THE OBJECTIVE
Esperanza Aguirre

La Memoria Histórica y la Democrática: ¡ya está bien!

«Dos leyes siniestras que cualquier político honrado debería derogar. Y que esperemos que, cuando la pesadilla del sanchismo acabe, desaparezcan»

Opinión
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La Memoria Histórica y la Democrática: ¡ya está bien!

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cualquier español con un mínimo de conocimientos históricos sabe que la Historia de España desde el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 hasta la aprobación de la Constitución de 1978 es una historia de enfrentamientos fratricidas y de tragedias individuales y colectivas.

Esto lo sabían muy bien los políticos de las Cortes Constituyentes del 78 y por eso pusieron todo su empeño en no volver a caer en los errores en los que habían caído los políticos de esos anómalos y trágicos 55 años anteriores.

Sabían que Primo de Rivera se había cargado el régimen constitucional de la Restauración de 1876 con un golpe, en el que, por cierto, no hubo muertes ni violencia y que, además, contó con el apoyo del ala más izquierdista del PSOE, la de Largo Caballero, al que hizo consejero de Estado. Curiosa paradoja.

Sabían que, en abril de 1931, unas elecciones municipales, que no tenían nada de referéndum y que, además, ganaron las formaciones monárquicas, provocaron, de manera incomprensible, la llegada de la II República. Por cierto, que los republicanos habían intentado un golpe en diciembre de 1930, en el que tuvieron un protagonismo especial el general Queipo de Llano y el comandante Ramón Franco, que tuvieron que irse al exilio, de donde no volvieron hasta el 14 de abril.

Sabían que los políticos republicanos elaboraron y aprobaron una Constitución, modelo de sectarismo, para dividir a los españoles, porque no quisieron que fuera para todos, sino sólo para los republicanos.

«Sabían que al triunfo del Frente Popular en febrero 1936 siguieron meses de una violencia inusitada»

Sabían que los socialistas, después de perder las elecciones de 1933, dieron un golpe de Estado contra el régimen republicano en octubre de 1934, que, aunque fracasó, dejó centenares de muertos. Y que en Barcelona, el presidente de la Generalidad, Lluis Companys (que ahora da nombre al Estadio Olímpico) proclamó la República catalana, y que el General Batet, que fue el que acabó con aquel golpe, después sería fusilado por Franco.

Sabían que a las elecciones generales de febrero de 1936 las izquierdas se presentaron unidas en un Frente Popular (coalición preconizada por la Internacional Comunista y por Stalin) y las ganaron de manera discutible (hoy los historiadores no dudan de que hubo fraude). Y que a ese triunfo siguieron unos meses de una violencia inusitada, que culminaron con el asesinato a manos de militantes del PSOE del jefe de la oposición, José Calvo-Sotelo.

Sabían que el 18 de julio de 1936 unos militares se levantaron contra el Gobierno de la República y, como consecuencia, empezó una cruenta Guerra Civil, que va a durar casi tres años. Una guerra civil en la que se enfrentaron esas dos Españas de las que habla Antonio Machado, no sólo en los frentes de batalla, sino también en las retaguardias, en las que se sucedieron los crímenes de manera imperdonable.

Sabían que tras la guerra civil se instauró en España una dictadura, la del General Franco, que duró hasta su muerte.

«Sabían que la II República no había sido ni un régimen democráticamente idílico y que idealizarla era volver a dividir a los españoles»

En definitiva, sabían que la II República no había sido ni un régimen democráticamente idílico y que idealizarla era volver a dividir a los españoles.

Y que, quizás con la mejor intención, en el pasado se habían cometido muchos errores, muchas injusticias y, es triste reconocerlo, muchos crímenes.

Y que los españoles llevábamos 55 años de fracasos colectivos, incapaces de encontrar la forma de convivir reconciliados y en paz.

Y que, por eso, era imprescindible, en primer lugar, que todos nos diéramos el abrazo de la amnistía, que se aprobó en 1977, un año antes que la propia Constitución. Amnistía que significaba borrar del juego político todo lo que cultivara el odio, la venganza y la división.

«En la Transición, ningún partido de centro o de derecha buscó identificarse con los partidos de esas tendencias de los años republicanos»

Eso no quiere decir que los historiadores dejen de investigar lo que pasó en esos años ni, mucho menos, que los damnificados no sean resarcidos, en alguna medida. Pero sí que los políticos dejen de utilizar los errores y los crímenes del pasado como argumentos para descalificar a sus adversarios de hoy.

Curiosamente, en la Transición, ningún partido de centro o de derecha buscó identificarse con ninguno de los partidos de esas tendencias de los años republicanos y ni mucho menos con los que, de una u otra forma, estuvieron con Franco. Mientras que los de izquierda sí se presentaron como los sucesores de los que existían en la II República, a pesar de los errores y crímenes que en ese pasado habían cometido (además del asesinato de Calvo-Sotelo, y de matanzas como las de Paracuellos, se puede recordar que sólo en Madrid instalaron 345 checas, muchas de las cuales fueron responsabilidad del PSOE). Pero no importó, porque el espíritu de reconciliación y concordia se sobrepuso a todos esos recuerdos.

Todo iba bien hasta que llegó Zapatero que decidió, con su Ley de Memoria Histórica, reanudar la guerra civil, imponiendo una determinada interpretación histórica, en uno de los actos de totalitarismo más descarados que he visto en mi vida: la República era un paraíso democrático (no explicó por qué, entonces, sus predecesores en el PSOE se levantaron contra ella en el 34) y el franquismo había sido peor que Stalin y Hitler juntos, por lo que había que reescribir la Historia para que todo el mundo se tragara la rueda de molino que a él se le había ocurrido.

Y a la aberración política y conceptual de Zapatero (la memoria es personal e intransferible y la Historia es el resultado del trabajo de los investigadores y los historiadores, no lo que diga el BOE) le dio otra vuelta de tuerca su sucesor Sánchez, que ya no sólo quiere imponer a los españoles una determinada narración de lo que ocurrió en el pasado, sino que se atreve a determinar qué fue democrático y qué no, con su Ley de Memoria Democrática.

«Cuando se habla de reconciliación hay que saber que eso fue lo que se consiguió en la amnistía del 77 y en la Constitución del 78»

Dos leyes siniestras, totalitarias y claramente antidemocráticas, que cualquier político honrado debería derogar. Y que esperemos que, cuando la pesadilla del sanchismo acabe, desaparezcan inmediatamente.

Cuando se habla de reconciliación, de convivencia y de concordia, hay que saber que eso fue lo que se consiguió en la amnistía del 77 y en la Constitución del 78. Y punto. No hacen falta más leyes. Al revés, sobran.

Eso sí, es muy importante que los historiadores sigan estudiando nuestro pasado y que los políticos lo conozcan para no caer en los inmensos errores que los españoles de aquellos años cometieron, aunque podamos reconocerles que lo hicieron con su mejor voluntad.

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