Gerda Grepp, la reportera antifascista que cambió el periodismo de guerra
Una biografía de la periodista noruega destaca su originalidad al centrarse en las víctimas civiles del conflicto español
Es posible que el nombre de Gerda Grepp (Oslo, 1907-1940) resulte desconocido para muchos, pero representó un papel importante durante la Guerra Civil española. La periodista noruega vivió la contienda desde diferentes ciudades y sus reportajes tuvieron una gran influencia en su país de origen. Fue idealista, vitalista y siempre se mantuvo ligada a los valores que había recibido en su familia, lo que le llevó a ejercer el periodismo y, de alguna manera, a cambiarlo a través de unos reportajes en los que escribía sobre el dolor causado a las mujeres y a los niños. Su vida, que ha pasado inadvertida en nuestro país, y en gran medida también en Noruega, queda ahora reflejada en En el frente. Gerda Grepp y la Guerra Civil española (Editorial Plankton), una detallada biografía escrita por la periodista noruega Elisabeth Vislie.
«La vida Gerda Grepp estuvo desde su nacimiento en el centro de los acontecimientos», escribe Vislie en las primeras líneas de esta narración para la que ha podido acceder a los archivos familiares gracias a la ayuda de su hija Sasha. Grepp nació y creció en una familia ligada a la ideología socialista. «Su padre, Kyrre Grepp, fue el primer presidente importante del Partido Socialdemócrata de Noruega en la época de la lucha de clases, y su madre, Rachel, era periodista y miembro del partido», recuerda Vislie en una entrevista con THE OBJECTIVE.
Movida por la curiosidad, Vislie se aventuró a escribir la historia de Gerda Grepp tras descubrir su figura en un libro sobre los noruegos que participaron en aquel conflicto titulado Mil días. Noruega y la guerra civil española. «El pasaje sobre Gerda me pareció especialmente interesante y, como periodista, entendí que se trataba de una buena historia que debía desarrollarse», comenta la autora, cuyo libro se publicó en Noruega en 2016.
A menudo Vislie dice que Gerda Grepp «nació con la bandera roja en la mano porque la familia estaba muy dedicada a su ideología, creía que el mundo sería un lugar mejor si se eligiera el camino del socialismo». En casa de la familia Grepp solían reunirse figuras como la escritora, activista y revolucionaria rusa Aleksandra Kolontái, quien supo ver en la joven Grepp una urgencia viajera y un gran sentido de la justicia.
Kolontái fue una figura clave en su vida y depositó grandes esperanzas en ella ejerciendo una gran influencia a lo largo de los años. También se relacionaban con Angelica Balabanoff, militante socialdemócrata de quien, con el paso del tiempo, Grepp se alejó. Sin embargo, «ambas defendían lo mismo: la creencia en un mundo mejor si ganaba el socialismo. Probablemente querían preparar a Gerda para ese futuro», sostiene Vislie.
Tuberculosis
Sin embargo, la vida de la periodista no fue todo lo sencilla y fácil que podía esperar, pues la tuberculosis pronto se cebó con su familia y también con ella. Siendo aún joven se casó con Mario Pietro Mascarin, con quien tuvo tres hijos. Tras unos años de relación, se divorciaron cuando los niños aún eran pequeños, acontecimiento tras el que decidió dedicarse por completo al periodismo.
Con su ideología siempre por delante, el 11 de octubre de 1936 Gerda Grepp recibe su primer encargo como corresponsal de guerra, convirtiéndose en la primera periodista escandinava en pisar España tras el golpe de Estado de julio. Llega a una Barcelona que resiste pero en aquel momento, la situación de Madrid era más delicada: «Los soldados de Franco habían avanzado muy rápido».
Impaciente, vital y enérgica, Grepp deja atrás la ciudad catalana y se sube a un tren con rumbo a Madrid. Como periodista noruega del Alberdeibladet, sus primeros reportajes tienen un marcado carácter optimista respecto a la victoria republicana. Aunque, en cierto modo, pecó de inocencia, Vislie apunta que «para ella la única posibilidad era que la guerra la ganara la República. Como antifascista veía el conflicto como una batalla del bien contra el mal, y como periodista de la prensa socialista su tarea era contarlo», explica la autora.
En la capital, se reencuentra con Ludwig Renn, Gustav Regler e Ilse Wolff. En aquel momento, recuerda Vislie, Grepp y Wolff eran las dos únicas mujeres periodistas extranjeras en Madrid. También estaba allí Mijaíl Koltsov, del periódico soviético Pravda, de quien se rumoreaba que era el hombre de confianza de Stalin en Madrid. «La ciudad cambiaba de un día para otro. Había resistido el golpe de Estado de julio pero sufría un asedio continuo por aire y tierra», apunta Vislie.
Bajo las bombas
Así, durante la tarde del 30 de octubre empezaron a caer las primeras bombas sobre la ciudad. «Una bomba revienta la cola de la leche, explota contra el muro en medio de la fila y mata a cinco mujeres. Cinco bombas cayeron en las calles atestadas de gente. Aquel día mataron a 24 personas», escribió Gerda Grepp. Conocido como el preludio de la batalla de Madrid, los ataques sobre la ciudad no cesaron. En este contexto, el 7 de noviembre Grepp abandona Madrid rumbo a Valencia.
