Martin Baron y el «fango»
«Entre la era de Bradlee y la de Baron mucho ha cambiado en el periodismo y en la política»
Cuando Martin Baron aceptó en 2013 dirigir The Washington Post, sabía que se enfrentaba a retos muy complejos: reflotar un periódico con cuantiosas pérdidas, llevar a cabo la transformación digital, recuperar la influencia decreciente de la cabecera. Por si no fueran suficientes, además, sabía que la vara de medir con la que se le iba a juzgar eran los logros históricos del periódico que había descubierto el Watergate, que había hecho caer al presidente Nixon, que había publicado los Papeles del Pentágono.
Su vara de medir tenía un nombre, nada menos que Ben Bradlee, el mítico director durante tres décadas gloriosas, periodísticamente hablando. Mito que había ayudado a engrandecer el cine, interpretado por Jason Robatrds en Todos los hombres del presidente y por Tom Hanks en Los papeles del Pentágono. Es verdad que Baron también había tenido su momento estelar en la gran pantalla, encarnado por Liev Schreiber en Spotlight, sobre el escándalo de los abusos sexuales de la Iglesia, cuando era director del Boston Globe. Pero no era lo mismo. Bradlee ya estaba en los altares.
«Yo no podía ser Bradlee. Ni lo pretendía», cuenta Baron en su libro Frente al poder, recién publicado por La Esfera. «Teníamos personalidades claramente distintas y el periodismo había cambiado radicalmente desde que se jubiló en 1991».
Cuando el jueves pasado Baron hizo su aparición en la sede de la Asociación de la Prensa para presentar su libro, su indumentaria ya delataba la distancia entre los dos personajes. Ni traje de corte perfecto, ni camisa de rayas hecha a medida, ni corbata, ni gemelos. Un atuendo discreto, impersonal, gris, que no llamaba la atención por nada en especial. A Bradlee le encantaban la vida social, los cócteles, la presencia pública, las relaciones con los políticos -amigo de los Kennedy-, disfrutaba de ser una figura poderosa en la capital del poder. Todo lo contrario de Baron, quien, pese a que se queja de la «falsa imagen» que le dio el cine, no deja de ser el personaje taciturno, modesto, que evita todo protagonismo.
Entre la era de Bradlee y la de Baron mucho ha cambiado en el periodismo y en la política. «El Congreso había cumplido con su misión [en el caso Watergate], pero en el Congreso actual, los congresistas no están cumpliendo su misión para pedir cuentas al presidente de los Estados Unidos -asegura el exdirector del Post a Antonio Caño en la magnífica entrevista publicada en THE OBJECTIVE-. Hay una situación de polarización en la sociedad y también en el Congreso. En el pasado, los republicanos querían tener una audiencia en el Congreso para descubrir los hechos. Y ellos hicieron su propia investigación y durante esa investigación habían descubierto aún más hechos. Hechos muy importantes que demostraban la culpabilidad de Richard Nixon. No fue solamente una investigación por parte del Washington Post, pero ahora no tenemos un Congreso como ese. Entonces no pensaría solamente en el papel y la influencia de la fuerza de los medios. Pensaría en las responsabilidades de nuestros políticos». Se refiere a Estados Unidos, pero la descripción podría ser perfectamente aplicable a España.
La estrategia de hundir en el «fango» al periodismo por parte de los políticos, que a los españoles nos resulta tan familiar, ya fue utilizada por Nixon, pero sin alcanzar la virulencia de Trump, quien «ha llegado a decir que uno de sus mejores triunfos ha sido descalificar a la prensa -cuenta Baron-. Ha deshumanizado a la prensa y nos ha descrito como escoria, basura, alimañas o cualquier cosa. Esa conducta ha contribuido a la falta de confianza en la prensa».
En el acto de la Asociación de la Prensa, uno de los periodistas presentes comentó al final del acto que le hubiera gustado preguntar a Baron si él hubiera publicado una información sobre la primera dama si esta se hubiera aprovechado de su posición. No le hubiera contestado. Se lo dejó bien claro a Antonio Caño cuando le preguntó por los políticos españoles que conoce -Sánchez, Ayuso, Yolanda Díaz…-. «No me gustaría meterme en la política española», contesta.
Las respuestas de Baron están en su libro. Aplicarlas a la política española queda en manos del lector. ¿Hubiera publicado información relevante sobre la primera dama? Baste un ejemplo. Siendo Hillary Clinton candidata a la presidencia, el Post publicó una investigación en la que revelaba que «la poderosa pareja había cobrado 25 millones de dólares por conferencias en poco más de un año; y cómo el propio Bill Clinton había ganado casi 18 millones de dólares como «rector honorario de una universidad privada; y como, además el expresidente recaudó más de 65 millones de dólares en consultorías, conferencia y escritos durante el tiempo que Hillary fue secretaria de Estado. El reportaje se titulaba: «Dos Clinton, cuarenta y un años, tres mil millones de dólares».
Reportajes como este contribuyeron a la victoria de Trump y abrieron un intenso debate sobre si la aplicación de la equidistancia garantiza la objetividad. El muy recomendable libro de Baron está lleno de reflexiones sobre asuntos como éste, decisivos en este momento en que tanto se debate, en Estados Unidos y en España, sobre la relación entre los políticos y la prensa. Su título lo deja claro: Frente al poder.