Madrid fue una checa durante la Guerra Civil
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta
Entre julio y octubre de 1936 se produjo el terror rojo. Madrid se llenó de checas; alrededor de 345. Eso suponía que había cuatro checas por kilómetro cuadrado. La mayor concentración de checas estaba en los distritos Centro, Palacio, Latina y Universidad, y en el extrarradio en Vallecas y Pueblo Nuevo. La Dirección General de Seguridad del gobierno republicano dejó la purga en manos de los partidos y sindicatos del Frente Popular.
En los primeros meses de la Guerra Civil se produjo la primera fase de la revolución: la liquidación del enemigo. Las checas contaban con la documentación electoral, lo que fue muy útil para una represión masiva, ya que 220.000 personas votaron al Frente Popular y 180.000 a la derecha.
La represión en estas condiciones era sencilla. Es más; los revolucionarios asesinaron al 30% de la policía madrileña y la sustituyeron con chequistas. Para crear la estructura represora y de poder ocuparon edificios emblemáticos, como el Cinema Europa, en la calle Bravo Murillo –hoy un centro comercial–, o el Círculo de Bellas Artes; incluso conventos, como el de las Salesas Reales. Allí los chequistas llevaban a los «fascistas», que eran aquellas personas que no eran de izquierdas, y los encarcelaban, interrogaban, torturaban y asesinaban. En esta labor los porteros de las fincas llevaron a cabo un papel muy especial. Algunos de forma voluntaria, por odio o por hacer la revolución, y otros por miedo. Eran esos porteros los que proporcionaban información a los milicianos de las checas, que irrumpían en las viviendas para llevarse a los supuestos «fascistas».
Algunas víctimas pasaron por varias checas antes de ser incluidas en una «saca». En esos meses la ratio de muertos a manos de los chequistas fue de 25 al día. No hubo orden en la liquidación de gente hasta que Santiago Carrillo, Margarita Nelken y el PCE se ocuparon de la represión. Fue entonces cuando la liquidación se racionalizó, al estilo comunista, y se llegó a episodios como la matanza de Paracuellos del Jarama, entre noviembre y diciembre de 1936. Un recordatorio: Paracuellos es el mayor genocidio de la Guerra Civil. Allí fueron asesinados el 1% de todos los muertos en la contienda. Santiago Carrillo, encargado de Orden Público, y el general José Miaja, que presidía la Junta de Defensa, estos dos, sabían lo que estaba pasando, conocían el genocidio, y no hicieron nada para impedirlo.
Tras el golpe de Estado del 18 de Julio, el Gobierno renunció a controlar a los revolucionarios. En la práctica, las autoridades de la República fueron sustituidas por comités comunistas, socialistas y anarquistas. No hubo una defensa del régimen de 1931, sino la intención evidente de hacer la revolución. Hubo un auténtico «colapso republicano». Las milicias frentepopulistas no distinguieron entre la ofensiva contra los sublevados y el exterminio en la retaguardia. El instrumento fueron las checas, nombre tomado de la revolución bolchevique de 1917. Los comunistas ponían al frente de la checa a un jefe, y los anarquistas a un comité. Los nombres de las checas eran muy variados y equívocos, desde «Agrupación Socialista», a «Ateneo Libertario», o «Comité de Vecinos». La excarcelación de presos comunes al inicio de la revolución provocó que algunos de estos delincuentes montaran su propia checa como modo de vida y para el ajuste de cuentas.
Había checas oficiales –como la «Escuadrilla del Amanecer», dependiente de la Secretaría Técnica del Director de Seguridad–. También existieron checas políticas o sindicales –como las montadas por el PSOE, la CNT o Izquierda Republicana, incluso el PNV– y las checas de las milicias, que combatían en el frente y actuaban como jurado y ejecutores.
La actuación de estas checas era conocida y apoyada por el Gobierno republicano; especialmente tras la creación en agosto del 36 del Comité Provincial de Investigación Pública, llamado Checa de Bellas Artes, y luego Checa de Fomento. La Dirección General de Seguridad dio atribuciones a aquel comité frentepopulista para que actuara sin límites, y le enviaba los presos políticos para su exterminio.
Más de la mitad de las víctimas fueron detenidas entre julio y octubre de 1936, entre la creación de la checa de Bellas Artes y la formación de las Milicias de Vigilancia de Retaguardia de la mano del socialista Ángel Galarza. A partir de ahí, las checas se dedicaron a asesinar de forma sistemática a miles de presos.
La checa interrogaba al detenido con cuantos medios fueran necesarios para sacarle confesión de idea política o creencia religiosa. La tortura hacía que la persona dijera cualquier cosa. A continuación, era declarado «culpable» pero se le entregaba un papel que ponía «libertad». A la salida le montaban en un coche y le asesinaban. Los crímenes y registros en domicilios iban acompañados de robos. Otras checas conducían a los detenidos en autobuses o camiones hasta las afueras, donde los asesinaban y tiraban a una fosa previamente abierta.
El Ayuntamiento de Madrid dispuso de un servicio de recogida de cadáveres, que eran trasladados al Cementerio del Este y tirados en fosas comunes. Nunca será posible saber cuántas víctimas hubo de las checas, ni dónde están. En torno al 10% eran mujeres, 25% militares, y 21% religiosos.
Cada checa tenía su lugar de ejecución. La checa del Radio Comunista del Oeste mataba en Ciudad Universitaria, Casa de Campo, Carretera del Pardo y Puerta de Hierro. La socialista, sita en Marqués de Riscal, lo hacía en la Pradera de San Isidro. Los anarquistas del Ateneo Libertario de Vallehermoso asesinaba en la calle Bravo Murillo, y otros los enterraban en el cementerio de las Concepcionistas franciscanas. El socialista García Atadell convirtió en checas dos pisos en Marqués de Cubas y otro en Montera para el asesinato y el robo, acumulando un buen tesoro con el que huyó. La checa de la Agrupación Socialista Madrileña, en Fuencarral, 103, contaba con un censo electoral para las matanzas, hasta el punto de que cavaron una enorme fosa en Boadilla. La checa «El Castillo», en Alonso Heredia, 9, se distinguió por las torturas: hierros candentes y arrancamiento de uñas. El Círculo Socialista del Sur mataba en los altos del Hipódromo, por arma de fuego, entre las once de la noche y la madrugada. Los edificios públicos, religiosos o de espectáculo fueron utilizados, como el teatro Beatriz, en Claudio Coello, 47, la Residencia de los Maristas o la estación de Atocha.
Quiero terminar con un recordatorio. Durante el gobierno municipal de Manuela Carmena, entre 2015 y 2019, se celebró la resistencia de Madrid al fascismo, decían, con exposiciones y actos públicos pagados con el dinero de los madrileños. En ninguno de esos eventos hubo una mínima referencia a las checas, al terror que pasaron los madrileños ante los revolucionarios, ni a las sacas, a las matanzas ni al genocidio. Esa memoria histórica es justamente la que hay que rechazar por falsa, tergiversadora del pasado, e injusta.
[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a [email protected]]