Primero viaja a Albacete, momento en el que conoce a Louis Fischer, periodista ruso del que se enamora y con quien comienza una relación que, a pesar de sus severos altibajos, se mantiene casi hasta el final de su vida. A su llegada a Valencia, encuentra un ambiente periodístico animado, pero la periodista, que a lo largo de los años mantuvo una personalidad repleta de ganas de cambiar el mundo, quería llegar Málaga, ciudad sitiada por unas tropas franquistas que planeaban un gran ataque.
Gerda Grepp nunca se cansó de informar de los horrores que veía y «con sus informes contribuyó a que los noruegos conocieran desde el principio de la guerra lo que estaba pasando en España», cuenta Vislie. Aun consumida por el miedo, Grepp llega el 28 de enero a Málaga junto a Arthur Koestler, compañero periodista al que había conocido en París. Es en la ciudad donde la corresponsal vive los momentos más duros. Junto a Koestler se adentra en las trincheras, observa cómo buques y aviones italianos y alemanes llegan a la ciudad costera y muy pronto es consciente de las pocas esperanzas que tiene la ciudad de resistir al ataque con una población hambrienta, cansada y sin munición para defenderse.
«Grepp y Koestler trabajaron por separado con sus informes pero también juntos cuando salieron al frente hacia Marbella. Gerda se dio la vuelta porque pensó que era una locura viajar más lejos», cuenta la autora. Tras bajarse del coche, Grepp emprende a pie el camino de regreso, pero un soldado republicano en moto la lleva de vuelta al hotel. Ante todos los desastres que ve, la reportera decide abandonar Málaga el 6 de febrero, tan solo un día antes de la caída de la ciudad en manos franquistas. Se convierte, así, en la penúltima en hacerlo: «Koestler continuó porque, después de todo, era un espía del Komintern». No tardaría en ser detenido.
Otra manera de informar
Para Grepp ser una de las últimas periodistas en dejar la ciudad y ser consciente de la masacre que iba a suceder en lo que después se llamaría la «carretera al infierno» o La Desbandada, supone una gran presión para su ánimo. De hecho, tal y como recuerda ella misma en una carta dirigida a su madre, cuando llega a Valencia y consigue revelar todas las fotos que había tomado, sufre una crisis nerviosa de la que tarda varios días en recuperarse.
En sus reportajes y en las cartas dirigidas a su madre Gerda Grepp vierte una mirada mucho más humanista de la que se había visto entonces. «En el pasado, los periodistas hombres habían informado desde el frente y las trincheras. Pero cuando las periodistas llegaron a España y vivieron todas aquellas atrocidades, vieron el sufrimiento de mujeres y niños y con ello cambió el periodismo», cuenta Vislie. De esta manera, a Grepp le debemos una nueva manera de informar sobre la guerra porque, de alguna manera, la guerra también había cambiado. «Pasó a formar parte de una nueva tradición periodística. Antes de esta guerra española, los civiles no habían sido bombardeados y eso también hizo que el periodismo cambiara».
A pesar de todas las atrocidades de las que fue testigo durante la contienda, de estar separada de sus hijos y de ser consciente de cómo la tuberculosis va ganando la batalla en su interior, Grepp no se rindió. Tras la crisis nerviosa de Valencia decidió volver a París, donde comenzó a trabajar para el también espía Otto Katz. Lejos de quedarse en capital francesa y antes de retirarse para intentar recuperar su salud, Grepp cumplió con un nuevo encargo: viajar a Bilbao tan solo unos días después del bombardeo a la localidad de Guernica.
Desde allí, «sus descripciones de la guerra pusieron el foco en los niños, los ancianos y las mujeres, en quienes más sufrían». Aterrorizada de tanto horror y con la salud mermada, el 14 de junio de 1937, la periodista decide regresar a casa. «Quizá Gerda lo dio todo mientras estuvo viva porque sabía que no iba a vivir mucho. Vivió tantos años con una enfermedad mortal que si iba a ‘vivir’ tenía que hacerlo mientras tuviera la oportunidad», cree Vislie.
Con la tuberculosis como única compañía en un sanatorio noruego, Gerda Grepp murió en agosto de 1940, con tan solo 33 años y cuatro meses después de que los nazis ocuparan Noruega. Llegó entonces una oscura época, años de ocupación y sufrimiento. «Cuando llegó la paz en 1945, había muchísimas historias violentas que contar, muchísimos muertos de guerra que honrar. Los méritos de Gerda en España no estaban en la agenda en ese momento, ni tampoco la Guerra Civil española. Así fue olvidada en Noruega durante muchos años», lamenta Vislie. Sin embargo, la periodista noruega ha conseguido recuperar la trayectoria de la que fue una figura clave del conflicto. Sus reportajes humanistas, junto a las fotografías que pudo tomar, son para Vislie el legado más destacado de Grepp.