mujeres acostadas que reivindica con dulce suavidad el derecho a amar a quien quieras, pues, dice el autor «más importante que el contenido de una obra es muchas veces el lugar donde se posiciona, desde donde va a hablar a público, donde va a influir sobre sus pensamientos e ideas».

Breznev y Hoenecker

Lo mismo ocurre con el famoso V-J Day in Times Square (1945), Alfred Einsenstaedt, aquel marinero que besa apasionadamente a la enfermera: un beso que ha hecho correr ríos de tinta y que, en nuestros días, está a esto de ser el símbolo de una agresión sexual, al punto de que se han hecho versiones con títulos más peleones, como Unconditional surrender. Busque el lector la imagen y juzgue por sí mismo lo que ha de pensar de esa foto que es, cómo no, pura política.

Lo mismo ocurre con Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal (1990), de Dmitri Vrúbel, el «sensuadesagradable» beso entre Breznev y Hoenecker plasmado en los restos del muro de Berlín, una imagen que dice todo de la caída del cosmos soviético, pero mucho más, si sabemos mirar. Y más intenciones políticas: Der Kuss (2011), del sirio Tammam Azamm, la bellísima pintura de Klimt superpuesta en las paredes destruidas de un edificio víctima de la guerra, todo un canto a la contradicción. Todo terrible, todo hermoso, todo estimulante. Estimulante para el pensamiento crítico, se entiende.

Este nuevo beso que Andrómaca da al marido que parte en busca de su destino, me parece, no solo muestra las dotes reflexivas de su autor, sino que viene a sumarse a la lista, cada vez más larga, de ensayos en español que serán en el futuro referencia para entender cómo y hacia dónde se dirige el pensamiento del futuro en las comarcas del reino de Cervantes. Bésense un poquito y no dejen de leerlo.

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