THE OBJECTIVE
Esperanza Aguirre

La Segunda República

«Sacralizar la República es una ofensa al sentido común porque los errores que cometió y la catástrofe a la que condujo a los españoles fueron terribles»

Opinión
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La Segunda República

Alegoría de La Niña Bonita sobre la I República española

El domingo pasado, 14 de abril, hizo 93 años que se proclamó en España la II República. Eso constituye una buena oportunidad para revisar cómo llegó, cómo funcionó y cómo terminó ese régimen, que, de acuerdo con las siniestras y demenciales leyes vigentes hoy en España (la de Memoria Histórica y la de Memoria Democrática), todos los españoles tenemos la obligación de considerarlo como idílico y un modelo inigualable de lo que debe ser una democracia.

No pretendo sustituir a ningún historiador y me voy a limitar a exponer una serie de datos que, se miren como se miren, son incontrovertibles.

La República se proclama el 14 de abril de 1931 no como consecuencia de ningún referéndum en el que se les hubiera preguntado a los ciudadanos si querían monarquía o república, sino como consecuencia de los resultados de unas elecciones municipales, en las que las candidaturas republicanas ganan en la mayoría de las capitales de provincia, aunque no en el conjunto de la nación, celebradas el día 12.

Aun así, está universalmente aceptado que la República fue recibida con alborozo por parte de algunos, con esperanza por parte de algunos más y con respeto por parte de la inmensa mayoría. Hay que resaltar que se instauró sin la menor violencia y sin disturbios ni muertes de nadie.

Menos de un mes después, el 11 y el 12 de mayo, unos manifestantes exaltados procedieron a quemar conventos e iglesias en Madrid y en algunas otras capitales de provincia, sobre todo andaluzas, y, con especial saña, en Málaga. Todos los historiadores están de acuerdo en que el Gobierno Provisional de la República respondió tarde y mal a esa provocación, de manera que a muchos españoles les dio la sensación de que los ministros y los partidos que representaban, si no apoyaban aquella barbaridad, al menos no estaban dispuestos a enfrentarse a los más radicales. La pasividad de aquel gobierno, que, por cierto, no había elegido nadie, sigue siendo considerada uno de los errores más graves y significativos de la República.

«Los constituyentes redactaron un texto muy sectario, sin buscar en ningún momento el consenso»

Dos meses después, en junio, se celebraron elecciones para que unas Cortes Constituyentes elaboraran una Constitución. La derecha se presentó desunida y descoordinada y obtuvo sólo 190 escaños, mientras que la izquierda se hizo con 280, es decir, una mayoría aplastante. Apoyados en esa mayoría, los constituyentes redactaron un texto muy sectario, sin buscar en ningún momento el consenso. Un buen ejemplo de ese sectarismo lo encontramos en el artículo 26 que, para expulsar constitucionalmente a los jesuitas, redactaron de una manera que podemos considerar pintoresca: «Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado».

Además de prohibir a las órdenes religiosas el ejercicio de la enseñanza. En los debates sobre esta cuestión, Azaña pronunció un discurso en el que dictaminó que «España ha dejado de ser católica». Al ser aprobado ese artículo el 12 de octubre de 1931, Alcalá Zamora dimitió de presidente del Gobierno Provisional de la República al día siguiente y fue sustituido por Azaña, que una semana después, el día 21 de octubre, hizo aprobar la Ley de Defensa de la República, que permitía al Gobierno Provisional suspender los derechos fundamentales, empezando por el de expresión, siempre que quisiera. Esta ley claramente liberticida fue incluida en la Constitución de la República en una Disposición Transitoria, con lo que obtuvo valor constitucional.

Hasta qué punto de sectarismo iban a llegar los constituyentes que, el 6 de diciembre de 1931, tres días antes de la aprobación definitiva de aquella Constitución que dividía a los españoles de manera radical, Ortega y Gasset pronunció una famoso discurso, Rectificación de la República, en el que él, que había sido clave para la llegada de aquel Régimen con sus artículos Delenda est Monarchia y El error Berenguer y con la Agrupación al Servicio de la República que había promovido, pronunció la famosa frase «No es esto, no es esto», censurando radicalmente el sectarismo en que habían caído los republicanos de izquierda junto a los socialistas.

La Constitución se aprobó en las Cortes y no se sometió a ningún tipo de referéndum para que los españoles la aprobaran. No sólo eso, sino que tampoco se convocaron elecciones para formar un Parlamento ya constitucional, y siguieron los diputados que habían sido elegidos para las Constituyentes.

«En octubre de 1934, los socialistas dieron un golpe de Estado contra la República que produjo más de 1.600 muertos»

Siguieron hasta que, en noviembre de 1933, tras la dimisión de Azaña como presidente del Gobierno, hubo elecciones generales en las que ganó ampliamente la derecha. Menos de un año después, en octubre de 1934, los socialistas dieron un golpe de Estado contra la República, un golpe en toda regla, con armas y violencia por doquier que produjo más de 1.600 muertos.

A mí me hace gracia la pasión con la que algunos bisnietos de aquellos golpistas defienden ahora el régimen republicano contra el que, sin embargo, se levantaron por algo que parece haber heredado su líder actual, Pedro Sánchez: la incapacidad absoluta de esos socialistas para aceptar la alternancia en el poder dentro de una democracia. Y ahí está el muro que ha levantado frente a los que no quieren votarle.

Es muy posible que si los socialistas, junto a los nacionalistas de la Esquerra, no se hubieran levantado contra la República, lo que acabó provocando el enfrentamiento total entre las dos Españas, hoy seguiríamos en la República y el domingo pasado hubiéramos celebrado su 93 aniversario viva.

Es que los socialistas de entonces siempre consideraron la República como un régimen transitorio que había que sostener, pero sólo hasta que se pudiera implantar el socialismo. El PSOE había pasado de Fernando de los Ríos que tuvo que escuchar de labios de Lenin, el dictador soviético, lo de «Libertad, ¿para qué?» cuando le preguntó cuándo volvería a haber libertad para los ciudadanos de la URSS, a tener como líder a Largo Caballero, que se enorgullecía de que le llamaran «el Lenin español».

Sacralizar la República, aparte de ser absurdo porque estudiarla es tarea de eso, de estudiosos, investigadores e historiadores, es una ofensa al sentido común porque los errores que cometió y la catástrofe a la que condujo a los españoles fueron terribles. Sin olvidar que fueron militantes del PSOE los que el 13 de  julio de 1936 asesinaron al jefe de la oposición, José Calvo-Sotelo, algo por lo que aún no hemos escuchado una excusa o explicación en la boca de Sánchez o de su acólito Bolaños.

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