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El día que nadie reconoció a Borges en la feria del libro

Escritores y lectores comparten encuentros felices, pequeñas decepciones y cómicas equivocaciones en las casetas

El día que nadie reconoció a Borges en la feria del libro

Decenas de personas durante la inauguración de la 83ª edición de la Feria del Libro de Madrid, en el Parque del Retiro, el 31 de mayo de 2024, en Madrid. | Alberto Ortega / Europa Press

«Recuerdo una tarde de finales de los años setenta en la que Jorge Luis Borges, el gran Borges, estaba en la caseta de Alianza Editorial firmando algunos de sus libros y no había ni que hacer cola, eran muy pocos los que le reconocían», cuenta con emoción el guionista y escritor Javier Rioyo. Era un primer atisbo de un fenómeno que ha ido a más con el paso de los años, en esta época de influencers, youtubers y famosos de 15 minutos, y es que, en líneas generales, los autores de mayor valor literario no son los más demandados por el público para que les firmen sus libros. Pero la Feria del Libro de Madrid, que ahora entra en su última semana, es sobre todo una fiesta popular en la que libreros y editoriales hacen caja, la gente disfruta de un paseo cultural y los escritores son tanto transeúntes como estrellas invitadas. Un doble papel que genera numerosas anécdotas.

El escritor José Carlos Llop, que acaba de publicar un libro de recuerdos, Si una mañana de verano, un viajero (Alfaguara), cuenta que alrededor de 1995, y pese a que en la caseta había un cartel con su fotografía junto al título del libro que acababa de publicar, El informe Stein, y estaba rodeado de una «veintena de ejemplares de la novela expuestos como el pescado en el mercado», una señora «cogió una biografía de Carl von Linneo» y se empeñó en que aquel era su libro. «Muy amablemente, le contesté que ojalá, pero que el mío era El informe Stein y que el otro trataba sobre un gran naturalista». Intentó convencerla de su error, pero fue en vano. Llop acabó escribiendo una dedicatoria con su mejor letra, «grande y de imitación dieciochesca», como si «escribiese con pluma de ganso», firmando con el nombre de «Linneo». El escritor añade que la lectora «fue a pagarlo muy satisfecha, sin haber echado ni un solo vistazo a mi novela, que no le interesó nada en absoluto».

También se dan ocasiones en las que los visitantes tienen tan clara la importancia de la persona que tienen delante que no saben muy bien cómo reaccionar. Es el caso de la anécdota que cuenta José Antonio Montano. «Una amiga mía estaba enamorada de Mario Vargas Llosa y se emocionaba tanto que no se atrevió a ir sola a que le firmara un libro y tuve que ir con ella», recuerda. «Cuando llegó el momento de la firma, se quedó paralizada y no le dio el libro. Se lo tuve que dar yo. Vargas Llosa se lo firmó y al despedirse la amiga logró hablar por fin: ‘Don Mario, gracias por existir’. A lo que él respondió: ‘Señorita, es usted una flor’».

Pero más corriente es el caso del escritor que pasa las horas muertas sin recibir la atención del público, una situación que divierte a Andrés Trapiello. El autor de Las armas y la letras y que acaba de publicar el libro Fractal, que reúne una selección de sus diarios entre 1987 y 2006, cuenta que en días así, en los que «no firmas nada», se dedica a observar a la gente y ver como lo miran. «Cuando no firmamos, la mirada de la gente es cuanto menos curiosa, ya que están los que miran con enorme piedad y aquellos que le brillan los ojos». «Primero miran tu nombre en el cartel para ver si lo reconocen», y en el caso de que lo hagan, «te miran con una especie de maldad, alegrándose de esa pequeña humillación que estás viviendo».

Ante la misma situación, otros autores tienen una experiencia distinta. Jacobo Bergareche, en la feria marcada por la pandemia de la covid-19, recuerda que en aquella edición anómala, donde «la gente se pasaba a lo mejor seis horas haciendo cola» para que le firmasen un libro, «la cola más grande era la de Gerónimo Stilton, que era un señor vestido de ratón». En ese momento, añade el autor de Los días perfectos, deseó «tener un traje de ratón para firmar libros en vez de estar ahí con cara de triste, esperando a que viniese alguien».

Para evitar esa clase de humillación, muchos autores convocan a familiares y amigos, una práctica que Luis Antonio de Villena condena. La feria «no es el lugar» para ese tipo de encuentros. Pero hay otros, como señala Trapiello, que son emocionantes. «Cuando te encuentras con gente de tu infancia, del colegio, que no ves hace mucho tiempo, de los lugares más increíbles, por los cuales en su día sentiste gran afecto, incluso de alguna novia incluso, y eso también es una maravilla».

Encuentros felices, pequeñas decepciones o sorprendentes equivocaciones, la Feria del Libro de Madrid marca un antes y después en la rutina del año. Como dice Fernando Savater: «Cuando ya he ido a la feria y he firmado, eso para mí es el comienzo del verano. He asistido a esta feria desde hace más de 50 años. La he conocido en todas las ubicaciones, con buen tiempo, con malo, con mucha gente y con poca, y siempre es una cosa que apetece visitar. Es un rato agradable y luminoso». Días luminosos en que lectores y escritores comparten anécdotas y literatura.

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